Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

¿Qué es el Bautismo en el Espíritu Santo?

 

Versión 04-02-08

 

¿Imparte el Espíritu Santo poderes milagrosos hoy día, como el hablar en lenguas o sanación de enfermedades?

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción.*

Actualmente existen muchas iglesias cristianas cuyos líderes afirman que son capaces de hablar en lenguas extrañas y también de hacer curaciones milagrosas por el poder que reciben del Espíritu Santo. Ellos creen que todo creyente  consagrado a Dios que le pide con suficiente fe puede recibir del Espíritu Santo los poderes milagrosos que citábamos antes.

Creo que mucha gente ha visto por televisión, o incluso personalmente en alguna de esas iglesias, escenas en las que los participantes en las reuniones llegan a ciertos estados de consciencia semejantes a los de personas en trance o en éxtasis, en donde pueden llegar a adoptar variadas posturas corporales, como tenderse en el suelo, y expresar, a voz en grito, variadas emociones.

Todo esto suele suceder después de la exhortación, del líder, pastor o evangelista, a la congregación, y es frecuente que estos dirigentes prometan a sus fieles que, si tienen fe verdadera, experimentarán la sanación de sus enfermedades o recibirán aquel poder milagroso que han pedido, como el hablar en lenguas extrañas. Estos poderes sobrenaturales, supuestamente, son impartidos por los predicadores mediante la imposición de sus manos en las cabezas de los miembros de iglesia que lo deseen.

La imposición de manos sobre la cabeza del creyente es la fórmula o procedimiento bíblico que usaban los apóstoles de Cristo para impartir el Espíritu Santo a los creyentes de la iglesia cristiana primitiva del siglo I (Hechos 8:17: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.”).

Hay que tener en cuenta, que eso ocurría cuando todavía la iglesia no estaba consolidada, no disponía de todas Sagradas Escrituras que hoy día poseemos, estaba en sus inicios, y no había pasado mucho tiempo del día de Pentecostés en el que “... fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:4).

En los puntos siguientes, vamos a tratar de aclarar si la Biblia respalda que los poderes milagrosos, que fueron dados por el Espíritu Santo a los primeres creyentes cristianos, son todavía otorgados por el Espíritu Santo, y por tanto susceptibles de que todo creyente, que cumpla unas determinadas condiciones, pueda obtenerlos, e incluso, hasta impartirlos, a su vez a otros cristianos que lo deseen sinceramente.

2. ¿Qué es El Espíritu Santo?

Aunque este artículo no trata específicamente del Espíritu Santo, sino de su obra, creemos que, al menos, debemos referirnos a Él, para explicar, resumidamente y con brevedad, lo que entendemos que Dios nos ha revelado en su Palabra, que está en la Biblia.

En primer lugar, tendríamos que hablar de quién es el Espíritu Santo y no de qué es, pues la Biblia lo revela como una persona: la tercera persona de la Trinidad.

Según la Biblia forma una unidad con el Padre y el Hijo, es de la misma esencia y sustancia, es por tanto Dios.

En el siguiente texto de Mateo 28:19, encontramos a las tres personas distintas que forman la Deidad, en unidad completa. Notemos que Jesús no dice “bautizándolos en los nombres”, sino en el nombre, en singular, a pesar de que son tres personas. Existe un solo Dios, que se nos ha revelado como tres personas distintas. Tiene, por tanto, los mismos atributos de Dios, el Padre, y Dios, el Hijo. El Espíritu Santo no es el poder o la energía de Dios, es una personalidad que tiene una mente, una inteligencia y una voluntad. A continuación, nos limitaremos, a presentar algunos textos del Nuevo Testamento que revelan lo que el ser humano jamás hubiera podido imaginar, pues en su finitud y limitación, no puede abarcar la infinitud del Creador.

 Mateo 28:19.

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

2 Cor. 13:14

 “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén”

El Espíritu Santo no es una fuerza o influencia sino una persona porque posee todas las características que la definen como tal y los atributos de Dios:

- El Espíritu Santo tiene una voluntad y un parecer.

“Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias.”  (Hechos 15:28)

- El Espíritu Santo enseña

 “12 porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.” (Lucas 12:12)

-  El Espíritu Santo habla:

Hechos 8:29 “Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro.”

- El Espíritu Santo prohíbe

 Hec. 16:6: “6 Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia;”

- El Espíritu Santo intercede en nuestras oraciones y nos ayuda en nuestra debilidad.

Romanos 8:26

“26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”

- El Espíritu Santo puede ser contristado.

Efesios 4:30:

“30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.

- Se puede pecar contra El Espíritu Santo

 Mateo 12:31

“31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.

- Se puede mentir al Espíritu Santo.

 Hechos 5:3-4

“3 Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? 4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.”

El Espíritu Santo, como Dios, está más allá de la comprensión humana. Dios se ha revelado a sí mismo en su Palabra, y sólo nos pide que le creamos, no que intentemos entenderlo todo.

3. ¿Fue el Espíritu Santo otorgado a los fieles del pueblo de Israel antes del día de Pentecostés citado en el libro de Hechos de los Apóstoles (Hechos 2:4)? ¿En que consistió su obra?

Nos estamos refiriendo al periodo abarcado por el Antiguo Testamento, desde el inicio de la creación narrada en Génesis 1, hasta parte del Nuevo Testamento, incluyéndose de éste, sólo la porción de tiempo en que se desarrollaron los eventos de los cuatro evangelios. Vamos a tratar, pues, de la acción del Espíritu Santo a través de la época del Antiguo Testamento hasta llegar al día de Pentecostés  que siguió a la muerte, resurrección y ascensión de Jesús.

En el Antiguo Testamento, Dios había establecido la celebración del Día de Pentecostés, en el cual los fieles del Israel tenían que ofrecerle, las primicias de la cosecha de trigo, símbolo y figura de lo que sería la primera cosecha de creyentes que hubo en el día del derramamiento del Espíritu Santo del Pentecostés citado.

Pentecostés significa quincuagésimo, o sea, las siete semanas más un día (cincuenta días), que contaban desde el segundo día del inicio de la fiesta de los panes sin levadura, hasta la fiesta de las semanas que se llegó a conocer como Pentecostés.  La fiesta de los panes sin levadura, que duraba siete días, se iniciaba el día siguiente a la celebración de la Pascua (Levítico 23: 4-16).

En el calendario judío, la Pascua, que conmemoraba la liberación milagrosa del pueblo de Egipto por Dios, y en la que se sacrificaba un cordero, figura y símbolo de Jesucristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, se celebraba el catorce del mes primero del año, llamado Nisán.

Cristo Jesús murió en la cruz, un día viernes, catorce de Nisán cuando el pueblo judío celebraba la Pascua, posiblemente, en el año treinta de nuestra era. El siguiente día (sábado, 15 de Nisán) comenzaba la fiesta de la semana de los panes sin levadura. El día que resucitó Jesús fue, pues, el domingo 16 de Nisán, en el que el pueblo judío ofrecía al sacerdote una gavilla como primicia de los primeros frutos de la siega (Levítico 23:9-11). Pues bien, cincuenta días después del domingo de la resurrección de Jesús, es decir, unos diez días después de su ascensión al cielo, se produjo el evento de Pentecostés narrado en Hechos 2:3, 4. Esto significó el comienzo de la iglesia cristiana, y desde ese momento el Espíritu Santo ha estado disponible, para todos los que creen y obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesús.

La pregunta que encabeza este epígrafe viene a colación por la declaración existente en el evangelio de San Juan, capítulo 7, versículos 38 y 39:

Juan 7: 38, 39:

“38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

Las Sagradas Escrituras nos hablan de la constante acción de Espíritu Santo desde el inicio de este mundo hasta el día de Pentecostés siguiente a la muerte, resurrección y ascensión de Cristo al cielo. Por tanto, necesitamos entender, en que sentido no había venido aún el Espíritu Santo en tiempos de la vida de Jesucristo (Véase además Juan 14:16, 17, 26; 15:26; 16:7, 13.).

 La obra del Espíritu Santo antes del día de Pentecostés de Hechos 2:3,4

En primer lugar veremos la obra del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, y en segundo lugar su obra durante la vida terrenal de Jesús hasta su ascensión en Hechos 1:9.

En el Antiguo Testamento.

La actividad del Espíritu Santo se manifiesta a través de todo el Antiguo Testamento y durante toda la vida terrenal de Cristo. En el principio de la creación ya encontramos al Espíritu Santo en acción: Génesis 1:1: “...el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.”.

Todas las Sagradas Escrituras fueron inspiradas por el Espíritu Santo (2ª Timoteo 3:16). El apóstol Pedro afirma claramente: “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. (2ª Pedro 1:21). Luego queda probado que la acción de todos los profetas verdaderos y el Antiguo Testamento entero es obra del Espíritu Santo. Más tarde, años después del día Pentecostés, los escritores del Nuevo Testamento fueron guiados a toda la verdad, y se les recordaron todas las cosas de la vida y obra de Jesús por medio de la inspiración del Espíritu Santo en sus vidas.

Si damos un vistazo rápido por el Antiguo Testamento, empezando desde el libro de Éxodo, comprobamos que el Espíritu Santo, inspiró a ciertos fieles de Israel, para que fueran capaces de construir el tabernáculo y todos los utensilios del culto. Bezaleel fue uno de ellos, de quien Dios dijo: “y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte,...” (Léase Éxodo 31:1-11; 35:31).

Conforme avanzamos a través del Antiguo Testamento, encontramos multitud de actuaciones del Espíritu Santo. Citaremos algunos ejemplos más, sin pretender ser exhaustivos: Los setenta ancianos elegidos por Moisés por orden de Dios: “...y cuando posó sobre ellos el espíritu, profetizaron, y no cesaron.” (Números 11:16, 25, 26, 29). El caso de Balaam, el profeta de Dios que apostató y quiso venderse a los enemigos de Israel para dañar al pueblo de Dios (Núm. 24:2: “... y el Espíritu de Dios vino sobre él.”

El Espíritu Santo también actuó en tiempos de los Jueces. Vino sobre los jueces, Otoniel (Jueces 3:9,10: “Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y juzgó a Israel...”). El triunfo en las batallas del pueblo de Israel se debió a la acción del Espíritu Santo. Así podríamos seguir enumerando la obra del Espíritu Santo, sobre, Gedeón (Jueces 6:34), Jefté (Jueces 11:29), Sansón (Jueces 13:24, 25; 14:6; 15:14), Saúl (1ª Samuel 10:6, 10; 16:14; 19:23, 24), David (1ª Samuel 16:13), mensajeros de Saúl (1ª Samuel 19:20), etc., etc.

 El Espíritu Santo durante la vida terrenal de Jesús 

La primera obra del Espíritu Santo con que se inicia el Nuevo Testamento es fundamental, y se describe en Mateo 1:18: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.”  (Véase también Mateo 1:20).

Cuando Jesús inició su ministerio el Espíritu Santo descendió sobre Él “como paloma” (Mateo 3:16; Juan 1:32; Véase además: Mateo 4:1: “..fue llevado por el Espíritu al desierto,..”).

En Lucas 1:15 se nos narra que Juan el bautista sería “lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.” También la madre de Juan el bautista, Elisabet “fue llena del Espíritu Santo” (Lucas 1:41), cuando oyó la salutación de María. Igualmente, “Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo” (Lucas 1:67), y el Espíritu Santo estaba sobre Simeón (Lucas 2:25-27).

Concluimos que el Espíritu Santo ha estado actuando desde el comienzo del mundo, inspirando a los santos hombres de Dios y profetas, capacitando a su pueblo para hacer la obra del Tabernáculo, dando poderes milagrosos de sanación, como a Elías y Eliseo, de interpretación de sueños como a José, el hijo de Jacob en Egipto, al profeta Daniel, etc. Igualmente, el Espíritu Santo intervino manifiestamente durante toda la vida terrenal de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Juan el Bautista y sus padres fueron llenos del Espíritu Santo, y también estuvo con los discípulos de Jesús, pues así lo afirma el propio Jesús en Juan 14:17:

Juan 14:16,17

“16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.”

Sin embargo, como hemos visto en Juan 7:39: “...aun no había venido el Espíritu Santo”, y en el verso anterior de Juan 14:17, el Espíritu Santo todavía era una promesa: “Y estará en vosotros”, aunque ya moraba con ellos. Los otros textos del evangelio de Juan reinciden también como algo todavía futuro, por ejemplo, Jesús insiste en “si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros...” (Juan 16:7; Léase además Juan 15:26; 16:13.). Incluso, después de su resurrección y antes de su ascensión, Jesús volvió a reiterar a sus discípulos que esperasen la promesa del Padre, para ser bautizados con el Espíritu Santo.

Hechos 1:4

"4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

Por tanto, estudiaremos a continuación el bautismo del Espíritu Santo de la promesa del Padre y del mismo Jesucristo, y que diferencias existen con la obra del Espíritu anterior al día de Pentecostés.

4. ¿Dónde habla la Biblia del bautismo en Espíritu Santo y fuego?

La primera vez que la Biblia se refiere a bautizar en Espíritu Santo la encontramos en el evangelio según San Mateo. Juan el Bautista habla del bautizo en el Espíritu como algo todavía futuro, y que sería llevado a cabo únicamente por Cristo. Él declara que sólo bautiza en agua para arrepentimiento. Como comprobaremos a lo largo de este estudio, Juan el Bautista está aludiendo al próximo cumplimiento de una profecía del Antiguo Testamento que se encuentra en el libro del profeta Joel 2:28, donde Dios da la promesa del derramamiento de su Espíritu Santo de una forma especial y generosa que nunca antes se habría dado.

Más tarde volveremos a la profecía de Joel 2:28. Ahora preferimos empezar por el comienzo del Nuevo Testamento, que como sabemos contiene el cumplimiento de las promesas del Antiguo. Vamos, pues, a leer todos los textos donde aparece por primera vez este concepto, y también las versiones que dan los otros evangelios:

Mateo 3:11-12

“11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”

Lucas 3:12-17

 “13 El les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. 14 También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.

15 Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, 16 respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”

Juan 1:31-34 (Ver también Marcos 1:8)

“31 Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. 32 También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. 33 Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. 34 Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

De estos textos aprendemos que:

Por tanto, creemos que el bautismo de fuego no forma parte del bautizo del Espíritu, sino que se trata de dos bautismos distintos, y opuestos, por tanto, no compatibles, si se recibe el uno, no se puede recibir el otro. ¿Por qué pensamos esto? Porque el fuego es normalmente un símbolo de destrucción y no de salvación. Por otro lado, el contexto, de la frase de Juan el Bautista, “...Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3:11 úp.), se refiere al uso que se dará al fuego. Veamos ese contexto:

Juan el Bautista está predicando el bautismo de arrepentimiento para preparar el camino para recibir al Mesías, Jesús, y acuden a escucharle multitud de gente, entre los que se encuentran muchos de los fariseos y saduceos (Mateo 3:7), y a ellos, especialmente, como guías y representantes del pueblo judío, les previene del riesgo que corrían sino cambiaban sus conductas, arrepintiéndose y dando frutos de justicia. La historia nos demuestra que el rechazo de la mayoría de los dirigentes judíos a Jesús como el Mesías, endureciendo sus corazones, fue la causa del castigo que les sobrevino en el año 70 de nuestra era, a manos del ejército del general romano Tito, quien puso sitio a Jerusalén, destruyéndola y provocando la dispersión de los pocos judíos que sobrevivieron a esta tremenda destrucción.

Mateo 3:10-12

“10 Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego.

“11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”

En general, la nación judía, al no dar buenos frutos, fue cortada y echada al fuego, de forma figurada, con el castigo que sufrieron en el año 70, lo cual se aplica, naturalmente, no sólo a los judíos sino a todos los gentiles. Además, Juan el Bautista, en el verso 12, distingue claramente entre el destino que tendrá el trigo con el de la paja que será quemada por fuego por el aventador.

Por tanto, entendemos que el bautismo en fuego, simboliza el castigo que sufrirán los malvados, y el bautismo en el Espíritu Santo sólo se administra a los que obedecen el llamado de Dios, y aceptan el evangelio de salvación.

5. ¿Qué es el bautismo en el Espíritu Santo?

Siempre que se pueda, dejaremos que la Biblia hable por sí sola, que se interprete a sí misma,  para que no prevalezcan nuestras ideas preconcebidas sobre lo que ella expresa claramente. Veamos los siguientes textos:

Hechos 1:1-5

 “1 En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, 2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; 3 a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. 4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

Vamos a centrarnos en los versículos 4 y 5. En ellos, Lucas relata que Jesús mandó, expresamente, a sus discípulos que, juntos en Jerusalén, esperasen la promesa del Padre porque serían bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

¿Qué aprendemos, además de lo que ya sabíamos, que había un bautizo en el Espíritu Santo?

En primer lugar, acabamos de leer que existe una promesa del Padre que está directamente relacionada con el bautizo en el Espíritu Santo, que los discípulos iban a recibir dentro de no muchos días. Aunque ya parece meridianamente claro que la promesa del Padre, tiene que ver con el envío del Espíritu Santo a los apóstoles, aportaremos algunos textos más, en los que Jesús se refiere a ella, da más detalles, y explica la condición fundamental, para que este evento se produjese.

En Lucas 24:49, Jesús mismo afirma: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” De aquí constatamos que la promesa del Padre sería enviada por Jesús sobre los discípulos, y que además recibirían poder de lo alto, es decir, de Dios. Es algo que estaba todavía en el futuro, pues los apóstoles no habían recibido el bautizo en el Espíritu Santo de la promesa del Padre.

En los siguientes textos se encuentra la promesa de Jesús de que enviaría el Consolador, o sea el Espíritu Santo sobre los discípulos. ¿Cuándo iba a suceder esto? La respuesta la da Jesús con claridad: Cuando Él se vaya, al poco de su ascensión y después de ser glorificado.
Juan 16: 7, 13

“7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

Juan 7: 38, 39:

“38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

Juan 15:26:

“26 Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. 27 Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.”

De estos textos deducimos, en primer lugar, que el cumplimiento de la promesa y decisión del Padre de enviar en un futuro, al Espíritu Santo, le corresponde a Jesús el llevarla a cabo. En segundo lugar, Él aclara la condición necesaria para que la promesa del Padre se pueda cumplir: “...porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” (Juan 16:7). Hasta que Jesús no fuese glorificado en el cielo (Juan 7:39) no se cumpliría la promesa del Padre.

Sin embargo, Juan 20:19-23, relata que estando reunidos los discípulos, “estando las puertas cerradas”, se presentó Jesús en medio de ellos, y después de mostrarles sus manos y su costado “les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío.  (22) “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. (23) A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.”

Con una lectura superficial, y tomando estos textos aisladamente, sin relacionarlos con otros versículos que se refieren a estos dos asuntos que fueron tratados, también, por Jesús en diferentes ocasiones, puede parecernos o darnos la impresión de que existe alguna contradicción entre ellos con respecto al momento en que se recibió el Espíritu Santo por los apóstoles (verso 22). O bien, por otra parte, a inducirnos a creer una doctrina errónea, como la que se desprende del verso 23, en la que parece, a simple vista, que Jesús dio, a sus discípulos, autoridad o poder para perdonar pecados a otros creyentes, potestad que sólo corresponde a Dios (Véase Hechos 8:22;  1ª Reyes 8:39; 46-50; Sal. 32:5;65:3; 79:9; 103:3; Isaías 55:7; Mateo 6:14, 15; 9:2; 9:6; Marcos 6:10; Lucas 5:21;7:49; Efesios 4:32; Col. 2:13;3:13; Stgo. 5:15; 1ª Juan 1:9; 2:1; 2:12; etc.).

Aunque en este estudio no estamos tratando el tema del perdón, decidimos desviarnos momentáneamente del tema principal de este estudio para hacer un breve comentario sobre el texto de Juan 20:23, pues basado en este texto y también en Mateo 16:19 y Mateo 18:18, la iglesia Católica Romana se arroga el poder de perdonar pecados. Viene, pues, a propósito explicar concisamente que los sacerdotes, de la iglesia Católica Romana, no pueden perdonar pecados, ni, por supuesto, ningún ser humano. Jamás Jesús dio ese poder a sus discípulos. Como hemos visto, en los textos anteriores, esta potestad sólo pertenece a Dios que conoce las verdaderas intenciones del corazón humano. El sacramento de la confesión que la citada iglesia practica y enseña a sus fieles no es bíblico. El perdón de pecados, que si es bíblico, se refiere a lo que Cristo consiguió en la cruz muriendo por nosotros (2ª Corintios 5:21; Hebreos 9:26-28; 10:12;14; Romanos 3:22-26; etc.).

El sacrificio expiatorio de Jesús con su muerte en la cruz, hizo posible el perdón de pecados o sea, lo que también se conoce como la justificación. Para recibir el perdón de pecados, es decir, ser justificados ante Dios por los méritos de Cristo, los seres humanos, somos llamados por Dios, mediante el evangelio de la gracia y  salvación. Cuando escuchamos ese llamamiento, lo creemos por fe, nos arrepentimos, y confesamos con nuestra boca que Jesús es el Hijo de Dios (Hechos 8:37), y decidimos obedecer al evangelio y demostrar nuestra fe siendo bautizados en agua por inmersión, recibimos el perdón de pecados, y somos sellados para salvación con el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38).

Ahora podemos entender que la función de los discípulos de Jesús, evangelistas, pastores y maestros, no era perdonar pecados al modo de la iglesia Romana, sino que su misión es anunciar las buenas nuevas de salvación, como se declara en Mateo 28: 19,20: “19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”  Por tanto, la manera que el creyente recibe el perdón de pecados no es por cumplir el sacramento de la confesión, sino por serle predicado el evangelio, arrepentirse, obedecerlo y bautizarse en nombre de Jesús (Lucas 24:47: “y que se predicase el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.) ¿Tiene esto algo que ver con la confesión de pecados ante un sacerdote y el posterior cumplimiento de una penitencia? En absoluto. Debemos predicar el perdón de pecados al mundo porque Cristo lo consiguió, y nosotros lo obtenemos cuando aceptamos que murió por nuestros pecados (Hechos 10:43).

Hecho este breve paréntesis, volvemos al tema que nos ocupa de Juan 20:22: “(22) “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.. Aquí, como vemos por el contexto, Jesús todavía no había ido al Padre (Juan 20:17), lo que quiere decir, que aún no había sido glorificado, y por tanto, aun estaba pendiente que Jesús enviara el Espíritu Santo, como podemos comprobar en las palabras que declaró el propio Jesús, y que recoge Lucas 24:49: He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.”. Quizá esta ocasión en que Jesús se apareció a sus once apóstoles era la misma en la que pronunció las palabras de Juan 20:22. Para explicar esta aparente contradicción sólo se nos ocurren dos posibilidades. La primera, a nuestro parecer poco probable, que Jesús  impartiera a sus discípulos, en ese momento, un anticipo del Espíritu Santo que era parcial pues no implicaba el otorgamiento de poder por el Espíritu Santo, lo cual se daría, en cumplimiento de la promesa del Padre, cuando estuvieran reunidos en Jerusalén. De ahí la orden que Jesús les da en Lucas 24:49: “...quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.”.

La segunda interpretación es que la promesa de que recibirían el Espíritu Santo cuando, después de la ascensión de Jesús, se reunieran en Jerusalén, es reiterada en forma imperativa: Recibid el Espíritu Santo”, no que Jesús enviara el Espíritu Santo sobre ellos en ese momento, sino que les ordenaba que lo recibieran esperándolo juntos en Jerusalén. En cualquier caso, la promesa del Padre de enviar el Espíritu Santo a la iglesia naciente se cumple en el día de Pentecostés.
 
Como hemos visto, después que Jesús resucitó y antes de su ascensión, en una de las últimas ocasiones, de los cuarenta días que pasó hablando a los discípulos acerca del reino de Dios, les vuelve a dar instrucciones para que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí” (Hechos 1:3, 4).

El Bautismo con el Espíritu Santo, anunciado por Juan el Bautista (Mateo 3:11), confirmado por Jesús (Hechos 1:5) es el cumplimiento de la promesa del Padre, que se llevaría acabo, personalmente por el Hijo, Jesús, desde el cielo, pocos días después de su ascensión, lo que concuerda con todos los textos vistos hasta aquí.

Hechos 1:5

“5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

El cumplimiento de la promesa del Padre se realiza con el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés siguiente a la ascensión de Jesús al cielo. Esto es el bautismo en el Espíritu Santo.

En el día de Pentecostés se produce un derramamiento o venida especial del Espíritu Santo sobre los apóstoles primeramente:  “(3) y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. (4) Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:3,4).

El apóstol Pedro nos aclara que esta promesa del Padre, fue ya profetizada en el Antiguo Testamento, en el libro del profeta Joel, en el capítulo 2, versículo 28 en adelante, y es cumplida en ese día, con el derramamiento del Espíritu Santo. Veamos el testimonio de Pedro en su primer discurso en Hechos 2:16-18

Hechos 2: 16-18

“16 Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:  17 Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; 18 Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días.”

Resumen

La promesa del Padre, anunciada por el profeta Joel en el Antiguo Testamento (Joel 2:28), reiterada por Juan el Bautista (Mateo 3:11) y por Jesús (Juan 16:7,13; Hechos 1:5) es finalmente cumplida, cuando Cristo glorificado envía el Espíritu Santo en el día de Pentecostés siguiente a su ascensión gloriosa al cielo, de una forma especial que nunca antes se había producido, como un evento único en la historia del mundo, y a partir de ahí toda la iglesia de Cristo recibe los beneficios del don del Espíritu Santo, no como un bautismo en el Espíritu sino como sello y garantía de salvación de sus vidas (Efesios 1:13, 14).

6. ¿Qué repercusiones o beneficios obtuvo la iglesia cristiana por el bautismo en el Espíritu Santo que no existieran antes del mismo?

Primero de todo, para saber que repercusiones tuvo para la iglesia de Cristo, el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, o sea, el bautismo en el Espíritu Santo, de hace dos mil años, es necesario que, en primer lugar, averigüemos el propósito, alcance y significado distintivo de este evento único en la historia del mundo, respecto a la acción del Espíritu Santo anterior al día de Pentecostés.

En segundo lugar, debemos distinguir entre el don del Espíritu Santo y los poderes milagrosos que el Espíritu Santo da según su voluntad a los que Él quiere. Y en tercer lugar, constataremos que la iglesia de Cristo primitiva, la que existió, mientras vivieron los apóstoles, recibió poderes milagrosos de sanación, don de lenguas, etc., los cuales dejaron de existir en las sucesivas generaciones hasta hoy, y expondremos las razones de por qué hoy en día ya no se prodigan sobre la iglesia de Cristo los poderes milagrosos antes mencionados.

Propósito, alcance y significado distintivo del Bautismo en el Espíritu

Anteriormente hemos visto los textos que indicaban, sin lugar a dudas, que el bautismo con el Espíritu Santo fue un evento único que no se cumplió hasta el día de Pentecostés siguiente a la ascensión de Cristo al cielo, y que fue administrado, enviado e impartido por Jesucristo mismo en cumplimiento de la promesa del Padre (Hechos 2:3, 4, 16, 17, 33). A continuación sólo vamos a citar el versículo 32 y 33 para confirmar que fue Jesús mismo el que derramó el Espíritu Santo en ese día de Pentecostés:

Hechos 2:32,33

“32 A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33 Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.”

Este derramamiento singular del Espíritu Santo sobre los apóstoles en el día de Pentecostés, mediante “... lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3), tuvo el propósito, de parte de Dios, de revelar y manifestar visiblemente, que el Espíritu Santo, desde ese mismo momento y en cumplimiento de la promesa predicha en Joel 2:28, y posteriormente reiterada por Juan el Bautista y Cristo, estaría totalmente disponible para todos los seres humanos, que de aquí en adelante decidieran aceptar por fe el llamado de Dios por medio del evangelio de su Hijo, se arrepintieran, y bautizaran en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.

Hechos 2:38, 39

 “38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Queda claro, pues, que la promesa de recibir el don del Espíritu Santo no fue sólo para la primitiva iglesia sino para todo creyente que se arrepienta y se bautice en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados, como así lo afirma el apóstol Pedro en los textos anteriores. Esto no significa que el bautismo en el Espíritu, el derramamiento que hubo hace dos mil años, se vuelva a repetir para cada cristiano hasta hoy, como tampoco es repetido el sacrificio de Cristo en la cruz hecho una vez para siempre (Hebreos 9:12, 25,26).

El derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés significó la inauguración y establecimiento de la iglesia cristiana. Los poderes milagrosos que Jesús prometió a los apóstoles (Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo...”), junto con el don del Espíritu Santo fue la señal que autentificó a la iglesia naciente como la verdadera iglesia de ahí en adelante, y la unificó en un solo cuerpo, por el Espíritu, en Cristo (1ª Corintios 12:13). A partir de ese momento, el Templo que sucedió al Tabernáculo dejó de ser la institución ordenada por Dios, y pasó a ser la iglesia, iniciándose la dispensación del Espíritu.

¿Qué diferenciaba la obra del Espíritu Santo antes del día de Pentecostés con la de después de este día?

En el apartado tres, vimos en que consistió la obra del Espíritu Santo anterior al día de Pentecostés. A determinados fieles y líderes del pueblo de Israel elegidos por Dios les era concedido el Espíritu Santo con el objeto de cumplir una misión especial de acuerdo con su voluntad, y para llevar a cabo el plan de Dios para la salvación de la humanidad. Deducimos, pues, que el Espíritu Santo era dado sobre un reducido número de personas con un propósito especial. Sin embargo, después del día de Pentecostés, el Espíritu Santo está disponible para “toda carne” (Hechos 2:17, 38, 39), es decir, para todo cristiano auténtico.

El apóstol Pedro nos enseña como recibir el don del Espíritu Santo: “...Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2:38). Pablo va completando esta doctrina indicándonos dos condiciones necesarias más para que podamos experimentar en nosotros la promesa cumplida en Pentecostés: “En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.” (Efesios 1:13, léase también Romanos 8:9). 

La otra diferencia, de la obra del Espíritu Santo antes de Pentecostés con la de después del evento ocurrido en ese día, se caracteriza por la forma de morar el Espíritu en las personas. Anteriormente, el Espíritu Santo también inspiraba, guiaba y pastoreaba al pueblo de Dios, daba poderes milagrosos a algunos fieles, pero no moraba de una manera permanente en ellos como sello de salvación y garantía o anticipo de la herencia del reino de los cielos ganado por Cristo para nosotros (Efesios 1:14).

Los siguientes textos del Antiguo Testamento corroboran que en un futuro el Espíritu Santo sería puesto por Dios en los fieles de manera generalizada, es decir, moraría en ellos de forma permanente, pues estaría a disposición de todos mediante la fe en el Mesías venidero. 

Ezequiel 36: 26-28

“26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.”

Ezequiel 37: 14

“14 Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová.”

Ezequiel 39: 29

“29 Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor.

Creemos que este derramamiento del Espíritu se produjo por primera y única vez en el día de Pentecostés citado en Hechos capítulo dos. La promesa del Espíritu, contenida en Joel 2:28 es una reiteración y confirmación concreta, de lo que afirman los textos que acabamos de leer. Todo el Antiguo Testamento enfoca hacia el Mesías y al Nuevo Pacto en Cristo con el subsiguiente derramamiento del Espíritu, que hará que Dios nos cambie el corazón y ponga sus leyes en él (Véase Jeremías 31:31-33), y estas leyes se resumen en una: la ley del amor.

Distinción entre el don del Espíritu Santo y los poderes milagrosos otorgados por el Espíritu Santo.

A la primitiva iglesia cristiana que aparece en el Nuevo Testamento, a fin de que se consolidase, se propagase más rápidamente, y se confirmase su autenticidad, de que provenía de Dios, el Espíritu Santo dio dones o poderes milagrosos a sus miembros, de los que destacan por su espectacularidad, el don de hablar en idiomas extranjeros no conocidos por los receptores, y  el don de sanación instantánea y completa de cualquier tipo de enfermedad o discapacitación, semejante a los milagros que hizo Jesús sanando a ciegos de nacimiento, cojos, paralíticos, leprosos, etc.

Debemos, pues, distinguir entre el don del Espíritu santo, con el que todos los cristianos fieles son sellados (Efesios 1:13: “... fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”), que consiste en el propio Espíritu Santo, como así también lo manifiesta el apóstol Pedro en Hechos 2:38: “...; y recibiréis el don del Espíritu Santo”; ver también verso 39), y los poderes milagrosos que el Espíritu Santo dio según su voluntad.

En realidad, la promesa del bautismo en el Espíritu Santo, cumplida en el día de Pentecostés, comprendía dos acciones distintas. La primera y fundamental fue que Cristo, una vez glorificado, envió sobre sus apóstoles, al Espíritu Santo de la promesa del Padre, como ya vimos anteriormente. La segunda acción, que consistió en darles poder, dependía del Espíritu Santo, pues a él correspondía dar esos poderes milagrosos como el hablar en lenguas extranjeras, y el de sanar todo tipo de enfermedades. Veamos, en el siguiente texto, como la Palabra de Dios distingue entre el poder del Espíritu Santo y don del Espíritu Santo mismo.

Hechos 1:8

“8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. 9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.”

Es decir, la promesa de Jesús de enviarles el Espíritu Santo iba seguida de otra que consistía en que el Espíritu Santo les daría poder. Estos poderes milagrosos se hicieron evidentes, no sólo el día de Pentecostés en el que los apóstoles fueron capaces de comunicarse en el idioma, posiblemente, de judíos que procedían de otras naciones como las que cita Hechos 2:9: “Partos, medos, elamitas...”, sino que, poco después, en el capítulo 3 de Hechos de los apóstoles se nos narra la curación de un cojo de nacimiento (Hechos 3:7-9: “(9) Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios.”).

Más adelante comprobamos que los poderes milagrosos dados por el Espíritu Santo a los apóstoles en el día de Pentecostés, eran transmitidos por los mismos apóstoles a otros fieles cristianos, mediante la imposición de sus manos sobre ellos. Un ejemplo de esto que afirmamos lo tenemos en Hechos 6:5,6. Pues, en la ocasión del nombramiento de siete diáconos, uno de ellos llamado Felipe, a quien, también, los  apóstoles le impusieron sus manos, lo encontramos más tarde predicando el evangelio en Samaria (Hechos 8:5) y haciendo grandes milagros de sanación como describe Hechos 8:7: “Porque de muchos que tenía espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;

Existen pruebas, en la Palabra de Dios, que nos indican que sólo los apóstoles del Señor Jesús fueron capaces de transmitir los poderes, que una vez recibieron en Pentecostés, a otros verdaderos cristianos. Felipe, que estuvo predicando el evangelio en Samaria con grandes señales milagrosas y prodigios, y que incluso consiguió que Simón, el mago, creyese y se bautizase porque “viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.” (Hechos 8:13), no fue capaz de transmitir esos poderes milagrosos a nadie de los que bautizó en Samaria.

Fue necesario que los apóstoles que estaban en Jerusalén enviaran a Samaria a Pedro y Juan (Hechos 8:14-19) para que los nuevos cristianos recibiesen no el don del Espíritu Santo, que ya seguramente habían recibido al ser bautizados en agua en el nombre de Jesús, sino el poder del Espíritu Santo. Leamos primeramente los textos citados para ver en que basamos nuestra afirmación de que la Palabra de Dios se refiere aquí, no al don del Espíritu Santo que todo cristiano obtiene al ser bautizado como sello de salvación (véase Hechos 2:38, 39; Efesios 1:13) sino, más bien, al poder del Espíritu Santo.

Hechos 8:14-19

“14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; 16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. 17 Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. 18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.”

Ya hemos visto, en Hechos 2:38, 39 y Efesios 1:13, que los requisitos para recibir el Espíritu Santo son oír y creer las buenas nuevas de salvación, arrepentirse, confesar nuestra fe en Jesús (Hechos 8:37) y bautizarse en agua en su nombre. Por tanto, si lo nuevos cristianos de Samaria ya habían sido bautizados por Felipe, ya tenían el Espíritu Santo de la promesa como sello y garantía de salvación, lo único que les faltaba era el poder del Espíritu Santo, que solamente los apóstoles de Jesús, con la imposición de manos y la oración, estaban capacitados por Dios para transmitirlo. Este poder era el que demandaba también Simón: “Dadme también a mí este poder..” (Hechos 8:19). Es, por tanto, evidente en este contexto, que lo que se transmite por medio de los apóstoles a los cristianos de Samaria, es el poder del Espíritu Santo, de la misma manera que antes lo había obtenido Felipe (Hechos 6:5,6) 

Vamos a ver a continuación algunos ejemplos más en los cuales también el poder del Espíritu Santo es dado a través de la Imposición de las manos de algún apóstol de Jesucristo:

En este caso se trataba de unos creyentes de Éfeso que sólo habían recibido el bautismo de Juan, y que en esa ocasión son bautizados en el nombre del Señor Jesús, “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.” (Hechos 19:6).

Estos son los dones o poderes que el Espíritu Santo concede como el quiere, a veces, a través de los apóstoles, y en otras ocasiones de forma directa, pero siempre y únicamente sobre miembros de la iglesia primitiva del Nuevo Testamento (véase 1ª Corintios 12:8-11). A medida que la iglesia se fue extendiendo y consolidando, cuando ya quedó concluido el Nuevo Testamento, ya no fue tan necesaria esa obra prodigiosa del Espíritu Santo. Puesto que nadie más que los apóstoles podían comunicar el poder del Espíritu Santo, cuando murió el último apóstol terminó también esta posibilidad de transmitir estos poderes del Espíritu Santo a más cristianos.

Esto es evidente cuando el mismo Pablo ya no fue capaz de sanar a Timoteo de una simple dolencia estomacal (1ª Timoteo 5:23), ni curarse a si mismo (2ª Corintios 12:7-9).

En el texto siguiente comprobamos que realmente los apóstoles tenían el poder del Espíritu Santo, mediante el cual sanaban o hablaban en lenguas cuando la situación lo requería.

Hechos 28:8

“8 Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó.

Este rito de la imposición de manos, usado por los apóstoles para transmitir un don, poder, carisma o gracia, también fue el gesto utilizado por Jesús para realizar sus curaciones (Marcos 6:5; Marcos 16:18; etc.) o simplemente expresar bendición (Mateo 19:13,15; Marcos 10:16). Además, pues, de ser el medio para traspasar algún don del Espíritu Santo a los primeros cristianos (Hechos 19:6), también se utiliza para consagrar a un creyente para una misión o función determinada (Hechos 13:3).

En 1ª Timoteo 4:14 y 2ª Timoteo 1:6 se habla de la imposición de manos sobre Timoteo de parte de Pablo para la concesión de algún don. Sin embargo, 1ª Timoteo 5:22 da a entender que la imposición de las manos, se había convertido en un acto habitual para, posiblemente, consagrar u ordenar ancianos, diáconos o pastores.

Hoy en día, en mi opinión, este acto de imponer las manos, que no tiene en sí ningún poder milagroso ni mágico, sirve para designar a una persona que ha sido elegida para desempeñar una función como las citadas antes, y mediante este rito o acto se pide en oración la bendición de Dios, y se confirma la consagración de esa persona, que desde ese momento es separada o apartada para esa misión en especial. Por supuesto, que las personas que imponen las manos, tienen que ser personas muy consagradas y entregadas a Dios, pues deben conocer bien a aquel, a quien van a realizar tal acto, y especialmente si reúne los requisitos de un siervo de Dios (1ª Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-16).

7. ¿Hubo un segundo bautismo en el Espíritu Santo con Cornelio y su casa? ¿ el don del Espíritu Santo es otorgado antes de ser bautizado en agua?

El caso de Cornelio y su casa relatado en Hechos 10, es muy interesante y requiere un estudio cuidadoso. En primer lugar, porque Cornelio no pertenece al pueblo judío, sino que es un gentil, “centurión de la compañía llamada la Italiana” (Hechos 10:1). En segundo lugar, la Biblia lo presenta como piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.” (Hechos 10:2). Por tanto, Cornelio es un buen creyente, hasta el extremo que Dios le envía un ángel para ponerle en contacto con el apóstol Pedro, y éste le predique el evangelio de salvación en Jesús (Hechos 10:34-43).

En tercer término, nos interesa mucho lo que relata Hechos 10:44: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.  Debemos destacar, primero de todo, que “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso”, sin que el apóstol Pedro tuviera que intervenir, imponiendo sus manos, para que recibieran los oyentes el poder del Espíritu Santo.  Por el contrario, fue una acción directa del Espíritu Santo otorgando el poder, en este caso, de hablar en lenguas, a Cornelio y a todos los otros de su casa, gentiles como él mismo.

En segundo lugar, este derramamiento del Espíritu Santo se produce enseguida  que Pedro les predica el corazón y significado del evangelio en versículo 43 “De éste [Cristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados”, y antes de ser bautizados en agua, como comprobaremos en los versos que se citan a continuación:

Hechos 10:45-48

“45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. 46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. 47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? 48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.”

Acogiéndose a estos textos, algunos creyentes afirman que la recepción del Espíritu Santo no depende del bautismo en agua, pues, la Palabra dice que sobre Cornelio y su casa “el Espíritu Santo cayó”(44) antes de que se les bautizara en agua (47-48), con lo que convierten al bautismo en sólo un rito y una forma simbólica de presentar o testificar a los demás la regeneración espiritual que el Espíritu Santo ha realizado en el interior del cristiano.

Por otro lado, atendiendo a la similitud de este derramamiento del Espíritu Santo con el relatado en Hechos 2, otros cristianos han creído que se trata de un segundo bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 11:15,16). O bien, una continuación de aquel evento, del cual hemos hablado ampliamente en este estudio, y que fue el cumplimiento de la promesa del Padre y el bautismo en el Espíritu Santo que prometió Jesús a sus apóstoles.

En nuestra opinión, lo que “cayó” sobre Cornelio, y todos los de la casa de él, que escuchaban el discurso de Pedro, no fue el Espíritu Santo mismo que se otorga a todos los cristianos verdaderos después de bautizarse en agua, y que es el sello y garantía de nuestra salvación (Efesios 1:13), sino una manifestación visible del poder del Espíritu Santo, como es el don de lenguas.

¿En qué nos basamos para realizar tal declaración? Nos fundamentamos, por una parte, en que el apóstol Pedro en Hechos 2:38 cita el bautizarse en agua como una de las condiciones necesarias para recibir el don del Espíritu Santo. El bautismo en agua es una demostración visible de nuestra fe en la obra expiatoria de Cristo,  por la que aceptamos y creemos haber obtenido el perdón de nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Es, pues, una obra de obediencia al evangelio de la gracia, por la cual demostramos nuestra fe y convencimiento en el poder de Dios y en Cristo,  que requiere de nuestra parte una acción clara de nuestra voluntad, y una toma de decisión para cumplir la voluntad revelada de Dios. Es una obra de fe como las que preconiza el apóstol Santiago en el capítulo 2 verso 24, por la cual somos justificados o sea, declarados justos por Dios por los méritos de nuestro Señor Jesús (véase también 1ª Pedro 3:21; Tito 3:5).

Por tanto, lo que “cayó” sobre los oyentes del discurso de Pedro no pudo ser el Espíritu Santo de la promesa de Hechos 2:38, 39 y de Efesios 1:13 sino, simplemente, la concesión de un don o poder del Espíritu Santo como fue el don de lenguas, con el propósito de hacer evidente y visible a “los fieles de la circuncisión” (Hechos 10:45) y al mismo Pedro, que Dios no hacía acepción de personas entre judíos y gentiles (Hechos 10:34; 11:18), y que también los dones del Espíritu Santo eran para éstos. Es decir, la intención de Dios es, evidentemente, eliminar los prejuicios que todavía albergaba gran parte del pueblo judío, que aún se consideraban así mismos, como el único pueblo elegido por Dios, y por tanto, los únicos herederos de las promesas de salvación reveladas en el Antiguo Testamento.

Por otro lado, si comparamos Hechos 19:6, que se refiere a los cristianos de Éfeso, los cuales “...habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban”, con el texto que estamos estudiando de Hechos 10:46: “Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios”, comprobamos que, en ambos casos, tanto los efesios citados, como el grupo formado por Cornelio y su casa, reciben el mismo don o poder del Espíritu Santo, el don de lenguas, con la única diferencia de que en el caso de los efesios, este don es impartido mediante la imposición de las manos del apóstol Pablo, y en el segundo caso, el de Cornelio, el don de hablar en lenguas es impartido directamente por el Espíritu Santo, sin mediación humana.

Para evitar errores en la interpretación de la doctrina que nos ocupa sobre el bautismo del Espíritu Santo, es necesario, pues, que hagamos una clara distinción entre el don del Espíritu Santo, que se concede a todo cristiano auténtico cuando es bautizado en agua (Juan 3:5; Hechos 2:38, 39; Efesio 1:13, etc.), y que es producto de la obra de redención, de la cual forma parte el bautismo del Espíritu Santo derramado en Pentecostés, con los poderes que el Espíritu Santo otorgó según su voluntad y a quien él quiso y sólo a la primitiva iglesia cristiana del Nuevo Testamento.

Ahora podemos comprender mejor, lo que dice Hechos 8:17: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.”. Este texto se refiere a la obra que fueron llamados a hacer Pedro y Juan en Samaria cuando estaban en Jerusalén (Hechos 8:14). Antes de ese momento, Felipe había estado predicando a Cristo en esta ciudad (verso 5) con grandes señales y milagros, pues, además de ser expulsados los espíritus inmundos de muchos de los samaritanos, “... muchos paralíticos y cojos eran sanados;” (verso 7). El verso 12 declara que fueron bautizados hombres y mujeres cuando creyeron el mensaje del evangelio: “pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres..

Puesto que los samaritanos ya habían sido bautizados por Felipe y creído en Jesús, por tanto, cumplido todos los requerimientos para la obtención del Espíritu Santo como hemos visto, ¿Por qué fue necesario traer a Pedro y Juan para que les impusieran las manos para recibir, nuevamente el Espíritu Santo, algo que se supone ya debían tener?

Sabemos, por la Palabra revelada, y también por nuestra experiencia diaria que los cristianos siguientes a la época de la iglesia cristiana neotestamentaria, continuaron siendo bautizados en el nombre de Jesús, y no han necesitado la imposición de manos de apóstoles o de sucesores de los mismos para recibir el Espíritu Santo, o sea, el de la promesa cumplida en Hechos 2, que consiste en el sello de salvación (Efesios 1:13), y sin el cual no podemos ser de Cristo (Romanos 8:9). No se nos concede u otorga el  Espíritu Santo para ser hijos de Dios, sino “... por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba Padre!” (Gálatas 4:6).

Otra cosa muy distinta es que, una vez consolidada la iglesia cristiana primitiva, y completado todo el canon de la Sagradas Escrituras, el Espíritu Santo siga derramando sobre los creyentes cristianos sus dones o poderes milagrosos, consistentes entre otros, en hablar en lenguas o hacer sanaciones milagrosas. Este poder fue concedido sólo a la iglesia del Nuevo Testamento con un propósito especifico, que ya hemos señalado, y por unas circunstancias como las que vivió la iglesia de Cristo naciente, que todavía no tenía a su disposición toda la revelación de Dios, que ahora tenemos. No que haya disminuido el poder de Dios sino que, en este tiempo, Él ha considerado conveniente, que nuestra fe, no se fundamente en señales milagrosas visibles sino solamente en su Palabra revelada. 

Concluimos, pues, en primer lugar, que la creencia de que el don del Espíritu Santo, como sello de salvación (Efesios 1:13; Romanos 8:9; Gálatas 4:6), se recibe antes de bautizarse, no está respaldada por la Biblia, la cual afirma claramente que el requisito consiste, según Hechos 2:38, en bautizarse previamente.

En segundo lugar, entendemos que el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa narrado en Hechos 10:44, se refiere sólo a la concesión de un don visible, como el don de lenguas, con el propósito de eliminar los prejuicios que impedían, a “los fieles de la circuncisión”, o sea, los cristianos judíos, aceptar que Dios, no haciendo acepción de personas (34), daba los mismos poderes que el Espíritu Santo concedió a los apóstoles en el Bautismo del Espíritu que se produjo en el día de Pentecostés. Por eso, cuando Pedro informa a la iglesia de Jerusalén dice “... cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. (16) Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.” (Hechos 11:15,16).

No había diferencia alguna en cuanto recibieron el mismo Espíritu Santo e igual don de lenguas. Pedro se acordó, entonces, del bautismo en el Espíritu Santo prometido por Jesús y que se cumplió sobre los apóstoles en el día de Pentecostés. Como ya hemos visto, este evento fue único en la historia de la iglesia cristiana, e inauguraba, a partir de ese momento, la disponibilidad del Espíritu Santo para todo creyente. El episodio de Cornelio y su casa evidenció que los beneficios derivados de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés estaban a disposición de cualquier creyente ya fuese de la circuncisión o gentil.

8. Errores del Movimiento Carismático o Pentecostal.

En general, los movimientos carismáticos sostienen que los verdaderos cristianos de hoy día pueden recibir, del Espíritu Santo, los mismos poderes milagrosos que recibió la iglesia del Nuevo Testamento, en especial, el don de lenguas y el de sanidad.

Los errores provienen, en primer lugar, de una interpretación incorrecta del bautismo del Espíritu Santo derramado sobre los apóstoles en el día de Pentecostés, cuya característica o manifestación sobrenatural visible fue el poder de hablar en lenguas.  Por eso, ellos pretenden que cada creyente debería experimentar su propio y particular “Pentecostés”, para así obtener ese mismo don o el de sanidad, como una confirmación clara de la autenticidad de su fe.

Sin embargo, el don de hablar en lenguas dado en Pentecostés y posteriormente a otros cristianos de la iglesia neotestamentaria, tenía mayormente el propósito de que se pudiera extender y transmitir con fuerza y poder de Dios, el mensaje del evangelio en otros idiomas entendibles para los oyentes. Además, en el caso de Cornelio y su casa, posiblemente, la intención del Espíritu Santo fue hacer evidente a los creyentes judíos que a los gentiles se les otorgaba, al igual que a los apóstoles, el mismo don del Espíritu Santo, sin acepción de personas por parte de Dios.

Por otra parte, el pretendido don de lenguas obtenido por algunos carismáticos,  consiste en hablar en lenguas extrañas que normalmente no corresponden con ninguno de los idiomas o dialectos históricos, o que existen en la actualidad en este mundo. Se trata pues de una jerigonza que no tiene sentido, es decir, que nadie puede entender, ni siquiera las propias personas que la hablan. ¿Qué propósito tiene? ¿A quién o qué edifica? En el capítulo 14 de 1ª Corintios, Pablo trata la problemática que hubo en la primitiva iglesia sobre el hablar en lenguas desconocidas. Él expone, entre otras cosas, que “el que habla en lengua extraña, así mismo se edifica;... “ (1ª Corintios 14:4). Además, añade en los versículos 27,28: “Si habla alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. (28) Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios.

Debemos tener en cuenta que la iglesia del Nuevo Testamento todavía no disponía de toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, como la tenemos hoy en día. Sólo unos pocos cristianos poseían el Antiguo Testamento. Su fe provenía del poderoso testimonio de los apóstoles y discípulos de Jesús, que, al principio, iba acompañado de milagros de sanación, señales y prodigios sobrenaturales, como los que se describen en el libro de los Hechos de los apóstoles.

Como breve muestra presentaremos sólo dos ejemplos, en primer lugar, la obra de Felipe, uno de los primeros diáconos, que predicó a Jesús en Samaria, con gran manifestación milagrosa del poder del Espíritu Santo: “... Y muchos paralíticos y cojos eran sanados. (Hechos 8:7). En segundo lugar, la obra de Pablo y Bernabé en Iconio, de los cuales nos dice Hechos 14:3: “Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios.

Todo esto era necesario, no sólo para que la naciente iglesia cristiana se extendiese con fuerza y rapidez, sino también para autentificar que la nueva fe procedía de Dios, garantizando que se trataba de la religión verdadera. Tiene, pues, mucho sentido y el propósito citado, que en el inicio de la iglesia, el Espíritu Santo diera diversos dones como los descritos en 1ª Corintios 12:7-11: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. 8 Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. 10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. 11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.”

Otro caso muy distinto es el de nuestra época. Ahora disponemos de toda la revelación de Dios necesaria para la salvación de la humanidad. La Biblia está completa. Nada se le puede quitar ni añadir (Apocalipsis 22:18,19). No debemos esperar nuevas revelaciones de Dios, y como dice San Pablo: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente, sea anatema, (9) Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.” (Gálatas 1:8, 9).

El siguiente error de los pentecostales o carismáticos, que señalamos a continuación, consiste en que ellos consideran que la promesa que hizo Jesús a sus discípulos, recogida en el evangelio de San Marcos  capítulo 16 y versículo 17, es de aplicación también para nuestros días.

Marcos 16:15-18:

(15) Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 17 Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; 18 tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

Los versículos 15 y 16 contienen la gran comisión que hizo Cristo a sus seguidores, encargándoles de la propagación del mensaje del evangelio a todas las naciones, para  que “el que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Está claro que este mandato de Jesús, que también recoge el evangelio de San Mateo en el capítulo 28 y versos 19 y 20, es imprescindible. Pues, de la divulgación, posterior aceptación del evangelio y bautizo de los creyentes, depende la salvación de las personas, y debemos cumplirlo hasta que Cristo vuelva por segunda vez para llevarse a su iglesia al cielo.

En cambio, los versículos 17 y 18 se refieren a las señales milagrosas que “seguirán a los que creen, entre las que se citan, el hablar en nuevas lenguas, y otras consistentes en sanaciones instantáneas y sobrenaturales: “sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Estos textos, sin embargo, no explican cómo se iban a obtener o a recibir esos poderes.

A lo largo de este estudio, hemos constatado que los poderes milagrosos que Cristo prometió en esta ocasión (Marcos 16: 17,18) no los recibieron los cristianos por  el mero hecho de creer y ser bautizados en agua. Primeramente Cristo dio poder a sus apóstoles en el día de Pentecostés (Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo...”). También comprobamos que ese poder milagroso impartido por el Espíritu Santo era transmitido, generalmente, por los apóstoles a otros creyentes, mediante la imposición de manos (Hechos 6:6; 8:17; 19:6, caso de Felipe, y de los efesios a los que Pablo impuso sus manos), excepto, alguna ocasión, como la descrita en Hechos 10 referente al centurión Cornelio y a su casa, en que los poderes fueron impartidos directamente por Espíritu Santo.

El cumplimiento de la promesa que hizo Cristo en Marcos 16: 17,18: “....hablarán  nuevas lenguas..., sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”, se hace evidente en esos textos citados de Hechos de los apóstoles. Ahora comprendemos cómo se llevó a cabo, quién dio esos poderes, a quién se dieron esos poderes milagrosos en primer lugar, y quienes podían, a su vez, transmitirlos a otros creyentes. Pudimos comprobar que sólo a la iglesia cristiana naciente le fueron concedidos esos poderes milagrosos por las razones ya comentadas.

Debemos hacer notar que Felipe, que había recibido los citados poderes sobrenaturales por la imposición de las manos de los apóstoles (Hechos 6:6) y que los usó pródigamente en Samaria (Hechos 8:7), sin embargo, no fue capaz de transmitirlos, a su vez, a los creyentes que habían creído por su predicación de Cristo, sino que fue necesario que trajesen a Pedro y Juan para que, imponiendo sus manos los traspasaran a los bautizados de Samaria (Hechos 8:14).   

Deducimos, por tanto, que muchos cristianos recibieron, por imposición de manos de los apóstoles, los citados poderes milagrosos de sanación, pero, de ninguna manera  fueron capaces de transmitirlos, a su vez, a otros, como en el caso de Felipe. Por tanto, cuando murió el último apóstol, ya no se pudo transmitir a nadie más esos dones. Incluso, creemos que una vez consolidada y arraigada la iglesia neotestamentaria, y aun viviendo algunos de los apóstoles, el Espíritu Santo dejó de proporcionar los poderes descritos anteriormente (véase 1ª Timoteo 5:23; 2ª Corintios 12:7-9).

Los milagros de sanación realizados por Jesús, sus apóstoles y los primeros cristianos eran totalmente comprobables, evidentes, instantáneos y completos. Jamás ninguno de ellos fracasó. Sin embargo, las curaciones que tratan de impartir los pentecostales y carismáticos, no son nunca demostrables, ni evidentes. Tampoco son permanentes y completas, ni siquiera milagrosas.

Los cristianos no carismáticos reconocemos que el Espíritu Santo ya no imparte poderes milagrosos a los fieles creyentes en Cristo como lo hizo a la iglesia cristiana del primer siglo de nuestra era por las razones ya apuntadas. Sin embargo, Dios desea que confiemos en Él plenamente y que le pidamos ayuda, consuelo, sabiduría para hacer siempre su voluntad, y también, curación de nuestras enfermedades y de cualquier mal o situación que nos aflija. Ya no es mediante la acción de poderes milagrosos sino mediante la oración de fe. El apóstol Santiago nos aconseja lo que debemos hacer en todos lo casos y especialmente cuando estemos enfermos y afligidos.

Santiago 5:13-18:

“13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. 14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. 15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. 16 Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. 17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. 18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.

El énfasis de estos textos están puestos sobre el poder de la oración de fe del hombre justo, y no habla en absoluto, del poder del Espíritu Santo, ni de los poderes o dones milagrosos impartidos por Él. No que ahora no tenga el mismo poder que tenía entonces sino que ahora no es su voluntad que su iglesia crezca mediante señales prodigiosas. Dios quiere, puesto que tenemos toda su Palabra revelada, que nos santifiquemos diariamente y que crezcamos, renovemos en Cristo Jesús mediante el estudio de su Palabra que es su voluntad para nosotros.

9. Conclusión

El Espíritu Santo ha intervenido en este mundo desde el principio de su creación. Encontramos la primera referencia a Él en Génesis 1:2: “... Y el Espíritu de Dios de movía sobre la faz de las aguas.”. Desde el inicio de la creación de este planeta, el Espíritu Santo, ha estado ayudando, consolando, e inspirando a los hijos de Dios hacia la victoria sobre el mal, y la consecución del Plan de Salvación de Dios.

No obstante, es necesario distinguir entre la obra del Espíritu Santo antes del día de Pentecostés siguiente a la ascensión de Cristo al cielo y la que realiza a partir de ese día. Antes de ese día de Pentecostés, el Espíritu Santo, moraba sólo con algunas personas elegidas por Dios para una misión especial. Encontramos, por ejemplo, en Éxodo 31:1-8 que el Espíritu Santo formó a Bezaleel, junto con otros, dándoles sabiduría, inteligencia, ciencia y arte para que fueran capaces de diseñar “(7) el tabernáculo de reunión, el arca del testimonio, el propiciatorio que estaba sobre ella, y todos los utensilios del tabernáculo.”

Si seguimos avanzando en el Antiguo Testamento, nos daremos cuenta que el Espíritu Santo intervenía inspirando a determinados líderes para la realización de misiones específicas de una manera esporádica y no permanente. Como por ejemplo: los setenta ancianos de Números 11:17,25; Balaam, el que se dejó  comprar por los enemigos de Israel, para maldecir al pueblo de Dios (Núm 23;24); los jueces: Otoniel, Gedeón, Sansón, Jefté, etc.; los reyes: Saúl, David; etc. etc. En el Nuevo Testamento: Juan el Bautista (Lc. 1:15), sus padres (Lc. 1:41;1:67), Simeón (Lc. 2:25); la concepción milagrosa de María, madre de Jesús por obra el Espíritu Santo (Mateo 1:18, 20; Lc. 1:35), el cual también descendió sobre el mismo Jesús en forma de paloma (Mt 3:16).

En Juan 14:17, Jesús, durante su ministerio terrenal, hace una matización importante con respecto a la forma en que moraba el Espíritu Santo antes de Pentecostés: “el Espíritu Santo de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros.”). Es decir, Jesús confirma que, aunque moraba con los discípulos, todavía estaba en el futuro la forma, permanente y definitiva, en la que habitaría en el corazón de los creyentes, cuando Cristo fuese glorificado. Esto concuerda con las promesas reiteradas por Dios a su pueblo elegido Israel:

Ezequiel 36: 26-28 (Véase también Ezequiel 37: 14; 39:29)

 “26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.”

Sin embargo, hasta el día de Pentecostés siguiente a la ascensión de Jesús al cielo no se cumple la promesa del Padre de que enviaría el Espíritu Santo “sobre toda carne” (Joel 2:28; Hechos 2:17). Se trata del bautismo en el Espíritu Santo anunciado por Juan el Bautista (Mateo 3:11; Lucas 3:16; Juan 1:33). Confirmado y ratificado por el mismo Jesucristo ( Lucas 24:49: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre...”; Hechos 1:4, 5;Juan 7: 39: “...pues aun no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.”); Juan 14:16,17, 26; 15:26; 16:13. Reconocido por el apóstol Pedro en Hechos 2 y 11:16.

En el día de Pentecostés es derramado el Espíritu Santo, inaugurando, autentificando, y dando poder de Dios a la iglesia cristiana naciente. Esto es el  bautismo en el Espíritu Santo, cumplimiento de la promesa del Padre y del mismo Jesús, donde se da comienzo a la época de la iglesia de Cristo, y a la dispensación del Espíritu Santo, el cual está disponible, desde ese momento, para todo el que crea en las buenas nuevas de salvación en Cristo, se arrepienta, confiese su fe en Jesús como Hijo de Dios y se bautice (Hechos 2:38, 39; Hechos 8:37; Efesios 1:13; Romanos 8:9). Este evento es único, porque al igual que Cristo murió una sola vez por los pecados de muchos (Hebreos 9:26-28;10:12), así en el día de Pentecostés, se produce el bautismo en el Espíritu Santo, del que, a partir de entonces, son beneficiarios todos los creyentes y está disponible para los que ejercen su fe en el Salvador, Jesucristo.

El error de muchos, entre ellos los Pentecostales y Carismáticos, es que no distinguen entre el don del Espíritu Santo y el poder o dones milagrosos que el Espíritu Santo dio según su voluntad a la primitiva iglesia a fin de que fuese reconocida como procedente de Dios, y se extendiese y se consolidase ampliamente por todo el mundo conocido en la época en que se desarrolla el Nuevo Testamento.

Ellos creen que ser lleno del Espíritu Santo es sinónimo de poder hablar en lenguas extrañas y de realizar curaciones milagrosas o sobrenaturales. Jesús prometió a los apóstoles, el Espíritu Santo y, además, poder (Hechos 1:8: pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo...”). También promete que daría poder, no sólo a los apóstoles sino también “a los que creen” a causa de la predicación de aquellos (Marcos 16:17, 18: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; (18) tomarán en las manos serpientes, y se bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.”). Todo esto pudimos comprobar que se cumplió ampliamente con los milagros realizados por algunos cristianos de la iglesia neotestamentaria y que se describen en el libro de Hechos de los Apóstoles, como ya hemos comprobado (Véase, por ejemplo Hechos 8: 5-22; 19:1-6).

También constatamos que, los poderes milagrosos, dados por el Espíritu Santo a los apóstoles, salvo alguna excepción como la de Cornelio y su casa en que el poder les vino por acción directa del mismo Espíritu Santo, fueron traspasados a otros creyentes, sólo por medio de la imposición de manos de los apóstoles (Hechos 6:5,6; 8:5, 7, 14, 17; 19:6; etc.). Vimos que Felipe (Hechos 8:7) tenía el mismo poder de sanar milagrosamente (“muchos paralíticos y cojos eran sanados”) que los apóstoles, porque ese poder lo había recibido de ellos, y por tanto, no pudo transmitirlo a nadie más, como demuestra que tuvieron que llamar a Pedro y Juan (8:14) para que impusieran sus manos sobre los creyentes bautizados de Samaria (Hechos 8:17).

Con la vida, muerte y resurrección de Cristo, y el bautismo del Espíritu Santo realizado en Pentecostés se hizo posible que todo creyente pueda recibir el don del Espíritu Santo como así mismo afirma Pablo en Efesios 1:13: “En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.” (Léase también Hechos 2:38,39; Romanos 8:9).

Los cristianos, pues, no recibimos los poderes del Espíritu Santo sino el Espíritu Santo mismo como “...las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posición adquirida, para alabanza de su gloria.” (Efesios 13:14). Pablo nos reitera en Efesios 4:20: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.”

El bautismo en el Espíritu Santo es la promesa del Padre y de Jesucristo que fue ya cumplida en el día de Pentecostés, y de la cual nos beneficiamos todos los creyentes, pues, desde ese momento, el Espíritu Santo está disponible para todos los que aceptan a Jesús como su Salvador personal. Así lo afirmó San Pedro en Hechos 2: 38,39: “38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Nótese que la promesa es el don del Espíritu Santo, no el poder del Espíritu Santo, y que no se trata de que se producirían nuevos bautismos en el Espíritu Santo. Una vez cumplida la promesa del Padre (Joel 2:28; Lucas 24:49; Hechos 1:4,5), en el día de Pentecostés, sólo queda el bautismo en agua que mandó Jesús, en Mateo 28:19 y Marcos 16:16, que recibiesen todos los que creyeran en Él (Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; Marcos 16:16: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”). El cual fue confirmado por Pedro en Hechos 2:38 y 1ª Pedro 3:21.

El apóstol San Pablo confirma en Efesios 4:5 que hay un solo bautismo “un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y en todos.”. ¿Está diciendo San Pablo aquí que, acaso, existen, a la vez, un bautismo en agua y un bautismo en el Espíritu Santo? La Palabra de Dios se refiere claramente a un solo bautismo, el que se realiza cuando el creyente es sumergido en agua. El bautismo en el Espíritu Santo es una promesa cumplida. El Espíritu Santo vino en Pentecostés y desde entonces puede morar en el  corazón o espíritu de cada creyente por la fe en Cristo.

¿Qué tipo de bautizo recibió el etíope, por Felipe, cuando volvía de Jerusalén a Gaza, sentado en su carro? ( Véase Hechos 8:26-39).

¿Fue, quizá, el bautismo en el Espíritu Santo o el bautismo por inmersión en agua? Veamos que dice la Palabra de Dios: “Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? (37) Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. (38) Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. (39) Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.” (Hechos 8:36-39). Por tanto, nuestra entrada al cuerpo de Cristo, que es su iglesia, se realiza mediante el bautizo por inmersión en agua (1ª Corintios 12: 13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”).

Observemos que el bautismo en agua es un mandamiento que corresponde obedecer a todos los creyentes que estamos en la Nueva Alianza. Es una prueba de nuestra fe en la obra expiatoria y redentora de Jesús en la cruz. Es una obra de fe, que demuestra nuestra fe, que requiere obediencia, tomar una decisión y realizar una acción. Somos justificados sólo por gracia sin las obras de la ley (Romanos 3:28; 5:1; Tito 3:5; Efesios 2:8, 9; etc.). La fe se perfecciona por las obras (Santiago 2:22). De nada sirve decir que uno tiene fe, si no demuestra que obra conforme a la voluntad de Dios. (Santiago 2:24). Bautizarse en agua es una obra que demuestra que creemos en la Palabra del Señor.

Sin embargo, el bautizo en el Espíritu Santo no es un mandamiento, sino una promesa del Padre y de Jesús, que se cumplió en Pentecostés, y desde entonces, los creyentes por fe, participamos de sus beneficios. Los cuales consisten en que el Espíritu Santo mismo habita en nosotros, pero no tiene nada que ver con recibir poderes milagrosos de hablar en lenguas y de sanación de enfermedades. Tampoco consiste en ser llenos del Espíritu Santo, puesto que esto, también ocurrió antes de Pentecostés, como vimos sucedió a Juan el Bautista, y a sus padres (Lucas 1:15, 41, 67). No obstante, la forma en que éstos fueron llenos del Espíritu Santo es distinta a la manera como será realizada, después de Pentecostés, así como lo presenta Pablo en Efesios 5:18. Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo “...aun desde el vientre de su madre” (Lucas 1:15), porque Dios decidió que así fuese, pues no intervino la voluntad de aquel. Sus padres también fueron llenos del Espíritu Santo para recibir revelaciones de Dios que eran necesarias en esos momentos.

Muchos confunden el bautismo en el Espíritu Santo con el ser llenos del Espíritu Santo. Los creyentes recibimos, como ya hemos comprobado, el don del Espíritu Santo, cuando nos convertimos a la fe cristiana, siendo entonces “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13; 4:30). Otra cosa distinta es ser llenos del Espíritu Santo que es algo que depende de nuestra entrega a Dios y del grado de santificación que hayan alcanzado nuestras vidas, y, además, es una experiencia que se puede obtener repetitivamente a lo largo de la vida de cada creyente.

San Pablo nos exhorta a que seamos llenos del Espíritu Santo (Efesios 5:18: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu Santo.”. Es nuestro deber, por tanto, perseverar en los medios de gracia que Dios nos ha dado para ser cada día más llenos del Espíritu Santo. Fundamentalmente, consisten en leer, estudiar y meditar diariamente la Biblia, orar sin cesar a Dios (1ª Tesalonicenses 5:17), manteniendo una comunión constante con Él, obedecer y practicar lo que las Sagradas Escrituras nos mandan, de acuerdo a la voluntad de Dios, y reunirse con otros fieles cristianos para aprender más de Dios y de su Palabra, y para crecer en amor y en comunión con los hermanos en la fe.

La bendición de ser llenos del Espíritu Santo nos es dada, cuando la pedimos a Dios en oración, y la necesitamos para dar testimonio de nuestra fe con poder para que otras personas reciban el mensaje de las buenas nuevas de salvación en Cristo Jesús. También para aprender más de su Palabra, de su voluntad y para ayudarnos a vencer nuestras debilidades físicas y espirituales.

También disponemos de ejemplos en la naciente iglesia, como es el caso, cuando los primeros creyentes en Jesús estando congregados pidieron en oración, confianza y valor para afrontar los peligros que les amenazaban por el odio que les tenían los dirigentes judíos de la época de Jesús   (Hechos 4:31: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Léase, por favor, todo el capítulo 4.). Aquí queda claro, que los fieles congregados habían orado, y necesitaban ser especialmente llenos de Espíritu Santo para no amilanarse ante los judíos, y poder predicar con denuedo la Palabra de Dios.

Hechos 7 nos narra la tremenda experiencia de Esteban, el primer mártir de la iglesia de Cristo, el cual fue también lleno del Espíritu Santo para poder afrontar una terrible situación, en la que no sólo dio un poderoso testimonio de su fe en Jesús sino que llegó a entregar su vida, sufriendo el martirio en su carne. Dios le consoló, especialmente, en esos amargos momentos, proporcionándole, una visión celestial: “pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, (56) y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.”  (Hechos 7:55, 56).

Tener el don del Espíritu Santo o ser lleno del Espíritu Santo no son experiencias que imprescindiblemente tengan que ir acompañadas de sentimientos extraños o exagerados, ni situaciones de pérdida de control de la conciencia. No equivale a caer en trance o cosa similar como experimentar un éxtasis, en el que el entendimiento no gobierne nuestra mente. Por supuesto, tampoco va asociado con señales milagrosas de hablar en lenguas u otras manifestaciones similares. Por el contrario, cuando uno es lleno del Espíritu Santo, su mente se vuelve más lúcida y su entendimiento de las cosas de Dios aumenta, sé es más sabio, y con más capacidad de afrontar conscientemente situaciones difíciles o quizá límite.

Todo cristiano verdadero, que tiene el don del Espíritu Santo, independientemente que sea más o menos lleno del Espíritu Santo, si es auténtico, deberá necesariamente, no hacer señales milagrosas, sino más bien, mostrar los frutos del Espíritu Santo: 22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Gálatas 5:22-24).

Desde el día de Pentecostés, en que se cumplió la promesa del Padre y de Jesús del Bautismo en el Espíritu Santo, Él está disponible para “toda carne” (Hechos 2:17;38,39), y todo cristiano sincero recibe el don del Espíritu Santo, cuando se convierte y se bautiza en agua. Desde ese mismo instante el Espíritu Santo mora en nosotros, y nuestro cuerpo y ser entero es templo del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16,17; 6:19,20; 2ª Corintios 6:16-18).

1ª Corintios 3:16,17

“16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”

1ª Corintios 6:19,20

“19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”

2ª Corintios 6:16-18

“16 ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:

Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. 17 Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo;
Y yo os recibiré, 18 Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.”

 

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*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo que se indiquen, expresamente, otras versiones distintas. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

 

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