Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Comentarios a la Introducción

de

¿Es Jesucristo Dios-Hombre a la vez?

 

Versión 26-01-09

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción.*

Querido amigo, la pregunta que me planteas, -¿En que momento crees tú que los discípulos llegaron a saber que Jesucristo era el propio JEHOVÁ?- en mi opinión, es irrelevante, pues es de poca o nula utilidad saber el momento en que los discípulos reconocieron o descubrieron que en Jesucristo coexistía, junto con la evidente y visible humanidad, la misteriosa e invisible divinidad. Lo verdaderamente importante es comprobar lo que la totalidad de las Sagradas Escrituras, Antiguo y Nuevo Testamento (de aquí en adelante, abreviadamente, AT y NT), nos revelan y declaran al respecto. Aunque este misterio se confirma plenamente en el NT, ya se insinúa en varios textos del AT, como veremos más adelante.

1. Comentario de Alfonso:

Debió estar insinuado tan sutilmente que los destinatarios primarios de esa revelación, los judíos, nunca han visto en el Antiguo Testamento el más mínimo atisbo de argumentación protrinitaria. 

1. Comentario de Carlos Aracil:

En los primeros versículos del libro del Génesis ya se atisba que Dios es uno en una pluralidad de personas. En Génesis 1:26, al referirse a Dios, que se traduce de la palabra Elohim con forma plural, se usa también el plural hagamos esto requiere que por lo menos la Deidad esté formada por dos personas. Asimismo, es igualmente significativo que existan muchos otros versículos en que se usa también la forma plural, como por ejemplo Génesis 3:22: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal...” (Véase además Génesis 11:7: Daniel 7:9-17; etc.). Por otro lado, en Génesis 1:2 se nos describe a la tercera persona de la Trinidad actuando también en la Creación del mundo: “...El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas....”.

Por otra parte, no es extraño que los judíos no vislumbraran que Dios existía y se manifestaba en tres personas distintas. Entre otras cosas porque aun no estaba plenamente revelado en el AT. Si la mayoría de ellos, especialmente los dirigentes, escribas y fariseos, no fueron capaces de reconocer en Jesús al Mesías que tanto deseaban que viniese, mucho menos reconocerían que Él formaba parte de Dios o procedía de Dios. A pesar que en Jesús se cumplían perfectamente las características del Siervo de Jehová, que se describen en Isaías 52 y 53 (con Mateo 11:5) y las profecías sobre su nacimiento milagroso de una virgen (Isaías 7:14) y su rango de Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz (Isaías 9:6), no quisieron reconocerlo como el Mesías esperado, por su dureza de corazón.

Tanto los apóstoles y discípulos, que fueron testigos oculares de sus grandes milagros, como  nosotros, y el resto de creyentes de todos los tiempos que, aunque no pudimos verlos, aceptamos su Palabra como verdadera y digna de todo crédito, vislumbramos que algo de su divinidad refulgía a través de su humilde humanidad.

Los maravillosos milagros a los que nos referíamos, como la resurrección de Lázaro (Juan 11:11-44), de la hija de Jairo (Marcos 5:35, 41, 42) y de otros (Lucas 7:12-15), la multiplicación de los panes y los peces (Mateo 14:16-21), su autoridad y poder sobre la naturaleza, demostrada al calmar la tempestad (Mateo 8:23-26), y al caminar sobre las aguas embravecidas (Mateo 14:25-27), así como las curaciones instantáneas de los cojos, ciegos, paralíticos, y un largo etc., probaron abundantemente que Jesucristo era no sólo el Mesías, o sea el Ungido de Dios esperado por Israel, sino también el Hijo de Dios.

2. Comentario de Alfonso:

Jesús es “el Hijo de Dios”, pero no “Dios”. Los milagros los realizaba Dios, por medio de Él, igual que los hizo también por medio de los apóstoles: 

“14 Entonces Pedro, […] levantó su voz y les dijo: "[…] 22 ‘Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, […]” (Hch 2: 14-22, BJ). 

“[…] a estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: […] sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; […]”. (Mateo 10: 5-8)

2. Comentario de Carlos Aracil:

En primer lugar, deberíamos ser capaces de distinguir entre hijos, que son todos los seres creados por Dios, tanto terrenales como celestiales o de otros planetas habitados que pudieran existir en el Universo, como, por ejemplo, fueron la primera pareja, Adán y Eva y todas las demás criaturas espirituales llamadas  ángeles, y el Hijo de Dios, el unigénito del Padre (Juan 1:14), el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre. (Juan 1:18; véase además Juan 3:16, 18; 1 Juan 4:9).

A fin de hacer esa diferenciación entre hijos, criaturas, o sea, seres creados por Dios, y el Hijo de Dios como ser único, singular y no creado, el apóstol Juan introduce aquí, por primera vez, el término unigénito que procede de la palabra griega monogenés.

Incomprensiblemente, también, incorrecta e interesadamente, algunos le han dado a la palabra unigénito el significado de “único engendrado”, tergiversando el verdadero sentido de la palabra griega monogenés. Claramente este término griego está compuesto de mono, que significa único, sin par, solo, singular, etc., y genés: género, clase, descendencia, casta, tribu, etc. Por tanto, si atendemos fiel y cabalmente a la etimología de la palabra citada no cabe obtener otro sentido que el siguiente: único en su género, o simplemente único. Monogenés igualmente se traduce único y única en Lucas 7:12 y 8:42. Y en Hebreos 11:17, al hijo que Abraham tuvo según la promesa de Dios, Isaac, también se le denomina unigénito, es decir, monogenés. Tampoco en este caso, tendría sentido traducirlo como el único hijo engendrado por Abraham, porque sabemos que no fue el único engendrado, pues tuvo antes a Ismael. Por el contrario, aquí unigénito también tiene el sentido de hijo singular, especial y único, el de la promesa, porque en él  serían benditas todas las naciones y de cuya descendencia o linaje procedería Jesús, el Salvador.

Unigénito no se refiere, pues, al origen del Hijo de Dios sino a su naturaleza. Por otro lado, es lógico que sea así, ya que Jesús es el único igual al Padre, no sólo en sustancia sino también en naturaleza, porque es el Hijo de Dios. Análogamente, si los hijos de la familia humana necesariamente tienen que tener la naturaleza humana, ¿Por qué el único Hijo de Dios no va a poseer la naturaleza divina, y ser consustancial al Padre, y uno con Él (Juan 1:1; 10:30; 14:7-11; Fil. 2:6-8; etc.)?. Unigénito, significa, pues, en este contexto, el único con la misma naturaleza que el Padre (véase Lucas 1:35: “...el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.”). En este texto se demuestra la humanidad y divinidad de Jesús.

Tal es este el sentido de unigénito que, incluso, algunos manuscritos antiguos inciden más claramente en esta interpretación cuando traducen Juan 1:18, de la siguiente manera: “A Dios nadie le vio jamás: el unigénito Dios,...”. Y la Santa Biblia, Nueva Reina-Valera 1988-1990, traduce el mismo versículo así: “A Dios nadie lo vio jamás: el Hijo único, que es Dios, que está en el seno del Padre, él lo dio a conocer.”

De este modo podemos entender la desproporcionada reacción que tuvieron los judíos cuando Jesús afirmó “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.” (Juan 10:31). Para la ley de Moisés (Levítico 24:16) cualquiera que blasfemara el nombre de Dios debía morir apedreado.

Los judíos comprendieron que las palabras de Jesús significaban que era de la misma naturaleza que el Padre, por eso acto seguido dieron razón por la que querían matarle: “...porque tú, siendo hombre, te haces Dios. (Juan 10:33 úp.). “Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? (35) Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), (36) ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? (Juan 10:34-36). Véase además Mateo 26:63, Marcos 14:61, 62, Lucas 22:67-70, en que Jesús mismo confiesa que es el Hijo de Dios, y en Mateo 17:5 es Dios Padre quien declara que Jesús es su Hijo amado ( Véase también 2ª Pedro 1:17).

Jesús al autodenominarse Hijo de Dios se hacia igual a Dios, no un dios como aquellos a quienes vino la palabra de Dios a los que se refería Jesús antes, a los cuales se les daba este título porque representaban a Dios en sus funciones de gobernantes, sino en el sentido de Dios mismo, el Creador del Universo. Los judíos nunca podían confundir al Dios único, Creador, con cualquier hombre que por ostentar cierta privilegiada posición de poder y responsabilidad dada por Dios, recibía también el título de dios en el AT.

Jesús no era ese tipo de dios equiparable al título que recibían, los profetas, jueces, o algunos legisladores del AT. De ser así no hubieran intentado apedrearle. Los judíos tenía bien claro que no podían dar a un hombre, la gloria y honra que sólo pertenecía a Dios. Eran celosos en cumplir la ley, “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3), y “Al Señor tu Dios adorarás y al solo servirás. “(Deut 6:13; Mt. 4:10). Cuando Tomás, el apóstol incrédulo, confesó, ¡Señor mío, y Dios mío!, estaba dando, con toda seguridad, a Jesús, el título de Dios con mayúsculas, como el Creador, y no solamente considerándole un hombre con poder.

Veamos como el autor del libro de Hebreos vuelve a incidir en lo que venimos afirmando, al referirse al Hijo de Dios como la imagen misma de su sustancia [la de Dios]. El Hijo de Dios, Creador del Universo junto con el Padre, no puede dársele el titulo de un dios menor o semidiós, no sería congruente, ni compatible con toda la Revelación bíblica (Ver también Colosenses 2:9):

Hebreos 1: 1-3:

“1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,” 4 hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.

¿Fue el Hijo de Dios el primer Ser creado o engendrado por Dios superior a los ángeles e inferior a Él mismo?

Algunos también han interpretado incorrecta o equivocadamente Hebreos 1: 5 que hace alusión al Salmo 2:7 : “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy.”. Para no torcer las Sagradas Escrituras siempre hay que evitar interpretar textos aislados de su contexto. Por otro lado, siempre hay que dejar que sea la propia Santa Biblia la que se interprete así misma. Por tanto, en lugar de pretender que prevalezca nuestra interpretación particular, en éste o cualquier otro tema, debemos antes averiguar propiamente y someternos al uso y significado que le dan los apóstoles de Jesús. Aceptemos, pues, el sentido que dan ellos al texto de Salmos 2:7.

Hebreos 1: 5-14:

 5 Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo? 6 Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. 7 Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego. 8 Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino. 9 Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros. 10 Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos. 11 Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura, 12 Y como un vestido los envolverás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo, Y tus años no acabarán. 13 Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? 14 ¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?

El contexto indica en que momento es engendrado el Hijo de Dios: “cuando [Dios] introduce al primogénito en el mundo” (Hebreos 1:6 pp.). Es decir, el contexto está hablando de la encarnación de Jesús por medio de la virgen María: “Y pensando él [José] en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. (Mateo 1:20).

No obstante, el apóstol Pablo relaciona el Salmo 2:7 con la resurrección de Jesús: “La cual [el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres -verso anterior] Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.” (Hechos 13:33).

¿Qué nos está diciendo San Pablo aquí?  Pues que con la resurrección de Jesús, se cumple, culmina y confirma la promesa de salvación prometida en el AT. La resurrección es no sólo la prueba de la victoria del Hijo de Dios sobre el pecado y la muerte sino también que Él es quien dice ser: el único Hijo de Dios (Romanos 1:4), que mediante la encarnación ha logrado rescatar a la perdida humanidad. Por eso Pablo vincula el Salmo segundo “Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”, que se refiere al momento de la encarnación, con la resurrección, porque sólo por aquélla, Dios rescata a la Humanidad.

Así pues, la Encarnación, nacimiento de una virgen, vida perfecta y santa, muerte y resurrección de Jesús, consuman y configuran las buenas nuevas de la salvación en Cristo. Igualmente, el autor del libro de Hebreos relaciona el mismo Salmo 2:7 con la función sumo sacerdotal que Jesús realiza en el Cielo, después de su resurrección (Hebreos 5:5). Porque si Jesús no hubiese sido engendrado como hombre, es decir, si no  hubiera tomado la naturaleza humana cuando se encarnó, tampoco hubiese podido ser nuestro representante y mediador (1ª Timoteo 2:16). También gracias a su encarnación “...no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios;” (Hebreos 9:24).

Jesús, después de su muerte expiatoria, por haber conseguido muchos hijos para la gloria, también recibe el título de Primogénito (Romanos 8:29), y Primogénito de los muertos, porque por su sacrificio expiatorio son rescatados de la muerte muchos hermanos (Colosenses 1:18; Apocalipsis 1:5). Y como dice San Pablo “para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18 pú), también se le da el nombre de Primogénito de toda creación, “porque en Él [el Hijo de Dios] fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él.” (Colosenses 1:17). Estos versos tienen relación con Apocalipsis 3:14: “...He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios....”,     que a su vez se vincula con Juan 1:1 y Apocalipsis 1:8: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”; (Véase también Apocalipsis 21:6; 22:13).

¿Hay alguna diferencia entre la obra milagrosa de Jesús y la de sus discípulos?

Puesto que en Jesucristo subsisten la naturaleza humana y la divina en la misma persona, en cuanto ser humano perfecto, necesitaba al igual que los discípulos, someterse humildemente al poder y a la voluntad de Dios para realizar cualquier obra sobrenatural (Filipenses 2:6-10; Juan 14:28; Lucas 24:36). Es decir, como Hijo del Hombre, que es como gustaba a Jesús autodefinirse para enfatizar su encarnación, o sea, su perfecta toma de la condición humana, no tenía otro poder en sí mismo que el que procedía de Dios Padre.

Por tanto, como hombre, Jesús estaba sujeto a las mismas leyes naturales que cualquier otro ser humano. De la misma manera, los discípulos no tenían en sí mismos ningún poder sobrenatural para realizar milagros sino que todo era obra de Dios, y ellos simples instrumentos por los cuales se manifestaba Su poder (Hechos 3:2-10; 9:32-35; 36-42; etc.).

Sin embargo, no podemos quedarnos sólo con la humanidad de Jesús, pues eso significaría que no aceptamos la Palabra de Dios, tal y como nos ha sido revelada. La Santa Biblia, que ha superado, durante cientos de años, todas las pruebas de autenticidad y de verdad a la que fue sometida por sus detractores, declara con firmeza y claridad que Jesús es el Hijo de Dios, y Dios igual al Padre (Juan 1:1-3). Creemos que en el cuerpo de este estudio se han aportado suficientes textos que demuestran no sólo la preexistencia de Jesús sino también su Deidad. Por tanto, no vamos a repetirlos de nuevo (Por ejemplo: Juan 8:58; 17:5; Juan 1:1-5; Filipenses 2:6-9; Colosenses 2:9; 1ª Timoteo 3:16; Hebreos 1:8-13; etc.).  

Como hombre, es decir, una criatura de Dios, Jesús, debía sumisión no sólo a Dios Padre (Juan 14:28; Lucas 24:36), sino también a sí mismo en cuanto que era simultáneamente Dios. Puesto que, en su humanidad estaba inserta, también, su Deidad, es lógico y natural que se manifestase, también, ésta a través de aquélla, pero veladamente, sin dejar translucir la gloria de Dios.

Ignoramos, porque no se nos ha revelado, cómo se efectúa la interrelación entre las dos naturalezas de Jesús. Obsérvese que no podemos referirnos al Jesús  hombre  y al Jesús Dios, puesto que eso sólo sería posible si fueran dos personas distintas, lo cual no es el caso que nos ocupa. Por tanto, debemos aceptar por fe lo que se nos ha revelado, y no tratar de resolver lo profundo e insondable de la Divinidad de una forma simplista, rechazando de plano la naturaleza divina de Jesús. Si negamos, de esta manera, la evidencia bíblica  lo único que  conseguiríamos es no entender nada de la Biblia, y poco a poco llegaríamos a dudar no sólo de la inspiración y verdad de la misma sino que haríamos mentiroso a Jesús (1ª Pedro 2:22: “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;”) y a Dios Padre (Hebreos 6:17,18). Si Jesús no fue el que dice la Biblia que es, la Biblia sería un inmenso e inconmensurable fraude ¿A quién acudiríamos para recibir vida eterna? (Juan 6:68).

Aunque los milagros y obras que los discípulos de Jesús realizaron eran semejantes a las que Él mismo hacía, pues no olvidemos que dichos milagros, en ambos casos, provenían de Dios, es innegable que las obras de Jesús tenían el sello o la impronta de la Deidad. En Jesús existía una autoridad y poder sobrenatural procedente de su naturaleza divina y de su perfecta unión con el Padre que no tuvieron nunca los hombres de Dios de cualquier época. Creo que sería innecesario volver a enumerar las obras sobrenaturales de Jesús, como la alimentación de cinco mil personas, calmar la tormenta a su orden, caminar sobre las aguas, las curaciones espectaculares, resurrecciones de personas muertas, realizadas con sólo su Palabra, un acto de su misma voluntad que coincidía siempre con la del Padre.

Jesús se autoproclama como la resurrección y la vida (Juan 11:25). Además, Jesús sabe todo el futuro, las cosas que han de suceder que sólo son conocidas por Dios desde el principio (Mateo 24:3-35; Lucas 19:41-44; 21:20). Conoce a cada persona por su nombre (Juan 1:42, 50; 19:5; etc.), predice sus sufrimientos, que iba a morir y resucitar al tercer día. Él es el que transmite a sus discípulos el poder y la autoridad de hacer milagros (Mateo 10; Marcos 3:14,15; 6:7; Lucas 9:1). Solo Jesús conoce a Dios (Mateo 11:27). Por último, un detalle más, que pasa desapercibido pero que sólo Dios es capaz de hacer:

¿No denota, también, su divinidad la forma en que obtiene admirable y sorprendentemente el importe exacto que se necesitaba para pagar el impuesto del templo por medio de un pez?

Mateo 17:27

27 Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero [moneda correspondiente a cuatro dracmas]; tómalo, y dáselo por mí y por ti.”

Aunque existen muchas más evidencias de la divinidad de Jesús, no deseamos ser más prolijos. Los que busquen la verdad sin prejuicios, ideas preconcebidas, con sinceridad y pidiendo a Dios humildemente en oración, sabiduría e inspiración, sin lugar a dudas, la encontrarán estudiando con fervor Su Palabra, la Santa Biblia.

El mismo Jesús citó su obra milagrosa para consolar y convencer a Juan el Bautista, de que Él era el Mesías esperado por Israel: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio;” (Mateo 11:5). Esto es lo que estaba profetizado, en el Antiguo Testamento, que haría el Mesías cuando viniera (Isaías 61:1-3).

3. Comentario de Alfonso:

Jesús era el Mesías. Mesías significa “Ungido”. Era el “Ungido de Dios”, no Dios.

 

3. Comentario de Carlos Aracil:

¿Por qué Jesús no puede ser ambas cosas a la vez, el Mesías y el Hijo de Dios, de la misma naturaleza y consustancial con Dios Padre? ¿Qué lo impide?¿Sólo porque no podemos entenderlo vamos a dejar de creer en la Verdad revelada? Además, el Mesías prometido a Israel tenía que nacer de una virgen (Isaías 7:14; 8:6), lo que implica que necesariamente debía de ser Hijo de Dios para poder ser el verdadero Mesías.

Sólo hay una dificultad: la falta de fe. Ya hemos dado, en este estudio, multitud de argumentos y pruebas de la divinidad de Jesús. Por tanto, el creer en ella dependerá del grado de entrega, sinceridad e independencia de criterio con el que estudiemos la Palabra de Dios.

No obstante sus maravillosos y múltiples milagros, muchos discípulos, probablemente, no reconocieron en Él su divinidad, es decir, su condición de Hijo de Dios, hasta comprobar, con sus propios ojos, su resurrección. Este es el caso, por ejemplo, de los discípulos que iban camino de Emaús (Lucas 24:13-31). Mucho más importante y esclarecedor es el testimonio de Tomás, que encontramos en el evangelio de San Juan, uno de los doce apóstoles, que se negó a creer en la noticia de la resurrección de Jesús, que le expresaron los otros discípulos, hasta que no la comprobara por sí mismo: “Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).
“26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”  (Juan 20: 26, 27)

La reacción de Tomás a esas palabras de Jesús, que mostramos en el siguiente pasaje, es la afirmación y reconocimiento de la divinidad de Cristo más clarificante y tajante que se conoce en los evangelios, y que no deja lugar a dudas de que en ese momento Tomás  aceptó y creyó que Jesús no sólo era su Señor sino también su Dios.Veamos cuales fueron exactamente sus palabras y que le contestó Jesús:

Juan 20: 28, 29

 “28 Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! 29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”

4. Comentario de Alfonso:

En tiempos bíblicos la palabra “DIOS”, se utilizaba también como sinónimo de “Señor”, de “autoridad”.  Así, hablando de los jueces de Israel, les llama “DIOSES”:
 
“DIOS (Jehová) está en la reunión de los DIOSES [ELOHÍM]; En medio de los DIOSES juzga.
2 ¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente, Y aceptaréis las personas de los impíos? […] 6 Yo dije: Vosotros sois DIOSES. E hijos todos vosotros del Altísimo. 7 Empero como hombres moriréis...” (Salmo 82: 1-7)

Hablando con Moisés, Jehová le dice:
“JEHOVA dijo á Moisés: Mira, yo te he constituído DIOS [elohím] para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta.” (Éxodo 7: 1)

Existen más ejemplos, pero sería prolijo citarlos todos.
En la época en la que se escribió el cuarto evangelio, el emperador Domiciano, insistía en que se lo llamara “Señor y Dios nuestro”. Algunos autores piensan que San Juan puso en boca de Tomás una expresión similar, para resaltar la autoridad del Hijo de Dios.

Jesús dijo a sus discípulos: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a MI DIOS, y a vuestro DIOS.” Si hubieran creído que Jesús era Dios, en el sentido que lo es Jehová, esta frase los hubiera dejado perplejos. Sin embargo, los discípulos nunca dan la sensación de estar perplejos ante la idea de tener al mismísimo Jehová ante ellos, en carne y hueso.

Juan dice: “A Dios nadie le vio jamás”. Podría haber dicho: “Al Padre nadie le vio jamás”, pero dijo “Dios”

4. Comentario de Carlos Aracil:

En los párrafos 6, 7 y 8 de mi segundo comentario, hemos abordado el tema del empleo de la palabra dios aplicada a personas que ostentaban autoridad, como los jueces y los profetas del AT, por tanto, no vamos a extendernos más aquí. Como decíamos allí, para la mentalidad judía no era posible confundir a personas con autoridad, a las que se les adjudicaba el titulo de dios por analogía, con el verdadero Dios y Señor del Universo. Estamos convencidos, por todos los argumentos y pruebas que respaldan la divinidad de Jesús, que Tomás afirmó en ese momento la naturaleza divina de Jesús.

Es cierto que a Dios nadie le vio jamás excepto Jesús que, por ser de su misma naturaleza y esencia, pudo no sólo verle sino también conocerlo de forma absoluta (Mateo 10:27; Juan 14:9; 10:30). Aunque Jesús era Dios, no se manifestaba con la gloria de Él sino velado por su humanidad, y sólo se reconoce su Deidad por sus palabras y obras sobrenaturales. Lo único visible de la persona Jesús es su condición de hombre. Por tanto, sólo en un sentido relativo ver su humanidad era equivalente a ver su Divinidad, pero no en el absoluto.

Los seres humanos no podemos ver a Dios en nuestra condición caída y pecadora. Cuando Jesús se transfiguró “resplandeció su rostro como el Sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.” (Mateo 17:2; Marcos 9:3; Lucas 9:28; Juan 1:14; 2ª Pedro 1:16), y se manifestó, entonces, un atisbo de su velada Deidad.

Con respecto al comentario que haces sobre Juan 20:17:  “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.”

Jesús le gusta llamarse así mismo el Hijo del Hombre, porque se identifica con la Humanidad. Su Encarnación es el comienzo de su humillación y de su misión como Salvador que requería “...ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” (Hebreos 2:17; véase además Hebreos 2:9-16; 5:7-10).

Jesús gustó la muerte eterna por todos nosotros como Hombre-Dios. Si sólo hubiese sido una criatura de Dios, su sacrificio no habría sido adecuado, pues lo que se dirime es la justicia y el carácter amoroso y misericordioso de Dios, y ningún ser creado puede representar y sustituir al Creador. No sería lógico que si se ha pecado contra Dios, el sacrificio de cualquier finita criatura pueda reparar el daño y el mal cometido, que, por otro lado, también tiene una inconmensurable dimensión que se nos escapa.

El contexto de Juan 20:17 indica claramente que Jesús se presenta como hermano de los discípulos y no como Dios, ¿por qué? Porque Él también, como hombre, es Hijo de Dios, y con su sacrificio expiatorio acaba de rescatarlos, al haber triunfado sobre el pecado y la muerte, y ellos, ahora, también pueden ser llamados hijos de Dios, y, por tanto, sus hermanos.

Si despojamos a Jesús de su naturaleza divina, entonces la Santa Biblia tendría serias contradicciones, sería totalmente incongruente e inconsistente, perdiéndose la esencia de la religión cristiana que es el misterio de la piedad: “Dios fue manifestado en carne...” (1ª Timoteo 3:16), “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), y “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados,...”. (2ª Corintios 5:19).

¿No es sublime y maravilloso que “[Cristo Jesús], el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2: 6-8)?  ¿Por qué Dios no iba a bastarse a sí mismo para salvar y rescatar a la humanidad perdida?

Consideramos, por nuestra parte, que lo expresado arriba son suficientes indicios de que, con la resurrección de Jesús, los discípulos, si no todos, al menos, una importante mayoría había aceptado y reconocido que Él, además de hombre, era también Dios. No obstante, antes de entrar en el cuerpo de este estudio, pondremos, todavía unos ejemplos más que prueban que Jesucristo poseía atributos que sólo puede poseer Dios, como es la omnisciencia que le reconoció el apóstol Pedro, y el poder de perdonar pecados que se atribuyó así mismo, así como la declaración del apóstol San Pablo de Filipenses 2:5-8.

El apóstol Pedro reconoció la omnisciencia de Jesús, cuando “...le respondió: Señor, tú lo sabes todo;...” (Juan 21:17).

5. Comentario de Alfonso:

La Biblia enseña que … Hablando del fin del mundo, Cristo dijo a los discípulos: “Empero de aquel día y de la hora, nadie sabe; ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.” (Mr 13: 32). Luego hay cosas que el Hijo no sabe, y no puede decirse por tanto que sea omnisciente, en el sentido que lo es Jehová.

5. Comentario de Carlos Aracil:

Jesús, como Hijo del Hombre, es igual a cualquier ser humano pero sin pecado. Como humano sólo puede acceder a los misterios que Dios quiera revelarle. El futuro pertenece a Dios y le está vedado como hombre. Ya hemos dicho anteriormente que desconocemos todo sobre como se interrelacionan las dos naturalezas que subsisten en Cristo, la humana con la divina. Cuando Jesús aceptó hacerse hombre se dispuso a serlo enteramente, con todas las consecuencias, y a humillarse a lo sumo hasta la muerte de cruz (Filipenses 2: 6-8).

En cuanto el perdonar pecados, que sólo Dios puede hacerlo (Daniel 9:9, Lucas 5:21), es también una potestad que Él mismo poseía (Mateo 9:2ea.; Marcos 2:7; Lucas 5:20; 7:46, 48).

6. Comentario de Alfonso:

“Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados, (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete á tu casa.” (Mt 9: 6).

¿Por qué tenía Jesús esa potestad?. La Biblia enseña que …

“Toda potestad ME ES DADA en el cielo y en la tierra” (Mt 28: 18). Todo el Nuevo Testamento es consistente en cuanto a que los poderes de Jesús LE HAN SIDO OTORGADOS.  Jesús había recibido la autoridad de pronunciar el perdón de los pecados, y así lo aclara en otros pasajes. Bajo el control del Espíritu Santo, los discípulos también recibieron autoridad para remitir o retener pecados. 

“Y como hubo dicho esto, sopló, y díjoles: Tomad el Espíritu Santo: A los que remitiereis los pecados, les son remitidos: á quienes los retuviereis, serán retenidos”. (Jn 20: 22-23).

6. Comentario de Carlos Aracil:

En primer lugar, abordas la siguiente cuestión:

¿Tenía el Hijo de Dios poder en sí mismo o era, en todo caso, concedido por el Padre?

El Hijo de Dios al hacerse hombre restringió voluntariamente parte de su autoridad o potestad que tenía como Dios igual al Padre. No obstante, según Mateo 9:6, como Hijo del Hombre, Jesús mantenía la prerrogativa de perdonar pecados. Esto es lógico, porque Él había venido a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21), y porque era también Dios. Si su misión como hombre era cargar con los pecados del pueblo y morir por los pecadores, era natural que este poder permaneciera inalterable, después de su encarnación (Isaías 53: 5,6, 10-12).

No era ese el único poder o autoridad que poseía durante su ministerio terrenal. Sí el pudo dar a sus discípulos poder y autoridad sobre los demonios y sobre toda enfermedad y dolencia, es porque ese poder existía en Él. No se puede otorgar lo que no se posee. Veamos Mateo 10:1 (Lucas 9:1): “Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.”.

La declaración de Jesús “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.”del verso de Mateo 28:18, se produce después de su resurrección, cuando Él ya ha sido restituido de la gloria y el poder que tenía antes de su Encarnación. Veamos algunos textos que así lo confirman:

Juan 17:5:

“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.

Filipenses 2:8-11

“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (9) Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, (10) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; (11) y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre

En los citados versos de Filipenses 2: 8-10,  el apóstol Pablo, claramente hace distinción entre Jesucristo que es el Señor, y Dios Padre. Si Jesucristo no fuera Dios, igual al Padre, se daría la paradoja que los cristianos tendríamos dos Dioses distintos, uno infinito y un semidiós finito, ser creado por el Padre, pero a ambos les deberíamos la misma obediencia, sumisión y adoración y también la vida.

¿No sería esta interpretación tremendamente contradictoria con el espíritu de la Santa Biblia, ya que la misma nos ordena “no tendrás otros dioses fuera de mí” (Éxodo 20:3 BJ 1990) y “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás (Mateo 4;10; Dt. 6:13; véase también Isaías 45:5, 6; 46:9, 10)?  No podemos servir a dos señores (Mateo 6:24).

Por otra parte, también Hebreos 1:3 declara el poder que posee Jesús, quien sustenta todas las cosas:

Hebreos 1:3:

“3 el cual [el Hijo], siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,”.

¿Tenían los discípulos la facultad de perdonar pecados como Jesús lo hacía?

En segundo lugar, es erróneo equiparar el poder de Jesús de perdonar pecados con el mandato que recibieron los discípulos para remitir o retener los pecados del pueblo:

“Y como hubo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. (23) A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; a quienes se los retuviereis, les son retenidos”. (Jn 20: 22-23).

Jesús podía perdonar pecados porque era Dios, y como tal conocía los pensamientos de los hombres (Mt. 9:4; 12:25; Lc 5:22; 6:8; 11:17; etc.). Sólo Él puede saber las verdaderas intenciones del corazón del hombre, y si hay verdadero arrepentimiento y conversión. El perdón implica que haya habido antes un reconocimiento del pecado, y una confesión del mismo a Dios: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1ª Juan 1:9; véase también 1:7,8; 2:1,2). Si pecamos contra un hermano en la fe u otra persona, también es preciso pedir perdón al ofendido, reconociendo nuestro error, y reparar en lo posible el daño realizado (Mateo 5:23, 24; 18:15-18), y luego rogar a Dios que nos perdone.

Por eso la declaración de Jesús de Mateo 16:19 y Mateo 18: 18: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.”, sólo se puede entender en el contexto en que aparece en Mateo 18:15-22, pues aquí se trata de las relaciones de los cristianos entre sí como miembros de la iglesia o Cuerpo de Cristo. El que no se comporta adecuadamente a su confesión de cristiano debe ser considerado como gentil y publicano (Mt. 18:17).

La declaración de Jesús de Juan 20:23, tiene relación con Mateo 18:18, pero se vincula, fundamentalmente, con el mandato de Jesús a sus discípulos de predicar el evangelio y bautizar de Mateo 28:19 y Marcos 16:15-17. Veamos:

Mateo 28:19:

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;”

Marcos 16:15, 16

“15 Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.

La misión de los discípulos era dar a conocer el evangelio de salvación del Señor Jesús a todas las gentes. Cuando una persona es bautizada en Cristo (Gálatas 3:27), debe saber que ello representa el perdón de todos los pecados (Hechos 2:38). Simboliza morir el hombre viejo y resucitar el nuevo hombre en Cristo (Colosenses 2:12; 3: 9, 10).

Hechos 2:38

“Pedro les dijo: Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del espíritu Santo.”

Por tanto, deducimos que lo único que podían hacer los discípulos para remitir los pecados era predicar el evangelio de Jesús y los que aceptaban su sacrificio expiatorio, eran bautizados para perdón de los pecados, como acto de fe y obediencia a Dios. Lo que limpia los pecados no es el agua del bautizo (Hechos 22:16) ni ninguna declaración o acción humana sino sólo la aceptación de la sangre de Cristo en sustitución de la nuestra. No obstante, es requerido por Dios que la aceptación del sacrifico de Cristo por nosotros se ratifique mediante el acto del bautizo que confirma nuestra fe y obediencia.

Luego, como consecuencia de su predicación unos aceptaban bautizarse y entrar a formar parte del Cuerpo de Cristo, con lo cual sus pecados les eran remitidos por su fe en el Único que puede limpiarnos de todo pecado (1ª Juan 1:7; 2:2), o por el contrario, rechazaban a Cristo como su salvador personal, con lo que sus pecados se le retenían.

Por lo tanto, creemos que más importante, que conocer el momento exacto del reconocimiento de la divinidad escondida de Jesús por parte de los discípulos, es plantearnos los problemas insolubles a los que se ve enfrentada nuestra razón y entendimiento cuando tratamos de explicar y comprender estos misterios de Dios uno en tres personas y Dios encarnado en un hombre, Jesús. En mi opinión, es bueno que seamos conscientes de ello, de nuestras limitaciones como criaturas de Dios y de que  hay cosas que no podemos explicar, porque no han sido reveladas. Si lo revelado está más allá de la razón, no por eso tenemos que ser incrédulos, pues la religión cristiana y la salvación se basan en la fe.

7. Comentario de Alfonso:

La idea de un Dios Trino, NO es bíblica. La propia inserción en la Biblia de versículos protrinitarios apócrifos como 1ª Juan 5: 7 (ver versión Reina Valera 1960 y anteriores) prueba que se ha necesitado hacer “trampas” para proporcionar apoyos a una doctrina que bíblicamente no se sostenía.

Los pioneros de la Iglesia Adventista fueron todos ellos profundamente antitrinitarios. James White, marido de Elena White, afirmaba que la doctrina de la trinidad era completamente antibíblica. Si ahora la Iglesia adventista defiende la trinidad es simplemente porque, muerta Elena White, los dirigentes se dieron cuenta que ya tenían bastantes elementos como para que los consideraran “secta”, como de hecho sucedía (observancia del sábado, prohibiciones de alimentos, etc.) y aceptar la trinidad podría conseguir un acercamiento al mundo protestante, como de hecho sucedió.

7. Comentario de Carlos Aracil:

La afirmación de que la idea de un solo Dios manifestado en tres Personas distintas no sea bíblica no se ajusta a la Verdad revelada. Hemos podido ver a lo largo del estudio en que se basan los presentes comentarios, y en estos mismos, multitud de textos y argumentos que amparan y justifican sobradamente la creencia en dicha doctrina, y que, además de ser más congruente con la Santa Biblia, es mucho más sublime y hermosa, porque muestra a un Dios que se entrega a sí mismo para rescatar a la caída Humanidad.

Creo que hemos probado la verdad de la doctrina de la Santísima Trinidad sin necesidad de recurrir a un versículo como el de 1ª Juan 5:7, que se detectó haber sido incluido sin estar en los manuscritos más antiguos. En mi opinión tampoco hemos necesitado “hacer trampas” para defender bíblicamente esta doctrina. Extraer esa conclusión por un solo versículo falso, que además está identificado, entre miles que no infunden ninguna duda de su autenticidad, es, al menos, una afirmación arriesgada, simplista y desde luego indemostrable.

Con respecto a tu siguiente comentario que determinados pioneros adventistas fueron más o menos antitrinitarios, como sabes perfectamente, querido amigo, eso no tiene ninguna relevancia en lo que estamos tratando. La sola Sagrada Escritura debe ser la que nos guíe.

La cuestión que debemos plantearnos nuevamente es:

¿Tenemos, pues, un Dios Todopoderoso e infinito, creador del Cielo y de la Tierra y otro dios menor, poderoso, también creador del Cielo y de la Tierra pero que no tiene poder en sí mismo sino que toda su autoridad y poder procede del Padre que ha delegado en su Hijo? ¿Es compatible esa idea con toda la Santa Biblia?

Creemos que en absoluto es compatible y que contradice totalmente la Santa Biblia. Veamos que dice la Palabra:

La salvación de la Humanidad es compartida por Dios y Cristo. Pertenece tanto a Dios Padre como a Cristo: “10 y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.” (Apocalipsis 7:10).

Apocalipsis 1:8:

Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”

Supuestamente en Apocalipsis 1:8 es Dios Padre, el Todopoderoso el que está hablando,
e igualmente, Apocalipsis 4:8, se refiere, también, sin lugar a dudas, al Señor Dios Todopoderoso, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso. Pues bien, comparémoslo con Apocalipsis 1:11, y preguntémonos, ¿De quién está hablando Juan, el autor del libro Apocalipsis, del Padre o del Hijo?

Apocalipsis 1:11,

“11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.

Analicemos también Apocalipsis 1: 12-18:

“12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. 17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; 18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.”

¿Quién es este Ser semejante al Hijo del Hombre, que se autodenomina el primero y el último y que estuvo muerto, y vive por los siglos de los siglos y tiene las llaves de la muerte y del Hades?

Es evidente, pues, que en este caso es el Hijo del Hombre, sin lugar a dudas, Jesucristo, el que vive y estuvo muerto, el que recibe los mismo títulos de Alfa y Omega, primero y último que en Apocalipsis 1:11, se adjudicó, así mismo, Dios, el Padre. Y también en Apocalipsis 22: 12, 13, Cristo recibe los mismos títulos que el Padre:

Apocalipsis 22: 12, 13:

“12 He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. 13 Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.”

Si aun nos queda alguna duda vayamos al Antiguo Testamento, y comprobaremos que no puede haber Dios fuera de Jehová, que es el primero y el postrero, por lo que deducimos que no puede haber un Dios, el Padre, Todopoderoso, y un semidiós, el Hijo, Poderoso. Ambos son Jehová, el Señor Dios.

Isaías 44:6
“6 Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios.

Isaías 48:12

“12 Óyeme, Jacob, y tú, Israel, a quien llamé: Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero. 13 Mi mano fundó también la tierra, y mi mano derecha midió los cielos con el palmo; al llamarlos yo, comparecieron juntamente”.

¿No es esto una prueba suficiente que indica que ambos tienen igual rango de Dios Todopoderoso, pues, además, ambos reciben el mismo tipo de alabanza y adoración?

Apocalipsis 4:11:

11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.

Apocalipsis 5: 12,13

“12 que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. 13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.” 

Desde la razón o el entendimiento humano nos es muy difícil comprender esa doble naturaleza humana-divina de Jesucristo porque, aunque conocemos un poco de nuestra naturaleza, ignoramos casi todo sobre la divina. No obstante, vamos a tratar de abordarlo, en los siguientes puntos, reconociendo con corazón humilde nuestras limitaciones como criaturas y aceptando con fe, también,  todo lo que Dios ha tenido a bien revelarnos, sin pretender ir más allá de lo que la Biblia afirma.

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Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo que se indiquen, expresamente, otras versiones distintas. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

 

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