Preguntas y Respuestas
Antropogía bíblica
¿Cuál es la naturaleza del ser humano?
Versión: 31-12- 2019
Apéndice 3
Resurrección versus inmortalidad del alma
Carlos Aracil Orts
1. La Sagrada Escritura no habla de resurrección de los cuerpos sino de “resurrección de los muertos”
La afirmación del enunciado que encabeza esta sección es totalmente cierta y evidente, como se puede comprobar; porque la Biblia no concibe al ser humano formado por dos partes –cuerpo más alma– sino como una unidad psicosomática. Además, está en completa armonía no solo con el Antiguo Testamento, sino también con el Nuevo Testamento, tanto en los Evangelios como en las epístolas de san Pablo. En lo que sigue nos concentraremos mayormente en el pensamiento del Apóstol al respecto, porque fueron muchas las epístolas que escribió, e igualmente su actividad misionera fue muy extensa.
Cuando el apóstol Pablo estaba en Atenas, “discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían. (18) Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección. (19) Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? (20) Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto” (Hch. 17:17-20).
Eran muy curiosos los atenienses, “Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez” (Hch. 17:32). Esto se debe a que antiguamente, y también en la Edad Media, e incluso en la Modernidad, al considerar al hombre constituido de dos partes –cuerpo y alma–, por la influencia helénica, se ha tendido a despreciar una parte –el cuerpo–, y sobrevalorar el alma, que consideraban lo único valioso del ser humano, porque creían que aquella era inmortal. Este es otro motivo por lo que en general se ha minusvalorado la resurrección, pensando que afectaba solo al cuerpo, cuando realmente la resurrección es del ser humano entero, y no solo del cuerpo.
A continuación inserto unos párrafos más abajo, de la obra Imagen de Dios, en los que el teólogo católico Juan Luis Ruiz de la Peña afirma que “La muerte es el fin del hombre entero” (p. 136), que refuerzan lo que estoy defiendendo en estas páginas.
“Nuestro teólogo [Gilberto de la Porrée] difiere también del concepto de persona manejado por Hugo de San Víctor: sólo el hombre, ese quiddam tertium que surge de la unión alma-cuerpo, es persona. El alma no lo es; es «parte de la persona»; consiguientemente, tampoco lo es el alma separada. La muerte, disolución de la unión en que el ser humano consistía, es realmente el fin del hombre; éste deja de ser tal. La resurrección lo será, pues, no del cuerpo, sino del hombre. […]”p.104 (132)
“La disputa entre las dos corrientes parece acceder así a un punto muerto. La concepción aristotélica del alma-forma esencial del cuerpo tiene la innegable ventaja de suministrar una segura base de sustentación a una visión del hombre como unidad psicofísica y, por ende, explica bien la fe resurreccionista. Pero tiene también un inconveniente: en cuanto forma del cuerpo, el alma aristotélica está demasiado ligada a la materia para no resultar afectada por la naturaleza y el destino de ésta: no se ve cómo un alma-forma del cuerpo pueda ser espiritual y rebasar la mortalidad propia del mismo.” p.104-105 (133)
“En suma, la doctrina platónica del alma ponía en peligro la unidad sustancial que el hombre es; la doctrina aristotélica de la unidad sustancial cuestionaba la espiritualidad e inmortalidad del alma. La filosofía griega planteaba, pues, un dilema espinoso: o se situaba al alma tan cerca de la divinidad que se desgarraba la unidad del hombre, o se la concebía tan internalizada en la materialidad corporal que se la hacía perecedera como el propio cuerpo.” p.105 (134)
“Lo que llamamos cuerpo no es sino la materia informada por el alma; no preexiste a esta función informante, ni coexiste con (o al margen de) ella; cuando, por tanto, mentamos el cuerpo, «estamos mentando el alma» (Summa Theol. 1,76,4 ad I); el cadáver, materia ya no informada por el alma, no es cuerpo humano.” (135)
“Ser mortal. La muerte desmundaniza y destemporaliza al hombre, le sustrae del ámbito espacio-temporal que lo constituía. Lo cual quiere decir que la muerte es el fin del hombre entero. Suponer que el sujeto del verbo morir es el cuerpo, no el hombre, equivale a ignorar que, según venimos diciendo, el hombre es cuerpo; la banalización de la muerte como fenómeno epidérmico, amén de chocar con la intuición que todos tenemos de su terribilidad, es una forma de regresión hacia el dualismo antropológico. La muerte ha de ser tomada en serio, porque el hombre es corpóreo, mundano y temporal y porque todas estas dimensiones constitutivas de su ser quedan radicalmente afectadas por ella.” p.136 (136)
Por ese mismo “dualismo antropológico” de influencia helénica, la mayoría de personas interpreta erróneamente al Apóstol, creyendo que cuando él habla del “cuerpo” se refiere solo a la parte material del hombre en esa concepción filosófica, cuando realmente san Pablo está designando al ser humano entero, porque él no se sujetaba a la tradición helénica, y menos a la cristiana, que en su tiempo concebía al hombre como lo que es, una unidad psicosomática. Citamos unos ejemplos para confirmarlo:
Romanos 7:24: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Romanos 6:6: sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.
Romanos 12:1-2: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
En los dos primeros textos transcritos arriba, tanto “cuerpo de muerte” (Ro. 7:24), como “cuerpo de pecado” (Ro. 6:6), se refieren al hombre entero, y significan igualmente nuestro ser carnal, nuestra naturaleza carnal, que todos poseemos, heredada de Adán, y que tiende al pecado. En absoluto la Biblia considera al cuerpo independientemente de la totalidad y unidad que el hombre es.
Con respecto a Romanos 12:1-2, viene a propósito repetir la explicación que di en el presente libro, ligeramente retocada, en el comienzo del Capítulo 3, titulado ¿Es el ser humano un compuesto de espíritu, alma y cuerpo?:
“Con la idea preconcebida que todos poseemos, procedente de nuestra cultura y filosofía griega, enseguida, nosotros pensamos que, el apóstol Pablo, en los versículos de arriba (Ro. 12:1), se estaba refiriendo solo a una parte del ser humano –el cuerpo–. Sin embargo, en la antropología bíblica, el cuerpo designa al ser humano entero. Esto se confirma en el versículo dos, cuando él nos exhorta a “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (v.2). Supuestamente el “entendimiento” no es una función del “cuerpo” según nuestros conceptos filosófico y cultural, sino del “alma”, entendida desde esa idea preconcebida. Pero nosotros decimos que esa función no es del cuerpo ni del alma, entendidos como separables sino del ser humano entero, que es una unidad psicosomática, indivisible en partes.
Notemos, además, que el Apóstol se dirige a “hermanos”, es decir, personas ya convertidas a Cristo, nacidas de nuevo por el Espíritu Santo, seres espirituales; pero, a pesar de ello, –puesto que nunca dejamos de ser “carne” en el sentido bíblico–, constantemente es necesario que, mientras permanezcamos en esta vida terrena, elijamos libremente proseguir evolucionando hacia completar esa transformación espiritual, mediante la renovación de nuestro entendimiento.
Aunque debemos dejar claro que esta condición o naturaleza espiritual no es una obra humana, sino obra de Dios, absolutamente un don de Su gracia. Sin embargo, a partir de esa condición de libertad, de la esclavitud del pecado, en Cristo, ya recibida por gracia, es cuando se nos pide que colaboremos con Dios: “que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1); y esto no corresponde solo a una parte del hombre –el cuerpo–, sino al ser entero, porque consiste en la “renovación de vuestro entendimiento”. Y, solo entonces, cuando obedecemos a Dios voluntariamente y colaboramos con Él, “comprobaremos cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Ro. 12:2).
Se nos insta, pues, a que presentemos nuestros “cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”; –no olvidemos que “cuerpo” designa, la mayoría de las veces, en la Biblia, a la persona entera, la totalidad del ser humano, no una parte del mismo–; pues bien, este sacrificio, consiste, en que si somos de Cristo hemos de crucificar “la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24) –recordemos que la “carne” es el hombre natural o anímico, que todos somos desde el nacimiento físico–; y se nos reitera, una y otra vez: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16). “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:5-8).
Es decir, se nos exhorta –puesto que Dios ya nos ha concedido, con el nuevo nacimiento, la naturaleza espiritual– a colaborar con Él, a realizar nuestra parte, ejerciendo nuestra voluntad, para adquirir, día a día, la imagen de Cristo, que es asemejarse a la naturaleza espiritual que Él tiene como Hijo del Hombre, y que nos proporciona mediante el poder de Su Espíritu Santo. Esto es lo que significa “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Ro. 12:2). Esta es la parte que a nosotros –los creyentes– nos corresponde hacer. Y, si obedecemos, el resultado será que Dios nos transformará en seres espirituales.” (137)
Esta concepción bíblica del hombre como ser unitario –que corresponde no solo al Antiguo Testamento sino también a todo el Nuevo Testamento, aunque ahora nos estamos refiriendo especialmente a la visión del apóstol Pablo– es confirmada también, entre otros muchos eruditos, por un gran teólogo, Juan Luis Ruiz de la Peña, en su obra Imagen de Dios, que por pertenecer al catolicismo, no puede suscitar reticencias de pensamiento sectario en sus concepciones bíblicas. Cito abajo varios párrafos muy clarificadores de dicha obra:
“Para el ámbito en el que surgen los escritos del Nuevo Testamento que nos interesan, sigue siendo válida, en líneas generales, la constante antropológica hebrea del hombre-unidad psicosomática. Sobre este extremo no se sabría insistir suficientemente; la mayoría de los especialistas lo subrayan con énfasis.” p.63 (138)
“En el momento en que se redactan los sinópticos y las cartas paulinas, la idea de un estado de «desencarnación», como eventual forma de existencia humana, no ha aparecido todavía en el judaísmo palestino; lo hará hacia los últimos años del siglo I. Antes de esa fecha, el término psyché [alma] connota en las fuentes literarias judías rasgos corporales.” p. 63-64 (139)
“Advertimos esto no para prejuzgar nuestra cuestión, sino para cuestionar la hipótesis (posible en principio) de un giro antropológico en el Nuevo Testamento, propiciado por supuestos avances de las concepciones judías de la época hacia una antropología helenista; tales avances no son verificables. Habrán de ser, pues, los propios textos neotestamentarios los que respondan por sí mismos a la cuestión.” p. 64 (139)
Los párrafos de arriba citados de Ruiz de la Peña, confirman que los escritos del Nuevo Testamento siguen, en líneas generales, “la constante antropológica hebrea del hombre-unidad psicosomática”. En las citas que transcribo a continuación, el mencionado autor analiza el término griego psyché [alma, vida] que aparece en el Nuevo Testamento en sustitución del hebreo nefes [alma, vida], “verificando que la equivalencia entre ambos términos es obvia e indiscutible”; lo cual él demuestra aportando argumentos, ejemplos y comparaciones entre diversos versículos del NT. Para mejor entendimiento del lector, me permito transcribir los textos de la Biblia a los que el autor hace referencia en sus explicaciones de más abajo:
Marcos 8:35-37: Porque todo el que quiera salvar su vida (psyché = nefes), la perderá; y todo el que pierda su vida (psyché = nefes) por causa de mí y del evangelio, la salvará. (36) Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma (psyché = nefes)? (37) ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma (psyché = nefes)?
Mateo 16:25-27: Porque todo el que quiera salvar su vida (psyché = nefes), la perderá; y todo el que pierda su vida (psyché = nefes) por causa de mí, la hallará. (26) Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma (psyché = nefes)? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma (psyché = nefes)? (27) Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.
Lucas 9:24-25: Porque todo el que quiera salvar su vida (psyché = nefes), la perderá; y todo el que pierda su vida (psyché = nefes) por causa de mí, éste la salvará. (25) Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo (psyché = nefes)?
Mateo 10:39: El que halla su vida (psyché = nefes), la perderá; y el que pierde su vida (psyché = nefes) por causa de mí, la hallará.
Lucas 17:33: Todo el que procure salvar su vida (psyché = nefes), la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.
Juan 12:25: El que ama su vida (psyché = nefes), la perderá; y el que aborrece su vida (psyché = nefes) en este mundo, para vida eterna la guardará.
“Psyché aparece 37 veces en los sinópticos. De ellas son muy frecuentes los lugares en que la equivalencia psyché-nefes [gr.-heb: alma, vida]; es obvia e indiscutible; como ya hemos visto, tal equivalencia está avalada por el uso de los LXX [Los Setenta autores que elaboraron la Septuaginta, traducción al griego de la Biblia hebrea]. Es importante al respecto el texto de Mc 8:35 (cf. Mt 16:25; Lc 9:24; Mt 10:39; Lc 17:33), que contiene una célebre sentencia (semejante a la que se encuentra en Jn 12:25): «quien quiera salvar su psyché la perderá; pero quien pierda su psyché por mí y por el evangelio, la salvará». Aquí no se habla de dos modos de existencia, el terreno del ser humano encarnado y el celeste del alma desencarnada; se habla más bien de una vida (psyché = nefes) contemplada como unidad indivisible, que se logra o se malogra en la medida en que se acepte o se rechace el seguimiento de Jesús, sin que se nos describa más precisamente en qué consiste la sotería psychés.” (141)
“[…] Mientras que Mc 8:35 y paralelos inculcan la necesidad de seguir a Jesús, Mc 8:36-37 (=Mt 16:26) resalta un axioma de la sabiduría popular: la vida es el bien supremo, vale más que los restantes bienes. En todo caso, la sinonimia psyché-nefes es puesta al descubierto por la versión de Lc 9:25, donde la psyché de Mc y Mt ha sido sustituida —probablemente en atención a los lectores griegos del tercer evangelio— por el pronombre reflexivo.
Los dos logia citados no suponen, pues, una antítesis alma-cuerpo; la antítesis gira en torno al doble sentido de la palabra «vida» {psyché), que puede significar tanto el principio de la existencia terrena, la vitalidad, cuanto la salvación, la vida en su acepción plenaria, ofrecida a los que creen en Cristo. No es cuestión aquí del valor del alma inmortal, como se entendió a menudo, sino del valor de la obra salvífica de Cristo, único medio de que dispone el hombre para asegurarse la vida.” p. 65 (142)
“El uso veterotestamentario de significar al hombre entero con el término nefes se trasluce de nuevo en textos como Mc. 10:45 [“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”], donde Jesús se apropia el destino del Siervo de Yahvé (Is 53:11), consistente en la entrega de la vida en favor de «los muchos», y Mt 11:29 (quien toma sobre si el yugo de Jesús encuentra descanso para su vida), que es un eco de Jr 6:16. En Mc 3:4 (Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban) (= Lc 6:9), «psyché significa, por sinécdoque, un hombre, una persona». En Lc. 12:16-20 (v.19: y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate 20 Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?), psyché designa indistintamente el yo (v. 19) y la vida (v.20), remitiéndonos a expresiones hebreas características: la nefes «come y bebe» (Ec. 3:13) o «es tomada» (Jb 27:8; 31:30). Mt 26:38 (= Mc 14:34) evoca Sal 42:6, con nefes funcionando como pronombre personal. En fin, el cotejo de Lc 21:19 —«con vuestra perseverancia salvaréis tás psychás hymôm— y Mc 13:13 —«el que persevere hasta el fin, ése {oûtos) se salvará»— confirma de nuevo la equivalencia psyché-nefes, dado que nefes se usa comúnmente como pronombre personal." p. 65-66 (143)
"Podemos concluir que psyché, en el lenguaje de los sinópticos, recubre el significado de la palabra hebrea nefes, y no responde al concepto «alma» de una antropología «alma-cuerpo»." p. 66 (144)
Con los argumentos bíblicos citados arriba, Ruiz de la Peña concluye que, en los Evangelios, psyché [alma, vida] equivale a nefes [alma, vida], y ambos términos, griego y hebreo, designan al hombre entero, y de ninguna manera pueden utilizarse en el sentido filosófico de “contraposición dualista alma-cuerpo”. Él, también, nos da la clave de interpretación de los términos psyché-sôma [alma-cuerpo], tal como se combinan en Mateo 6:25 (cf. Mt. 6:31) y Lucas 12:22-23 (cf. Lc. 12:29), que, de primera impresión, pudieran designar cierto dualismo alma-cuerpo. Leamos los textos citados, y luego veremos su explicación.
Mateo 6:25: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra psyché [alma, vida], qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro sôma [cuerpo], qué habéis de vestir. ¿No es la psyché [alma, vida] más que el alimento, y el sôma [cuerpo] más que el vestido?
Mateo 6:31: [“Vosotros” no aparece pero está implícito] No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
Lucas 12:22-23: Dijo luego a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. (23) La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido.
Lucas 12:29: Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud.
Ruiz de la Peña evidencia que en “la primera parte del verso (Mt. 6:25), sôma [cuerpo] y psyché [alma, vida] significan lo mismo, [porque] señalan indistintamente al hombre entero; cumplen en suma una mera «función de pronombres reflexivos»” (145); como se demuestra al comparar Mateo 6.25 con Mateo 6:31, y sus homólogos de Lucas 12:22-23 con Lucas 12:29; pues cuerpo y alma de Mt. 6.25 y Lc. 12:22-23, son sustituidos en los textos relacionados de Mt 6:31 y Lc. 12:29, por el pronombre “vosotros”, que designa el hombre entero; porque “los verbos «comer», «vestir», que antes se habían repartido entre psyché y sôma respectivamente, tienen por único sujeto el pronombre de primera persona” (146); es decir, tanto sôma [cuerpo] como psyché [alma, vida] significan lo mismo, porque a ambos términos se les han asignado funciones físicas: el cuerpo necesita el vestido, y el alma o la vida precisa comer y beber para sobrevivir. “Pero, añade, en la segunda mitad del verso ambos [parecen ser] usados de suerte que está subyacente el concepto de «cuerpo» en cuanto contradistinto de «alma»” (147). [Pero] “Contra esto puede objetarse que psyché hace una clara referencia a «la vida física», puesto que es relacionada directamente con los alimentos. Sería extraño, además, que el mismo término recibiera en la misma frase dos sentidos distintos.” (148).
Por tanto, se puede concluir que “el hombre entero es quien está en causa, tanto para alimentarse como para vestirse; «alma y cuerpo son aquí sólo dos aspectos de la persona biológica», uno de los cuales (el alma) es la dimensión interior, que necesita comer para vivir, y el otro (el cuerpo) la dimensión exterior, que precisa cubrirse con el vestido” (149).
En resumen: no pueden interpretarse, pues, los textos citados arriba como si tuvieran cierta contraposición dualista alama-cuerpo, al estilo helénico, por las razones y argumentos apuntados: primero, porque es lógico que sôma y psyché signifiquen lo mismo a lo largo de todo el verso (Mt. 6:25); segundo, porque los textos relacionados (Mt. 6:31 y Lc. 12:29), el pronombre “vosotros” designa al hombre entero, que toma el lugar de sôma y psyché. Y en tercer lugar, “los verbos «comer», «vestir», que antes se habían repartido entre psyché y sôma respectivamente, tienen por único sujeto el pronombre de primera persona. Es decir, el hombre entero es quien está en causa, tanto para alimentarse como para vestirse; «alma y cuerpo son aquí sólo dos aspectos de la persona biológica», uno de los cuales (el alma) es la dimensión interior, que necesita comer para vivir, y el otro (el cuerpo) la dimensión exterior, que precisa cubrirse con el vestido” (150).
Otro pasaje de los Evangelios que los defensores de la inmortalidad del alma han esgrimido, interpretándolo a la manera helénica, y de forma sesgada y parcial, es el que el mismo autor analizará a continuación, porque reconoce: “el texto que presenta más dificultades a la interpretación que venimos proponiendo es Mt 10:28 (= Lc 12:4-5): «no temáis a los que matan el sôma, pero no pueden matar la psyché; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición psyché y soma en la gehena»” (151).
A fin de facilitar al lector mejor comprensión de dichos textos los transcribo abajo, usando la versión de la Biblia Reina-Valera, 1960:
Mateo 10:28: Y no temáis a los que matan el cuerpo [sôma], mas el alma [psyché] no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma [psyché] y el cuerpo [sôma],en el infierno [la gehena].
Lucas 12:4-5: Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. (5) Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.
“Varios exegetas ven aquí un síntoma de que el pensamiento antropológico empieza a helenizarse; el alma inmortal, inasequible a la acción de los asesinos, continuaría viviendo una vez muerto el cuerpo”. (152); pero realmente, “[…] el texto opone el temor a Dios («el que puede perder alma y cuerpo en la gehenna») y el temor a los perseguidores (que sólo pueden «matar el cuerpo»); no se está argumentando «a partir de la naturaleza del cuerpo y del alma», sino sobre la base del poder ilimitado de Dios «y desde una perspectiva escatológica». Por tanto, se forzaría el texto si se pretendiese deducir de él indicaciones sobre la constitución ontológica del hombre. En todo caso, la segunda parte del verso, que contempla al hombre de la existencia posmortal como «psyché y soma», obliga a descartar la idea de que el v.28a se haya escrito pensando en un alma separada que sobreviva a la muerte del cuerpo” (153).
Evidentemente si el alma humana (vista desde el pensamiento helénico) fuese inmortal, ni siquiera Dios podría destruirla en la gehenna.
Ruiz de la Peña, antes de dar su interpretación al texto citado (Mt. 10:28), nos expone: “En varios pasajes de Mt soma designa al hombre entero. Asi en 6:22-23, donde se pasa sin transición de soma —vv.22-23a— al pronombre personal —v.23b—. En 27:52-53 los «cuerpos de los santos» del v.52 son «los santos» del v.53, conjeturables tras el participio masculino —no neutro— exelthontes. En 5:29-30, la expresión «todo tu cuerpo» (hólon tó soma soü) equivale, según el paralelo de 18:8.9, al hombre entero.” (154)
“En cuanto al uso de soma en el relato de la última cena (Mt 26,26), Schweizer estima que «denota originariamente y ante todo el yo, la persona de Jesús»; se habría elegido este vocablo, y no sarx (que aparece en el discurso eucarístico de Jn 6,48ss.), porque soma «designa a menudo al hombre en trance de morir»” (155).
“Este significado de soma como denotativo del hombre entero asumiría el uso prevalente que del término hacen los LXX: «soma (en los LXX) denota al hombre en su aspecto global... (Con soma) siempre se designa al hombre como totalidad»; en este empleo «está ausente el uso griego para denotar los cuerpos inorgánicos... y falta también la comprensión de soma como organismo cerrado en si mismo... Soma designa al hombre en cuanto totalidad».” (156)
“Esta interpretación, en la que psyché y soma remitirían indistintamente al hombre entero, y no a dos componentes diversos, se confirma si se atiende al paralelo de Lc 12,4-5.
Lucas 12:4-5: Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. (5) Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.
Efectivamente, el texto lucano deja caer el binomio psyché-sóma, reteniendo la expresión «matar el soma» y omitiendo la expresión paralela «matar la psyché», seguramente porque a los destinatarios de este evangelio, que entenderían por psyché el concepto helénico de alma, les seria sumamente difícil captar la idea original de la sentencia, al resultarles incomprensible el giro «matar el alma».” (157)
“e) Así pues, y volviendo a Mt 10:28, podríamos parafrasear la sentencia evangélica de la forma siguiente: el poder humano sólo es capaz de privar al hombre de su existencia terrena, de su ser temporal y mundano (soma), pero no puede quitarle la vida (psyché); en cambio, el poder de Dios abarca a la persona hasta sus últimas consecuencias; puede quitar al hombre la vida enviándolo a la gehenna o muerte eterna” (158).
"Recapitulemos: el examen del material sinóptico ha revalidado las advertencias hechas al comienzo de este apartado. No hemos descubierto ningún texto donde aparezca inequívocamente el esquema sóma-psyché en su acepción griega —componentes distintos del hombre entero. En los contados lugares que utilizan a la vez los dos términos, éstos revisten un significado diverso del que le otorga el esquema dicotómico helenista. Cuando psyché se emplea en solitario, tras el término reconocemos fácilmente el hebreo nefes. Algo semejante ocurre con soma usado aisladamente, que evoca el significado de basar, al que traduce corrientemente en la versión de los LXX." (159)
Una vez hecho evidente que tanto sôma [cuerpo] como psyché [alma, vida], términos presentes en los Evangelios, no pueden interpretarse desde el pensamiento helénico sino desde el propio sentido de la Biblia entera, el citado autor, concluye también acerca de estos mismos vocablos, pero, en esta ocasión, refiriéndose a los escritos del apóstol Pablo, con las explicaciones que transcribo abajo:
“Falta, pues, en Pablo «la contraposición dualista alma-cuerpo». Más aún; Stacey y Schweizer han observado que resulta llamativo el que Pablo omita el vocablo psyché [alma] en pasajes donde, si la suya fuera una antropología de cuño helenista, su uso se revelaría ineludible; tal es el caso, por ejemplo, de 2 Co 5:1-5 y Flp 1:21-23, donde se trata del destino inmediatamente subsiguiente a la muerte del propio Pablo. En 1 Co 15:29-32, el apóstol formula taxativamente la alternativa «o muerte o resurrección» y silencia por completo la tercera vía que podía representar la idea griega de la inmortalidad del alma. Ni siquiera más adelante, en los vv.35-49, cuando habla de la dialéctica continuidad-ruptura entre el hombre de la existencia temporal y el de la existencia resucitada, se menciona la psyché.Ciertamente, en ninguno de estos casos puede tratarse de un olvido casual; más bien hay que pensar que aquí se está reflejando una posición deliberada, según la cual la voz psyché [alma] no desempeña ningún papel en la concepción paulina de la relación entre la vida presente y la futura. p.71 (160)
Los textos de 2 Corintios 5:1-5 y Filipenses 1:21-23 –“donde se trata del destino inmediatamente subsiguiente a la muerte del propio Pablo”– a los que se refiere Ruiz de la Peña arriba, han sido analizados y comentados por mí en este libro, en el capítulo 9, titulado Solo hay vida eterna en Cristo, en la séptima objeción. En cuanto a los textos de 1 Corintios 15 y otros similares, en que “el apóstol formula taxativamente la alternativa «o muerte o resurrección» y silencia por completo la tercera vía que podía representar la idea griega de la inmortalidad del alma”, los vuelvo también a citar y comentar en el epígrafe siguiente.
2. La Biblia no habla de inmortalidad del alma sino de resurrección de los muertos.
Tanto los católicos como los evangélicos que creen en la inmortalidad del alma caen en flagrante contradicción porque no fundamentan esta doctrina en las Sagradas Escrituras, sino que la sostienen y defienden basados en los postulados de la filosofía, influenciados por la tradición cultural y religiosa.
No obstante, desde el punto de vista humano –no desde la Revelación de Dios– es comprensible que muchas personas crean y defiendan la inmortalidad del alma. En primer lugar, porque el ser humano, por lo general, no quisiera tener que morir algún día, o como dijo Salomón: “Dios ha puesto eternidad en el corazón de los hombres” (Ec. 3:11).
En segundo lugar, la razón por la que esta creencia está tan arraigada es porque desde siempre el hombre no ha acabado de creerse que la muerte –si no hubiera resurrección– es algo muy serio, porque es el final de la vida. Ya Platón, influido a su vez por el orfismo desarrolló la teoría de la inmortalidad del alma y de su preexistencia, etc., como ya hemos visto en el apéndice 1. A partir de él y de sus seguidores se fue desarrollando la idea en todo occidente. Más tarde, la mayoría de los Padres de la Iglesia se dejaron llevar por la fuerte influencia helénica reinante.
En tercer lugar, la inmortalidad del alma se ha enseñado en todos los catecismos católicos o protestantes. De ahí que son millones de personas que así lo han aprendido y creído ciegamente, sin detenerse a analizar por sí mismos lo que la Biblia revela. Realmente los que así piensan, no necesitan la resurrección en absoluto, incluso para ellos es un estorbo, porque si el alma se ha liberado del cuerpo, al morir éste, ¿qué necesidad hay de volver a encerrar el alma en un cuerpo, puesto que éste es como una cárcel? ¿Qué beneficio proporciona que el espíritu de un muerto vuelva a revestirse de carne, por la resurrección, si se es más libre sin el cuerpo?
En cuarto lugar, se prefiere la inmortalidad del alma, porque psicológicamente es más consolador pensar que, cuando uno muere, inmediatamente, su yo, o algo espiritual, que defina a la persona, va a vivir en otra dimensión –el Cielo, para los creyentes–; además, sin el estorbo de este cuerpo terrenal, que san Pablo llama “cuerpo de muerte” (Ro. 7:24), aunque él se refiere al hombre entero, como se verá más adelante.
Veamos a continuación lo que escribió Ruiz de la Peña en su libro Imagen de Dios, que vengo citando, sobre: “El problema de la inmortalidad del alma”:
“El problema de la inmortalidad del alma
Desde que Cullmann dio a luz su célebre opúsculo sobre el dilema inmortalidad-resurrección, son incontables los libros o artículos de exegetas y dogmáticos, tanto católicos como protestantes, que reproducen ese título u otro análogo. La teología protestante de la primera mitad del presente siglo [XX] se opuso decididamente a la doctrina de la inmortalidad del alma, fundamentalmente por dos razones: porque, a su entender, no era bíblica, sino filosófica, y porque estaría en contradicción con la fe en la resurrección. Barth añade un tercer motivo: declarando dogma de fe la inmortalidad del alma, la Iglesia católica ha canonizado una antropología dualista.” p.149 (161)
“En efecto, cuando Letrán V define la inmortalidad del alma, su intención es atajar el error de Pietro Pomponazzi, según el cual el alma racional no es singular y propia de cada hombre, sino que es un principio universal participado en cada ser humano; por el contrario, el alma propia es mortal. Lo que Pomponazzi negaba, en realidad, era la victoria sobre la muerte de la persona singular concreta. Letrán V no define la inmortalidad de un alma-espíritu puro, sino la del «alma forma del cuerpo»; se está apuntando, pues, a la supervivencia del hombre entero, a lo que bíblicamente se denomina resurrección.”p.150 (162)
Participo con el autor en que la Biblia no apoya en absoluto que el alma humana sea inmortal. En primer, lugar porque la Sagrada Escritura tiene una concepción unitaria del ser humano, no compuesto de partes, como ya se ha demostrado en lo que antecede. En segundo lugar, porque en toda la Escritura no aparecen las palabras “inmortal” o “inmortalidad” aplicadas a la naturaleza del ser humano.
Vamos, pues, a buscar en la Palabra de Dios dónde aparecen dichos vocablos, y analizar si cabe algún tipo de fundamento bíblico para esa creencia.
La palabra inmortal aparece una sola vez en la Biblia y se aplica solo a Dios (1 Ti. 1:17):
1 Timoteo 1:17: Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Y el término “inmortalidad” se registra solo en cinco textos en toda la Biblia: Romanos 2:7; 1 Corintios 15:53 y 54; 1 Timoteo 6:16, y 2 Timoteo 1:10. En uno de ellos –Primera epístola a Timoteo (6:16)– se afirma que Dios es “el único que tiene inmortalidad”. Ahora nos referimos solo a él, y más adelante, analizaremos también los otros cuatro.
1 Timoteo 6:16: el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.
Al leer el contexto desde el versículo 11, comprobamos que esta declaración la dirige el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, exhortándole a que siga “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (v.6:11), pelee “la buena batalla de la fe”, y eche “mano de la vida eterna…”. (v.12). Leamos los textos completos en su contexto:
1 Timoteo 6:11-16: Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. (12) Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos. (13) Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, (14) que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, (15) la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, (16) el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.
Notemos que a Timoteo no se le dice, “Ten esperanza en la inmortalidad de tu alma”, sino “echa mano de la vida eterna”; porque esta vida eterna es la recompensa que obtienen todos los que se salvan por la gracia de Dios (Lc. 14:14; 1 Co. 9:24-25; Fil. 3:7-14,20-21); y dicha recompensa no se obtiene cuando uno muere, sino “en la resurrección de los justos”:
Lucas 14:13-14: Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; (14) y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.
1 Corintios 9:24-25: ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. (25) Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
Se nos exhorta a que obtengamos la anhelada recompensa –“la corona incorruptible o vida eterna”–, con el símil o metáfora de un atleta que compite corriendo en un estadio, a que nos abstengamos de todo lo que pueda impedir conseguir el objetivo. Como cristianos, pues, “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, (2) puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:1-2).
El apóstol nos insta a que seamos imitadores de él (Fil. 3:17), a que no seamos “enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3:18), a que no confiemos en nuestra “propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; (10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”, (11) si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Fil. 3:9-11).
Observemos que Pablo pone todo el énfasis en el poder de la resurrección de Cristo, y, por eso, toda su esperanza está puesta no en una supuesta inmortalidad del alma, sino en la resurrección de entre los muertos”. Leamos el contexto:
Filipenses 3:12-14, 18-21: No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. (13) Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, (14) prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. […] (18) Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; (19) el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. (20) Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (21) el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
El apóstol Pablo nos revela que “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20); pero los cristianos no esperamos ser ciudadanos del cielo porque, inmediatamente al morir, se nos traslada a él, gracias a la supuesta inmortalidad del alma; sino que, fijémonos bien, nuestra confianza y fe está puesta en que “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” … el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:20-21).
Para entender correctamente al Apóstol, no olvidemos que, toda la Biblia y él mismo, con la palabra “cuerpo” no se designa solo a la parte material del hombre –como hace la tradición y filosofía helénica– sino que designa al ser humano entero.
Si la inmortalidad del alma fuese verdad, ¿por qué el apóstol Pablo reitera una y otra vez, y hace tanto hincapié en que “si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; (17) y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. (18) Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Co. 15:16-18)? Es decir, si no hubiera resurrección de muertos, todos los que “durmieron” –murieron o perecieron–, significa que nunca más volverían a vivir; entonces ¿dónde está la inmortalidad del alma?
Si verdaderamente hubiera inmortalidad del alma, no habría hecho falta la resurrección de Cristo, ni que Él nos “resucite en el día postrero” (Jn. 6:39,40,44, etc.) en Su venida gloriosa. Si el alma sobrevive a la muerte de una manera consciente y va directamente al cielo, ¿qué necesidad hay de esperar a la resurrección para recibir la recompensa de la vida eterna?
Juan 6:39: Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.
Juan 6:40: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Juan 6:44: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
Juan 6:54: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Si es verdad que el alma humana es inmortal, ¿por qué “es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15: 53)?
Los defensores de la inmortalidad del alma aducen que es solo el cuerpo lo que necesita la inmortalidad, porque el alma ya es inmortal en sí misma. Pero si estudiamos los textos en los que el versículo anterior (15:53) se inserta, comprobaremos que Pablo no se refiere a los “cuerpos” sino a los “muertos” (1 Co. 15:52); porque no puede morir solo una parte –el cuerpo–, mientras permanece viva la otra parte –el alma–, puesto que el hombre es un ser unitario, una unidad indivisible, no la suma de dos partes. Por tanto, si éste es indivisible o inseparable en partes, cuando muere el hombre, todo él deja de ser consciente.
1 Corintios 15:50-55: Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. (51) He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, (52) en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. (53) Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. (55) ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
Sin embargo, lo que cada ser humano ha alcanzado durante toda su vida terrena, su vida entera, queda depositado en Dios. De ahí que Jesús dijo: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven” (Lc. 20:38). Para Dios, que existe en la eternidad, todo es un eterno presente. Por eso, el apóstol Pablo pudo decir: “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12).
Nótese que aquel día, al que se refiere Pablo, es el de la venida gloriosa de Jesús, “el día postrero”, en el que, él y todos los santos, serán resucitados, es decir, recreados a partir de ese depósito guardado en Dios; “porque habéis muerto, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Col. 3:3-4).
Comprobemos que el día que el Apóstol esperaba, ya sea recibir “la corona incorruptible” (1 Co. 9:25), o “la corona de justicia” (2 Tim. 4:7-8), en definitiva, recibir la vida eterna, es “el día postrero”, el de la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, cuando Pablo y el resto de santos serán resucitados y revestidos de inmortalidad, en cuerpos gloriosos (1 Co. 15:53-54).
2 Timoteo 4:7-8: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
Por tanto, esa afirmación –“el cuerpo muere pero no el alma”– es totalmente incongruente. Porque hemos podido comprobar hasta aquí, lo siguiente:
- A) La Biblia concibe al hombre como un ser unitario –un alma viviente–, no un compuesto de cuerpo más alma. Por tanto, donde no hay partes es imposible decir o pensar que, con la muerte, una parte se separa y pervive de forma consciente. Además, en el supuesto que existiese algo en el hombre que al morir se separa, sería necesario demostrar bíblicamente que ese “algo” sea una entidad viviente capaz de tener vida consciente.
- B) La Palabra de Dios ofrece a los creyentes la esperanza de la vida eterna solo mediante la resurrección de los muertos. La fe en Cristo se caracteriza fundamentalmente en fe en su resurrección:
- C) No existe ningún ser humano inmortal, porque la Palabra de Dios declara rotundamente que solo Dios es inmortal (1 Ti. 6:16). La condición de la inmortalidad no existe ni en el hombre ni en ninguna criatura, ni siquiera en los ángeles.
1 Corintios 15:1-8, 20-23: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; (2) por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. (3) Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; (4) y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; (5) y que apareció a Cefas, y después a los doce. (6) Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. (7) Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; (8) y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. […] Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Co. 15:20-23).
Los textos citados muestran de forma evidente y con contundencia, que “los que son de Cristo [son resucitados] en su venida”; pero nótese que la Palabra de Dios no habla de los “cuerpos de los muertos”, sino que se refiere, indudablemente a las personas muertas en Cristo, pues no se resucitan cuerpos sino seres humanos enteros.
1 Timoteo 6:16: el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén
Ya hemos constatado que, de los cinco únicos textos que contienen la palabra “inmortalidad”, uno, el que acabamos de ver, se aplica a Dios; y los otros cuatro se refieren a la condición de inmortalidad que se obtiene cuando Dios concede, a los que son de Cristo, la vida eterna en la resurrección del día postrero, mediante la transformación de su naturaleza mortal en inmortal (1 Co. 15:53-54).
1 Corintios 15:53-54: Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. (54) Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.
Nos queda comentar los restantes dos textos que contienen la palabra inmortalidad, que son Romanos 2:7, y 2 Timoteo 1:10, que los transcribo a continuación:
Romanos 2:4-8: ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (5) Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, (6) el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: (7) vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, (8) pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;
2 Timoteo 1:9-10: [Dios] quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (10) pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio,
El significado del texto de Romanos 2:7 es clarísimo, porque simplemente afirma que la inmortalidad, que no es algo inherente a la naturaleza humana, es el resultado de la vida eterna – que a su vez es la recompensa que Dios concede a los que son de Cristo en Su venida (1 Co. 15:23; Lc. 14:14; Jn. 6:39,40,44), y no antes–, los cuales la adquieren cuando, “perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro. 2:7). Si es necesario buscarla es porque el ser humano no posee inmortalidad de forma intrínseca, es decir, per se.
Finalmente, la palabra inmortalidad aparece por quinta y última vez en 2 Timoteo 1:10; y si leemos también el versículo 9, aprendemos algo muy importante, que a muchos no les gusta: Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 2:9). Me refiero a que la Escritura afirma que la salvación es “según el propósito de Dios”, y solo por gracia, “no conforme a nuestras obras” (cf. Ef. 2:8-9). Esta gracia de Dios para salvación de la humanidad consiste en la entrega de Su propio Hijo (Jn. 3:16), para rescatarnos por medio de su sangre derramada, “como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 P. 1:18-20; cf. 2 Co. 5:21).
2 Corintios 5:19-21: que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
1 Pedro 1:18-25: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, (21) y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.
Estos textos nos han explicado en que se fundamenta el don de la gracia de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3:16). Ahora podemos comprender mejor lo que decía el apóstol Pablo a Timoteo: “…ahora ha sido manifestada [la gracia] por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Ti.1:10).
Los textos citados arriba, junto con 1 Corintios 15:1-8, que también vimos, conforman el corazón del Evangelio, que se manifestó o se anunció con la aparición o primera venida de Cristo. La vida eterna o inmortalidad solo se ha hecho posible por la vida –encarnación del Hijo de Dios–, su muerte expiatoria o vicaria y su resurrección. Su vida a cambio de la de todos los creyentes; por eso Él venció a la muerte, con Su muerte en la cruz (Heb. 2:14-18) y posterior resurrección (1 Co. 15:1-8), y obtuvo para los que creen en Él, la vida eterna; y esta es la única inmortalidad que ha dado a luz el Evangelio, la que se obtiene por el don de la gracia de Dios.
1 Corintios 15:1-8, 20-23: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; (2) por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. (3) Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; (4) y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; (5) y que apareció a Cefas, y después a los doce. (6) Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. (7) Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; (8) y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. […] Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.
Hebreos 2:14-18: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Cristo] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (16) Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él [Cristo] mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
Llegado a este punto, es necesario hacer una aclaración muy importante: “la muerte que quitó” nuestro Señor Jesucristo, no es la muerte que sucede a cada ser humano cuando, por una causa o por otra llega al final de su vida terrena; sino que Jesucristo libra a todo creyente de la muerte eterna o muerte segunda (Ap.2:11;20:14; 21:8), aquella que da “retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; (9) los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, (10) cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros)” (2 Ts. 1:7-10).
A este propósito, y para completar esta importante doctrina de “la segunda muerte”, viene bien citar aquí unos párrafos de un artículo titulado Por qué Jesucristo puede salvarnos de la muerte, que publiqué en esta web hace varios años:
“En Romanos 5:12-21, el apóstol Pablo da a entender que la muerte que todos conocemos es causada por la transgresión de Adán (Véase Romanos 5:17-18). Pablo, a fin de que penetre en nuestras mentes esta verdad fundamental, reitera, en más de una ocasión, que “...el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12), y en Romanos 5:16, afirma de nuevo que “...el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.”
San Pablo intenta que comprendamos que aunque por culpa de un solo pecado, el de Adán, todos vamos a sufrir una primera muerte cuando finalicen nuestros días en esta vida, esa muerte no es definitiva, es sólo un sueño, que no tiene consecuencias eternas, pues todos –los que son de Cristo– seremos resucitados cuando Cristo regrese en gloria para trasladar a sus santos al cielo (1ª Ts. 4:13-18).
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
Por otro lado, él nos hace ver que el don de la misericordia y gracia de Dios hacia los hombres es mucho más abundante que su justicia y juicio, que vino sobre la humanidad a causa del pecado de Adán. A pesar de que los seres humanos cometemos muchos pecados en nuestra corta vida, si nos arrepentimos y convertimos, Dios perdona todos nuestros pecados, por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Por tanto, nuestra salvación está asegurada porque Cristo venció a la muerte con su muerte y resurrección. Nuestra parte consiste sólo en creer que eso es verdad, reconocer nuestra condición de pecador, y arrepentirnos; y cuando aceptamos a Jesús como Salvador y Redentor, obtenemos, en ese mismo instante la justificación y reconciliación ante Dios, resultando asegurada nuestra salvación, y la vida eterna mediante la resurrección, cuando Él venga (véase 1ª Corintios 15).
Así mostró Dios su infinita misericordia hacia la humanidad caída: el Cordero de Dios (Juan 1:29,36) inmolado (Salmo 85:10, Apocalipsis 5:1-14) y destinado desde antes de la fundación del mundo (1ª Pedro 1:20), toma nuestro lugar y entrega su vida para recibir la muerte segunda que a todos nos corresponde por nuestras transgresiones (Romanos 3:23; Romanos 6:23; Efesios 2:1;); y con su resurrección obtiene la victoria sobre esa muerte, garantizando con ello, la vida eterna a todos los que lo aceptan como salvador y redentor de la humanidad (1ª Corintios 15:54-57).
En este momento, quizá sea necesario aclarar que Cristo no sufrió la primera muerte sino la segunda muerte. Puesto que Jesús no heredó el pecado de Adán, debido a que su Padre es Dios mismo (Mateo 1:20; Lucas 1:35), Él no podía morir de muerte natural, y tampoco podía morir como los mártires, porque ellos recibirían la muerte por dar testimonio de su fe en el Salvador; sin embargo, Cristo entregó Su vida voluntariamente (Mr. 10:45; Jn.5:26; 10:17-18) para satisfacer la justicia de Dios, que exige la muerte del pecador; por eso declara San Pablo “que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió..” (2 Corintios 5:14-15); y, al final de este capítulo, para que no puedan quedar dudas, remata magistralmente diciendo que [Dios], “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:14-21). Pero no nos perdamos todo el contexto porque no tiene desperdicio:
2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Es decir, Jesús no podía morir como un mártir de la fe, porque Él entregaba Su vida para asumir en sí mismo la pena de muerte, que les hubiera correspondido a todos los seres humanos por sus pecados –“Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23)–, “a fin de que Él [Dios] sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:21-26). O sea, Dios no habría obrado con justicia si hubiera eximido, sin más, del castigo que corresponde a los transgresores; por eso Cristo es la justicia de Dios (Ro. 3:22;) y nuestra justicia (Jer. 23:5-6; 33:15,16; cf. 1 Co. 1:30), porque Él asume el castigo de nuestros pecados.
Jeremías 23:5-6: He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. (6) En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra.
1 Corintios 1:30: Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;
Y lo asombroso es que este maravilloso Plan de Salvación de la humanidad, que estaba predestinado por Dios desde la eternidad, fue anunciado por el profeta Isaías uno setecientos años antes de que Cristo se encarnara. Veámoslo:
Isaías 53:3-12: Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. (4) Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. (5) Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (6) Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,) cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. (7) Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. (8) Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. (9) Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. (10) Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. (11) Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. (12) Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.
Ahora podemos comprender mejor la diferencia entre la muerte de Jesús y la de un mártir por la fe; porque éste último muere en armonía y unión con Dios, incluso, puede morir cantando de alegría por entregar su vida, testimoniando así de su fe; pero Jesús, además de todos los sufrimientos físicos que experimentó como cualquier hombre, sintió, al momento de afrontar Su muerte –muerte segunda–, el juicio de Dios sobre todos los pecados de la humanidad, que al estar asumidos por Él mismo como Hombre, supuso que Dios le abandonara, cortando ese vínculo de unión que tuvo durante toda Su vida terrenal: esta separación radical que se produjo en ese momento le movió a exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Es decir, tuvo una especie de angustia mental, porque en ese momento, se produjo una completa separación de Dios.
Mateo 27:46: Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Por lo tanto, la muerte de Jesús es distinta a la de cualquier mártir, porque, aun cuando hasta ese momento Él había dependido de Dios, como cualquier otro hombre, en Su muerte se consuma el juicio y la condenación de Dios, por todos los pecados cargados sobre Él, como nuestro sustituto –de los salvos–, esto es la muerte segunda. Y Su resurrección demuestra que venció al pecado, la muerte y al diablo.
Si el lector quiere ampliar sobre el tema tratado arriba puede leer también: ¿Qué muerte sufrió Jesús en la cruz la primera muerte o la segunda?
Era esencial, pues, que el Salvador del mundo, no estuviera afectado del pecado original para que su sacrificio fuera válido. Y como tampoco cometió ningún pecado en su vida personal, Él fue idóneo para ofrecerse como rescate por todos los pecados que nos condenaban a la muerte eterna, y que fueron cargados sobre Él (Mateo 20:28; Marcos 10:45, 1ª Timoteo 2:6; Romanos 8:3; 2ª Corintios 5:21).
Veamos a continuación como los siguientes versículos bíblicos continúan incidiendo en que la culpa de Adán se imputa a todos sus descendientes, a causa de lo cual, es decir “por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres”, es decir, la muerte primera que todos conocemos:
Romanos 5:18,19: Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Así como participamos de la transgresión de uno, Adán, es decir, algo que no hemos cometido personalmente se nos atribuye; del mismo modo, cuando creemos y aceptamos a Jesús, también se nos imputa la justicia que no es nuestra, sino la que Cristo ganó para nosotros en la cruz, siendo obediente a Dios hasta la muerte.
Por eso, la Biblia desmitifica el sentido de la primera muerte equiparándola o identificándola con el sueño, o una inconsciencia total, porque para Dios todos siguen existiendo o viviendo en Su memoria infinita, hasta que se realice la segunda resurrección –la de los injustos (Dn. 12:1-2; Jn. 5:28-29; Hch. 24:15)– en el día del juicio ante el Gran Trono Blanco, y se aplique la segunda muerte a todos los condenados (Ap. 20:5-15).
Por tanto, para Dios, un muerto es como alguien que duerme. Así lo calificó Jesús en Juan 11:11-13: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle.... (13) pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro;..”. Igualmente el apóstol Pablo, en 1ª Corintios 15:51 se refiere a que no todos estarán muertos cuando regrese Jesús en gloria, diciendo “....No todos dormiremos...”.
La primera muerte, pues, no afecta a nuestro destino eterno, y la segunda muerte no afecta a los que reconocen que Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida y la resurrección” (Jn. 11:25), y aceptan su sacrificio expiatorio –Su muerte, en lugar de la que les corresponde a ellos por sus transgresiones (Ap. 20:5-6). Por tanto, ya no debemos temer tampoco a la segunda muerte, pues Jesús obtuvo su victoria sobre la misma, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, muerte vicaria y resurrección. Nuestra salvación está en manos de Dios (Apocalipsis 7:10), nuestra parte es sólo confiar por fe en Él y en Cristo, no dudando de su poder y amor para con nosotros.
Aunque la vida del hombre es corta, efímera y precaria, creemos que Dios da, a lo largo de la vida de todo ser humano, suficientes oportunidades para que se arrepienta de sus malas acciones y trate de obrar rectamente. De ahí lo importante que los años que viva se utilicen de una manera correcta, haciendo el bien, no despilfarrando el tiempo, ni realizando excesivo trabajo que le impida de ocuparse de las cosas espirituales. Sólo en esta vida decidimos nuestro destino eterno (Hebreos 9:27). No hay más oportunidades de arrepentirse después de muerto.
La creencia católica de que las almas, que en esta vida no se han purificado suficientemente, van al “Purgatorio” – permaneciendo en ese lugar o estado, que se supone nada agradable ni feliz, hasta que Dios considere que se han purificado lo suficiente, y entonces decida llevarlas al Cielo– no tiene fundamento en la Biblia, ni tiene sentido a la luz de lo que venimos diciendo que el alma humana no existe separada del cuerpo, y mucho menos sobrevive al mismo, en la muerte.
Hemos, pues, comprobado que la primera muerte, es fundamentalmente consecuencia del pecado de Adán, puesto que si Adán no hubiera pecado tampoco habría habido muerte. Por tanto, nadie puede escapar a ella, excepto los dos casos singulares, relatados en la Biblia, de Enoc y Elías, que fueron traspuestos al cielo sin haber gustado la muerte primera (Hebreos 11:5; 2ª Reyes 2:11). Entonces, ¿tanto el inicuo como el creyente que ha sido justificado y salvo en Cristo Jesús pasan igualmente por la primera muerte? Así es, pero hay una diferencia esencial, los malvados serán resucitados para condenación (Juan 5:28, 29), y los creyentes justos para vida eterna, y “la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos,” (Apocalipsis 20:6; véase también: 2:11; 20:14; 21:8).
Daniel 12:1-2: En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. (2) Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.
Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Puesto que todos participamos de la primera muerte, fácilmente podemos concluir que el sacrificio de Jesús en la cruz nos libra de la segunda muerte, la pena o paga que nos correspondería a causa de todas las transgresiones que realizamos a lo largo de nuestra vida. Por tanto, sólo los que acepten a Cristo como Salvador personal –es decir, los que asuman en sus vidas que Él murió en sustitución de ellos mismos, como pecadores arrepentidos– serán librados de la segunda muerte, que es la erradicación definitiva del universo de todo vestigio de mal”. (163)
El alma humana no es inmortal
Todo lo anterior es una prueba más de que el hombre es un ser unitario, por lo que no consta de partes que se separan cuando él muere; y aun cuando fuera un compuesto de cuerpo y alma, o cuerpo y espíritu, ninguna de las partes tiene autonomía o independencia para vivir otra vida de forma consciente; pues, la separación de las mismas es la muerte del hombre, y no volverá a vivir hasta el día postrero cuando sea resucitado en la resurrección de los justos (Jn. 5:28-29; 6:39,40,44).
3. Resurrección versus inmortalidad del alma
Un estimado amigo que está muy convencido de la inmortalidad del alma, como sabe que me gusta mucho la lectura de los libros que desarrollan temas de las Sagradas Escrituras, tuvo el detalle de regalarme el libro titulado ¿Tiene sentido la vida?, de William A. Orozco. El cual terminé de leer el pasado día 29 de octubre de 2019.
Como tengo por costumbre, he ido tomando notas de todo lo que me llamaba la atención del citado libro; y reconozco que me ha gustado prácticamente todo lo escrito en el mismo, excepto que el autor intente defender la inmortalidad del alma sin aportar textos y argumentos bíblicos, y que acepte sin más la tradición cristiana y pensamiento helénico predominante en nuestra cultura; como, por ejemplo, cuando dice:
“En la Biblia la muerte no es dejar de existir. Es una separación entre el cuerpo y el alma.” p. 150 (164)
¿Dónde la Biblia registra esa afirmación? ¿Cuáles son los argumentos bíblicos que la respaldan? Esto es una declaración sin fundamento bíblico alguno. Simplemente no es verdad, porque solo es pura filosofía, que da por hecho que el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma, cuando la Biblia dice que todo él es un alma viviente (Gn. 2:7; cf. 1 Co. 15:45). En este libro ¿Cuál es la naturaleza del ser humano? –último publicado en esta web–, al que le estoy añadiendo estos apéndices, he tratado este tema con la suficiente profundidad y base bíblica.
El siguiente párrafo de William –que transcribo abajo– prueba su errónea interpretación de la Biblia, en especial, del lugar llamado el Seol, que en el NT se llama Hades, y que no representa otra cosa que el sepulcro, como se puede demostrar si se hace con objetividad un estudio de la Biblia.
“En el AT, la muerte no es dejar de existir. Cuando muere alguien va al Seol, lugar de los muertos. Allí conserva la conciencia de sí mismo y del lugar donde está (Dt.32:22; Is. 14:11-15). No obstante, el Seol no es propiamente un lugar al que se desee ir. En el AT, morir, entrar al Seol, es ingresar a un lugar de sombra y olvido, donde el hombre pierde la fuerza y la vitalidad, un lugar donde su vida es prácticamente anulada (Job 38:17; Sal. 88:3-5). De ahí la preferencia de la vida en contraste con la muerte. No existe una distinción clara ente el lugar donde van los justos y aquel donde van los perdidos, aunque en la literatura rabínica posterior se desarrolla la idea del Seol dividido en dos, un lugar para los justos y otro para los impíos. Es solo con la llegada de Jesús que se revela con mayor claridad el misterio de la muerte y su tránsito a la vida eterna, como lugar de eterna plenitud o de eterna condena. (165)
Aunque ya he escrito varios artículos, en los que abordo este tema, en https://amistadencristo.com, más adelante volveré a referirme al Seol-Hades.
La Palabra de Dios reitera en muchísimas ocasiones que la esperanza del cristiano está puesta en la resurrección de los muertos, prometida por Jesucristo y sus apóstoles; y en absoluto se nombra la inmortalidad del alma.
A continuación, me limito a citar algunos párrafos, que me han llamado la atención, extractados del citado libro ¿Tiene sentido la vida?, y a comentarlos, por ejemplo, su observación sobre Juan 11:25-26:
Juan 11:24-26: Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. (25) Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (26) Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
El autor escribió: “La vida cristiana y su sentido depende en cierta medida de la respuesta a la pregunta: “¿Crees esto?” (166). Y ¿qué es “esto”, a lo que Jesucristo se refiere? ¿Acaso Él, cuando dice –“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”–, no se está refiriendo a que la única solución para la muerte está en la resurrección en el día postrero?
¿Qué significa “aunque esté muerto, vivirá”? ¿Será porque su alma –no la bíblica sino la de la filosofía– es inmortal o porque Jesús le resucitará en el día postrero?
La respuesta está en el versículo 26 –“todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”–; porque si “no morirá eternamente” depende de creer en Jesús, cuando alguien no cumpla esa condición significa que morirá eternamente; es decir, para vivir eternamente hay que creer en Él, y no solo eso sino llevar una vida congruente con esa creencia de obediencia y amor a Dios y a su Palabra, y amor al prójimo. La inferencia de esta premisa es inmediata si hubiese inmortalidad del alma Jesús no podría afirmar, que se puede morir eternamente si no se cree en Él, en la manera correcta.
El autor, finalmente, no tiene más remedio que reconocer que también en el Antiguo Testamento, se habla de la resurrección, y que ésta ha sido siempre la única esperanza de la humanidad:
“[…] En el AT… la idea de vida eterna no era del todo desconocida. Daniel 12:2 menciona literalmente este concepto: “y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. (167)
Naturalmente que la vida eterna no era desconocida en el AT, pero siempre está unida a la resurrección. La Biblia nunca habla de que el alma humana es inmortal, sino de que solo hay vida eterna en, o por, Cristo Jesús, y únicamente mediante la resurrección de los muertos (Jn. 5:28-29; 6:39,40).
Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Juan 6:39: Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.
Juan 6:40: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Obsérvese que, en los textos del Evangelio de san Juan, Jesucristo no se refiere a la resurrección del cuerpo del que murió, sino a la resurrección de su ser entero, porque ¿qué sentido tiene resucitar solo el cuerpo, sin el alma? Cuando Él dice que “los que están en los sepulcros oirán su voz”, claramente se refiere al hombre entero el único que es capaz de oír, de ninguna manera un cuerpo –del pensamiento helénico– puede oír sino está unido a un alma. Además, Jesús declara que los que están en los sepulcros, que no pueden ser otros que los muertos, no les llama con su voz, dirigiéndose, por una parte al cuerpo que está en el sepulcro y, por otra, al alma que supuestamente está en el cielo.
Por otro lado, ¿por qué no nos hace pensar el hecho de que nuestro Señor repita en tres versículos consecutivos, –“le resucitaré en el día postrero”– lo muy importante y significativa que es esta verdad para el cristiano?
Como William no encuentra fundamento en la Biblia para su creencia de que el alma es inmortal –como es lógico que le sucediera–, no tiene más remedio que recurrir a una fuente externa a la Biblia, por ello cita al Catecismo de la Confesión de Fe de Westminster, que también está contaminado de la tradición cristiana heredada de la influencia helénica, a fin de apoyar la doctrina de la inmortalidad del alma en la que cree:
“Después de la muerte, los cuerpos de los seres humanos, vuelven al polvo y experimentan putrefacción; pero sus almas (que no mueren ni duermen), al tener una subsistencia inmortal, inmediatamente vuelven a Dios quien las dio. Las almas de los justos, siendo entonces hechas perfectas en santidad, son recibidas en lo más alto de los cielos, donde contemplan el rostro de Dios, en luz y gloria, esperando la plena redención de sus cuerpos. Las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen en tormentos y en tenebrosidad total, reservadas para el juicio del gran día. Aparte de estos dos lugares para las almas separadas de sus cuerpos, la Biblia no reconoce ningún otro”. (168)
Sin embargo, a continuación, el autor, aunque cree en la inmortalidad del alma por la herencia cultural, su sinceridad y conocimiento bíblico, le impulsan a reconocer lo siguiente que, aunque contradice su creencia anteriormente expresada, le reconcilia con la Palabra de Dios:
“La resurrección es la piedra angular de la fe cristiana, si no hay vida futura todo el mensaje cristiano sería una farsa, la muerte de Cristo será en vano y no habría ninguna esperanza para nosotros, en palabras de Pablo: ‘Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. (14) Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe’ (1 Corintios 15:13-14)” (169).
Claramente, el autor afirma que “si no hay resurrección de muertos no hay vida futura y todo el mensaje cristiano sería una farsa” (170). Si el alma humana fuera inmortal “per se”, la vida futura después de la muerte existiría con independencia de que hubiera resurrección o no la hubiera, porque estaría basada en la propia naturaleza ontológica o antropológica del ser humano, y no en Cristo.
Por eso, los que creen en la inmortalidad del alma tienen un serio problema, cuando se empeñan en sostener lo siguiente:
“[…] sus almas (que no mueren ni duermen), al tener una subsistencia inmortal, inmediatamente vuelven a Dios quien las dio” (frase anteriormente citada, que el autor extrajo del Catecismo de la confesión de Fe de Westminter). (171)
Esta declaración, que ya vimos que no se corresponde con la Biblia, además, plantea muchos problemas, como, por ejemplo, el del origen del hombre ya tratado en el Apéndice n.2 de este libro: si Dios es el que infunde las almas en el momento de la concepción del embrión humano, ¿cómo se explica la herencia del pecado? Lo que Él crea es perfecto; Dios no es el autor del pecado.
Dejemos ya el concepto del alma abordado desde la filosofía. Ya vimos que el concepto bíblico de alma se refiere al ser humano entero, es decir, la persona. Por tanto, no puede morir el cuerpo y sobrevivir el alma, porque cuerpo y alma forman un solo bloque indivisible; no son dos sustancias independientes entre sí, sino que conforman los aspectos o dimensiones de la persona.
La solución bíblica al problema de la muerte, lo que Dios nos ha revelado, es la resurrección de los muertos, “porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Co. 15:16-18).
Las palabras claves – los que durmieron en Cristo perecieron”– significan que no hay inmortalidad del alma, ni vida eterna sino es por la vida, muerte y resurrección de Cristo. Es decir, si no hubiera resurrección, todos, cuando morimos, pereceríamos para siempre, porque la inmortalidad del alma no existe, simplemente no está en la Biblia.
No podemos equiparar el concepto de vida eterna al de la inmortalidad del alma; es decir, no se puede sostener la existencia de ésta, apoyándose en la vida eterna que es un don de la gracia de Dios para los que creen en Cristo. Los que defienden la doctrina no bíblica de la inmortalidad del alma creen que el alma separada del cuerpo es inmortal, por naturaleza, con independencia de que solo existe vida eterna para los que han nacido de nuevo en Cristo, por medio de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo. De ahí, que los que sostienen esa doctrina antibíblica, no les queda otra opción, que extender esta inmortalidad del alma también a los seres que se pierden, es decir, a los injustos, los malvados; como consecuencia éstos estarán eternamente consumiéndose en el infierno. Así lo afirma la cita anterior del Catecismo de la Confesión de Fe de Westminster, extraída del libro ¿Tiene sentido la vida?
“[…] Las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen en tormentos y en tenebrosidad total, reservadas para el juicio del gran día. Aparte de estos dos lugares para las almas separadas de sus cuerpos, la Biblia no reconoce ningún otro”. (172)
Se confirma entonces que la concepción errónea inicial, de que el alma es inmortal, conduce a defender teorías absurdas y crueles como la citada arriba. Es decir, ellos –los defensores de la inmortalidad del alma– creen en un Dios cruel que recompensa con un castigo de eterno tormento y sufrimiento a todos los que se pierden. Resulta evidente que ese castigo eterno que predican los defensores de la inmortalidad es a todas luces desproporcionado e injusto, porque no se correspondería con un Dios de amor que proporcionase un castigo eterno a sus criaturas, que hayan podido vivir más o menos desordenada e impíamente durante esta vida terrenal. De ninguna manera sería justo y proporcionado que esa vida corta, efímera, con muchos condicionantes de todo tipo, genéticos o biológicos, culturales, sociales, etc., por muy malvada que hubiese sido, mereciera como castigo vivir “eternamente en tormentos y en tenebrosidad total”. (173)
¿Cuándo esperaba el apóstol Pablo recibir la vida eterna, en el momento de morir o en el día de la venida gloriosa de Cristo?
La esperanza del Apóstol no estaba puesta en la inmortalidad del alma, sino en la vida eterna, porque él dijo: “…me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor Juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8).
2 Timoteo 4:6-8: Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. (7) He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
Es necesario que interpretemos correctamente qué es “la corona de justicia”; y para ello, debemos empezar por ver el contexto de este texto, y también los pasajes que pueden tener alguna relación con el mismo, como, por ejemplo: 1 Co. 9:24-25; Stgo. 1:12; 1 P. 5:4; Ap. 2:10; 3:11:
1 Corintios 9:24-27: ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. (25) Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. (26) Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, (27) sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
Santiago 1:12: Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
1 Pedro 5:4: Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.
Apocalipsis 2:10: No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
Apocalipsis 3:11: He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.
2 Timoteo 4:6-8: Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. (7) He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
San Pablo utilizó esta figura de “la corona” en 1 Corintios 9:24-27, para referirse al premio que solían recibir los que “corrían en el estadio” (v.24); porque en los antiguos juegos deportivos u olímpicos se premiaba a los vencedores de las distintas pruebas, con coronas hechas “de olivo salvaje o bien de hojas de laurel” (174). Los participantes en estas competiciones deportivas debían disciplinarse, absteniéndose de todo lo que fuera perjudicial, o mermara sus fuerzas para alcanzar la meta y con ello la victoria. El apóstol compara con cierta frecuencia la carrera de esos atletas con la de los cristianos: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (v.25).
El apóstol Pablo nos exhorta, primero, a que hagamos como aquellos deportistas, pero en el sentido espiritual, y, en segundo lugar, siguiendo el mismo símil o figura de la carrera en el estadio para obtener un premio, nos da su ejemplo de vida, y nos muestra su meta espiritual: “prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14); a fin de que seamos imitadores de él mismo (Fil. 3:17).
¿En qué consiste la corona incorruptible (1 Co. 9:25) que recibe el cristiano y cuándo la recibe?
Hemos visto, pues, que una corona física, es decir, material, y por tanto, corruptible era el premio del vencedor en algunas competiciones deportivas antiguas. A este objeto material, que es símbolo del premio que recibirán los creyentes en Cristo, se le aplican varios nombres o adjetivos espirituales, que conforman su definición, contribuyendo así a identificar en qué consiste este premio, que ya sabemos que no es físico sino espiritual; como, por ejemplo: Pablo habla de “corona incorruptible” (1 Co. 9:25), y de la “corona de justicia” (2 Ti. 4:8); Santiago, de la “corona de vida” (Stgo. 1:12); Pedro, de la “corona incorruptible de gloria” (1 P. 5:4), y Jesucristo, por medio de Juan, se refiere a la “corona de la vida” (Ap. 2:10; cf. 3:11).
Puesto que se distinguen varios tipos de “corona”: “incorruptible”, de “justicia”, de “vida”, “incorruptible de gloria”, es procedente que nos preguntemos: ¿representan, acaso, varias clases de premios que recibirán los creyentes en Cristo?
¿A qué se refiere el apóstol Pablo cuando dijo: “me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8?
Notemos que Pablo está completamente seguro de recibir el premio de la “corona de justicia”, “en aquel día”. Nos surgen entonces varias preguntas: ¿a qué justicia se refiere él?, ¿qué significa la corona de justicia?, ¿por qué es tan importante recibirla y en qué se basa su seguridad en obtenerla?
Con respecto a la primera pregunta, él mismo lo explicó: “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:9). Él tiene absoluta seguridad en obtener esa justicia, porque no confía alcanzarla mediante sus propias fuerzas, capacidades o méritos, sino que se fundamenta en que la da el Juez justo, que es el Señor; y él mismo también nos dijo que los cristianos somos “hechos justicia de Dios en Cristo” (2 Co. 5:21). Es decir, nuestra seguridad en la salvación está puesta en que “Cristo Jesús… nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Co. 1:30). Su importancia radica en que sin esa justicia, que solo está en Cristo, nadie podría salvarse.
Por tanto, recibir la justicia de Dios significa ser justificado ante Él (Hch. 13:38-39;15:11; Ro. 3:21-27;5:1), que es sinónimo de ser salvo; y, para los que no tenemos un alma inmortal, el premio supremo al que aspiramos, como consecuencia de ser salvos, no puede ser otro que recibir la vida eterna, para reinar con Cristo y participar de su gloria en las moradas que ha ido a preparar en la casa de Su Padre (Jn. 14:1-6). Lo que también confirma san Pablo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; (21) el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20-21).
Sin embargo, obsérvese, que no podemos ser “ciudadanos de los cielos” hasta que aparezca “el Salvador, el Señor Jesucristo” en gloria, y transforme “el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”. Es decir, en Su parusía todos los muertos en Cristo serán resucitados (1 Co. 15:20-23), y transformados, “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Co. 15:53; cf. 1 Ts. 4:13-18).
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
De lo que antecede, se puede, pues, deducir que el apóstol Pablo usa la figura de una corona, como símbolo del premio, de la victoria que se obtiene después de pelear “la buena batalla de la fe” (1 Ti. 6:12; cf. 2 Ti. 4:7), de perseverar en la carrera cristiana, “para expresar con ello la gloria del cielo” (175); además, la “corona” representa no solo la gloria sino también que Cristo “nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, Su Padre…” (Ap. 1:6). Luego obtener “la corona de justicia” es alcanzar la salvación y la gloria para reinar con Cristo en la eternidad. Las distintas coronas no representan otros tantos tipos de premios, sino uno solo, que es la vida eterna, que se recibe, en la venida gloriosa de Jesucristo, cuando “esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”. (1 Co. 15:53).
¿Cuándo se recibe el premio de la vida eterna?
La respuesta de la Palabra de Dios no puede ser más explícita y clara: “Cuando aparezca el Príncipe de los pastores” (1 P. 5:4).
1 Pedro 5:4: Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.
1 Corintios 15:22-23: Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
Por tanto, si el ser humano es un ser unitario –no compuesto de partes separables–, todo él es mortal, no caben divisiones en él, ni tiene sentido creer que tenga un alma inmortal, que pudiera sobrevivir, separándose en el momento de la muerte del ser humano, y que, además, tenga vida consciente.
La muerte es el fin del hombre entero
Es evidente, pues, que el ser humano es mortal; y esto es ratificado no solo por la experiencia sino también por las Sagradas Escrituras, que no conciben al hombre formado por partes, y, mucho, menos que una parte del mismo –que llaman alma– sea inmortal. Por tanto, si la muerte es el fin del hombre entero, lo que Dios resucita no son los cuerpos, no es la “carne”, como se enseña en los catecismos la doctrina de la inmortalidad del alma, sino “los muertos”, es decir, las personas muertas son las que resucitan; y no los cuerpos, porque un cuerpo no es nada, solo la persona tiene sentido. ¡Qué cosa tan absurda decir que Dios resucita la “carne”!, pues “la carne para nada aprovecha” (Jn. 6:63). Además el cuerpo glorioso, transformado a la semejanza del de Cristo resucitado, no es una parte del ser humano sino que es el hombre entero, y no tiene nada que ver con la materia del hombre terrenal que es de “carne y sangre” (1 Co. 15:50).
Además, Dios dijo: “el alma que pecare, esa morirá” (Ez. 18:4,20). Por tanto, el alma no puede ser inmortal, y el NT, lo confirma (Mt. 10:28: “[Dios] puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Para entender correctamente este texto, no hay que olvidar que la Biblia considera “alma” el ser humano entero, es decir, la persona. La enseñanza de Jesús aquí es que los hombres solo pueden atentar a nuestro cuerpo o vida actual. Pero Dios tiene en sus manos nuestra vida eterna. A pesar de la muerte de nuestro cuerpo, Dios podrá reconstruir la integridad de nuestro ser en la resurrección (2 Ti. 1:12).
Es, pues, un grave error sostener que el alma –concebida como una parte que se separa del hombre al morir– sobrevive a la muerte, como una entidad autónoma y consciente, para encontrarse con Dios en el cielo, o con el diablo en el infierno. En cambio, la Biblia sostiene que solo hay vida eterna en la resurrección del día postrero de la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo ((véase, entre otros, Jn. 5:28-29; 6:39,40,44).
4. ¿Qué significan el Seol o el Hades en la Santa Biblia?
Significado del Seol (AT) o el Hades (NT)
Seol (hebreo) y Hades (griego) tienen el mismo significado, y ambas palabras se emplean para designar la morada de los muertos en el Antiguo Testamento (AT) y Nuevo Testamento (NT) respectivamente; es decir, una figura del cementerio o del sepulcro, un lugar bajo tierra donde normalmente se entierran a los muertos. Ahora, basta comparar el Salmo mesiánico (16:10) con la interpretación que del mismo hace el apóstol Pedro en el libro de Hechos de los Apóstoles (2:27), para comprobar que ambos términos indican un mismo lugar:
Salmos 16:10: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción.”
Hechos 2:25-27: Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. (26) Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun mi carne descansará en esperanza; (27) Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Por lo tanto, en el Antiguo Testamento, el lugar donde van los muertos se llama Seol, en hebreo. En el Nuevo Testamento este término se traduce, al griego, por Hades. Ambos términos simbolizan la morada figurada de los muertos. En nuestra cultura lo llamamos cementerio, que literalmente significa “dormitorio”. Nombre muy apropiado si consideramos, como hace la Biblia, a la muerte como un estado inconsciente, semejante a un letargo profundo. Jesucristo sencillamente le llama sepulcro que es donde se entierran, normalmente, a los muertos (Jn. 5:28-29). Como hemos visto arriba, la prueba, de que ambos términos Seol (AT) y Hades (NT) representan el mismo concepto, está en Hechos 2:22-34, porque el versículo 2:27 proviene del libro de los Salmos capítulo 16 y versículo 10. En el AT se denomina Seol y en el NT Hades.
El Seol, o Hades, simboliza, al igual que nuestro cementerio o el sepulcro, la sepultura, es decir, un lugar bajo tierra donde se entierran a los muertos. Y esto es fácil de probar en la Biblia. Comprobémoslo:
Números 16:30-33: Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová. (31) Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. 32 Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. 33 Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.
En estos textos se relata el castigo de Dios sobre Coré y sus hombres que encabezaron una rebelión contra Moisés; por eso Jehová los castiga mandando que la tierra se abriera bajo ellos y se los tragase: “Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación” (Nm. 16:33). Aquí se identifica con claridad que se llama Seol al lugar bajo tierra donde van a parar Coré y sus hombres. Por tanto, el Seol no es otra cosa que el lugar donde fueron sepultados los que se rebelaron, o lo que es lo mismo, lo que les sirvió de sepultura. En este caso el Seol fue el instrumento ejecutor que eligió Dios para ejercer su juicio, porque al ser sepultados por la tierra, perecieron, y ahí se acabó todo; y además, se ahorraron tener que excavar una fosa para enterrarlos.
¿Puede haber algún tipo de vida espiritual en el Seol?
Eclesiastés 9:10: Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.
En el Seol, es decir, en la sepultura donde todos tenemos que ir a parar algún día, es donde se entierran a los muertos; y no existen más misterios; todo lo demás no son más que imaginaciones truculentas de las que somos muy dados los seres humanos. El texto de arriba con rotundidad expresa que en el Seol no puede haber ningún tipo de vida; y en el supuesto que la existiera sería horrible, podríamos decir, infernal. Lugar de total oscuridad y ausencia de vida humana; simboliza también los estados de oscuridad y de angustia por los que podemos pasar las personas, como le ocurrió al rey David (Sal. 30:3) cuando fue pertinaz y cruelmente perseguido por el Rey Saúl.
Salmos 30:3: Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; Me diste vida, para que no descendiese a la sepultura.
Salmos 30:9: ¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad?
En este Salmo (30:3), el rey David relata su experiencia de sentirse tan abatido, como si estuviera a punto de morir y en la oscuridad de la sepultura. Notemos como se equipara ésta con el Seol, porque son la misma cosa. Él siente como Dios le eleva desde la profundidad del Seol, donde se sentía sumergido, y le da vida, para que no muera y tenga que descender a la sepultura. En el siguiente Salmo (30:9), David sigue dialogando con Dios: si él moría y descendía a la sepultura o Seol ¿le alabaría el polvo–lo que uno es cuando se muere– y, lógica y naturalmente tampoco podría anunciar la verdad de Dios, porque un muerto, que es polvo, nada puede hacer.
Aunque este tema del Seol admite pocas dudas, no obstante, vamos a seguir viendo más textos acerca de él, como, por ejemplo, los siguientes: (Salmo 6:5; 49:15; Eclesiastés 9:10; Isaías 38:18; Amós 9:2):
Salmos 6:5: Porque en la muerte no hay memoria de ti; En el Seol, ¿quién te alabará?
Observemos que el Seol siempre se relaciona con la muerte, y con la sepultura, porque es el lugar donde van los muertos. Y estos ni pueden alabar a Dios, ni pensar, ni hacer nada. Veamos otro pasaje que confirma lo que antecede –el Seol y la muerte son el uno para la otra, porque sencillamente este lugar acoge a los muertos (Is. 38:18-19; Oseas 13:14; Amos 9:2)–:
Isaías 38:18-19: Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. (19) El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos.
Oseas 13:14: De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista.
Amós 9:2: Aunque cavasen hasta el Seol, de allá los tomará mi mano; y aunque subieren hasta el cielo, de allá los haré descender.
Sin duda el Seol es un lugar bajo tierra, donde se entierran a los muertos, por eso es necesario excavar la tierra porque no se encuentra en la superficie de la misma. Por eso, en la Biblia siempre se habla de “descender al Seol” (Gn. 37:33-35; 42:38:44:29-34; 1 R. 2:6; 2:9), que se equipara con descender al sepulcro o a la sepultura. Descender al Seol equivale, pues, ir a la muerte, o morir. Librarse del Seol es librarse de la muerte, porque ser redimido o rescatado del Seol es ser librado de la muerte, como prueban los textos de arriba (Os. 13:14). Veamos otro ejemplo muy esclarecedor:
Salmos 88:3-5: Porque mi alma está hastiada de males, Y mi vida cercana al Seol. (4) Soy contado entre los que descienden al sepulcro; Soy como hombre sin fuerza, (5) Abandonado entre los muertos, Como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, De quienes no te acuerdas ya, Y que fueron arrebatados de tu mano.
Salmos 89:48: ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol? Selah
Notemos el paralelismo entre la vida del salmista cercana al Seol –es decir, él se sentía cercano a la muerte– y ser contado entre los que descienden al sepulcro (Sal. 88:3). Esto demuestra una vez más la equivalencia de Seol y sepulcro o sepultura; todo ello relacionado con la muerte; porque allí –al Seol o la sepultura– es donde van a parar los muertos. El poder del Seol no es más que el poder de la muerte, que solo Dios vence, mediante Su resurrección.
¿Cómo se interpreta que varios versículos del AT (Gn:25:8,17; 37:35; Jue. 2:10; 2 R. 10:35) y también alguno del NT (Hechos 13:36) que se refieren a que al morir las personas se reúnen con sus antepasados?
Primero, voy a transcribir los citados textos del Antiguo Testamento del enunciado de arriba, para comentarlos:
Génesis 25:8: Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo.
Génesis 25:17: Y estos fueron los años de la vida de Ismael, ciento treinta y siete años; y exhaló el espíritu Ismael, y murió, y fue unido a su pueblo
Génesis 37:35 (RV 1960): Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre.
Génesis 37:35 (NVI 1999): Todos sus hijos y sus hijas intentaban calmarlo, pero él no se dejaba consolar, sino que decía: «No. Guardaré luto hasta que descienda al sepulcro para reunirme con mi hijo.» Así Jacob siguió llorando la muerte de José.
Vemos que “murió Abraham… y fue unido a su pueblo” (Gn. 25:8), y de la misma manera sucedió cuando murió su hijo Ismael (Gn. 25:17). Analicemos ahora Génesis 37:35, y comparemos el texto de la Biblia Reina-Valera con el de la Nueva Versión Internacional de la Biblia (NVI 1999), y comprobaremos que, esta última, traduce directamente “Seol” por “sepulcro”, como ya habíamos demostrado anteriormente. Evidentemente, cuando los hermanos de José dieron la noticia a Jacob, de que aquel había muerto “despedazado por una mala bestia” (Gn. 37:33), su padre se sintió tan mal que deseó morir e ir a reunirse con él en el Seol, o lo que es lo mismo, el sepulcro.
¿Qué significa que tanto Abraham como Ismael, cuando murieron fueron unidos a su pueblo, y que incluso Jacob pensase en morirse para ir a reunirse con su hijo que él creía que estaba muerto, aunque realmente no lo estaba?
¿En el Seol o sepulcro donde van a parar cuando mueren van a ser conscientes de que se les ha reunido? Absolutamente imposible, porque cuando uno muere ya ha dejado de ser una persona, porque se convierte en polvo, materia inanimada, y hasta la resurrección no sabrán si han sido reunidos o no. Veamos un último ejemplo del AT, también en dos versiones de la Biblia:
2ª Reyes 10:35 (RV; 1960): Y durmió Jehú con sus padres, y lo sepultaron en Samaria;...
2ª Reyes 10:35 (NBJ, 1998): Jehú reposó con sus antepasados y lo enterraron en Samaría.
¿Se entiende mejor ahora: “durmió Jehú con sus padres,y lo sepultaron” (RV, 1960), o bien “Jehú reposó con sus antepasados y lo enterraron” (NBJ, 1998)?
La realidad es que Jehú, ya sea que durmiera o reposara, con sus padres o con sus antepasados, lo que le ocurrió es que murió, y le sepultaron o enterraron; da lo mismo; y hasta que no lo despierten no volverá a vivir, es decir, a tener consciencia. A Lázaro, el hermano de Marta le resucitó Jesús, aunque esta vez no fue la definitiva, porque aquel no fue transformado en gloria:
Juan 11:11-13: Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. (12) Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. (13) Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.
Por tanto, Jehú y todos los que han muerto, mientras no sean despertados, permanecerán inconscientes hasta que sean resucitados en el día postrero, por nuestro Señor Jesucristo.
Todas estas frases “reunirse con los antepasados muertos”, “descender al Seol” o al sepulcro (otras versiones) para reunirse con sus parientes, o “dormir con sus padres” (2ª Reyes 10:35) no demuestran en absoluto que la reunión sea de espíritus conscientes que son llevados al paraíso o al infierno sino simplemente que descienden al Seol (AT) o al Hades (NT). La Biblia misma indica que el Seol, y por consiguiente, también el Hades, puesto que ambos nombres se refieren a lo mismo, es una fosa que se sitúa bajo tierra. La morada y reunión de los muertos es un simbolismo que manifiesta la realidad de que todos los seres humanos cuando mueren van a parar a un lugar común, la sepultura, el sepulcro, la tumba, la tierra, el mar, etc.
Por tanto, la interpretación más plausible es que las frases "reunirse con su pueblo" (Génesis 25:8,17; cf. Jueces 2:10), “bajar en duelo al Seol” (Génesis 37:35); “Vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez” (Génesis 15:15), son figuras o metáforas comunes del lenguaje hebreo, cuyo significado es “morir”. El “morir” también se suele equiparar en el lenguaje cotidiano como “reposar” (2ª Reyes 10:35; BJ, 1998). La Biblia suele llamar “dormir” al “morir” (2ª Reyes 10:35). Véase Juan 11:11,13; Job 7:21; Sal. 13:3; Daniel 12:2; Mr. 5:39; Lc.8:52; Hechos 7:60; 1ª Cor. 15:6, 20,51; 1 Ts. 4:13; etc.). Otra imagen poética que se repite es, por ejemplo: “haréis descender mis canas con dolor al Seol” (Gn. 42:38;c44:29-34; cf. 1 R. 2:5,9).
Debemos tener en cuenta que la Revelación que Dios da a través de la Biblia es progresiva, y en tiempo de Abraham y de Moisés, el pueblo de Israel no disponía de una revelación específica y detallada sobre el destino de los muertos. Poco a poco todo eso se va aclarando a lo largo del resto de libros que componen la Biblia, en especial el NT. Posiblemente, Abraham y sus nietos podían haber conservado la tradición de los pueblos de donde provenían, de que el espíritu sobrevivía al cuerpo con algún tipo de vida consciente. Por eso, Jacob, quizás albergaba la esperanza de que al descender al Seol, se reuniría con el espíritu de su hijo José, al que creía muerto (Génesis 37:35).
En el siguiente texto el Nuevo Testamento también recoge una expresión igual o semejante a las anteriores del AT:
Hechos 13:36: Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción.
Este texto solo confirma que David “durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción”, es decir, murió y fue sepultado; pero de ninguna manera prueba que haya vida después de la muerte. Realmente está probando lo contrario, pues, como dije antes, “dormir” simboliza la inconsciencia total del ser. “Reunirse con sus padres” es claramente una figura que alude al destino común de todos los humanos cuando mueren. Todos van a un mismo lugar: la tierra:
[…] hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Génesis 3:19)
Con respecto a la parte final de Hechos 13:36 que dice “y vio corrupción” ¿qué significa? Para responder esta cuestión, veamos primeramente el contexto, solo un verso anterior y otro posterior:
Hechos 13:35-37: Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. (36) Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. (37) Mas aquel [Cristo] a quien Dios levantó, no vio corrupción.
“Aquel a quien Dios levantó de los muertos” que “no vio corrupción” es, incuestionablemente, Cristo. ¿Por qué no vio corrupción Cristo? Porque resucitó al tercer día (poco más de 24 horas) y no dio tiempo a que su cuerpo se descompusiera, cosa que sí ocurrió con el de Lázaro, el hermano de María y Marta, y sucede con todos los que mueren naturalmente. En estos versos citados, la incorrupción de Cristo se contrasta con la corrupción de David. Éste sí “vio” corrupción” porque su cuerpo se descompuso y se convirtió en polvo. El verbo “ver” es una manera simbólica de hablar, para indicar que pasó por ese estado de corrupción. Pues si el espíritu de David, que “no subió a los cielos” (Hechos 2:34), estuviera viviendo conscientemente en cualquier otro lugar, poco le importaría la corrupción de su cuerpo. Veamos también el contexto de este último texto:
Hechos 2:27-34 (Compárese con Salmos 16:10): Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción. […] (29) Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (30) Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. (32) A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. […] (34) Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,…
En resumen, los muertos van al Seol donde “no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9: 10), es decir, ningún tipo de vida consciente. Jesús dijo que los muertos están en los sepulcros (Jn. 5:28-29), en ellos tampoco hay ningún tipo de vida.
Juan 5:28-29: No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Viene muy a propósito comentar aquí la parábola del Rico y Lázaro (Lc. 16:19-31)
En el Nuevo Testamento, Jesucristo narró una parábola en el que el mendigo Lázaro, cuando murió fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; mientras que el hombre rico fue sepultado (Lc. 16:22). Analicémosla a continuación con detalle:
5. ¿Qué pretende revelarnos la parábola del rico y Lázaro (Lucas 16:19-31)? (176)
¿Nos enseña acaso que el Hades está dividido en dos partes, la una, lugar de tormento, donde está el rico, y la otra, una especie de paraíso, donde está Abraham y es llevado Lázaro?, pero, ¿cómo es posible que eso sea real, y que ahí se pueda vivir de alguna manera, si tanto un lado como el otro están bajo tierra, porque el Hades es equivalente a la sepultura?
La doctrina católica refiere que las almas o los espíritus de los muertos, inmediatamente cuando salen del cuerpo muerto, son juzgados por Dios, en un juicio particular para cada ser humano que muere, y como consecuencia del mismo, Él los envía al cielo, al infierno o a un lugar intermedio llamado Purgatorio donde las almas se terminan de purificar hasta que sean dignas de acceder al cielo.
Esta creencia católica es bastante similar a la del cristianismo evangélico, si se exceptúa el Purgatorio. Para los evangélicos, solo caben dos opciones, las almas van al cielo o al infierno. Tanto los católicos como los evangélicos consideran o toman la parábola del Rico y Lázaro (Lucas 16:19-31) como literal. Por eso no está demás transcribirla a continuación:
Lucas 16:19-31: Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. 20 Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, 21 y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. 22 Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. 23 Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24 Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. 25 Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. 26 Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. 27 Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. 29 Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. 30 El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. 31 Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.
En dicha parábola, se citan dos lugares que están separados por una “gran sima” (Lucas 16:26). Uno de estos lugares es llamado el Hades, un lugar donde supuestamente va a parar el espíritu del hombre rico para sufrir tormentos (Lucas 16:23,24). Sin embargo, nótese que se describe al supuesto espíritu del muerto como teniendo ojos y lengua que necesitaba ser refrescada con agua, porque estaba siendo atormentado por una llama.
El otro lugar, adyacente al Hades, que estaba separado solo por “una gran sima”, es llamado el “seno de Abraham” (Lucas 16:22); la parábola relata que al morir el mendigo Lázaro fue llevado por los ángeles a este último lugar. Se describe un diálogo en el que el rico, al ver “de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno (V.23)”, le pide ayuda: “Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lucas 16:25).
En primer lugar, el contenido de la parábola, ya sea que corresponda a un hecho real e histórico o simplemente fruto de la tradición existente, se sitúa, evidentemente, en el pasado, en la época de Jesús o anterior, antes del juicio final por tanto. Esta ubicación en el tiempo se evidencia porque el rico ruega a Abraham para que envíe a Lázaro a testificar a sus cinco hermanos (del hombre rico), a fin de que ellos, pudiesen ser salvos, y no fuesen también a ese lugar de tormento donde estaba el rico. Claramente este ruego del rico no tendría sentido si se ubicara después del juicio final, cuando ya no hay lugar para predicar la Palabra de Dios.
Sin embargo, nótese que el relato no nos habla, en ningún momento, de las almas o espíritus del rico y de Lázaro sino de sus personas enteras con cuerpo incluido. Se nos describe al rico sufriendo, en su cuerpo físico, el tormento de una llama, lo que contradice claramente la enseñanza de la Escritura, de que los cuerpos son resucitados en la segunda venida del Señor Jesús, que es cuando se realiza el juicio.
En segundo lugar, la figura literaria, que emplea Jesús en este relato, llamada prosopopeya, al igual que sus parábolas, tiene indudablemente un objetivo pedagógico, que en este caso no consiste en enseñar la existencia de vida consciente del espíritu o alma, sin el cuerpo, después de la muerte, pues ya hemos comprobado que en toda la narración no aparecen tales conceptos. Asimismo, Jesús no está confirmando la existencia real de dos lugares adonde van los muertos para desarrollar otro tipo de vida.
Según su descripción, el lugar donde es llevado Lázaro por los ángeles es denominado, “el seno de Abraham”, y allí reside Abraham (obsérvese que no está en el cielo). Y separado, por “una gran sima”, se encuentra el otro sitio llamado el Hades. Es curioso notar que los habitantes de uno y otro lado podían observarse y hasta comunicarse verbalmente. Por otro lado, por el resto de la Palabra de Dios sabemos que el Hades, equivalente al Seol, no es un lugar de tormentos, sino la morada de los muertos o cementerio.
¿Acaso nos dice la Biblia que el espíritu de Abraham vive en algún lugar?
Génesis 25:7-9: Y estos fueron los días que vivió Abraham: ciento setenta y cinco años. 8 Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo. 9 Y lo sepultaron Isaac e Ismael sus hijos en la cueva de Macpela, en la heredad de Efrón hijo de Zohar heteo, que está enfrente de Mamre, 10 heredad que compró Abraham de los hijos de Het; allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer.”
Abraham, como le ocurre a toda persona al morir, exhaló su espíritu, y su cuerpo fue sepultado. La Biblia no dice que fue al cielo. En cambio, si tomamos las palabras literales de Jesús como si se tratase de la descripción de hechos, lugares y personajes reales, deberíamos admitir que Abraham, toda su persona -la Biblia no habla en ningún momento del alma o del espíritu de Abraham- está viviendo en un lugar llamado “el seno de Abraham”, donde también ha ido a parar el mendigo Lázaro, y nadie más que se sepa. En ninguna parte de la Biblia, que yo conozca, se nombra o se describe este lugar. No obstante, si realmente existiese, no estaría muy lejos del lugar llamado el Hades, puesto que están separados por “una gran sima”, pero que ésta no impide que el rico y Abraham, al parecer, se puedan observar y comunicar verbalmente, aunque ese obstáculo o frontera sí tiene capacidad de evitar que sus habitantes pasen de un lugar a otro.
Nótese que el rico sólo habla con Abraham para solicitarle que envíe a Lázaro a fin de prevenir a sus cinco hermanos de los tormentos a que podían verse sometidos cuando murieran si se comportaban como él mismo lo había hecho. Es evidente que todo es figurativo. Se está poniendo en boca del rico muerto una petición a un personaje histórico muerto, y que en el supuesto que el alma o espíritu de Abraham viviera de forma consciente como una persona, le resultaría imposible a él, hacer que Lázaro resucite y vuelva a la tierra sólo para informar a los hermanos del rico del castigo a que pueden estar expuestos. En la respuesta de Abraham se ve claramente que él no piensa que sea posible enviar el espíritu de Lázaro a la Tierra sino fuese antes resucitado. Por eso le dice al rico: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos” (Lucas 16:31). “Levantarse de los muertos” sin duda significa ser resucitado. Por otra parte, la repuesta que Jesús pone en boca de Abraham a la petición de ayuda del rico no es un hecho histórico sino que forma parte de la misma escenografía, pues la razón aducida por Abraham “recibiste tus bienes en tu vida” no es razonable, ni lógica, ni ajustada al espíritu de la Biblia. Nadie es condenado por el hecho de ser rico y de tener muchos bienes, sino por hacer mal uso de ellos y ser inmisericorde.
Ahora vamos a tratar de identificar el lugar donde fue a parar el rico llamado el Hades. La última parte de Lucas 16: 22 dice: “...Y murió también el rico, y fue sepultado.”, y a continuación en el versículo 23: “Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno”. Notemos que la Escritura dice claramente que el rico fue sepultado. Sin embargo, no dice que su espíritu o alma fuese al Hades, sino que más bien, identifica el Hades con la sepultura (al igual que el Seol en el A.T.), pues desde allí el rico “alza sus ojos”. Es decir, ¿Dónde están sus ojos? En su cuerpo. ¿Dónde fue puesto su cuerpo? En la sepultura.
El relato es claramente una prosopopeya, que según alguna de las definiciones de los diccionarios, es una figura retórica consistente en presentar seres irracionales que hablan y se comportan como personas, o bien en poner el escritor o el orador palabras o discursos en boca de personas verdaderas o ficticias, vivas o muertas. Generalmente su objeto es dar una enseñanza moralizante, por medio de personajes y lugares reales o de ficción. Más adelante, pues, trataremos de identificar cual es la lección, enseñanza o doctrina que quiere mostrarnos nuestro Señor Jesús.
Lucas 16:23, 24: y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. (24) Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua”, porque estoy atormentado en esta llama.”
Nos parece una parábola, o prosopopeya, además de por las razones ya citadas, por las siguientes:
- Es evidente que cuando alguien muere, el cuerpo queda en la sepultura, se convierte en polvo y no será recreado hasta la resurrección. En el supuesto que el alma o espíritu tuviese existencia o vida independiente del cuerpo, ¿podría tener ojos (vers. 23), lengua (vers. 24), dedos (vers.24), como se menciona en la parábola?
- ¿Podría ser refrescado o aliviado el atormentado rico con que sólo la punta del dedo de Lázaro, mojada con agua tocase su lengua, cuando estaba siendo atormentado en una llama?
- La parábola no nos describe el espíritu desencarnado del rico consumiéndose o ardiendo en un supuesto infierno al que se le llamaría Hades, sino a la persona entera, con su cuerpo, como si estuviera viva, cuando sabemos que su cuerpo está en la sepultura y allí no existe un fuego eterno.
- ¿Nos está enseñando la Palabra de Dios que las almas que están en el infierno pueden hablar o comunicarse con las que se hallan en el cielo? O bien, como se presenta en la parábola, ¿es una realidad que las almas que están en el “Hades”, en este caso la del rico, se pueden comunicar con las que están en el “seno de Abraham” donde reside, según la parábola, al menos Abraham y el mendigo Lázaro? No tiene ningún sentido, y además se contradice, como hemos visto, con otras partes de la Biblia. En mi opinión, esta narración no tiene por objeto, describirnos, el cielo, ni el infierno, ni que existe consciencia después de la muerte, sino lo que veremos más adelante. Además, si el Hades es un lugar de tormento, ahí van a parar todos los muertos, los buenos y los malos, incluso la Biblia dice que Jesús al morir fue al Hades.
- Aunque pudiesen haber existido los personajes citados (el rico y Lázaro), con las citadas características extremas, de riqueza por un lado, y de pobreza e indigencia por el otro, lo que no es de extrañar, pues siempre ha habido pobres y ricos, el relato, no trata de dar una descripción histórica de los personajes y de los lugares de destino, como sitios de recompensa, castigo o premio, pues el mero hecho de ser rico o pobre en esta vida no conduce necesariamente a uno de los dos lugares descritos anteriormente. Se trata, pues, de una parábola la cual debemos interpretar, y según las reglas de interpretación de las mismas, averiguar qué enseñanza o enseñanzas pretende trasmitirnos.
- Puedo encontrar, fundamentalmente, primero, la enseñanza de que la salvación viene por el oír la Palabra de Dios: “A Moisés y a sus profetas tienen; óiganlos” (Lucas 16:29; Romanos 10:17); segundo, que las personas no son convertidas por ciertos acontecimientos por muy milagrosos que sean. Esto se refiere al hecho de que si las personas no llegan a creer mediante la predicación de la Palabra, tampoco creerán si vieren un milagro, como el que cita aquí, “aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31). También, podemos ver un sentido moralizante o de advertencia sobre los destinos a los que nos puede llevar nuestra conducta en esta vida: A los «fariseos, que eran avaros», como se lee poco antes (Vers. 14), Jesús enseña que en la vida futura habrá un destino diferente de acuerdo con la actitud que cada uno haya tomado en la tierra frente a Dios y a los bienes de este mundo.
Con esta parábola Jesús no confirma en absoluto que haya vida consciente sin cuerpo después de la muerte sino que, por el contrario, hace referencia a la resurrección como única posibilidad de comunicarse con los vivos: “Si no oyen a Moisés y a los profetas tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare (resucite) de los muertos” (Vers. 31). Luego para Jesús, la única posibilidad de que alguien del más allá se comunique con los vivos de este mundo es mediante la resurrección.
La ingenuidad y sencillez del relato, el hecho de que el rico pudiera ver a Abraham y al mendigo lázaro, siendo que el primero está en un supuesto infierno temporal y los otros dos en una especie de paraíso transitorio, evidencia que se trata de una parábola, que como tal no pretende describir una realidad espiritual sino solo una enseñanza moral. Aunque parezca increíble tanto católicos como evangélicos toman este relato de Jesús como algo real.
Era importante entender bien esta parábola para interpretar adecuadamente las palabras que Cristo, en la cruz, dirige al “buen ladrón”: Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43); a lo que no me referiré en esta ocasión para no ser reiterativo, pues ello fue tratado en varios artículos publicados en mi web (177).
El seno de Abraham no existe; es solo una parábola, que fue primero una tradición de los judíos; como tampoco el Seol/Hades es un lugar donde exista una separación de almas de los malvados y almas de los justos, donde estas almas desencarnadas dormitan a la espera del juicio final. Totalmente antibíblico. El Seol/Hades no es más que la sepultura o el sepulcro.
6. Habrá dos resurrecciones, una para vida eterna y otra para muerte eterna, que es la segunda muerte o infierno.
Habrá dos resurrecciones (Dn. 12:1-2; Jn. 5:28-29; Hch. 24:15), una para los justos que recibirán la vida eterna y otra para los injustos, “los cuales sufrirán pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:8), que es el infierno, o lo que es lo mismo, la segunda muerte. Este epígrafe lo escribí, para responder a un amigo que me que me planteó la siguiente cuestión:
“Si los muertos dejan de existir hasta la resurrección, y los justos reciben entonces la recompensa de la vida eterna, pero los pecadores son aniquilados ya que el alma es mortal, en tu opinión, ¿por qué Dios resucita a los pecadores? ¿Para volverlos a matar? Si ya habían dejado de existir, ¿para qué volverlos a la existencia y después volverlos a destruir?
Mi respuesta corta fue la siguiente:
Dios resucita, en la segunda resurrección o resurrección de condenación o juicio (Dan. 12:2; Jn. 5:28-29), a los injustos muertos de todas las épocas para que sean juzgados en el juicio ante el Gran Trono blanco (Ap. 20:11-15), al final del Milenio, y “Los muertos fueron juzgados según lo que habían hecho, conforme a lo que estaba escrito en los libros” (Ap. 20:12 p. final); para inmediatamente recibir su recompensa: “la pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9); y “aquel cuyo nombre no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego” (Ap. 20:15). Y con ello acaba el gran conflicto entre el bien y el mal, entre Dios y satanás. ¿No es esto “la Revelación de Jesucristo, que Dios le dio” (Ap. 1:1)?
No obstante, creí necesario dar una respuesta más amplia, que contuviese más detalles y textos bíblicos, pero basándome en algunos artículos que he escrito, y que publiqué recientemente en https://amistadencristo.com. (178)
Es innegable que la Biblia habla, en el AT y, especialmente en el NT, de dos resurrecciones, una para vida eterna y otra “para vergüenza y confusión perpetua” (Dan. 12:2).
William A. Orozco, el autor de “¿Tiene sentido la vida?”, aunque a regañadientes, no tuvo más remedio que reconocer que también en el AT, se habla de la resurrección, y que ésta ha sido siempre la única esperanza de la humanidad. Recordemos lo que él escribió en el citado libro:
“[…] En el AT… la idea de vida eterna no era del todo desconocida. Daniel 12:2 menciona literalmente este concepto: “y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. (179)
El autor no pudo menos que admitir y escribir lo siguiente:
“La resurrección es la piedra angular de la fe cristiana, si no hay vida futura todo el mensaje cristiano sería una farsa, la muerte de Cristo será en vano y no habría ninguna esperanza para nosotros, en palabras de Pablo: ‘Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. (14) Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe’ (1 Corintios 15:13-14)” (180).
Claramente, el autor afirma que “si no hay resurrección de muertos no hay vida futura y todo el mensaje cristiano sería una farsa”. Si el alma humana fuera inmortal “per se”, la vida futura después de la muerte existiría con independencia de que hubiera resurrección o no la hubiera, porque estaría basada en la propia naturaleza ontológica o antropológica del ser humano, y no en Cristo.
Sin embargo, además de la resurrección para vida eterna hay otra resurrección “para vergüenza y confusión perpetua” (Dan. 12:2), que se corresponde con la que anunció Jesucristo, es decir, la resurrección de “condenación”, o biende “juicio” (en otras versiones) (Jn. 5:28-29); lo que fue ratificado también por el apóstol Pablo en el libro de Hechos de los Apóstoles: “Teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hch.24:15)
No es difícil deducir que las dos resurrecciones –la de los justos y la de los injustos (Dan. 12:2; Jn. 5:28-29; Hch.24:15), no se producen simultáneamente, porque el apóstol Pablo se refiere solo a la resurrección para vida eterna en 1 Co. 15:51-55 y 1 Ts. 4:13-18, porque él habla que tanto los muertos resucitados como los que permanezcan vivos en el día postrero, serán transformados o glorificados, y ambos grupos, juntamente, serán “arrebatados al encuentro de Jesús en el aire” (1 Ts. 4:17). Y naturalmente los injustos nunca serán resucitados con cuerpos glorificados e inmortales, sino con cuerpos corruptibles, similares a los que tenían en sus vidas terrenales.
Es evidente que en esta ocasión –el Día postrero, el de la segunda venida de Jesús– los injustos muertos, de todas las épocas, no son resucitados, porque nada se dice de ellos, y no tendría sentido, como bien dice mi amigo, volverlos a la vida, para a continuación darles muerte.
Sabemos – la Biblia indudablemente así lo afirma (Jn 6:39,40; 1 Ts. 4:13-18) etc.,– que la resurrección de los justos se produce al fin del mundo, en el día de la segunda venida de Cristo. Cuando eso ocurra vivirán dos grupos de personas, los injustos, es decir, “los hijos del malo”, representados por la cizaña, y los justos o hijos de Dios, simbolizados por “la buena semilla” (Mt. 13:36-43. A aquellos, los ángeles los recogerán y “los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mt. 13:36-43; cf. Mt. 16:27; 24;29-51; 25:31-46).
Pues bien, estos malvados que fueron muertos por la venida en gloria de Jesucristo, junto con todos los injustos muertos de todas las épocas participarán en la segunda resurrección, es decir, serán resucitados, después del Milenio, solo para condenación o juicio, y recibirán el justo juicio de Dios ante el Gran Trono blanco y su recompensa –“la pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9)–, que es la muerte segunda (Ap. 20:5-6,11-15). Y esto ocurrirá después del Milenio –“Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5)– .
No puede caber duda alguna que “los otros muertos” son todos los que no participarán de la primera resurrección, que habrá en la venida gloriosa de nuestro Señor, antes de la inauguración del Reino milenario. Y esto no puede ser de otra forma, porque la Palabra de Dios declara: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Ap. 20:6). Es decir, “los otros muertos” no son resucitados en la primera resurrección (Jn 5:28-29; 1 Co. 15:51-56; 1 Ts. 4:13-18) sino en la segunda resurrección, que es solo para juicio y “pena de perdición eterna” (1 Ts. 1:9)
A continuación explico lo anterior con algo más de detalle:
El Nuevo Testamento se refiere a que habrá dos resurrecciones
La Palabra de Dios nos habla de que habrá dos resurrecciones: una resurrección para vida eterna y otra, muy distinta, resurrección para condenación (Jn. 5:28-29; cf. Dan. 12:2) y muerte segunda (Ap. 2:11; 20:14; 21:8), es decir, dos resurrecciones “así de justos como de injustos” (Hch. 24:15; cf. Ap. 20:5), pero no simultáneas en el tiempo, sino separadas por un lapso de tiempo de mil años, como comprobamos en el texto anterior de Apocalipsis 20: 5: “Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años…”. Parece claro que “los otros muertos”, que ahora vuelven a vivir –lo que es lo mismo que resucitar– son todos los que no tuvieron parte en la primera resurrección, que se produjo con la venida gloriosa de Cristo.
Juan 5:24-29 De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (25) De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. (26) Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; (27) y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. (28) No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; (29) y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Hechos 24:15: Teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.
Cuando aparezca nuestro Señor Jesucristo en las nubes resucitará a los santos muertos de todas las épocas en cuerpos gloriosos; y a los santos que vivan en ese momento, los transformará dándoles cuerpos incorruptibles y eternos, y “seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17).
El anterior párrafo resaltado trata de resumir lo que expresa la Palabra de Dios, mediante el apóstol Pablo, en la primera carta que dirige a los Tesalonicenses (1 Tes. 4:13-18), como podemos comprobar a continuación:
1 Tesalonicenses 4:13-18: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (14) Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. (15) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. (16) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (17) Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.(A) (18) Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
En la explicación del capítulo 15 de la primera carta a los Corintios (15:51-58), vimos que “No todos dormiremos” (1 Co. 15:51), significa que no todos estaremos muertos cuando regrese nuestro Señor Jesús en gloria. Y, también, comprobamos que, en aquel día glorioso, “los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros [los salvos que vivamos cuando Jesús aparezca en gloria] seremos transformados” (1 Co. 15:52). Y ahora, en su primera carta a los Tesalonicenses, san Pablo también habla “de los que duermen” (1 Tes. 4:13), que es lo mismo que decir: “los que han muerto”. Pero ahora especifica que no son todos, los que han muerto, los que resucitarán en el Día del Señor, sino solamente “los que durmieron en Él [Cristo]” (1 Tes. 4:14). Es decir, los que “traerá Dios” (1 Tes. 4:14) a la vida son todos los muertos, que habiendo creído en Jesucristo –y habiendo sido consecuentes con esa creencia–, “oirán la voz del Hijo de Dios” (Jn.5:28), porque “el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).
Vimos, pues, que los únicos que resucitan son los que “durmieron en Jesús” (1 Tes. 4:14), y éstos coinciden con, o son los mismos que, “los muertos en Cristo” [que] resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).
Ahora cabe preguntarse, ¿son “los muertos en Cristo”, resucitados en el día de la Parusía, solo los creyentes santificados de la Era Cristiana?
Si respondemos afirmativamente, tendremos que explicar por qué Dios iba a dejar en “el polvo” (Gn. 3:19), o bien, en sus sepulcros, a todos los millones de creyentes santos, que vivieron antes de Cristo, y que abarcan desde Adán hasta, por ejemplo, Juan el Bautista, es decir, la historia del mundo que Dios nos ha revelado en el Antiguo Testamento.
¿Acaso Cristo solo redime a los de la Era Cristiana?
La Palabra de Dios tiene una sola respuesta: Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo (1 Jn. 4:14). Eso significa que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12); porque “Él [Cristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2).
1 Corintios 15:20-26 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23) Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.
1 Timoteo 2:5-6 Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.
Los textos citados arriba prueban suficientemente que la Redención de Cristo abarca o incluye a los muertos en el Señor Jesús de todas las épocas, no solo de la Era Cristiana.
La Biblia habla que Dios destruye a los malvados
También, en muchas ocasiones se utiliza el verbo “destruir” para significar la acción final que Dios opera con los impíos (Sal. 92:7; 1 Co. 3:17; 2 Ts. 2:8; Judas 5; Apoc. 11:18). Esto debería ser suficiente prueba de la mortalidad del alma o espíritu. Los textos citados hablan que Dios puede destruir –no solo el cuerpo sino también el alma– la totalidad del ser humano, en el infierno, que, como veremos más abajo, se trata de la gehenna, símbolo de la segunda muerte.
Salmos 92:7: Cuando brotan los impíos como la hierba, Y florecen todos los que hacen iniquidad, Es para ser destruidos eternamente.
1 Corintios 3:16-17: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (17) Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.
2 Tesalonicenses 2:8: Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida;
Judas 1:5: Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron.
Apocalipsis 11:17-18: diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. (18) Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.
Mateo 10:28: Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
El texto anterior (Mt. 10:28) merece una explicación, porque muchos han querido ver en él, la confirmación del dualismo cuerpo-alma de la cultura y tradición griega y pagana. Sin embargo, alma, como ya sabemos, es la totalidad del ser humano, es decir, la persona. En cambio, el cuerpo aquí representa la vida física y psíquica –la vida terrenal– que posee el ser humano, puesto que no existe cuerpo sin vida, porque si así fuera, ya no podríamos hablar de cuerpo sino de cadáver, que es materia inerte.
Por tanto, a los humanos nos pueden matar el cuerpo que es temporal y terrestre, es decir, destruir nuestra vida humana, pero eso no significa ser destruidos para siempre, porque no pueden destruir la persona que somos, que pertenece a Dios, porque “nuestra/vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3). De ahí que tengamos “esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hch. 24:15). Por consiguiente, todos los que mueren, ya sea por causas naturales, accidentes, etc., o asesinados, Dios les resucitará cuando corresponda, los justos en el día de la venida gloriosa de Cristo, y los injustos, después del Milenio, para juicio y destrucción eterna o muerte segunda.
Pero nadie puede negar, que Dios es el único que tiene la prerrogativa de decidir destruirnos por la eternidad, si así lo considera justo; o como dijo Jesús: “E irán éstos [los injustos] al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:46); es decir, una destrucción que tiene consecuencias eternas, perdición para los injustos, porque ellos “sufrirán pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9).Por eso, el texto en cuestión dice, que solo Dios es el que “puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). La palabra original, que se ha traducido por “infierno”, en el griego, es “gehenna”, que es el lugar donde, en las afueras de Jerusalén, se quemaba la basura de forma permanente, y representa a la “segunda muerta” o destrucción de consecuencias eternas.
Veamos la nota que la Biblia de las Américas (LBLA) inserta, como comentario al vocablo infierno, que aparece también en Mateo 5:22.
“Infierno de fuego. El término infierno (gr.guéenna) se refería a un valle fuera de Jerusalén (heb., gue-hinnom,i.e., valle de Hinom), donde algunos de los reyes de Judá adoraban ídolos. Esta adoración incluía sacrificios humanos por fuego (2 Cr 28:3; 33:6; Jer 7:31; 32:35). Más tarde el valle se usaba como lugar para quemar basura, y se convirtió en un símbolo del lugar de castigo eterno, debido a los fuegos que ardían allí constantemente” ((La Biblia de las Américas (LBLA), nota o comentario al vocablo “infierno” de Mateo 5:22) (181)
Su fuego casi permanente fue la razón de que se convirtiera en una figura de la segunda muerte –el castigo eterno–, que es “el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8; cf. Ap. 20:14). Aunque el apóstol Juan identifica el lago de fuego con la segunda muerte, ambos son símbolos del castigo eterno, perdición eterna, o destrucción eterna. Porque realmente no importa el medio que Dios use para castigar a los malvados, sino que su destino es el de “eterna perdición” (2 Ts. 1:9). Comprobemos que en Apocalipsis 20:9, Dios ejecuta a todos los injustos, que fueron resucitados en la segunda resurrección, al final del Milenio, haciendo descender fuego del cielo sobre ellos. Leamos el texto que lo prueba:
Apocalipsis 20:9: Y subieron sobre la anchura de la tierra [los que fueron resucitados al fin del Milenio], y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Ap. 20:9).
La esperanza de los creyentes de la Biblia nunca estuvo puesta en la inmortalidad del alma, sino en la resurrección y en adquirir la ciudadanía celestial – Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, (Filipense 3:20)–. Es, solo entonces, cuando Él venga en gloria en su segunda venida (1ª Ts. 4:13-18), que todos los salvos serán acogidos en las moradas celestiales que Cristo fue a preparar (Jn 14:1-3) para ellos.
Para terminar esta objeción, es interesante la siguiente cita del libro El dualismo en la antropología de la cristiandad:
“R. Schnackenburg (Christliche Existenz nach dem Neuen Testament, Munich, 1967, pp. 13 ss.) se apoya en el texto de Mateo 10, 28, donde se habla de alma-cuerpo que pueden ser arrojados al infierno. ¿Sería dualismo? Se distinguen, es verdad, pero no se separan. Se afirma por otra parte la resurrección pero no la inmortalidad. Si no puede matarse el alma es porque nos es vedado (Mateo 6, 25), pero no por ser inmortal.” (182).
Esperando haberme hecho entender, quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.
Afectuosamente en Cristo
Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com
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Índice
¿Cuál es la naturaleza del ser humano?
2. El ser humano en la antropología bíblica
3. ¿Es el ser humano un compuesto de espíritu-alma-cuerpo?
4. Significado del vocablo "carne" en la Biblia
5. Cómo vivir cristianamente
6. ¿Cuál es la diferencia entre alma y espíritu?
7. ¿Qué es el alma humana?
8. ¿Qué es el espíritu humano?
9. Solo hay vida eterna en Cristo
10. Conclusión
Apéndice 1
11. El insoluble problema filosófico de la unión cuerpo-alma
Apéndice 2
12. El origen del ser humano
Apéndice 3
13. Resurrección versus inmortalidad del alma
Apéndice 4
14. Objeciones a la mortalidad del alma
Referencias bibliográficas
*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
AP = Antiguo Pacto
NP = Nuevo Pacto
Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)
pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan "parte primera, central o última del mismo ".
Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
BTX: Biblia Textual
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
N-C: Sagrada Biblia- Nacar Colunga-1994
JER 2001: *Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
Bibliografía citada
(132) Ibíd., p. 104
(133) Ibíd., p. 104-105
(134) Ibíd., p. 105
(135) Ibíd., p. 106-107
(136) Ibíd., p. 136
(137) Aracil Orts, Carlos. Capítulo 3. ¿Es el ser humano un compuesto de espíritu, alma y cuerpo?del libro ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?
(138) Ruiz de la Peña, Juan Luis, Imagen de Dios (Antropología teológica fundamental), Sal Terrae, Tercera Edición, 1996, p.63
(139) Ibíd., p. 63-64
(140) Ibíd., p. 64
(141) Ibíd., p. 64
(142) Ibíd., p. 65
(143) Ibíd., p. 65-66
(144) Ibíd., p. 66
(145) Ibíd., p. 66-67
(146) Ibíd., p.67
(147) Ibíd., p. 66-67
(148) Ibíd., p. 67
(149) Ibíd., p. 67
(150) Ibíd., p.67
(151) Ibíd., p. 67
(152) Ibíd., p. 67-68
(153) Ibíd., p. 68
(154) Ibíd., p. 68
(155) Ibíd., p. 68
(156) Ibíd., p. 69
(157) Ibíd., p. 69
(158) Ibíd., p. 69
(159) Ibíd., p. 70
(160) Ibíd., p. 71
(161) Ibíd., p.149
(162) Ibíd., p.150
(163) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: Por qué Jesucristo puede salvarnos de la muerte
(164) Orozco Henao, William A. ¿Tiene sentido la vida?, Logos Ediciones, 2018, p.150
(165) Ibíd., p.151-152
(166) Ibíd., p.163
(167) Ibíd., p.157
(168) Ibíd., p.158
(169) Ibíd., p.159
(170) Ibíd., p.159
(171) Ibíd., p.158
(172) Ibíd., p.158
(173) Ibíd., p.158
(174) https://es.wikipedia.org/wiki/Juegos_Olímpicos_en_la_Antigüedad
(175) Bonnet, L. y Schroeder, A., Comentario del Nuevo Testamento, Tomo IV, Pág. 786; Editorial Evangélica Bautista (Buenos Aires), 1952
(176) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com:¿Los que mueren pasan a mejor vida? ¿Es una parábola el relato de Jesús sobre el Rico y Lázaro?, 2. Objeciones sobre el estado inconsciente de los muertos: El Rico y Lázaro.
(177) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: ¿Fue el espíritu de Jesús al Paraíso el día que murió en la cruz?, ¿Fue Jesús al paraíso el mismo día que murió en la cruz o fue al Hades?, ¿Jesús mintió al buen ladrón en la cruz?, Cuando Jesucristo murió, ¿fue su espíritu al Hades a predicar a los espíritus encarcelados de los días de Noé?
(178) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: ¿Reinarán Cristo y sus santos un Milenio en la Tierra restaurada?, ¿El Milenio transcurre antes o después de la Parusía gloriosa del Señor?
(179) Orozco Henao, William A. ¿Tiene sentido la vida?, Logos Ediciones, 2018, p.157
(180) Ibíd., p.159
(181) La Biblia de las Américas (LBLA), nota o comentario al vocablo “infierno” de Mateo 5:22.
(182) Dussel, Enrique, El dualismo en la Antropología de la cristiandad, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1974, p. 51.
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