Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Miscelánea

 

Jesucristo, el Postrer Adán

 

¿Heredó Cristo el pecado original?

 
 
Versión: 15-09-16

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Estimado hermano Luis, voy a tratar de responder a los comentarios que usted ha realizado sobre mi artículo, Si Cristo es Dios ¿cómo pudo morir?, y que amablemente me ha enviado en un documento de texto, adjunto a su correo.

Usted defiende que Cristo pudo ser tentado porque tenía la misma naturaleza pecaminosa que cualquier otro ser humano que, según usted expresa, consiste en tener tendencia tanto para hacer el bien como para hacer el mal. Es decir, en su opinión, Cristo solo podía ser tentado si hubiera tenido semejanza total con el hombre, es decir, incluida la tendencia hacia lo malo. Y ofrece como base de su argumento el texto siguiente del libro de Hebreos:

Hebreos 4:15: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 

Por otro lado, usted no puede explicarse que nuestro Señor Jesucristo, siendo Dios y Hombre a la vez, pudiera ser tentado (Mt. 4:1-11), “porque Dios no puede ser tentado por el mal” (Stgo. 1:13).

Luego, aborda el tema del pecado original, al lamentarse “que no se revise el dogma de la Iglesia católica; dogma que otras iglesia han tomado a la ligera sobre la herencia del pecado o el pecado original, que está basado en los escritos del libro de Romanos”. Y a continuación cita Romanos 3:13-18,23, que describe dramáticamente la condición de la naturaleza caída o carnal del ser humano, que vive sin Dios:

Romanos 3:13-18,23: Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; (14) Su boca está llena de maldición y de amargura. (15) Sus pies se apresuran para derramar sangre; (16) Quebranto y desventura hay en sus caminos; (17) Y no conocieron camino de paz. (18) No hay temor de Dios delante de sus ojos. […] (23) por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.

Además, en su siguiente párrafo se cuestiona si los recién nacidos ya nacen con el pecado de nuestros primeros padres, y si ellos heredan el pecado original, como sostiene la Iglesia católica.

“Y se escucha decir dentro de las iglesias que los recién nacidos nacen con pecado, por el pecado de nuestro primeros padres, o por la herencia del pecado de nuestros primeros padres. Quiero aclarar que en ninguna parte de la Biblia dice que el pecado es hereditario; Pablo cuando [se refiere a] que todos los hombres pecaron, no se refiere a los niños si no a los adultos, solo hay que meditar este versículo 23 dentro del contexto; desde el inicio del capítulo 3” (Luis).

Usted concluye argumentando, que un recién nacido no puede tener los rasgos de naturaleza depravada que expresan los textos de Romanos (3:13-18), y que, por tanto, “Un niño nace sin pecado, pero sí tiene la tendencia a pecar, y al crecer peca [porque] no puede vencerla. Pero Nuestro señor Jesucristo nació con esta semejanza pero el venció el pecado y por el somos salvos”.

De acuerdo con usted en que “un niño nace sin pecado, pero sí tiene la tendencia a pecar”; pero no comparto lo que usted afirma a continuación: “Nuestro señor Jesucristo nació con esta semejanza”.

Con respecto a esto último, a lo largo de este estudio, presentaré las pruebas bíblicas que demuestran que si Jesucristo hubiera nacido con idéntica naturaleza caída que el resto de los seres humanos, Él no podría ser “el Salvador del mundo” (1 Jn 4:14), sino que a su vez habría necesitado ser salvado.

1 Juan 4:14-16: Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. (15) Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. (16) Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.

También debo decirle que comparto con usted sus siguientes palabras: “en ninguna parte de la Biblia dice que el pecado es hereditario”. El pecado en sí no se hereda (Ez. 18) sino solo la naturaleza pecadora, que consiste básicamente en la tendencia al pecado, la separación de Dios e incapacidad de entender las cosas espirituales; y esto mismo es el pecado original.

A continuación, voy a tratar de responderle, conforme al entendimiento bíblico que he obtenido hasta al día de hoy, a las citadas cuestiones que usted plantea, y que se podrían enunciar, empezando por lo último, de la siguiente manera:

En primer lugar, trataré, pues, de explicar lo que se entiende por pecado original, y sus efectos sobre la naturaleza humana. ¿Realmente existe el pecado original? ¿Es hereditario? ¿Es verdad que todos nacemos con el pecado original? ¿La naturaleza humana está determinada por el pecado original, y este es la causa de que todos seamos pecadores? ¿Cuál es la solución al pecado?

Si Cristo es el Postrer Adán ¿heredó Cristo el pecado original, como cualquier otro ser humano? ¿Hay en Cristo-Hombre tendencias al mal? ¿Es la humanidad de Cristo idéntica a la del hombre? ¿En qué se diferencia la humanidad de Cristo del hombre común? Si Cristo es Dios ¿Cómo pudo ser tentado Cristo, si Dios no puede ser tentado (Stgo. 1:13)?

2. ¿Qué se entiende por pecado original? ¿Es hereditario porque todos nacemos con él? ¿Cómo es determinada la naturaleza humana por el pecado original?

Lo que comúnmente entendemos por pecado original es el estado de separación de Dios y de inclinación al mal –concupiscencia– de la naturaleza humana, que tiene su origen en el primer pecado de desobediencia que cometieron nuestros primeros padres –Adán y Eva–, y que, desde entonces, se ha ido transmitiendo infaliblemente de generación en generación. Es decir, Adán y Eva, que fueron creados perfectos, justos y santos por Dios, al rebelarse contra Él, perdieron los atributos divinos en que fueron creados, y esa naturaleza carnal caída, esclava del pecado, se transmite de padres a hijos; y se caracteriza por su dificultad de entender, conocer y obedecer a Dios.

La Palabra de Dios, confirmada por nuestra experiencia, nos dice cuál es la realidad: todos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, o inclinada al pecado, es decir, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Y San Pablo insiste: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7); “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:14). Y sigue diciendo el Apóstol: “pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:23-24). Esta es la condición que tienen todos los seres humanos desde que nacen físicamente.

Por lo tanto, todo ser humano nace siendo incapaz de entender “las cosas que son del Espíritu de Dios”, y en “enemistad contra Dios” (Ro. 8:7; cf. Ro. 5:10); características que, al ser propias de la naturaleza humana carnal, permanecen hasta que se produce la conversión y el nuevo nacimiento que procede del Espíritu de Dios; y, aunque nuestra débil naturaleza carnal no termina sino con la muerte primera, desde el momento de la regeneración, el creyente ya no se deja llevar por los deseos o concupiscencias de la carne (Santiago 1:12-18) –entiéndase que éstos no son solo los que se refieren al sexo, sino los que abarcan todos los aspectos humanos– porque es guiado por el Espíritu de Dios (Romanos 8:14), y lo carnal es controlado por el Espíritu Santo que mora en él, siendo solo entonces cuando ya no vive “según la carne, sino según el Espíritu” (Romanos 8:9).

Romanos 8:9: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Seguramente, ahora comprendemos mejor por qué dijo Jesús, “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Y también: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7). Veamos algo de su contexto:

Juan 3:3-7: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.  (4)  Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?  (5)  Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.

Por lo tanto, en el Reino de Dios no pueden entrar los que no sean “guiados por el Espíritu de Dios”, pues solo “éstos son hijos de Dios”; Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:14,17).

En resumen, el ser humano nace con una naturaleza carnal, que es herencia de la naturaleza caída de Adán; y Cristo dijo que es necesario, para entrar en el reino de Dios, obtener una naturaleza espiritual, es decir, nacer de nuevo, del “agua y del Espíritu” (Jn. 3:3-6).

Juan 3:3-6: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (4) Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (5) Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

Las palabras que Jesús declaró acto seguido, para explicar la dificultad del hombre para alcanzar a Dios y la salvación que Él ofrece, son: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). Es decir, todos los seres humanos, puesto que nacen con una naturaleza carnal caída, son incapaces de entrar en el Reino de Dios, sino son antes nacidos de nuevo, mediante la Palabra de Dios y su Espíritu, siendo regenerada o transformada su naturaleza carnal en espiritual, para ser adoptados como hijos de Dios (Ro.8:13-17; cf. Gá. 4:5-7).

Esta incapacidad de la naturaleza carnal con la que nace el ser humano para acceder a Dios es lo que hizo absolutamente imprescindible la existencia de un Salvador, que le librara de la esclavitud del pecado (Jn. 8:31-36; cf, Ro. 6:18,22).

Meditemos en el siguiente pasaje:

Romanos 5:19: Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

Notemos que la Palabra de Dios declara que “por la desobediencia de un hombre –Adán– los muchos fueron constituidos pecadores” (Ro. 5:19). Pero, hizo falta “la obediencia de ese Uno”, que es Cristo –Dios hecho carne– para restaurar la relación del hombre con Dios, y es, pues, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, su muerte en sacrificio expiatorio, por el que pueden ser perdonados nuestros pecados, y por el que somos rescatados, redimidos y reconciliados con Dios (véase 2 Co. 5:14-21):

2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. […] (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.  (21)  Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

En relación con el tema del pecado original no voy a extenderme más, puesto que lo he tratado en los siguientes artículos:

Fundamentos bíblicos de la doctrina del pecado original
¿El Bautismo libera del pecado original?
El pecado original,  sus consecuencias y su solución

A continuación, comprobaremos que la naturaleza humana de Cristo no es exactamente como la naturaleza de cualquier ser humano – la que ha heredado las consecuencias de la caída en el pecado de Adán y Eva–, porque, como dije antes, en ese caso, Jesucristo no habría podido ser “el Salvador del mundo” (1 Jn 4:14), sino que a su vez habría necesitado ser salvado; y. además, estaría en abierta y clara contradicción con la Palabra de Dios, que reitera una y otra vez que Jesús – el Postrer Adán– era sin pecado y nació santo, pues, debía ser semejante al primer hombre, Adán (1 Co. 15:45). En lo que sigue presentaré los argumentos bíblicos:

3. Si Cristo es el Postrer Adán ¿pudo heredar Cristo el pecado original, como cualquier otro ser humano? ¿Hay en Cristo-Hombre tendencias al mal? ¿Es la humanidad de Cristo idéntica a la del hombre?

Primero, debemos tener en cuenta que la naturaleza humana de Jesús no podía ser totalmente semejante a la de cualquier ser humano, que nace con inclinaciones y tendencias hacia el mal, las cuales le conducen a un estado de esclavitud moral. Porque eso mismo es el pecado original, que todos poseemos al nacer, y que proviene de la Caída de Adán y Eva. A esta esclavitud del pecado estamos sometidos hasta nuestra conversión a Cristo (Juan 8:34-36; Romanos 6:16-17).

Juan 8:34-36: Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. (35) Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. (36) Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

Romanos 6:16-17: ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;

La naturaleza caída está contaminada por el pecado, es decir, es egoísta en sí misma e imperfecta. Los seres humanos nacemos pecadores y en rebeldía contra Dios, y todos necesitamos acogernos a la Gracia de Dios para ser convertidos en seres espirituales. Si Cristo hubiera nacido con una naturaleza igual a la nuestra, Él no podría ejercer de Salvador, puesto que Él mismo necesitaría ser salvado. Veamos lo que afirma el apóstol Pablo:  

Romanos 3:9-12: ¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado.  (10)  Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;  (11)  No hay quien entienda,  No hay quien busque a Dios. (12)  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;  No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

Romanos 3:23: por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,

1 Corintios 2:14: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

Efesios 2:1-7: Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2) en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3)  entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás (4)  Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),  (6)  y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Los seres humanos somos “santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Corintios 1:2). Es decir, la santidad del creyente es todo un proceso que se extiende durante toda su vida, y aunque en el mismo no se pueda llegar a conseguirla plena y completamente –pues, de hecho, pocos son los que llegan a obtenerla al final de sus vidas, si es que alguien llega–, Dios suple lo que le falta “(10)…mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”, “(14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:10,14).

Si Jesucristo no hubiera nacido como un ser humano perfecto necesitaría igualmente de un salvador para ser liberado del pecado.

Por tanto, el Jesús-Hombre, para que pudiera ser el Salvador de la humanidad, además de todo lo que hemos dicho hasta el momento, debería tener una naturaleza humana sin vestigios del pecado original y sin contaminar, igual a la que tuvo Adán antes de la Caída. Como el primer hombre, Adán, así el Postrer Adán (1 Co. 15:45).

1 Corintios 15:45: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.

Sin embargo, Jesucristo, al triunfar de la tentación donde Adán fracasó, se convierte en nuestro Salvador, en “el postrer Adán, espíritu vivificante”; es decir, el que es capaz de “dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45), porque en “Él estaba la vida” (Jn. 1:4); “…a los que quiere da vida” (Jn. 5:21); es “el Pan de vida” (Jn. 6:35); Él ha “venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10); es decir, todo tipo de vida, vida espiritual, que implica nuestra regeneración o nuevo nacimiento, y, como consecuencia, vida eterna para los que entran en su Reino.

Una simple criatura humana nunca habría sido válida para expiar los pecados de miles de millones de seres humanos; y, además, solo la vida del Dios-Hombre podría cubrir a la humanidad entera, por la infinitud de su naturaleza divina.

Segundo. Jesús, como Ser humano nació Santo. Las Sagradas Escrituras así lo afirman, como se puede comprobar en la declaración del ángel Gabriel (Lucas 1:26) a la Virgen María, cuando le dijo que “el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).

Lucas 1:35: Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

Tercero. Jesucristo, como “postrer Adán” (1 Corintios 15:45), tenía que ser un hombre perfecto, semejante a Adán antes de su caída en el pecado, “el cual es figura del que había de venir” (Romanos 5:14). Es decir, así como Adán, siendo un hombre perfecto, –sin tendencias pecaminosas en su naturaleza, porque había salido de las manos del Creador– decidió desobedecer a Dios, de la misma manera, Jesús, hombre perfecto y santo desde su nacimiento, podía –teóricamente– haber optado por hacer su voluntad y no la del Padre. Es decir, aunque Jesús no tuviese tendencias hacia el mal, podía ser tentado.

Sin embargo, la mera posibilidad o capacidad para decidir pecar o no pecar es sinónimo, simplemente, de poseer una voluntad con libre albedrío, como la que tenían Adán y Eva antes de su caída en el pecado. Por tanto, la cualidad o capacidad de la persona que le permite elegir libremente una acción conforme o contraria a la voluntad de Dios, no puede ser pecado en sí misma en absoluto. Pues, si así fuera, la propiedad o cualidad más importante y noble de la naturaleza humana como es la libertad, tendría que ser también considerada como algo pecaminoso, y no conveniente para ninguna criatura racional.

4. ¿En qué se diferencia la naturaleza humana de Cristo de la del hombre común? Si Cristo es Dios ¿Cómo pudo ser tentado, si Dios no puede ser tentado (Santiago 1:13)?

Si Jesús es una sola Persona, que es a la vez humana y divina, ha de tener también dos voluntades: una voluntad, la que corresponde a su naturaleza humana,  limitada como la de cualquier hombre, y otra, divina, por tanto, superior, totalmente independiente de la primera, todopoderosa, eterna, infinita e infalible. Pero, jamás la voluntad de Jesús-Hombre estaría coaccionada por la todopoderosa voluntad del Jesús-Dios, puesto que si así fuera se habría suprimido el libre albedrío del Hijo del Hombre, y Éste no sería otra cosa que una marioneta, o autómata, en manos de la voluntad de Dios.

Si los seres humanos, imperfectos, falibles, con natural inclinación al pecado, somos capaces de tomar decisiones, que consideramos libres –aunque de hecho estén mediatizadas por muchos factores– en tanto en cuanto no haya habido nada ni nadie que nos coaccione externamente, ni siquiera nuestro Creador, ¿por qué Jesús-Hombre con la voluntad propia de una criatura humana perfecta no iba a tener libertad para elegir entre el bien y el mal?

Aunque estoy de acuerdo con un autor que afirma que “la santidad es mucho más que la ausencia del pecado; es la virtud positiva” (1), no puedo compartir su declaración siguiente: “Decir que Él [Jesús] pudo pecar es negar la santidad positiva” (2). Porque la mera capacidad o poder de elegir entre el bien y el mal no elimina la santidad, pues ¿acaso no es compatible la libertad con la santidad? ¿Hubiera sido Jesús-Hombre menos santo porque tuviese en su naturaleza humana la perfecta libertad de obrar y de decidir –al igual que la poseyeron Adán y Eva– de obedecer o desobedecer a Dios, su Padre? ¿Qué significa que Jesús “debía ser en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17)?

Hebreos 2:14-18: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (16) Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

Además, ¿qué nos sugiere la Sagrada Escritura cuando nos dice que Cristo aprendió la obediencia sino que era libre también para desobedecer, y que al resistir la tentación y no hacer mal uso de ese libre albedrío fue “perfeccionado, [y] vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”? (Hebreos 5:8). Pero leamos los siguientes pasajes que nos muestran su contexto más amplio, y por tanto, más clarificador.

Hebreos 5:7-10: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; (10) y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

El autor del libro de Hebreos (5:7) describe dramáticamente cómo Jesús se debatió en una lucha feroz consigo mismo, cuando estando a punto de ser arrestado, conociendo de antemano todo el sufrimiento y el tipo de horrible muerte que le esperaba, “puesto de rodillas oró,  diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” …(44) Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:42,44). Su voluntad humana se resistía a hacer la voluntad divina, pero finalmente, el Cristo-Hombre se sometió a la voluntad divina, por libre elección. Pero veamos otros textos importantes:

Romanos 8:1-4: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

No dudo en absoluto que Jesús, aunque “en todo semejante a sus hermanos” (Heb. 2:17), o bien “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3), era también distinto a todos los seres humanos, pues Él tenía una naturaleza humana perfecta, “en semejanza de carne de pecado”, pero sin ninguna tendencia al pecado, puesto que fue santo desde su nacimiento, como ya comprobamos anteriormente. Esto quiere decir que, al igual que Adán antes de su Caída, su voluntad estaba inclinada al bien. Cristo era “sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1:19), “no conoció pecado” (2ª Corintios 5:21), “uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15; 7:26); Y sabéis que él [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él [Cristo]” (1 Juan 3:5).

Jesucristo era, pues, “en todo semejante a sus hermanos”, es decir, semejante no significa idéntico, ni absolutamente igual en todo, pero sí en cuanto a que era de carne como la de cualquier hombre, incluso “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3), porque había nacido de una mujer (Gá. 4:4) –una virgen, llamada María–, que le pudo haber transmitido genéticamente la degradación física proporcional o correspondiente a los miles de años de historia que habían pasado desde el día de la creación del mundo hasta cerca del inicio del siglo I, cuando el Verbo se encarnó en María. Notemos que María le pudo transmitir los rasgos genéticos o físicos, pero junto con ellos no le transfirió la naturaleza humana caída, que todo ser humano tiene sin excepción; y para que ello fuese así no es necesario declarar que la Virgen fue inmaculada en su concepción, como hizo la jerarquía católica. El Hijo del Hombre fue Santo y perfecto, como Postrer Adán, simplemente, porque fue engendrado por el Espíritu Santo, como evidencia el Evangelio de san Mateo (1:20).

Su vida entera fue impecable. Él necesariamente tenía que ser impecable para ejercer de Salvador de la Humanidad, para lo que fue predestinado por Dios (Hechos 2:22,23; 1ª Pedro 1:19-20), y para lo que Él mismo se ofreció (Marcos 10:45; Juan 10:18). Es totalmente inimaginable que el Hijo del Hombre pecara. Sería tan disparatado pensar que Cristo podía haber fracasado, como pensar que Dios no puede conseguir todo aquello que se proponga, pues Su voluntad es todopoderosa, infalible e infinita, como Él mismo es.

Sin embargo, y a pesar de todo, Cristo para ser impecable necesitó decidir, sometiendo voluntariamente, en todo momento, Su voluntad a la del Padre, para así poder obtener la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo. Puesto que “debía ser en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17-18), Cristo como “postrer Adán” (1 Corintios 15:45), debía vencer donde Adán fracasó; si hubiera tenido alguna ventaja respecto a Adán, si en Cristo no cabía la mera posibilidad, es decir, la misma libertad o libre albedrío que disfrutaron Adán y Eva ¿qué mérito tendría? ¿Cómo probaría Dios que la desobediencia de Adán y Eva hubiera sido evitable con solo que ellos hubieran optado –libremente- por elegir obedecer Su mandamiento?

Romanos 5:18-19: Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. (19) Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

Obedecer y desobedecer son opciones que se consideran libres cuando no existe coacción externa o interna de la voluntad humana. Así fue con Adán antes de su caída en el pecado; e igualmente debería ocurrir con Cristo, puesto que es el postrer Adán. Si en Cristo hubiera habido algún tipo de coacción no habría sido un hombre libre.

El autor del libro al que antes me he referido, W. E. Best, en su página 9 escribe lo siguiente:

“Su voluntad humana [la de Cristo]  siempre fue subserviente [subordinada, sumisa, sometida] a la voluntad Divina y no podía actuar independientemente (Juan 8:28-30; 1ª Corintios 11:3)…Puesto que esta calidad fue el factor controlador en la voluntad humana de Cristo, la capacidad de pecar fue eliminada. La subordinación completa de la voluntad de Cristo a la voluntad del Padre quita cualquier conflicto entre la naturaleza humana y Divina de Cristo”. (las palabras entre corchetes no están en el original, y son puestas por el autor de este artículo). (3).

Juan 8:28-30: Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.  (29)  Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.  (30)  Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él.

1 Corintios 11:3: Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.

Quizá me pueda reconocer el citado autor que hacer “siempre lo que le agrada  [a Dios] (Juan 8:29) precisa de la decisión previa de la voluntad humana de someterse en todo a la voluntad Divina. Y para que esto sea meritorio requiere disponer de libre albedrío, pues si las acciones y decisiones estuvieran determinadas de forma absoluta por coacciones externas o internas, serían propias de autómatas o robots, y no tendrían ningún tipo de validez moral.

5. Conclusión

Notemos que la naturaleza humana de Jesucristo, el Postrer Adán (1ª Corintios 15:45) fue totalmente semejante a la de cualquier ser humano. Era de carne y sangre (Hebreos 2:14), nacido de mujer (Mateo 1:20-25; Lucas 1:31-35; 2:11,12; Gálatas 4:4), como nacen todos los seres humanos, si exceptuamos la primera Pareja humana que fue creada directamente por Dios.

Por eso, el NT insiste y reitera que el Verbo fue hecho carne (Juan 1:14; 1ª Juan 4:1-3), que El Hijo de Dios participó de carne y sangre (Hebreos 2:14), para que nos demos cuenta, que no es la divinidad de Jesús, sino su perfecta y verdadera humanidad, que al someter su voluntad humana a la de Dios, es la que obtiene la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo. Por ejemplo, recordemos, como en el momento más difícil, el Jesús-Hombre se debatió en una tremenda agonía en su conflicto interior y rindió su voluntad a la de Dios, cuando estando a punto de ser arrestado, como Él sabía todo el sufrimiento que le esperaba, “puesto de rodillas oró,  diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” …(44)  Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:42,44). 

Lucas 22:39-46: Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.  (40)  Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación.  (41)  Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró,  (42)  diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.  (43)  Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.  (44)  Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.  (45)  Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza;  (46)  y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación.

Por tanto, entendemos que, puesto que en Cristo subsisten la naturaleza humana y la divina, así también, en Él hay dos voluntades. De manera que la voluntad del Cristo-hombre se somete libremente a la voluntad de Dios Padre y a la de su propio ser en su condición divina. De aquí, deducimos que, teóricamente, Cristo-Hombre, tenía completa libertad o libre albedrío, para elegir entre su propia voluntad y la de Dios. Exactamente como la libertad que disfrutaba la primera Pareja humana antes de la Caída. En el caso de nuestros primeros padres, Adán y Eva, sucedió que, siendo perfectos y santos, ante la primera tentación que sufrieron (“y seréis como Dios”; Génesis 3:5,22), eligieron libremente rebelarse contra Dios, y hacer su propia voluntad con tal de alcanzar la gloria que solo pertenecía a Dios. 

Sin embargo, Cristo, el segundo Adán, perfecto y santo como el primer Adán, en las condiciones de un mundo más inhóspito y depravado, y siendo “que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15), no ambicionó la gloria de Dios, “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8); “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9 y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;” (Hebreos 5:8,9). Veamos también unos pocos textos del contexto, para tener una visión más completa del hombre Jesús:

Hebreos 2:18: Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

Hebreos 4:14,15: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

Hebreos 5:7-9: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9 y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;

Como vimos, Hebreos 4:15 afirma que Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Los Evangelios de San Mateo y San Lucas nos relatan que, al principio de su ministerio “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo,” (Mateo 4:1); y San Lucas nos dice: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto (2) por cuarenta días, y era tentado por el diablo”. (Lucas 4:1,2). A semejanza de Adán y Eva, que fueron tentados por el diablo, Jesús también lo fue. Aquellos fracasaron porque rehusaron confiar en Dios y obedecer su claro y sencillo mandamiento. Sin embargo, Jesús, sometido a tres típicas tentaciones (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13), salió victorioso de todas ellas respondiendo con la Palabra de Dios, demostrando de esta manera que nadie puede ser engañado ni vencido por Satanás, cuando uno decide libremente estar en comunión con Dios y con su Palabra. Observemos que en las tres tentaciones el diablo intenta hacer dudar a Cristo de que sea el Hijo de Dios, con el fin de que Él trate de probar que verdaderamente es una Persona divina, haciendo un milagro en beneficio propio.

Ahora, quizá podíamos preguntarnos ¿fue Jesucristo un hombre excepcional? ¿Un superhombre? ¿Por qué Adán cedió a la tentación, y Jesús, el postrer Adán, no lo hizo, si ambos partían de la misma condición de santidad y comunión con Dios? Notemos que tanto el primer Adán, como Jesucristo, el segundo o último Adán, conocían personalmente a Dios, por lo que su relación con Él no estaba basada en la fe. Ellos le habían visto, o por lo menos oído, pues Dios mismo hablaba con ellos. Por tanto, ni Adán y Eva, ni Jesús podían poner en duda la existencia de Dios. No era, pues, una cuestión de fe. Sin embargo, sí era factible que dejasen de confiar en Él y que pusieran en duda su infinita justicia, misericordia y bondad. Esto fue lo que les ocurrió a Adán y Eva, que desconfiaron de la bondad de Dios, y pensaron que Él les estaba impidiendo ser como Dios, conociendo el bien y el mal (Génesis 3:5,6).

En mi opinión, Jesucristo no necesitaba ser un hombre con unas características físicas y psíquicas excepcionales, superiores a la media, para obtener la victoria sobre el pecado. Ninguna criatura humana puede vencer al pecado de forma autónoma sin la ayuda divina. Adán y Cristo no son excepciones. Cristo venció porque confió en el Padre y siempre optó por cumplir su voluntad, aun “sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir” (Juan 18:4). Las cuales, como sabemos fueron: ser torturado mediante multitud de crueles latigazos, injuriado, humillado, y muerto con el peor sufrimiento que se conocía: crucificado, soportando durante horas el tormento lacerante de las heridas por todo su cuerpo y la sensación angustiante de la asfixia progresiva al no poder casi respirar por la posición que le imponía la crucifixión (Mateo 26:67,68; 27:26-31; Marcos 15:17-20; Lucas 22:63-65). Cristo no venció la tentación de desobedecer a Dios porque fuese una persona divina. Si así hubiese sido no hubiera sido meritorio, “porque nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:37). La humanidad verdadera de Jesús nunca cayó en la tentación del diablo, de que usara su poder divino sobrenatural, inherente a su Ser divino, para ponerlo a su servicio y obtener una fácil victoria, sino que por el contrario, “estando en la condición de hombre, se humilló así mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).

Lucas 22:40-44: Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. 41 Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, 42 diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. 43 Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. 44 Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.

Hebreos 5:7-9: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9 y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;

Aunque Cristo es un Ser divino o una Persona divina, observemos, que Él es tentado en su condición de hombre y no como Dios. Pues, como declara el apóstol Santiago “Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Santiago 1:13).

Santiago 1:13-15: Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; (14) sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. (15) Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.

Estos temas los he abordado en mi web y si lo desea puede ampliarlos leyendo los siguientes artículos cuyos vínculos le indico a continuación:

¿Por qué solo Jesucristo, Dios y Hombre, puede salvar?
¿Podía Cristo haber pecado?


Quedo a su entera disposición para lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo.

Bendiciones

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

(1) W. E. Best.  “Estudios en la Persona y la Obra de Jesucristo” –del original en inglés: “Studies in the Person and work of Jesus Christ”– , 1994. Distribuido por W. E. Best Book Missionary Trust; P.O. Box 34904, Houston, Texas 77234-4904 USA.
(2) Ibid.
(3) Ibid.

Abreviaturas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento

 

 

 

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