Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Miscelánea

 

¿El que ha muerto ha sido justificado del pecado?

 
Muertos al pecado
 
Versión: 09-04-2018

 

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Hace unos pocos días, un estimado amigo me pidió mi opinión sobre el pasaje de la epístola de San Pablo a los Romanos (6:7), lo cual me alegró, porque es muy importante que todos los cristianos comprendamos bien su significado y lo tratemos de aplicar a nuestras vidas.

Para ello vamos a analizar el texto indicado: “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). Sabemos que en un texto, aislado de su contexto, es muy difícil, por no decir imposible, obtener su significado o sentido correcto, es decir, lo que el autor, en este caso, el apóstol Pablo, nos quiere transmitir, que coincide con lo que el Espíritu Santo quiere enseñarnos, porque el Apóstol escribe inspirado por Dios.

Este versículo tan breve, de la epístola a los Romanos (6:7), contiene tres palabras claves muy importantes en nuestra vida diaria, pero esenciales en la religión cristiana: muerte, justificación y pecado.

“Muerte” es la privación de algún tipo de vida –material o espiritual (separación de Dios)– o de la existencia; y fue consecuencia del “pecado de un hombre …en quien todos pecaron” (Ro. 5:12- Biblia de Jünemann**); y Jesucristo vino para que “tengamos vida y en abundancia” (Jn. 10:10). Con su muerte en la cruz venció a la muerte y al diablo: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Cristo] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,  (15)  y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15; cf. 1 Co. 15:20-23).

1 Corintios 15:20-23: Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. (21) Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. (22) Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. (23)  Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

"Justificación" –la exoneración de culpa o declaración de inocencia o no culpabilidad–  de nuestro pecado es lo que nos da “legalmente” el derecho a la vida eterna. Esta palabra identifica una doctrina fundamental en el cristianismo, interpretada desde el evangelismo de muy distinta manera que en el catolicismo, y a la que nos volveremos a referir más adelante.

“Pecado” es todo tipo de maldad o iniquidad; pero, en el sentido más amplio, es toda transgresión de la voluntad de Dios, declarada en Su Palabra –la Santa Biblia–, ya sea por acción o pensamiento malicioso o impuro (Mt. 5:21,22,27-28) u omisión de “hacer lo bueno” (Stgo. 4:17). Pero, especialmente, “pecado” es la naturaleza humana antes de ser transformada por Cristo, lo que la Biblia llama “carne” –nuestra naturaleza carnal–, “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:7,8). Pero, por favor, no se deduzca de aquí que la Palabra de Dios considera malo el que el ser humano esté compuesto de una materia compleja –células, huesos, músculos, nervios, grasa, etc.– que solemos llamar “carne”. Las Sagradas Escrituras llaman “carne” a la persona humana que ha heredado la naturaleza caída de Adán –común a toda la humanidad–, pero que no ha sido convertida a Cristo, es decir, no ha muerto al pecado. Como ejemplo, podemos leer algunos textos:

Juan 3:5-6: Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.  (6)  Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

Lo que dice Jesús es que todos nacemos siendo “carne” –ser humano caído, naturaleza pecaminosa–; y, por consiguiente, es necesario que hagamos morir esa carne pecaminosa que es nuestra naturaleza carnal, del hombre natural, para que nazca una naturaleza espiritual, solo posible, mediante un nuevo nacimiento del Espíritu Santo. Veamos más ejemplos clarificadores:

Romanos 8:2-4: Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Observemos que Dios no condena la materia llamada “carne” sino a la persona entera que lleva el pecado en sus genes o en el ADN. Por eso Jesucristo se hizo “carne”, “en semejanza de carne de pecado”, pero sin pecado, porque si su naturaleza hubiera sido caída, como la nuestra, Cristo habría necesitado también un Salvador. De ahí que su “carne” crucificada sustituye a la nuestra; y cuando aceptamos su sacrificio expiatorio, no solo morimos al pecado, sino que somos absueltos de todo pecado.

Romanos 8:7: Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

Las tres palabras claves están perfectamente relacionadas entre sí; “porque la paga del pecado es la muerte (Ro. 6:23). Y la justificación del pecado, que proviene de recibir a Jesucristo y aceptar su sacrificio expiatorio en la cruz, como sustituto nuestro, que recibe el castigo por nuestros pecados, conduce a la vida eterna. Pero, imaginemos, por un momento, que Cristo no nos hubiera rescatado, muriendo en nuestro lugar; en ese caso, si nos aplicamos el texto (Ro. 6:23), nuestra muerte sería eterna, sin posibilidad de volver a tener vida, porque todos hemos pecado (Ro. 3:9-12,23), y merecemos la muerte. Por consiguiente, una vez que haya sido ejecutada la sentencia en nosotros,  que  se haya cumplido perfectamente con la penalidad que le corresponde al delito del que se es responsable, ya se deja de ser culpable, porque se ha pagado su deuda, el precio del delito; y, por tanto, en ese sentido, habríamos sido justificados de nuestro delito. Ya no caben más condenas. La deuda estaría saldada, porque la persona culpable ha pagado con su vida, el precio exigido por su delito.

Dios nos dice, en su Palabra, que todos hemos pecado (Ro. 3:9-12,23), y que merecemos la muerte; por ese motivo, pudo escribir san Pablo:  “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,  (5)  aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),  (6)  y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:4-6). Comprobamos, pues, que al problema insoluble de la humanidad pecadora, Dios le ha dado una maravillosa solución, Él mismo en la Persona de su Hijo, ha cargado con nuestros delitos y pecados, y ha sufrido la muerte en nuestro lugar, para satisfacer su justicia (2 Co. 5:21; 1ª P. 2:24).

2 Corintios 5:21: [Dios,] Al que no conoció pecado [Jesucristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Jesucristo].

1 Pedro 2:24: [Jesucristo] quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

Puesto que Dios ha satisfecho su justicia en su propio Hijo, cuando nosotros aceptamos su muerte expiatoria en la cruz, se nos cuenta, o se nos imputa la justicia de Cristo, es decir, morimos en Él al pecado, y resucitamos con Él a una nueva vida, en la que ya no puede reinar el pecado (Ro. 6:4,12). Pero a partir del momento en el que recibimos a Cristo se inicia el proceso de santificación, que consiste en hacer morir al viejo hombre, que ya fue crucificado juntamente con Cristo (Ro. 6:6), pero que se actualiza en la acción cotidiana del creyente, en comunión con Cristo, y por el poder del Espíritu Santo.

El Verbo divino (Jn. 1:1-4) –Hijo de Dios, la segunda Persona de la Deidad– despojándose de su gloria celestial que compartía con el Padre en el lugar Santísimo celestial, humillándose hasta lo sumo (Fil. 2:5-11), se encarnó, siendo engendrado, en el seno de la Virgen María, del Espíritu Santo (Mt. 1:20); y el Ángel de Dios –Gabriel (Lc.1:26)– ordenó que se le pusiera el nombre de Jesús, “porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21). Esto representa la justificación de nuestros pecados, e implica la vida eterna para todos los que son justificados por la sangre de Jesucristo (Hch. 20:28; Ro. 3:25; 5:9; Ef. 1:7; Heb. 9:12; 1P. 1:19; 1 Jn . 1:7; Ap. 1:5; etc.).

Romanos 5:9: Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.

Expuestos, aunque sucintamente, los elementos fundamentales de nuestra fe cristiana, a continuación, en el cuerpo de este estudio bíblico, seguiremos analizando el texto en cuestión –“Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7)–, que nos ha motivado a realizar esta exposición.

Como texto aislado, una interpretación equivocada podría consistir en que todos los que mueren, por muchos y graves pecados que hubieran cometido en su vida terrenal, aunque no se hubieran arrepentido, serían justificados, lo que implicaría, que la muerte física garantizaría nuestra salvación y, por consiguiente, la vida eterna. Pero esta idea o doctrina es contraria a las Sagradas Escrituras, que afirman: “los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:29).

Estudiaremos, pues, cómo la Biblia emplea los vocablos “muerte” y “morir”, que no se corresponden solo en el sentido físico ordinario, sino también en sentido espiritual y simbólico. Asimismo, nos extenderemos en los conceptos bíblicos de las palabras “justificación” y “pecado”, que son vitales para entender el Plan de Salvación diseñado por nuestro Dios.

2. La condición del ser humano sin Cristo es de muerte espiritual, porque se nace con una naturaleza pecaminosa.

El ser humano nace con una naturaleza pecaminosa, que lleva en sus genes el espíritu de rebelión contra Dios. Así lo reconoció el rey David cuando confesó: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5). La Palabra de Dios declara que todos, tanto judíos como gentiles, “están bajo pecado” (Ro. 3:9); “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12); “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).

Leamos unos cuantos pasajes más que nos revelan cómo es el ser humano natural o carnal, es decir, antes de entregarse a Cristo:

1 Corintios 2:14: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

Romanos 8:5-8: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. (6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. (7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

Reconocer cómo es nuestra naturaleza humana, según la Revelación bíblica, es el primer paso para la conversión a Cristo; porque “Él [Cristo] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). Como vemos este texto no se refiere a la muerte física sino a la muerte espiritual, que es el estado de enemistad contra Dios, que viven “los que son de la carne” y “piensan en las cosas de la carne” (Ro. 8:5). En esta situación los seres humanos son incapaces de buscar a Dios. Por eso, Jesús dijo “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Jn. 3:3); y Él explica su afirmación en el versículo seis: Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). En la condición carnal, pues, no es posible salvarse; se hace necesario que el Espíritu Santo cree en nosotros la vida espiritual, resucitándonos, al ejercer la fe en Cristo. Esta es la experiencia de todo auténtico cristiano (cf. Tito 3:4-7).

Tito 3:4-8: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. (8)  Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres.

Debemos, por tanto, aceptar la condición de nuestra naturaleza carnal, antes de la conversión a Cristo, en la que estábamos muertos espiritualmente, porque andábamos “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3) entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.  (8)  Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  (9)  no por obras, para que nadie se gloríe. (10) Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:1-10).

3. El nuevo Nacimiento es el inicio de la muerte de nuestro ser carnal, el viejo hombre, que ya ha muerto al pecado en Cristo, porque ha resucitado con Él, como una nueva criatura (2 Co.5:17).

Cuando ya no vivimos según la “carne” es porque nuestra vida está centrada en Cristo, y no en nuestro “yo carnal”, el viejo hombre, que “fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6). Este morir al pecado, corresponde al pasado, al momento de nuestra aceptación de Cristo como nuestro salvador, pero se extiende hacia el futuro, de modo que en tanto en cuanto crecemos con Cristo, nuestro viejo hombre va muriendo. Es solo entonces cuando hemos muerto al pecado y resucitado con Cristo, porque “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col.  3:1-3). Por eso “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Romanos 6:7). Dios –por medio del apóstol Pablo– nos sigue diciendo: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él [Cristo] perdonándoos todos los pecados” (Col. 2:13); Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos (21) tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques  (22)  (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?  (23)  Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col 2:20-23).

Leamos y meditemos también en los hermosos textos siguientes, que van completando el mosaico de nuestra vida en Cristo:

2 Corintios 5:17-21: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él [Cristo].

Sin embargo, no debemos olvidar que, –aunque nuestra justificación se produce en el instante en que aceptamos que Cristo sufrió el castigo de la penalidad que nos corresponde a nosotros–, el morir al pecado, es decir, la destrucción de la vieja naturaleza pecaminosa, el cuerpo del pecado, es algo que se produce gradualmente, y se extiende a lo largo de nuestra vida terrenal, hasta el fin de la misma.

4. Muertos al pecado

Creo que ahora comprendemos mejor el sentido del texto de la introducción a este artículo: “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). No se trata, pues, de morir físicamente, sino de hacer morir lo carnal (Col. 3:5)  –todo lo pecaminoso– para que resucite lo espiritual.

Ha llegado el momento para que leamos el texto en cuestión (Ro. 6:7), en su contexto:

Romanos 6:1-14: ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? (2) En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (3) ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?  (4)  Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.  (5)  Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;  (6)  sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7)  Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.  (8)  Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;  (9)  sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. (10)  Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. (11) Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (12)  No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; (13) ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.  (14)  Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

Volviendo al análisis del texto citado –“Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Romanos 6:7)–, observemos que san Pablo, que escribió a la Iglesia que se reunía en Roma, se dirige, en primer lugar, a  los cristianos, porque él mismo –más santo y cristiano que los demás– se incluye, varias veces, en el contexto, como, por ejemplo, cuando declara: Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Ro. 6:2). Este texto nos hace entender a qué clase de muerte se refiere; porque ahora sabemos que Pablo no se está refiriendo a la muerte física. Él estaba bien vivo, pero dice que “hemos muerto al pecado”, es decir, Pablo y todos los que han recibido a Cristo ya no viven para el pecado, ¿por qué? Porque “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6).

El “cuerpo del pecado” es nuestra naturaleza carnal –adámica– y pecaminosa, el viejo hombre, que como tal debe ser destruido, para que pueda crecer la nueva criatura en Cristo. Pero esta transformación no se produce de forma instantánea en el momento de nuestra aceptación de Cristo, sino que es un proceso gradual que se extiende a lo largo de la vida del creyente, hasta su muerte física.

Cuando conseguimos cierta madurez en Cristo, deberíamos poder decir, como el Apóstol: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:19-21). Esta debería ser nuestra experiencia, porque “Él [Cristo] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).

Esa es la vida nueva espiritual que recibe el creyente cuando le es dado el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo (Jn. 3:5, 6). Esta vida renacida o renovada es libre de la esclavitud del pecado (Jn. 8:31,32,34; cf. Ro. 6:16-18); es decir, “ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22). Sin embargo, este proceso de santificación del cristiano se inicia cuando el creyente acepta el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz; con todo lo que significa, de imputación, y castigo, de nuestros pecados sobre Él: “quien llevó él [Cristo] mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P. 2:24). Y, también, [Dios] “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).

Estábamos muertos a los pecados, en primer lugar, porque hemos sido justificados (absueltos) de ellos, y cargados en Cristo; porque Cristo nos imputa su justicia, la cual Él consiguió, para nosotros, cuando recibió la muerte en la cruz como castigo de nuestra culpabilidad (1 Co. 1:30). Y, en segundo lugar, porque hacemos morir, nuestro viejo hombre, cada día, hasta que llegue el fin de nuesrta vida.

1 Corintios 1:30: Mas por él [Dios] estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;

Cristo nos ha redimido con su sangre, nos ha justificado, es decir, nos ha absuelto de todos los pecados pasados y futuros, y nos da el derecho a la vida eterna, y el comienzo a nuestra vida de santificación por el Espíritu Santo.

Este es el primer nivel de santidad que introduce la justificación del creyente: “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Ahora bien, nuestro crecimiento espiritual depende de nuestra unión e identificación con Cristo; como bien expresa Calvino, “somos hechos participantes de la vida de Cristo, no menos que de su muerte”. “su muerte en todo respecto es nuestra muerte, su resurrección, nuestra resurrección; su vida, nuestra vida” (1).

Si seguimos leyendo en el capítulo siguiente de esta misma epístola, entenderemos mejor todo este proceso de conversión, de morir al pecado, de pasar de muerte espiritual –“estábamos muertos en pecados” (Ef. 2:1) – a vida espiritual:

Colosenses 3:1-17: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (2) Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (3) Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. (5) Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno

No obstante, no debemos cansarnos de repetir que la salvación del pecado no consiste solo en una acción voluntariosa, sino que es esencialmente un don de Dios, que solo se puede conseguir recibiendo a Cristo por la fe. Por eso nadie puede obtener la justificación del pecado por muy buenas y abundantes obras que realice.

Romanos 3:24-26: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,  (25)  a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, (26)  con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

5. Qué es la justificación bíblica y la justificación según la Iglesia católica.

La justificación –lo que nos da derecho a la vida eterna– solo se consigue “mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24; cf. Ro. 6:23); esto significa que Cristo pagó nuestro rescate, al morir por nosotros, llevando nuestra culpa, el peso de nuestros pecados porque “Jehová cargó en Él [Cristo] el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). “Su vida es puesta en expiación por el pecado” (Isaías 53:10); “por su conocimiento justificará mi siervo justo [Jesucristo es el Siervo de Jehová] a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11); “y fue contado con los pecadores” (Isaías 53:12). Fijémonos, cómo se cumple todo esto en Cristo: [Dios] “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él (2 Corintios 5:21). Meditemos, comparemos y completemos nuestro entendimiento con lo que nos dicen los siguientes textos:

Romanos 8:2-4: Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

En la introducción a este artículo, escribí que la Justificación –la exoneración de culpa o declaración de inocencia o no culpabilidad–  de nuestro pecado es lo que nos da “legalmente” el derecho a la vida eterna. Esta palabra identifica una doctrina fundamental en el cristianismo, pero es interpretada desde el evangelismo de muy distinta manera que en el catolicismo.

Expresado brevemente, los evangélicos creemos, que la justicia de Cristo se nos imputa y, en cambio, los católicos creen que la justicia, que ha obtenido Cristo en su muerte en la cruz, es infundida en los creyentes, consiguiendo éstos un cierto grado de santidad de vida. Por el contrario, los evangélicos o protestantes creemos que la justificación es el inicio de la santificación del cristiano, y ésta está asegurada “porque con una sola ofrenda –“hecha una vez para siempre” (Heb. 10:10)– hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14). Esta perfección, evidentemente, está en el futuro; pero Cristo lo consiguió con su victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo,  con su vida sin pecado, muerte expiatoria y resurrección.

Ampliando un poco nuestro concepto de justificación, creemos que la justicia de Cristo se nos imputa o atribuye a los creyentes –como un acto legal o forense–, porque Cristo muere en nuestro lugar, recibiendo el castigo que nos corresponde a nosotros por nuestros pecados. Así como Cristo carga con nuestros pecados, es decir, de la misma manera que Cristo es “hecho pecado por nosotros” (2 Co. 5:21), así también se nos atribuye su justicia –no nos hace justos realmente, como tampoco Cristo se hace pecador realmente cuando carga con nuestros pecados, sino que se nos declara justos ante Dios, porque se ha satisfecho su justicia–.  Luego, como Jesús no se convierte en pecador, cuando se le imputan nuestros pecados –porque Él quiere asumirlos voluntariamente, para pagar por nosotros el precio de nuestro rescate, que es su muerte– así también los creyentes no se convierten en justos cuando se les imputa la justicia de Cristo. Cristo cumple en sí mismo, con la entrega de su vida, la condena que nos corresponde a nosotros; por tanto, en Él se cumple la justicia de Dios (Ro. 3:21-26), y esta justicia que Él obtiene se imputa a los creyentes declarándolos justos ante Dios.

6. Conclusión

Aprendimos que la salvación es un don de Dios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe. Que todo esto se lo debemos enteramente a Cristo, porque Él entregó su vida por nosotros, cargó con nuestros pecados y sufrió el castigo de la muerte que merecíamos, para que tuviéramos “vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23). “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).

Jesucristo es, pues, nuestra justicia, pero somos “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). Dios, el Espíritu Santo, “de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stgo. 1:18; cf. 1:21).

“El cuerpo del pecado designa la naturaleza caída (Mr, 7:20). Destruir este cuerpo, el viejo hombre, es la obra progresiva o gradual de toda la vida, el pecado subsiste pero no reina más.

“[El transgresor], al sufrir la muerte a causa del pecado, queda absuelto de ese pecado: hay satisfacción y la justicia se ha cumplido; porque Cristo ha muerto por nosotros (8:12), [El transgresor] es justificado, en cuanto al pasado, de toda culpabilidad; en cuanto al porvenir, de todo dominio del pecado.

“Cuanto más íntima y viva sea nuestra unión con Cristo, tanto más potente se desarrollará la vida nueva que para nosotros emana, y tanto más rápida será también la muerte gradual del pecado, hasta la plena liberación del alma, es así como Cristo nos ha hecho santificación y justicia (1 Co. 1:20)” (L. Bonnet y A. Schroeder; 1982) (2).

Sin embargo, una vez salvos por la fe en Cristo, no debemos descuidar nuestra santificación, y ello requiere entrega de nuestra parte, identificación y comunión con Cristo (Jn. 15:1-15) y sometimiento al Espíritu Santo, del que nuestro cuerpo es templo (1 Co. 6:19-20).

1 Corintios 6:19-20: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?  (20)  Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.

Para terminar, meditemos en los siguientes textos:

Romanos 14:7-9: Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. (8) Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. (9)  Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.

2 Timoteo 2:11-12: Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él;  (12)  Si sufrimos, también reinaremos con él;  Si le negáremos, él también nos negará.

Tito 2:11-15: Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, (12)  enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, (13) aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, (14) quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. (15) Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie.

Aunque la salvación es un don de Dios, que se alcanza solo por la fe en Cristo, no olvidemos nunca las palabras de Jesús, que para seguirle, debemos tomar nuestra cruz cada día, confesarle con nuestra boca (Ro. 10:9) y padecer por Él.

Lucas 9:23: Y [Jesús] decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.

Filipenses 1:29: Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él,

Filipenses 3:7-11: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  (8)  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,  (9)  y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;  (10)  a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,  (11)  si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.

1 Pedro 2:19-25: Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. (20) Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. (21)  Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;  (22)  el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; (23)  quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;  (24)  quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (25) Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.

Efesios 4:22-32: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.  (26)  Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,  (27)  ni deis lugar al diablo. (28)  El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.  (29)  Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30)  Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

Espero que, en este estudio bíblico, no haya sido mi opinión la expresada, porque, si así fuera, a nadie podría constreñir, sino que modestamente, con la ayuda de Dios, haya sabido plasmar la enseñanza de su Palabra, inspirado por el Espíritu Santo, para gloria de Dios.


Afectuosamente en Cristo

 

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

**Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jünemann (Jünemann): Romanos 5:12 (Jünemann): "Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron".

(1) L. Bonnet y A. Schroeder; 1982. “Comentario del Nuevo Testamento; tomo 3. Casa Bautista de Publicaciones (Argentina), (Pág.89).

(2) L. Bonnet y A. Schroeder; 1982. “Comentario del Nuevo Testamento; tomo 3. Casa Bautista de Publicaciones (Argentina), (Pág.89, 90).

 

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento

 

 

 

 

 

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