Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Miscelánea

 

¿Hay poder en bendecir?

 
Versión: 05-11-2018

 

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

La pregunta que encabeza este artículo me vino a colación después de leer el libro “El arte de bendecir” (1), que me había recomendado un amigo, a fin de que lo comentáramos e intercambiáramos nuestras respectivas opiniones.

En el libro, su autor, Pierre Pradervand, “alude a unas leyes espirituales de las que las grandes religiones y sabidurías espirituales de la humanidad han hablado desde la noche de los tiempos” (2).

A continuación, él describe sus principales fuentes de inspiración: “Mientras preparaba este libro, tomé la costumbre de leer todos los días, en paralelo, una o dos páginas del Corán, de la Biblia y del Bhagavad Gita” (3). Pero, además, el autor, en el desarrollo de sus argumentos, se apoya en religiones como el budismo (4), hinduismo, confucionismo (5) o bien en filosofías místicas, ideas o experiencias extraídas de, por ejemplo, la Cábala (6), la Ciencia Cristiana (7) o el libro “Un curso de milagros” (8).

No obstante, el autor reconoce que la inspiración esencial para escribir “El arte de bendecir” surgió –en un momento difícil de su vida– de lo que experimentó al leer, en el Evangelio de san Mateo, unas palabras de Jesucristo, como muy bien lo relata en el siguiente párrafo de su libro:

“[…] Pero un día, una frase de Jesús en el sermón de la montaña me habló de forma muy intensa: «Bendecid a los que os persiguen» (Mt 5,44). De repente, todo se me hizo evidente; era literalmente lo que yo tenía que hacer: bendecir a mis ex-«perseguidores». E inmediatamente comencé a bendecirlos de todas las formas imaginables: en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus relaciones familiares y en su paz, en sus negocios y en su bondad… Las diversas formas de bendecirlos eran innumerables.” (9).

A continuación, el autor explica lo que él entiende por bendecir:

“Querer todo el bien posible para una persona o una comunidad, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón, con total sinceridad. Esta es la dimensión más importante de la bendición: la sinceridad aliada a la energía del corazón. Ahí está la fuerza que transforma y cura, que eleva y regenera. Se encuentra en los antípodas de todo ritual estereotipado”. (10).

Sin embargo, esta actividad de bendecir quizá podía haberse convertido en una sublime obsesión; porque así parece deducirse de su siguiente párrafo:

“Bendecía a las personas en cuestión a lo largo de toda la jornada: mientras me limpiaba los dientes por la mañana y mientras hacía footing, cuando iba a correos o al supermercado, mientras lavaba los platos o me iba durmiendo... Los bendecía uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí con esta disciplina varios meses”. (11)

En lo que sigue de este estudio bíblico, expresaré, desde mi experiencia bíblica, cuál es la verdadera doctrina cristiana revelada por Dios en Su Palabra, en lo que se refiere a las principales ideas del libro “El arte de bendecir”, para tratar de discernir entre la verdad y el error. Por tanto, las preguntas que nos haremos a continuación intentaremos que sean respondidas de acuerdo a una interpretación correcta de la Biblia:

¿Cómo debe ser el bendecir de los cristianos? ¿Qué poder hay en bendecir? ¿Cuáles son los beneficios que produce la práctica de bendecir?

¿Es verdad que todos los seres humanos son hijos de Dios como cree el autor?

¿Son bíblicas las leyes espirituales que se citan en este libro?

2. ¿Cómo debe ser el bendecir de los cristianos? ¿Qué poder hay en bendecir? ¿Cuáles son los beneficios que produce la práctica de bendecir?

Definición de “bendecir”, según el Diccionario RAE

El vocablo “bendecir”, según el Diccionario RAE, tiene varias acepciones, como, por ejemplo: 1. “alabar”, “engrandecer”, “ensalzar a alguien”. 2. “Dicho de la Providencia: Colmar de bienes a alguien o hacer que prospere” (12). Pero esta última es la única real y que más nos interesa, pues solo Dios tiene poder para bendecir.

Una tercera importante acepción –porque se nos aplica a nosotros– consiste en: “Invocar en favor de alguien o de algo la bendición divina” (13). Y este último significado es el que nos corresponde emplear como seres humanos.

Entre los cristianos existe la costumbre de pedir la bendición sobre los alimentos que se van a tomar, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesús:

Mateo 14:19: Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud.

Lucas 9:16: Y tomando los cinco panes y los dos pescados, levantando los ojos al cielo, los bendijo, y los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de la gente.

Lucas 24:30: Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio.

¿Comprendemos bien el significado de pedir la bendición de los alimentos?

El comentario bíblico, de Matthew Henry, del versículo 19 del Evangelio de Mateo (14:19) explica que nuestro Señor Jesús “dio gracias a Dios por la provisión, como era costumbre entre los judíos y debe serlo entre nosotros (Ro. 14:6: 1 Ti. 4:3). Al dar gracias, Cristo alzó los ojos al cielo, para enseñarnos a alzar, en oración, nuestros ojos hacia arriba, al Padre, de quien desciende toda buena dádiva (Stgo. 1:17). Así hemos de tomar todo: como venido de la mano de Dios, y dependiendo de Él para bendición de todo”. (14)

Por lo tanto, como prueban los siguientes textos, la costumbre cristiana de pedir la bendición sobre los alimentos a tomar, significa reconocer que Dios es el proveedor de todo, y, con ese gesto, agradecerle su infinita bondad y misericordia por proveernos todo lo que necesitamos para nuestro sustento.

1 Timoteo 4:3: prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad.

Romanos 14:6: El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios.

Las bendiciones siempre proceden de Dios, no de nuestro querer o desear el bien y la felicidad a los demás.

En el Antiguo Testamento existen muchos ejemplos en los que se expresan bendiciones. La mayoría de las veces es Dios quien promete bendición a Su pueblo Israel, o a algunos en particular, como cuando bendice a Abraham y con él, a todas las familias de la tierra (Gn. 12:2-3); esto mismo es lo que le reitera más delante de forma más concreta: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn. 22:18). Esta bendición afecta a toda la humanidad; porque esa “Simiente” es Cristo, según nos revela o confirma el apóstol Pablo: “Y a tu Simiente, la cual es Cristo” (Gá. 3:16). Esa bendición es tan importante porque Dios mismo, en la Persona del Verbo, se hizo carne, para venir “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10) –la rebelde humanidad–. Veamos algunos textos más que lo explicitan claramente:

Gálatas 3:8-9: Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. (9) De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.

Gálatas 3:14: para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

Sin embargo, existen también otros muchos casos, relatados en el Antiguo Testamento, en que son los hombres los que bendicen a sus semejantes (ver Gn. 27:30,33; 28:1; 31:55; 47:7; etc.). Pero, en cualquier caso, aunque no se cite expresamente que la bendición se hace en nombre de Dios, siempre está implícito que se trata de pedir, es decir, invocar para que Dios bendiga a esas personas a las que se les bendice. Comprobémoslo en unos pocos textos. tomados como ejemplos de los muchos que existen:

Génesis 27:30,33: Y aconteció, luego que Isaac acabó de bendecir a Jacob, y apenas había salido Jacob de delante de Isaac su padre, que Esaú su hermano volvió de cazar. […] (33) Y se estremeció Isaac grandemente, y dijo: ¿Quién es el que vino aquí, que trajo caza, y me dio, y comí de todo antes que tú vinieses? Yo le bendije, y será bendito.

Isaac bendijo a Jacob, y se reafirmó en su bendición Yo le bendije, y será bendito”–, cuando se enteró que, en lugar de bendecir a Esaú –el primogénito, al que le correspondía legalmente la bendición–, había bendecido a Jacob, que había suplantado a su hermano Esaú. Obviamente, la bendición de Isaac no tendría ningún efecto sobre Jacob, si no viniese de Dios, porque todo el que bendice no puede sino hacerlo en nombre de Dios, por Su expresa voluntad. Veamos otros ejemplos:

Génesis 28:3-5: Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos; (4) y te dé la bendición de Abraham, y a tu descendencia contigo, para que heredes la tierra en que moras, que Dios dio a Abraham. (5) Así envió Isaac a Jacob, el cual fue a Padan-aram, a Labán hijo de Betuel arameo, hermano de Rebeca madre de Jacob y de Esaú.

Génesis 31:55: Y se levantó Labán de mañana, y besó sus hijos y sus hijas, y los bendijo; y regresó y se volvió a su lugar.

Génesis 47:7: También José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón; y Jacob bendijo a Faraón.

Números 6:22-27: Jehová habló a Moisés, diciendo: (23) Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: (24) Jehová te bendiga, y te guarde; (25) Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; (26) Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz. (27) Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré.

Deuteronomio 30:16: porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.

2 Samuel 6:18: Y cuando David había acabado de ofrecer los holocaustos y ofrendas de paz, bendijo al pueblo en el nombre de Jehová de los ejércitos.

Rut 2:4: Y he aquí que Booz vino de Belén, y dijo a los segadores: Jehová sea con vosotros. Y ellos respondieron: Jehová te bendiga.

Los cristianos bendecimos en nombre de Dios. Él –y no nosotros– es el que bendice; y cuando alguien bendice lo debe hacer en nombre de Dios, de forma implícita o explícita.

Para terminar con los ejemplos del AT, es interesante reflexionar con lo que le sucedió al corrupto profeta Balaam, al que el rey de Moab, Balac, llamó para pedirle que cambiara la bendición a Israel, por maldición: “pues, ahora, te ruego, maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo; quizá yo pueda herirlo y echarlo de la tierra; pues yo sé que el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito” (Nm. 22:6). Estas son las palabras que este rey pagano dirigió al profeta Balaam, porque, aquel, en su ignorancia, creía que el poder de bendecir o de maldecir era inherente a la persona del profeta; pues pensaba que ello dependía de la voluntad humana y no de la divina. Y aunque Balaam intentó complacer al rey de Moab, Dios no se lo permitió, sino que obligó a que Su profeta bendijese a Israel. Véase el siguiente texto en el que Josué relata la intervención de Dios, convirtiendo en bendición la maldición que pretendía realizar Balaam a fin de consentir a la petición de Balac, el rey pagano (ver toda la historia en Nm. 22 y 23).

Josué 24:9-10: Después se levantó Balac hijo de Zipor, rey de los moabitas, y peleó contra Israel; y envió a llamar a Balaam hijo de Beor, para que os maldijese. (10) Mas yo [Dios] no quise escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente, y os libré de sus manos.

Realmente, es la invocación a Dios, la única forma de bendecir que, como criaturas que somos, podemos practicar; porque el querer o desear todo el bien y felicidad –en nuestro íntimo pensamiento– a algunas personas, o a todas las que conocemos o que hayamos visto alguna vez, no ejerce en sí mismo ningún poder sobre ellas; como tampoco tendría efecto alguno, en el prójimo, el que lo maldijéramos; es decir, nuestra bendición o maldición no produce ningún tipo de efecto sobre los demás, ni en general, ni específicamente sobre nadie. Primero, porque los deseos no se convierten necesariamente en realidades, sin la intervención del que tiene el poder y la habilidad o destreza parar llevarlos a cabo exitosamente; y segundo, porque nuestros pensamientos, mientras no sean conocidos por las personas a las que se dirigen, tampoco pueden afectarlas de ninguna manera.

El amor es el fundamento de toda bendición divina; porque “Dios es amor” (1 Jn. 4:8), y, por eso, “Todo aquel que ama, es nacido de Dios” (1 Jn. 4:7).

Ahora bien, todos los que sean capaces de querer el bien y la felicidad de los demás, serán beneficiados, o bendecidos, por su actitud positiva de amor incondicional hacia el prójimo. Primero, porque amar es una fuente de salud espiritual, psíquica y física –de las tres dimensiones del ser humano: “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tes. 5:23)–. Y, segundo, porque Dios bendice a todos los que cumplen sus leyes por amor (Ro. 8:28), no por legalismo: “Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley […] El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:8,10); “Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gá. 5:14). Esto es todo lo que nos pide Dios: “amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios” (1 Jn. 4:7).

Leamos también algunos de los hermosos y benditos textos que siguen al anterior, porque seguramente seremos bendecidos por Dios, si además de creerlos, como la gran verdad que es, también los llevamos a la práctica:

1 Juan 4:7-11: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (9) En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (11) Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

Realmente, toda bendición viene de Dios, porque solo Él tiene el infinito poder para bendecir a todos Sus hijos. Por eso, cuando Jesucristo nos pidebendecid a los que os maldicen”, lo que debemos hacer es invocar, en favor de ellos, la bendición divina.

Ahora, quizá, comprendemos mejor lo que significa “bendecir” en el contexto bíblico del Nuevo Testamento, porque es ahí donde nuestro Señor Jesucristo manda a todos los cristianos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Leamos también el contexto, porque en él se nos dice la razón o el motivo por lo que debemos amar y bendecir a los que nos aborrecen: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:45).

Mateo 5:43-48: Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.(44) Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. (46) Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? (47) Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? (48) Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

Romanos 12:14: Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.

1 Corintios 4:12: Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos.

1 Pedro 3:8-9: Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; (9) no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.

Notemos que el mandamiento de bendecir, está después del principal mandamiento que es “Amad a vuestros enemigos”, y afecta especialmente a éstos, es decir, “a los que os maldicen”, “aborrecen”, o “ultrajan y persiguen”. No se puede bendecir a nadie si, primeramente, no se es capaz de amar; y como el verdadero amor viene de Dios, nadie, sin haber sido regenerado o nacido de Dios (1 Jn. 4:7), puede amar.

“Es un gran deber del cristiano amar a los enemigos. No significa que hayamos de complacernos en la maldad de enemigo, sino que hemos de desearles toda clase de bien, e incluso complacernos en lo que tengan de agradable y encomiable. Debemos de tenerles, no solo compasión, sino también buena voluntad hacia ellos. Recordemos que Dios nos amó cuando éramos sus enemigos (ver Ro. 5:6-8). Aquí (Mt. 5:44) se nos dice:

“1. Que debemos hablar bien de ellos: bendecid a los que os maldicen. Si bendecir es decir bien, cuando les hablamos debemos contestar a sus insidias e impertinencias con palabras corteses y amistosas, sin responder a sus ultrajes con ultrajes…

“2. Que debemos hacerles bien: haced bien a los que os aborrecen; esto es una prueba de amor más efectiva que las buenas palabras…

“3. Que debemos orar por ellos: orad por los que os ultrajan y os persiguen [como hizo Cristo]…Hemos de pedirle a Dios que les perdone, que no tengan que sufrir malas consecuencias por el daño que nos han hecho, y que Él haga de alguna manera que se pongan en paz con nosotros…” (15)

Si somos cristianos maduros, haremos todo lo que antecede “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:45); “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? (47) Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?” (Mt. 5:46-47).

“Hacer el bien a quienes se portan bien con nosotros es una cualidad común de los humanos. Hemos, pues de amar a nuestros enemigos, para superarlos; pues la cristiandad es algo más que humanidad… ¿En qué está nuestra vida por encima del nivel de la de los hijos de este mundo?

“Nuestro Salvador concluye el tema presente con la siguiente exhortación: Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mt. 5:48). En general, debemos imitar a Dios como hijos suyos que somos. Es deber de todo cristiano aspirar a la perfección en la gracia y en la santidad; perfección equivale aquí, no a impecabilidad, –imposible en esta vida– sino a madurez propia de quien no anda según la carne, sino conforme al Espíritu (Ro. 8:4; Gá. 5:16)… Propio es de Dios perdonar y tener compasión (v. Dan. 9:9), y ser bueno para con todos (Sal. 145:9), para buenos y malos, para agradecidos e ingratos. ¡Seamos, pues, como Él! Nosotros, que se lo debemos todo a la bondad divina, debemos afanarnos por imitar a nuestro Padre en todo, pero especialmente en su bondad para con todos.” (16)

3. ¿Es verdad que todos los seres humanos son hijos de Dios como cree el autor?

Es muy importante que notemos que no todos los seres humanos pueden  proclamarse “hijos de Dios”, sino solo aquellos que son “nacidos de Dios” (1 Jn. 4:7,8; Jn. 1:12-13; Ef. 1:3-7), y hacen Su voluntad (Mr. 3:35; 1 Tes. 5:18; 1 P. 2:15; 4:2; 1 Jn.27:17; Stgo. 1:21-22; etc.).

1 Juan 4:7-8: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.

Juan 1:12-13: Mas a todos los que le recibieron [a Cristo], a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Hijos de Dios solo son aquellos que han sido bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”, y han sido escogidos en Cristo, “antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él…” (Ef. 1:3-7).

Efesios 1:3-7: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4) según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, (5) en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (6) para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, (7) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,

Los hijos de Dios se conocen, o se distinguen de los que no son hijos, por su amor a Dios y a sus semejantes: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. (35) En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Jn. 13:34-35; cf. Jn.8:42).

Juan 8:42: Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.

1 Juan 4:7-8: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.

Según los textos citados de Juan 1:12-13, para ser hijos de Dios, debemos, primero, “recibir a Cristo y creer en su nombre”, es decir, aceptarle y reconocerle, por fe, como Salvador y Redentor (Gá. 3:26); y solo entonces se nos da la potestad de ser hechos hijos de Dios, al ser engendrados –nacidos de nuevo– por la voluntad de Dios. Los medios que usa Dios para convertirnos o renacernos es Su Palabra y Su Espíritu:

1 Pedro 1:23: siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

Santiago 1:18: Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.

Santiago 1:21-22: Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

Efesios 1:13-14: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Solo podemos llamar “hijos de Dios” a los que han nacido de Él; porque “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6).

Romanos 9:7-8: ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. (8) Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes.

Los hijos de Dios son los que ejercen la fe en Cristo Jesús

Gálatas 3:7: Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.

Gálatas 3:26: pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;

Los hijos de Dios son los que aman a sus enemigos, bendicen a los que les maldicen, hacen bien a los que les aborrecen, y oran por los que les ultrajan y les persiguen.

Mateo 5:44-48: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; (45) para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.

Lucas 6:28: bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.

Lucas 6:35-38: Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. (36) Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.

Los hijos de Dios son todos aquellos que hacen su voluntad como está revelada en Su Palabra, y son pacificadores (Mr. 3:35; Mt. 5:9).

Marcos 3:35: Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.

Mateo 5:9: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Al ser redimidos por Cristo –el Hijo de Dios– recibimos la adopción de hijos de Dios y el Espíritu del Hijo (Gá. 4:4-7). “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:17).

Gálatas 4:4-7: Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, (5) para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. (6) Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (7) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.

Romanos 8:9-17: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Romanos 8:13-17: porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Ahora, por el amor que nos ha dado el Padre somos llamados hijos de Dios.

1 Juan 3:1-3: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. (2) Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. (3) Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado”

1 Juan 3:9-10: Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. (10)  En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.

Los que practican el pecado son hijos el diablo.

Juan 8:39-44: Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. (40) Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. (41) Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. (42) Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. (43) ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. (44) Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.

Mateo 13:38: El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo.

1 Juan 3:8: El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Sin embargo, el autor del “Arte de bendecir” considera que todos los seres humanos son “hijos de Dios”, aun cuando sean unos degenerados, ladrones (17), atracadores (18), violadores o asesinos (19). Es más, el autor cree que este tipo de personas pueden ser transformadas en personas de bien, con solo afirmar mentalmente, manteniendo “espiritualmente y con total convicción la perfección que estaba oculta en [ellas]” (20).

A fin de seguir apoyando su creencia de que todos somos “hijos de Dios”, y que, como tales, formamos parte de la Divinidad, el autor nos ofrece una serie de sorprendentes relatos, extraídos, o bien de su experiencia personal, o de su entorno próximo. Como es el caso de la “joven, rubia y bonita, [que] decidió atravesar el Central Park de Nueva York a media noche... y a pie” (21). Como era de esperar, “En un recodo del camino se precipitó sobre ella un hombre que estaba escondido tras un arbusto, la arrojó violentamente al suelo y empezó a desgarrar sus vestidos con intenciones demasiado evidentes. Bloqueada por su agresor, la joven lo miró con aplomo y le repitió varias veces, con toda claridad y calma: «Tú eres hijo de Dios». Totalmente impresionado y desconcertado, aquel individuo se marchó murmurando algo entre dientes” (22).

A partir de esta historia –que no tenemos necesidad de dudar de su veracidad–, el autor extrae la siguiente conclusión, que en absoluto puedo compartir: [la historia citada] “Nos ilustra cómo una simple declaración de la verdad, mantenida con una convicción absoluta, puede transformar una situación extrema y aparentemente sin salida, y desembocar incluso en bendición del agresor” (23).

No puedo compartir en absoluto esa afirmación-deducción del autor, por las siguientes razones: primera, la simple declaración de una verdad, por mucha convicción que se mantenga, no puede, en sí misma, resolver situaciones de este tipo, ni quizá de ninguna otra clase, sin contar con alguna posible intervención de la Divina Providencia. Segunda, atribuir poder a las palabras «Tú eres hijo de Dios» es pura superstición, aunque dicha declaración fuera totalmente verdadera. Pero, en este caso, es un total error decir que el frustrado violador es “un hijo de Dios”, porque solo son “hijos de Dios” los que son “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 P. 1:23; cf. Stgo. 1:18).

La anterior deducción del autor –citada arriba– es completada, ampliada y extendida mucho más lejos, hasta extremos impensables en estos momentos, como se muestra en los tres siguientes párrafos:

“Aquella joven quizá no había oído hablar nunca del arte de bendecir. Pero desarmar a un violador potencial con una simple afirmación de la verdad constituye ciertamente una de las bendiciones más poderosas y eficaces de que tengo referencia.

“¿No será el amor incondicional el comportamiento normal y racional de quienes han integrado de verdad la idea de que el hombre y el universo es (y no «son») uno?

“Si todo es expresión infinita de un Principio de amor infinito, como subrayan ciertos textos de la literatura mística de todos los tiempos, no puede haber separación por ningún lado” (24).

En el primer párrafo de arriba, el autor se reafirma en su creencia: “desarmar a un violador potencial con una simple afirmación de la verdad constituye ciertamente una de las bendiciones más poderosas y eficaces de que tengo referencia”. Me remito a mi comentario de arriba.

En los siguientes dos párrafos el autor, hace una insinuación peligrosa, porque introduce la perniciosa idea de que las personas que creen en la falacia de que “el hombre y el universo es uno”, es decir, las gentes que asumen esa creencia panteísta, que no distingue –no hay separación– entre los seres individuales inteligentes, el universo y Su Creador, serían personas que en su comportamiento normal y racional darían amor incondicional a todos. Pero esta idea no tiene ningún sustento ni fundamento alguno; ¿en base a qué ley universal, las personas con esa creencia serían poseedoras de un amor incondicional perfecto hacia los demás? ¿Por qué aquellos que se apoyen en la falsa concepción panteísta, que es en sí misma un monumental error, podrían disfrutar o tener la capacidad, en su comportamiento normal y racional, de dar amor incondicional a los demás?

Esta insinuación del autor de que, quizá, los que consigan integrar en ellos mismos  una concepción panteísta del universo lograrían poseer amor incondicional a sus semejantes, es un completo absurdo, porque ignora totalmente la condición pecadora del ser humano, que “el amor es de Dios”, y que somos incapaces de amar hasta que Dios nos da el nuevo nacimiento o regeneración (1 Jn. 4:7-11; cf. Tito 3::3-8). Confiemos solo en Su Palabra:

Tito 3:3-8: Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. (4) Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, (5) nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. (8) Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres.

Por tanto, no demos ningún crédito a las filosofías humanas cuando las mismas contradicen la Palabra de Dios, sino que solo confiemos en Él y en Su Revelación,  “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; (11) fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad;  (12) con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; (13) el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, (14) en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:10-14). Y desechemos las fábulas de todo tipo:

2 Pedro 1:16: Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.

1 Timoteo 4:7: Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad;

2 Timoteo 4:1-4: Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, (2) que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. (3) Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, (4) y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.

El autor nos vuelve a deleitar, al relatarnos la siguiente historia con algunas similitudes con la que acabamos de comentar; sobre todo porque insiste en tratar de probar que el mero hecho de pensar de una persona que es “un hijo perfecto del Amor divino” es capaz de solucionar un grave conflicto, como el que nos narra a continuación:

“[….] El caso más llamativo que conozco es el de un practicante de la sanación espiritual, de Ruanda, que sólo con la fuerza del Espíritu, con la comprensión de la naturaleza espiritual del hombre (a pesar de las apariencias realmente contrarias) y con su seguridad inquebrantable en la superioridad de la ley espiritual sobre cualquier obstáculo material, llegó a desarmar a una banda que había entrado de noche en su casa para matarle a él y a toda su familia.

“[…] Sin pronunciar ni una sola palabra en voz alta, el practicante afirmó inmediatamente en su interior que el soldado que había recibido la orden de matar era un hijo perfecto del Amor divino. «La ley del Amor está presente aquí, controla esta situación y gobierna a todos y cada uno». Inmediatamente, el hombre, que ya había levantado su bayoneta para matar a la niña, interrumpió su acción.” (25)

Creo que no son necesarios más comentarios; pues me remito a los argumentos expresados arriba.

4. ¿Son bíblicas las leyes espirituales que se citan en el libro “El arte de bendecir”?

El autor del libro “El arte de bendecir” nos habla de su creencia en la existencia de ciertas leyes espirituales universales entre las que cita las siguientes: La ley de las expectativas positivas (Cap. 3; pág. 28); La ley del justo retorno (Cap. 4; pág. 31), La regla de oro (Cap. 5; pág. 41), El sentido profundo del acto de bendecir (Cap. 6; pág. 50); La ley del amor incondicional (Cap. 7; pág. 53), La ley de la armonía universal (Cap. 8; pág. 58); etc.

4.1. “La ley de las expectativas positivas”

En el capítulo 3, el autor se refiere a lo que él denomina “la ley de las expectativas positivas”; lo que, en mi opinión, no es más que una ley psicológica, que defiende que –al afrontar la vida cotidianamente con una actitud positiva y optimista, y, a medida que abrimos nuestra conciencia– “el bien [que] es siempre omnipresente, se manifestará en nuestra vida cada vez más” (26). Bajo mi punto de vista, ésta es una decisión voluntariosa que sostiene que cualquier persona que adopte ese estilo de vida o tenga esa visión optimista de la vida, puede alcanzar “el bien omnipresente”, por sus propias fuerzas, habilidad o destreza, inteligencia, etc.

El autor interpreta o cree que esta ley está implícita en “la declaración de Jesús: «Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis» (Marcos 11,24)” (27). Es decir, da a esta ley un matiz cristiano, aunque, por otro lado, pretende que ésta y las demás leyes que cita, se pueden cumplir sin necesidad de intervención alguna de Dios, olvidando que vivimos en un mundo en el que reina el pecado, la muerte y el diablo. 

Como cristianos, entendemos que solo podemos vencer al pecado, la muerte y al diablo, mediante la fe en Cristo, porque nos apropiamos de la victoria que Él obtuvo sobre esas tres innegables realidades de este mundo. Por tanto, si sois cristianos, nunca debéis olvidar que: fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,  (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, (21) y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1:18-21).

El autor propone, como método para que ese bien que está siempre omnipresente “se manifieste en nuestras vidas”, empezar cada jornada bendiciéndola:

“Al despertar, bendecid vuestra jornada, porque desborda ya de una abundancia de bienes que vuestras bendiciones harán aparecer. Porque bendecir significa reconocer el bien infinito que forma parte integrante de la trama misma del universo. Ese bien, lo único que espera es una señal nuestra para poder manifestarse”. (28)

En principio, no tenemos nada que objetar al acto cristiano de bendecir, porque es un mandamiento de nuestro Señor. Pero siempre que entendamos que bendecir significa invocar las bendiciones de Dios sobre alguien o algo, o también un dar gracias a Dios por todos los bienes que Él nos da. En realidad, bendecir es orar a Dios pidiéndole bendiciones o agradeciéndole el amor que nos tiene, a pesar de nuestros muchísimos defectos, y también porque Él nos cuida y protege del mal. Sin duda, es siempre agradable a Dios que nos dirijamos a Él, dándole las gracias de la oportunidad de vivir para desarrollar todos nuestros talentos, y progresar en santidad y amor a nuestros semejantes; cultivando las virtudes cristianas como la humildad, la mansedumbre, la paz, la esperanza y la fe, con un sincero interés por comprender, ayudar, en todo lo que esté en nuestras manos, a todos los que nos rodean, lo que en definitiva es amar al prójimo en general y en concreto.

Sin embargo, todo esto no se consigue dirigiéndonos, como preconiza el autor, a algo impersonal como es “el bien infinito”, sino solo mediante el poder de Dios actuando en nuestras vidas. Pero para que ese poder actúe es necesario estar unido a esa Fuente de poder mediante la fe en Cristo, lo que significa creer que Él “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Co.1:30).

Solo si permanecemos unidos a Cristo –la Vid verdadera (Jn. 15:1-13)– llevaremos fruto, es decir, haremos el bien, y seremos también fuente de bendición para los demás.

Juan 15:1-13: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. (2) Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. (3) Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. (4)  Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.  (5) Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. (6) El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. (7) Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (8) En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (9) Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. (10) Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. (11) Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. (12) Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (13) Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.

De esta comunión con Cristo depende también que podamos guardar sus mandamientos –toda Su Palabra, contenida en la Biblia–, pero, especialmente, los que se describen en el capítulo 5 del Evangelio de san Mateo; y estos mandamientos se resumen en uno: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (13) Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:12,13). Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. (8) El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (9) En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él (1 Juan 4:7-9).

Hacia el final del capítulo 3 –“la ley de las expectativas positivas”–, el autor  subraya “que cuanto más esperemos el bien y más lo afirmemos como una ley que gobierna nuestras vidas, tanto más se manifestará en nuestra existencia” (29).

Desde la perspectiva cristiana, el bien no se consigue esperándolo, ni siquiera pensando que sea una ley que gobierna nuestras vidas. No es cuestión de que nos autosugestionemos hasta llegar a creer que somos gobernados por la ley del bien; porque el apóstol san Pablo tenía toda la razón cuando dijo: “yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:18-21).

Por tanto, si nuestro espíritu, alma y cuerpo no están regidos por el Señor Jesús, si no hemos experimentado una verdadera conversión y guardamos la Palabra de Dios, con fiel obediencia, la única ley real que nos gobernará será “la ley del pecado y de la muerte”, porque solo “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2).

En los párrafos que siguen al citado anteriormente, el autor parece darse cuenta que no es suficiente esperar el bien y creer que la ley del bien nos gobierna, y por eso lo matiza expresando lo que transcribo a continuación:

“Por eso es tan importante comenzar cada jornada bendiciéndola, con un profundo sentimiento de gratitud, ya que esas bendiciones agradecidas son la mejor forma de abrir las «esclusas de los cielos», de la abundancia divina de que nos habla el Antiguo Testamento, y la mejor forma de dejar que el bien llene nuestras vidas.

“Entonces, ¿cómo no comenzar tu jornada afirmando con gratitud y con alegre convicción que el Amor divino, actuando según la ley de atracción que atraviesa todo el universo, traerá a tu vida exactamente lo que necesitas en el momento presente para crecer, progresar y llenar la copa de tu gozo ahora? ¡Y verás el resultado!”. (30)

Compartiría estos párrafos con el autor, si él se hubiera atrevido a decir, abiertamente, con transparencia total, que toda bendición procede de Dios, y que Él bendice especialmente a los que son agradecidos, es decir, aquellos que reconocen que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Toda bendición que Dios nos imparte es posible gracias a Su Hijo, Jesucristo, “Porque […] siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…” (Ro. 5:10).

Es por ello, que es bueno que, al iniciar el día, manifestemos a Dios nuestro agradecimiento por todas las bendiciones que constantemente Él derrama sobre justos e injustos (Mt. 5:45), por su propia voluntad, “por su gran amor con que nos amó” (Ef. 2:4); pero Sus bendiciones no tienen nada que ver con, ni son causadas por, alguna extraña, etérea o esotérica“ley de atracción que atraviesa todo el universo” (31), sino simplemente, porque “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:4-7).

Esto es el único y verdadero Evangelio de la Gracia de Dios” (Hch. 20:24). Por eso los cristianos creemos por fe “que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Cada día de nuestras vidas suceden cosas agradables y desagradables; pero si vivimos con esa fe, tanto unas como las otras redundarán al final en bendición.

Efesios 3:14-21: Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, (15) de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, (16)  para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; (17) para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, (18) seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, (19) y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (20) Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, (21) a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.

No nos dejemos confundir con sutiles palabras como “dejar que el bien llene nuestras vidas” (32), porque la Palabra de Dios nos manda firmemente ser “llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef, 3:19;5:18), “llenos del Espíritu Santo” (Hch. 2:4;4:31; Ef. 5:18), porque solo entonces seremos “llenos de gozo” (Hch. 13:52), “llenos de bondad” (Ro.15:14), “llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Fil. 1:11) y “llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Col. 1:9).

4.2. “La ley del justo retorno”

En el capítulo 4 de su libro, “El arte de bendecir”, el autor se refiere a la existencia de  “la ley del justo retorno”, que, según él, correspondería con la “ley del karma” (33). Esta última denominación forma parte de los planteamientos de las religiones orientales, como la budista e hinduista, que entre otras cosas tienen entre sus doctrinas la creencia de que los seres humanos, cuando mueren, su espíritu se reencarna en otras personas, o incluso en animales. Estas reencarnaciones pueden ser casi ilimitadas; es decir, los seres humanos dependiendo de las acciones buenas o malas que hagan en sus vidas, seguirán reencarnándose hasta que en alguna de sus vidas encuentren la perfección; y, solo, entonces dejarán de reencarnarse (34). Veamos a continuación la definición de Wikipedia:

“Generalmente el karma se interpreta como una «ley» cósmica de retribución, o de causa y efecto. Se refiere al concepto de «acción» entendido como aquello que causa el comienzo del ciclo de causa y efecto. Según el karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los actos realizados en vidas anteriores”. (35)

Como resulta obvio, estas creencias, de las religiones orientales citadas arriba, contradicen frontalmente las doctrinas cristianas. No obstante, como cristianos, podemos seguir el consejo del apóstol Pablo: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21). Por tanto, desechando las doctrinas orientalistas como contrarias a nuestras Sagradas Escrituras, debemos analizar e intentar descubrir qué puede haber de verdad en la ley del Karma o del justo retorno, como la califica el autor. En cierto sentido esta ley se puede asimilar a la ley de la causa y el efecto, que se correspondería con lo que dice el Nuevo Testamento: “…todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6:7; cf. 2 Co. 9:6). Leamos los textos citados, pero dentro de su contexto:

Gálatas 6:7-10: No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. (8) Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. (9) No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. (10) Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.

2 Corintios 9:6-8: Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. (7) Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. (8) Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;

Proverbios 22:8: El que sembrare iniquidad, iniquidad segará, Y la vara de su insolencia se quebrará.

Oseas 8:7: Porque sembraron viento, y torbellino segarán; no tendrán mies, ni su espiga hará harina; y si la hiciere, extraños la comerán.

Los seres humanos somos responsables de nuestros actos. Sin duda, realizamos acciones buenas o no tan buenas y malas; cometemos errores y aciertos. Todo esto tiene sus consecuencias positivas o negativas; incluso nuestros pensamientos. Por ejemplo, a veces pueden surgir en nuestra mente pensamientos de desánimo, frustración, o pesimismo en general, o bien sentimientos desagradables o deseos impuros o inmorales, etc. Si no somos capaces de controlarlos y de disciplinarnos adecuadamente, todo lo que es negativo, si persistimos en ello, con el tiempo, nos ocasionará sufrimiento y quizá enfermedad del espíritu, alma y cuerpo. Con más motivo nos afectarán nuestras acciones ya sean positivas o negativas; las unas para bien y las otras para mal.

Las religiones budista e hinduista son voluntaristas porque creen que los seres humanos pueden alcanzar la perfección por sí mismos mediante la meditación o el yoga o ambos. Sin embargo, la religión cristiana parte de que el ser humano es pecador desde su nacimiento; es decir, su naturaleza está contaminada por el pecado, y necesita la intervención de Dios para que transforme su vida, dándole un nuevo nacimiento o regeneración espiritual.

Por eso, debemos ser prudentes para no asumir o aceptar lo que no es cristiano; como, por ejemplo, la ley del justo retorno. Para ello siempre nos basaremos en las Sagradas Escrituras cristianas para poder discernir lo que hay de verdad y lo que hay de falso en la citada ley.

Veamos, pues, qué aspectos cristianos puede tener la ley del justo retorno, que, al parecer, afecta a todo lo que hacemos y pensamos; para ello, comparémosla con las palabras de nuestro Señor Jesucristo, pues Él nos dice a cada uno: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. (38) Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.” (Lucas 6:37-38).

Debemos hacer notar que las religiones no cristianas como, por ejemplo, la budista o hinduista, incluso la musulmana no tienen el concepto de pecado entre sus creencias. Pero, en el caso de que alguna de ellas tuviera algún atisbo del mismo, sería muy distinto del que tenemos en la Revelación cristiana.

Si estamos hablando de la “ley del justo retorno”, ¿por qué tengo que referirme al pecado?

Porque esta ley no tiene en cuenta que la naturaleza humana, al estar contaminada por el pecado, es imperfecta e incapaz, muchas veces de hacer el bien; recordemos lo que cité, más arriba, de san Pablo: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:18-21).

Por tanto, la libertad del ser humano estará más o menos condicionada, dependiendo de muchos factores, como, por ejemplo, su grado de conocimiento de la verdad,  su comprensión de la realidad, los principios morales asumidos en su conciencia, etc. Por ello, nadie, pues, puede juzgar a los demás, porque solo Dios conoce las motivaciones e intenciones del corazón de cada persona.

A este respecto, incluso el autor de “El arte de bendecir”, afirma: “En la concepción cristiana, la gracia puede anular la ley del justo retorno, pero sólo bajo ciertas condiciones, como el sincero arrepentimiento” (36).

Debemos, pues, aceptar solo lo que esta ley puede tener de verdad desde la perspectiva cristiana.

En mi opinión, y hasta donde llega el conocimiento que tengo de la Biblia, el autor va demasiado lejos y cae en una obsesión, cuando recomienda bendecir y estar bendiciendo en todo momento y a todo el mundo que uno se encuentra por el camino, o a todo la gente que le rodea; porque cree, en primer lugar, que todas esas personas van a ser automáticamente beneficiadas por su bendición, lo que no es cierto, pues es Dios el que bendice y no los humanos; y en segundo lugar, también piensa que algún día esas bendiciones le serán retornadas para su beneficio; veámoslo:

«Al cruzaros con la gente por la calle, en el autobús, en vuestro lugar de trabajo, bendecid a todos. La paz de vuestra bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario. Bendecid a los que os encontréis, derramad la bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendecidlos en sus bienes y en sus recursos. Bendecidlos de todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de vuestra propia vida». (37)

No podemos decir que bendecir esté mal –pero sí lo está en la forma en que lo aconseja el autor, ya que se convierte en una superstición obsesiva–, porque Cristo nos mandó “bendecid a los que os maldicen” (Mt. 5:44) y también san Pablo: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid; y no maldigáis” (Ro. 12:14). Pero lo que Dios exige a los seres humanos es que se amen unos a otros “sin fingimiento” (Ro. 12:9), y esto se demuestra no solo en palabras sino también en obras.

Notemos, en los siguientes pasajes del contexto en el que se inserta el texto citado arriba (Ro. 12:9), cuán hermosos son los mandamientos que nos da Dios, aparte del de bendecir; porque muchos cristianos se quedan solo con la ley de los Diez mandamientos del AT, cayendo en un frio legalismo, porque ignoran que “la ley de Cristo” (1 Co. 9:20-21; cf. Mt. 5:1-48) es positiva, “sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3). Y nos conducen a la libertad, si los guardamos, poniéndolos por obra en nuestra vida cotidiana.

Comprobemos, en los siguientes textos, cuántos más mandamientos existen, aparte de la ley del AT, que fue superada y abolida, al menos en su letra (Ro. 7:4-7; 2 Co. 3:3-18), en Cristo:

Romanos 12:9-21: El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.  (10) Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. (11) En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; (12) gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; (13) compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. (14) Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis. (15)  Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. (16) Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. (17) No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. (18) Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. (19) No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (20) Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. (21) No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.

También es un mandamiento de Dios que practiquemos la oración, constantemente: “orad sin cesar” (1 Tes. 4:17); esto significa tener a Dios presente en todo lo que hacemos o expresamos, y reconocer nuestra debilidad; porque nuestro único poder está en Dios. No obtenemos ningún poder hacia los demás por bendecirles y tampoco debemos creer que cuanto más gentes bendecimos, más bendición obtendremos nosotros mismos. Esto rayaría en la superstición; porque toda bendición proviene de Dios, y Él bendice a quien quiere y cuando quiere. La Palabra de Dios no nos pide bendecir constantemente a todos, en todo lugar, sino tener siempre una disposición de amor, de compasión, de misericordia, etc., hacia todos los que nos rodean; y especialmente que bendigamos a los que nos maldicen o persiguen; es decir, orar por ellos para que Dios los convierta.

Aparte de esa disposición de amar y hacer el bien al prójimo, en todo momento, Él no nos pide más que esa disposición a bendecir, que es amar; pero no que nos obsesionemos con bendecir en todo momento y a todo el mundo. Y muy importante es que practiquemos el siguiente mandamiento, que complace mucho a Dios, porque los que lo practican le reconocen como tal, son conscientes que todas las bendiciones vienen de Él y le dan honra y gloria: “Dad gracias a Dios en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).

Una vez dejado claro lo que la Palabra de Dios tiene que decir sobre el bendecir cristiano y sobre la ley del justo retorno, creo que no estaría de más recordar que “nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”  (1 Co. 3:11). Pero tengamos en cuenta, también, su contexto, porque nos enseña cómo tenemos los cristianos que saber edificar sobre ese cimiento que es Cristo, para que nuestra obra permanezca, y no sea quemada por el fuego de la prueba. No olvidemos que los cristianos son templo del Espíritu Santo, y que su sabiduría no debe ser de ellos mismos, sino de Dios que mora en ellos:

1 Corintios 3:11-20: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. (12) Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, (13) la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. (14) Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. (15) Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. (16) ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (17) Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. (18) Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. (19) Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos. (20) Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos.

Comprendamos también que la fe en nuestro Señor Jesucristo va unida con, y es inseparable de, la creencia cristiana del pecado, pues si no hubiera habido pecado no habría sido necesario que Dios enviase a Su Hijo –Segunda Persona de la Divinidad– para que tomase cuerpo humano, es decir, naciese de mujer y “redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gá 4:4).

Antes de seguir, llegados a este punto, no podemos dejar sin contestarnos las dos preguntas importantes que están implícitas en el pasaje anterior (Gá. 4:4): Primera) ¿A qué ley se refiere el apóstol Pablo en este texto? Y, segunda) ¿Quiénes son los que están bajo dicha ley?

Primera: ¿A qué ley se refiere el apóstol Pablo en este texto?

La ley a la que se refiere el apóstol Pablo en este texto no puede ser otra que la única ley moral que existe, la que Jesús enunció, al responder a la pregunta del fariseo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40).

Por tanto, el cumplimiento de la ley es, como expresa la Palabra de Dios, el amor: “porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. (9) Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (10) El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:8-10).

Segunda: ¿Quiénes son los que están bajo dicha ley?

En primer lugar, todo el pueblo de Israel, que recibió la Revelación de Dios, registrada en el AT. En segundo lugar, todos aquellos que tienen conocimiento de que ésta es la Ley de Dios. En tercer lugar, todos los cristianos. Sin embargo, el resto de los seres humanos –los que no han conocido esta Ley– “éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, (15) mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, (16) en el día en que dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Ro. 2:14-16).

Tanto judíos como gentiles, “todos están bajo pecado” (Ro. 3:9); “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).

La Palabra de Dios nos revela con gran claridad que: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; (11) No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. (12)  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (13) Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; (14) Su boca está llena de maldición y de amargura. (15) Sus pies se apresuran para derramar sangre; (16) Quebranto y desventura hay en sus caminos; (17) Y no conocieron camino de paz. (18) No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18).

La Escritura cristiana va mucho más lejos, cuando afirma tajantemente que “el pecado entró por un hombre…en quien todos pecaron” (Ro. 5:12, versión de los LXX); es decir, toda la humanidad pecó por el pecado de ese primer hombre. Leamos el texto completo:

Romanos 5:12 (Versión de la Septuaginta, LXX, de Jünemann): Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron.

La realidad es que la naturaleza caída de la primera pareja humana se ha ido transmitiendo de padres a hijos hasta la actualidad, universalmente, y toda la humanidad sin excepción es pecadora; porque nacemos con el estigma del pecado.

Por tanto, todos nacemos con “cuerpo del pecado” (Ro. 6:6), “cuerpo de muerte” (Ro. 7:24), o naturaleza pecaminosa, como muy bien lo expresó el rey David, mediante la inspiración del Espíritu Santo: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5).

Si hubiera sido posible vivir sin pecado, cumpliendo la justicia perfecta que exige la ley moral del amor, “entonces por demás murió Cristo” (Gá. 2:21). De ahí que la salvación eterna es por Gracia, es el don de Dios, que nadie merece recibir: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:4-5). (38)

5. Conclusión

El citado libro promueve o defiende, en mi opinión, la idea equivocada y supersticiosa de que aquellos, que practican la bendición silenciosa y concreta a todas las personas que conocen o que les rodean, obtendrán, proporcionalmente o en función de su sinceridad y perseverancia en bendecir, tantos beneficios materiales y espirituales como los que ellos desean a los demás; y que éstos, igualmente, serán bendecidos. Sin embargo, solo Dios tiene el poder para que las bendiciones nuestras se materialicen; porque las criaturas humanas solo tienen competencia para invocar a Dios la bendición sobre uno mismo y sobre los demás.

Ley del amor incondicional

El autor del libro “El arte de bendecir” se refiere también a “la ley del amor incondicional”, como “la más importante de todas de todas las leyes” (39). Lo que evidentemente coincide con el pensar y sentir cristiano y la Revelación Divina (véase Mt. 22:36-40; Jn. 13:34-35; 1 Co. 13; etc.).

Mateo 22:36-40: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? (37) Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.

Además, Jesucristo nos dijo que la única forma de dar a conocer que somos cristianos, es decir, sus discípulos, es teniendo amor los unos con los otros. Esto es, pues, el distintivo esencial y definitivo de todo el que pretenda llamarse cristiano:

Juan 13:34-35: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. (35) En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

Por tanto, también compartimos que: “El arte de bendecir es una de las numerosas formas que toma el amor” (40); y más aún: “ser bendecido es el resultado de vivir la vida de acuerdo con las leyes fundamentales del universo, como se deduce claramente de las Bienaventuranzas” (41). Pero, para los cristianos las leyes espirituales, esencialmente, son las reveladas en la Palabra de Dios. Y sin mucho esfuerzo de mi parte, podría admitir lo que bellamente expresa el autor en el párrafo siguiente:

«Bendecir significa invocar la protección divina sobre alguien o sobre algo, pensar en él con profundo reconocimiento, evocarlo con gratitud. Significa, además, llamar a la felicidad para que venga sobre él, dado que nosotros no somos nunca la fuente de la bendición, sino simplemente los testigos gozosos de la abundancia de la vida». (42)

De acuerdo con el autor, en que nosotros “no somos nunca la fuente de la bendición”; pero él entra en contradicción cuando atribuye las bendiciones que recibimos no a Dios sino a una supuesta “ley de atracción” universal (43). Y para probar este extremo nos ofrece la experiencia que tuvo una persona que “pertenece a la Ciencia Cristiana, un movimiento que practica la curación espiritual desde hace más de un siglo, con notable eficacia” (44). "Tord", que es el nombre de esta persona, “contó cómo había logrado la curación de unas graves dolencias únicamente bendiciendo a los demás a lo largo de toda la jornada” (45).

Atribuir la sanación de las graves dolencias que sufría este personaje –detalladas en el libro que comento– a la actividad que tuvo este hombre de bendecir durante “toda la jornada”, es conceder un poder mágico a la actividad de bendecir, que de ninguna manera puedo aceptar que tenga. Evidentemente, el autor se contradice con su definición de “bendecir” citada arriba, porque toda bendición proviene de Dios, y no de nuestra actividad de bendecir; y esta curación milagrosa que al parecer sucedió, no podría haberse producido sin la intervención de Dios; y a Dios no se le manipula u obliga a nada con ninguna actividad que realicemos.

En mi opinión, el autor hace un excesivo énfasis en los muchos beneficios materiales y espirituales que pueden obtener aquellos que adquieren el hábito de bendecir a todas las personas que conocen o que les rodean. Y como hemos visto arriba, atribuye al acto de bendecir un poder mágico que es capaz de realizar cualquier tipo de bendición, o bien, tendría el poder de provocar a Dios para que realice el milagro en cuestión, lo cual significa manipular la voluntad de Dios.

Además, el autor del libro “El arte de bendecir” introduce ideas e insinuaciones que no son cristianas, y que están en flagrante contradicción con las Sagradas Escrituras cristianas; porque él ha bebido de muchas otras fuentes no cristianas, como son las religiones orientales, como el budismo, hinduismo, islamismo, y en sus libros sagrados, como son el Corán, el Bhagavad Gita; y también en otras fuentes místicas o esotéricas, como, la Cábala, el libro “Un curso de milagros, etc. Por lo que este libro contiene ideas peligrosas que no son cristianas junto a otras que sí lo son; y por eso hay que saber discernir entre lo que es verdadero y lo que es falso, pues está muy entremezclado; y esa mezcla es explosiva. Como ejemplo, señalaré las más destacadas o las que más me han llamado la atención:

Entre las ideas falsas he encontrado mucha similitud con las que se vierten en el libro “Un curso de milagros”. A propósito de este Curso debo decir aquí que redacté dos artículos publicados también en esta web, en los que denuncio las ideas perniciosas que promueve. (46)

En el siguiente párrafo vemos como el autor coincide o está de acuerdo con los planteamientos de “Un curso de milagros”:

“Como dice el libro A Course in Miracles, «cuando encontramos a alguien, recordemos que se trata de un encuentro bendito. La mirada que tengamos sobre nosotros mismos será idéntica a la que tengamos sobre la otra persona. Y nos trataremos a nosotros mismos de la misma forma que la tratemos a ella». Y más importante todavía: «Pensaremos de nosotros mismos de la misma forma que pensemos de esa persona.

“No olvidéis nunca esto, porque en esa otra persona nos encontraremos o nos perderemos... Lo que vemos en nuestro hermano, lo vemos en nosotros mismos. Lo mismo que deseamos para él, lo recibiremos nosotros». (47)

Para entender el alcance de estos párrafos, que parecen inofensivos, es necesario conocer la filosofía que hay detrás, la cual he expuesto en los artículos citados arriba, y repetirlos aquí desbordaría este estudio. Brevemente, “Un curso de milagros” sostiene que todos los seres humanos son hijos perfectos de Dios, porque forman parte de la Divinidad, es decir, forman una unidad con Dios y con el universo. En esto consiste la conocida concepción panteísta del universo, que defiende que no hay distinción entre Dios, el universo y sus criaturas, porque todo es uno.

En el siguiente párrafo el autor insiste en su defensa de la idea panteísta:

“¿No será el amor incondicional el comportamiento normal y racional de quienes han integrado de verdad la idea de que el hombre y el universo es (y no «son») uno?" (48)

Y, como ya he comentado antes, se atreve a insinuar que aquellos que integran la supuesta “verdad” panteísta –es decir, que “el hombre y el universo es uno”– en sus vidas son los que poseen o adoptan el amor incondicional en sus vidas. O sea, que el autor deja de lado totalmente la idea cristiana, de que necesitamos la fe en Jesucristo y el poder de Dios actuando en nuestras vidas para ser capaces de amar a nuestros semejantes, y se adhiere a que basta con creer en la “suprema verdad panteísta” para convertirse en un ser humano perfecto.

“Si todo es expresión infinita de un Principio de amor infinito, como subrayan ciertos textos de la literatura mística de todos los tiempos, no puede haber separación por ningún lado”. (49)

“El mayor error de la condición humana podría ser perfectamente la separación, el dualismo, la división: esa costumbre que tiene el ego, la mente, de ver un mundo dividido: hombre y naturaleza, masculino y femenino, razas y nacionalidades, religiones e ideologías, castas, clases y sectas..., mientras que las grandes sabidurías nos enseñan que todo es uno, y que nosotros somos la expresión de la Vida que trasciende el tiempo, el espacio, la existencia humana y la muerte”. (50)

En los párrafos de arriba se vuelve a reiterar en la idea de que no existe separación entre las criaturas, el universo y Dios, porque en la concepción panteísta todo es uno.

“Siente cómo el vestido blanco de pura seda se desliza sobre tu piel, ese vestido que representa tu inocencia básica, ontológica, la de una conciencia que nunca ha conocido la experiencia de la «caída», porque jamás ha abandonado real y verdaderamente la presencia del Amor infinito, aun cuando su mente, su ego, se haya extraviado por montes y valles". (51)

Como no hay separación, tampoco existió nunca la “caída”, es decir, el autor cree que todos los seres humanos son ontológicamente inocentes. Ésta es, también, la misma creencia que fomenta “Un curso de milagros”, cuando defiende la idea de que todos los humanos son hijos perfectos de Dios, y que solo necesitan “despertar” esa conciencia para darse cuenta que su ego tenía una percepción equivocada de la realidad. Así lo confirman también los siguientes párrafos:

“Tu verdadero ser no ha abandonado nunca mi presencia. Lo que ahora está sucediendo no es realmente un retorno, sino un despertar a tu propia identidad, a tu verdadero sitio. No hay nada en todo el universo que pueda separarte de mí, del Amor infinito que constituye la sustancia misma de tu ser». (52)

“Una de las tomas de conciencia más potentes que se pueden alcanzar a nivel espiritual y que encontramos en los escritos de numerosos místicos es la de que en alguna parte, en un nivel de conciencia más profundo y más penetrante que el de lo cotidiano, todo es uno. Como decía el célebre místico sufí Kabir: «Ve el uno en todas las cosas; es el dos el que te extravía». (53)

En los siguientes dos párrafos, se insinúa la idea: “¿Y si la misma existencia material no fuera más que un gran sueño? ¿Y si el mundo material fuera realmente una apariencia, -un «sueño que nos sueña»,…?” Estas ideas presentan dudas sobre que existan realmente el mundo en el que vivimos, y los seres humanos que estamos formados de materia; y viene a ser la misma “filosofía” de “Un curso de milagros”, que pretende convencernos de que nuestro ego nos engaña, porque nos hace creer que somos seres materiales, que nos espera la muerte; pero, la muerte, según el Curso no existe, porque es otra falsa percepción del ego. Todas las criaturas humanas seriamos fragmentos de la Divinidad.

 «Hay un sueño que nos sueña», decía una vez un Bushman al escritor sudafricano Laurens van der Post. ¿Y si ese sueño fuera la materia? ¿Y si la misma existencia material no fuera más que un gran sueño? Es la cuestión que vamos a abordar a continuación." (54)

"¿Y si el mundo material fuera realmente una apariencia, -un «sueño que nos sueña», por retomar la imagen ya citada de un Bushman?" (55)

Como consecuencia de la errónea concepción panteísta, el autor hace otra afirmación que de ninguna manera podemos compartir:

“El Amor infinito que rige el universo tiene necesidad de ti para ser completo, perfecto, infinito. Porque un Infinito al que le faltara aunque sólo fuera una parcela, un átomo, ya no sería infinito ni perfecto”. (56)

Si identificamos, como es lógico, “El Amor infinito que rige el universo” con Dios, entonces la anterior declaración es totalmente falsa, porque Dios es infinitamente prefecto, completo, sin necesidad de Sus criaturas. Pero, podría ser cierto en esa concepción panteísta que tiene el autor, porque él cree que todos somos fragmentos de esa divinidad que se confunde con el universo y con sus criaturas.

Para terminar no me resisto a transcribir dos párrafos más del libro que estoy comentando “El arte de bendecir”, porque reflejan su total contradicción con la religión cristiana que profesamos: 

"Y cuando cometamos errores, hemos de saber que el universo, la Divinidad, ya nos ha perdonado totalmente. Aunque esto pueda parecer demasiado bonito para ser verdad, el perdón divino es prospectivo: cubre todo error que podamos cometer, incluso en el futuro.” (57)

"Algunas doctrinas religiosas basadas en el miedo han evitado cuidadosamente destacar la naturaleza prospectiva del perdón divino, porque pensaban que en el momento en que la gente tomara conciencia del hecho extraordinario de una divinidad que no condena jamás, sus enseñanzas perderían gran parte de su peso y de su autoridad sobre sus adeptos, e incluso la perderían por completo”. (58)

Para el autor “cometemos errores” –nunca pecados– y el universo y la Divinidad son la misma cosa. Es curioso, no obstante, que él hable del perdón divino, que lo considere como prospectivo –como bíblicamente lo es–, y que “la divinidad no condena jamás”. Pero es una lástima que no acepte que Dios puede perdonarnos porque Él mismo, en la Persona de Su Hijo –Jesucristo– dio su vida en expiación por el pecado” (Ro. 8:8; Heb. 2:17; 1 P. 2:21-25; 1 Jn. 2:2; 4:10).

Romanos 5:8: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

1 Pedro 2:19-25: Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. (20) Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. (21) Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; (22) el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; (23)  quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; (24) quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (25)  Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.

¿Comprendéis ahora por qué se debía abordar la doctrina cristiana del pecado?

Porque el autor de este libro niega la existencia del pecado, y, aun, la existencia de Dios, como un Ser personal, como lo concebimos los cristianos. Por tanto, si el autor no atiende a la Revelación cristiana, no es de extrañar que no considere que el ser humano tiene una naturaleza contaminada por el pecado, es imperfecto e incapaz, muchas veces de hacer el bien; recordemos a san Pablo: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:18-21).

Tanto judíos como gentiles, “todos están bajo pecado” (Ro. 3:9); “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).

La Palabra de Dios nos revela con gran claridad que: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; (11) No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. (12)  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (13) Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; (14) Su boca está llena de maldición y de amargura. (15) Sus pies se apresuran para derramar sangre; (16) Quebranto y desventura hay en sus caminos; (17) Y no conocieron camino de paz. (18) No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18).

La Escritura cristiana va mucho más lejos, cuando afirma tajantemente que “el pecado entró por un hombre…en quien todos pecaron” (Ro. 5:12, versión de los LXX); es decir, toda la humanidad pecó por el pecado de ese primer hombre. Leamos el texto completo:

Romanos 5:12 (Versión de la Septuaginta, LXX, de Jünemann): Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron.

La realidad es que la naturaleza caída de la primera pareja humana se ha ido transmitiendo de padres a hijos hasta la actualidad, universalmente, y toda la humanidad sin excepción es pecadora; porque nacemos con el estigma del pecado.

Por tanto, todos nacemos con “cuerpo del pecado” (Ro. 6:6), “cuerpo de muerte” (Ro. 7:24), o naturaleza pecaminosa, como muy bien lo expresó el rey David, mediante la inspiración del Espíritu Santo: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5).

Si hubiera sido posible vivir sin pecado, cumpliendo la justicia perfecta que exige la ley moral del amor, “entonces por demás murió Cristo” (Gá. 2:21). De ahí que la salvación eterna es por Gracia, es el don de Dios, que nadie merece recibir: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:4-5). (59)

"Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo." (Colosenses 2:8) 

“Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21)

Analizadlo todo a la luz de la Palabra de Dios.

 

Afectuosamente en Cristo

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

(1) Pradervand, Pierre. Libro “El arte de bendecir”; Editorial Sal Terrae – Santander

(2) Ibíd. Pág. 22

(3) Ibíd. Pág. 22

(4) Ibíd. Págs. 8, 43, 92

(5) Ibíd. Último párrafo Pág. 32

(6) Ibíd. Pág. 33

(7) Ibíd. Pág. 77-78

(8) Ibíd. Pág. 36

(9) Ibíd. Pág. 12

(10) Ibíd. Pág. 12

(11) Ibíd. Pág. 12

(12) Diccionario RAE

(13) Diccionario RAE

(14) Henry, Matthew. Pág. 272. Comentario bíblico al Evangelio de Mateo. Libros Clie-Terassa.

(15) Ibíd. Pág. 88

(16) Ibíd. Pág. 89

(17) Pradervand, Pierre. Págs. 49, 50 del Libro “El arte de bendecir”; Editorial Sal Terrae - Santander

(18) Ibíd. Pág. 81

(19) Ibíd. Págs. 51-52; 80-82

(20) Ibíd. Págs. 80-81

(21) Ibíd. Pág. 51

(22) Ibíd. P ág. 51

(23) Ibíd. Págs. 51

(24) Ibíd. Final pág. 51 y 52

(25) Ibíd. Pág. 81

(26) Ibíd. Pág. 28

(27) Ibíd. Pág. 28

(28) Ibíd. Pág. 28

(29) Ibíd. Pág. 31

(30) Ibíd. Pág. 31

(31) Ibíd. Pág. 31

(32) Ibíd. Pág. 31

(33) Ibíd. Pág.32.

(34) Aracil Orts, Carlos. ¿Apoya la Biblia la creencia en la reencarnación? (https://amistadencristo.com).

 (35) https://es.wikipedia.org/wiki/Karma).

(36) Pradervand, Pierre. Pág. 32 del Libro “El arte de bendecir”; Editorial Sal Terrae - Santander

(37) Ibíd. Pág. 32

(38) Aracil Orts, Carlos. Párrafos extraídos del artículo ¿Cuál es la naturaleza del pecado? (https://amistadencristo.com).

(39) Pradervand, Pierre. Pág. 6 del Libro “El arte de bendecir”; Editorial Sal Terrae - Santander

(40) Ibíd. Pág. 20

(41) Ibíd. Pág. 24

(42) Ibíd. Pág. 53

(43) Ibíd. Pág. 77

(44) Ibíd. Pág. 77

(45) Ibíd. Pág. 77

(46) Aracil Orts, Carlos. ¿Por qué es peligroso "Un Curso de milagros"? (https://amistadencristo.com).

(47) Pradervand, Pierre. Pág. 36 del Libro “El arte de bendecir”; Editorial Sal Terrae - Santander

(48) Ibíd. Pág. 52

(49) Ibíd. Pág. 52

(50) Ibíd. Pág. 91

(51) Ibíd. Pág. 90

(52) Ibíd. Pág. 90

(53) Ibíd. Pág. 35

(54) Ibíd. Pág. 69

(55) Ibíd. Pág. 76

(56) Ibíd. Pág. 86

(57) Ibíd. Pág. 87

(58) Ibíd. Pág. 88

(59) Aracil Orts, Carlos. Párrafos extraídos del artículo ¿Cuál es la naturaleza del pecado? (https://amistadencristo.com).

 

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