Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Soteriología

¿Cuál es la naturaleza del pecado?

 
 
Versión: 18-05- 2018

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Un estimado amigo me envió un mensaje que comparto aquí, porque plantea un tema fundamental y característico en la religión cristiana, y que me ha motivado para abordarlo de nuevo, quizá tratando de aportar otros aspectos que no fueron contemplados en mis anteriores artículos sobre este tema.

Para que el lector pueda saber a qué estudios bíblicos me estoy refiriendo, y facilitarle los accesos a ellos, le muestro los enlaces a los citados estudios, que tienen relación con el presente artículo, en las referencias bibliográficas (1).

El mensaje que me envió mi amigo fue el siguiente:

“Mucha gente no entiende cuál es la naturaleza del pecado y su efecto sobre todos, o por qué tenemos que sufrir las consecuencias del pecado de ellos (Adán y Eva)”.

Podemos añadir que mucha gente no solo no entiende la naturaleza del pecado sino que ni siquiera cree que éste exista, como algo interno al ser humano, y que le restringe la auténtica libertad; ni por supuesto que tenga por origen la desobediencia a Dios de una primera pareja humana, creada directamente por Él, en el origen de este mundo.

Jesucristo no pudo equivocarse cuando dijo que el pecado procede del corazón del hombre; y sabemos que el “corazón” es el hombre interior, lo más profundo del mismo. Así lo describe Él: “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. (19) Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:18-19).

En la época actual de grandes avances científicos y tecnológicos, –cuando la teoría de la evolución de las especies impera como algo que se da como probado y que prácticamente todo el mundo de la ciencia ha adoptado como un hecho cierto–, el citar a Adán y Eva puede suscitar una sonrisa irónica como mínimo, provocada por la idea arraigada en mucha gente –no necesariamente solo del mundo intelectual o científico– de que Adán y Eva, como una pareja humana creada por Dios, nunca existieron. Esto se debe a que, en el mundo secular, la citada primera pareja humana no suele considerarse un hecho histórico sino mítico. En cambio, se considera política o socialmente correcto creer que existieron determinados simios u homínidos que evolucionaron hasta convertirse en seres humanos. Por tanto, para muchas personas de este mundo el pecado tampoco existe, sino que son simplemente imperfecciones humanas debidas al estado de un proceso de evolución humana inacabado, que tendería con el tiempo –quizá miles o millones de años– a alcanzar una determinada perfección, que conduciría a una paz y felicidad duraderas entre los seres humanos, una especie de “paraíso” en la Tierra, pero sin Dios.

Hoy día, parece que a muchos les molesta que se nombre siquiera la palabra  “pecado”, porque ésta lleva implícito la existencia de otra palabra, también con connotaciones poco agradables, que llamamos “culpa”, que conlleva algún tipo de reparación al prójimo, a la sociedad, y a Dios, y posiblemente cumplir una determinada pena o sanción impuesta por sus leyes. Pero, por desgracia, el pecado existe, y cada vez abunda más por doquiera que miremos, como es evidente. Aunque siempre habrá mucha gente que lo niegue.

Sin ir más lejos, existen muchas religiones que no contemplan entre sus creencias el concepto del pecado –al menos no lo consideran como lo hace el cristianismo–, como, por ejemplo, el budismo, el hinduismo, el islamismo, etc.

Sin embargo, para el cristianismo, el pecado es una doctrina fundamental, revelada por Dios en Su Palabra: “…el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte…” (Ro. 5:12; cf. 1 Co. 15:21). Los cristianos evangélicos coincidimos con los católicos, en lo que se refiere a cuáles son las causas de la entrada del pecado en el mundo y la única solución al mismo; es decir, podemos compartir el siguiente punto del Catecismo de la Iglesia católica.

402 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18). (Las negrillas no están en el original) (2)

No obstante, encontramos que, en este último versículo citado (Romanos 5:18), en este punto del Catecismo, existe una dificultad, pues aunque la evidencia demuestra la universalidad del pecado y de la muerte, y el infinito valor del sacrificio vicario de Jesucristo en la cruz, por tanto, con extensión y potencialidad de beneficio universal, lo que permitiría que el mundo fuese salvo por Él, lo cierto es, lo que la experiencia nos dice –y también la misma Palabra de Dios lo confirma (véase Mt. 7:13-14; 22:14)– que son muchos los que no se salvan, porque no reciben “la justificación de vida”, que proporciona el sacrificio perfecto de valor infinito de nuestro Salvador.

Mateo 7:13-14: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; (14)  porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

Mateo 22:14: Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.

En lo que sigue de este estudio bíblico, trataré de exponer, primero, el origen del pecado y su extensión a toda la humanidad; segundo, cuál es la naturaleza del pecado, que está totalmente vinculado a la naturaleza humana, hasta el extremo que nunca ha existido ningún ser humano con una naturaleza libre de pecado, o que no haya pecado nunca a lo largo de su vida (Ro. 3:9-12,23), excepto Jesucristo, el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Divinidad; tercero, ¿cómo es la naturaleza humana?; y cuarto, la solución de Dios al problema del pecado.

2. El origen del pecado y su extensión a toda la humanidad. ¿Por qué tenemos que sufrir las consecuencias del pecado de Adán y Eva?

Adán y Eva –creados, directamente por Dios a Su imagen y semejanza, en perfección y pureza (Gn. 1:26-31)–  fueron nuestros representantes, es decir, representaban a toda la humanidad que iba a descender de ellos. De la misma manera que un rey, o un jefe de Estado, representa a sus súbditos, o al pueblo que gobierna, y las decisiones que él tome afectan para bien o para mal a todos los que están bajo su jurisdicción, así también, la transgresión, el acto de rebeldía contra Dios, que la Primera Pareja efectuó, acarreó consecuencias para todos los que descienden de ella. Porque el pecado entró en el mundo por los primeros Padres, y con él el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.

En primer lugar, debemos reconocer que es un misterio el hecho mismo de por qué ellos se sintieron impulsados a tomar la decisión de querer ser como Dios, dudando de Su palabra, desobedeciéndole, y finalmente, dejándose tentar por el diablo, rebelándose contra Dios. La misma existencia del diablo es otro misterio, porque ¿cómo pudo rebelarse contra Dios un ángel de luz como Lucifer que era también perfecto (ver Is. 14:12-20; Ez. 28:13-19)?

Isaías 14:12-15: ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. (13) Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; (14) sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. (15) Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.

Ezequiel 28:13-18: En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. (14) Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. (15) Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. (16) A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. (17) Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti. (18) Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.

En segundo lugar, ¿cómo pudo transmitirse el pecado de Adán y Eva a sus descendientes? Los católicos hablan de “propagación”. Veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica en su apartado 404:

404. ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano", todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (Cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto. (3)

Según el Diccionario (RAE), “propagar” es multiplicar por generación u otra vía de reproducción, o bien, “hacer que algo se extienda o llegue a sitios distintos de aquel en que se produce” (4).

Parece que se ajusta mejor la primera definición. No obstante, cualquiera que sea la forma en que, el pecado personal de Adán y Eva, se haya propagado, ya sea por su herencia genética o ADN a sus descendientes, o de otra forma, la realidad es que la naturaleza caída de ellos se ha ido transmitiendo de padres a hijos hasta la actualidad, universalmente, y toda la humanidad sin excepción es pecadora. Todos los seres humanos nacemos con el estigma del pecado. Así como lo expresa el rey David, mediante la inspiración del Espíritu Santo: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5).

El apóstol Pablo confirma que “el pecado entró por un hombre…en quien todos pecaron” (Ro. 5:12, versión de los LXX); es decir, toda la humanidad pecó por el pecado de ese primer hombre. Leamos el texto completo:

Romanos 5:12 (Versión de la Septuaginta, LXX, de Jünemann): Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron.

Las otras versiones vienen a decir todas lo mismo, pero con una ligera variante que, al parecer, fue producto de una interpretación del traductor, Erasmo de Rotterdam (5), que fue el que vertió el texto más extendido, y que más se conoce, de la siguiente manera:

Romanos 5:12: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

Esta versión que es la más común, que aparece prácticamente en todas las biblias, se diferencia de la Septuaginta, en que hubo la interpretación mencionada en la parte final del pasaje; se cambió “en quien todos pecaron” en “por cuanto todos pecaron”. En ambas versiones transcritas, la muerte procede de Adán por su pecado, y por él pasa a sus descendientes, pero en la versión más conocida, la muerte que sobreviene a todos los seres humanos, ya no sería tanto consecuencia directa del pecado de Adán, como de los pecados personales de aquellos.

No obstante, parece más fiel traducción, del original griego, la versión de la Septuaginta; porque la segunda versión –la más extendida– encierra una redundancia, ya que dice que la muerte, además de pasar a todos los hombres a causa del pecado de Adán, también se produce por los pecados personales de sus descendientes. Como dando a entender, que ningún ser humano moriría si lograra mantenerse sin pecado durante toda su vida. Y esto es imposible porque todos nacemos con “cuerpo del pecado” (Ro. 6:6), “cuerpo de muerte” (Ro. 7:24), o naturaleza pecaminosa, como muy bien lo expresó el rey David, mediante la inspiración del Espíritu Santo: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5).

Si hubiera sido posible vivir sin pecado, cumpliendo la justicia perfecta que exige la ley moral del amor, “entonces por demás murió Cristo” (Gá. 2:21). De ahí que la salvación eterna es por Gracia, es el don de Dios, que nadie merece recibir: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:4-5).

En los siguientes epígrafes comprobaremos cuál es la naturaleza del pecado que ha transmitido Adán a la humanidad, y cuál es la solución Divina para este problema.

3. ¿Cuál es la naturaleza del pecado? ¿Qué se entiende por pecado en la Biblia? ¿Por qué es pecaminosa la naturaleza humana? ¿Qué significa que “los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Ro. 8:7)?

En primer lugar, pecado es separación de Dios, rebelión contra Él, enemistad contra Dios (Ro. 8:7). Ignorancia de Su presencia. En segundo lugar, pecado no son solo las acciones puntuales que transgreden Su Ley, la de “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, […] y al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39), sino que pecado es, también, la misma naturaleza humana, egoísta en sí misma, porque el ser humano no busca más que lo suyo, su propia satisfacción personal por los medios que tiene a su alcance o incluso fuera de él, sin importarle si con ello perjudica a su prójimo. Por tanto, hablar del pecado y de su naturaleza es tanto como referirse a la naturaleza humana, porque ésta misma es pecado o pecaminosa.

¿Por qué es pecaminosa la naturaleza humana? ¿Qué significa que “los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Ro. 8:7)?

El vocablo  “carne” tan empleado en la Sagrada Escritura, en este contexto, se refiere a la naturaleza humana, que es pecaminosa precisamente porque “los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Ro. 8:7), y como se ha explicado en el anterior epígrafe, todos los seres humanos nacemos con esa naturaleza carnal (Sal. 51:5).

Viene ahora muy a propósito que cite unos párrafos de mi anterior artículo ¿El que ha muerto ha sido justificado del pecado?

“Pecado es todo tipo de maldad o iniquidad; pero, en el sentido más amplio, es toda transgresión de la voluntad de Dios, declarada en Su Palabra –la Santa Biblia–, ya sea por acción o pensamiento malicioso o impuro (Mt. 5:21,22,27-28) u omisión de “hacer lo bueno” (Stgo. 4:17). Pero, especialmente, ‘pecado’ es la naturaleza humana antes de ser transformada por Cristo, lo que la Biblia llama “carne” –nuestra naturaleza carnal–, “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:7,8). Pero, por favor, no se deduzca de aquí que la Palabra de Dios considera malo el que el ser humano esté compuesto de una materia compleja –células, huesos, músculos, nervios, grasa, etc.– que solemos llamar “carne”. Las Sagradas Escrituras llaman “carne” a la totalidad de la persona humana que ha heredado la naturaleza caída de Adán –común a toda la humanidad–, pero que no ha sido convertida a Cristo, es decir, no ha muerto al pecado. Como ejemplo, podemos leer algunos textos:

Juan 3:5-6: Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.  (6)  Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

“Lo que dice Jesús es que todos nacemos siendo ‘carne’ –ser humano caído, naturaleza pecaminosa–; y, por consiguiente, es necesario que hagamos morir esa carne pecaminosa que es nuestra naturaleza carnal, del hombre natural, para que nazca una naturaleza espiritual, solo posible, mediante un nuevo nacimiento del Espíritu Santo. Veamos más ejemplos clarificadores:

Romanos 8:2-4: Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

“Observemos que Dios no condena la materia llamada “carne” sino a la persona entera que lleva el pecado en sus genes o en el ADN. Por eso Jesucristo se hizo “carne”, “en semejanza de carne de pecado”, pero sin pecado, porque si su naturaleza hubiera sido caída, como la nuestra, Cristo habría necesitado también un Salvador. De ahí que su “carne” crucificada sustituye a la nuestra; y cuando aceptamos su sacrificio expiatorio, no solo morimos al pecado, sino que somos absueltos de todo pecado. ”

Romanos 8:7: Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

Hasta aquí los párrafos que he considerado oportuno extraer del citado artículo, porque me parecieron muy aclaratorios (6).

La naturaleza del pecado es, pues, la desobediencia a Dios, que es lo que generó que la criatura se separase de Su Creador, y como consecuencia ha sobrevenido el sufrimiento y la muerte. Veamos como confirma la Palabra de Dios, la primera parte de esta aseveración:

Romanos 5:19: Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

En este texto y en otros muchos se presenta la única solución al pecado: “la obediencia de ese Uno”, que es Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de pecado en cuerpo vivificado por el Espíritu. Solo Él puede cambiar nuestra naturaleza carnal, que se caracteriza por la incapacidad permanente de amar, de pensar, y de hacer, el bien; y san Pablo hace una extensa lista de los frutos o efectos de la misma, aunque dirigida a los Gálatas, no pretende ser exhaustiva: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21)  envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-26). Podríamos, quizá sintetizar diciendo que pecado es todo lo que va contra el amor y que impide amarse a sí mismo y amar al prójimo.

Como hemos comprobado en el texto anterior (Ro. 8:7), san Pablo insiste en que el ser humano carnal, es decir, antes de haber sido regenerado por el Espíritu Santo, aunque quiera, no puede sujetarse a la ley de Dios. Esta es la naturaleza del pecado que nos impide obedecer a Dios aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas.

¿Cómo describe el apóstol Pablo su experiencia del pecado que mora en la “carne” (Romanos 7:5, 7-25)?

Entre los exegetas que han comentado estos textos no existe completa unanimidad; porque unos interpretan que esta experiencia que describe el Apóstol se refiere a la condición del ser humano antes de su nuevo nacimiento en Cristo, por el Espíritu Santo. En este caso, él estaría relatando diversas fases de la evolución de su experiencia religiosa hasta llegar a su conversión a Cristo. Y, sin embargo, otros sostienen que el apóstol Pablo presenta diversos estados, que los cristianos experimentan hasta llegar a la completa plenitud en Cristo; es decir, el “viejo hombre” aunque crucificado juntamente con Cristo (Ro. 6:6), como algo hecho en el pasado, asegurado por la obra de Cristo en la Cruz, y la fe del creyente en Él, no se lleva a cabo, realmente, de forma instantánea en el creyente, sino que esto es una tarea que empieza con el nuevo nacimiento de la persona en Cristo; y, a partir de ese momento, a medida que crece la nueva criatura en Cristo, decrece el hombre viejo, que poco a poco va muriendo, en tanto en cuanto, el creyente se va identificando más cada día con Cristo, tomando su cruz, y siguiéndole, en obediencia a toda Su Palabra.

En el análisis que presento a continuación de los citados textos, me incluyo entre los que consideran más probable la primera interpretación, aunque no descarto que, puntualmente, pueda haber cristianos que hayan tenido experiencias similares en el comienzo de su vida cristiana o en algún momento a lo largo de ella.

En el capítulo 7 de la epístola a los Romanos, el Apóstol nos describe estados o fases que experimentan las personas carnales cuando son despertadas sus conciencias al conocer la ley de Dios: “Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte” (Romanos 7:5).

Es decir, cuando se toma conciencia de la ley de Dios, se producen dos efectos sobre la persona; Primero, se produce un convencimiento de lo que es pecado, “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20úp), y, desde ese momento, cuando no obedecemos sus preceptos, ya no podemos alegar ignorancia de los mismos. Segundo, basta que la ley ordene, por ejemplo, “No codiciarás” (Ro. 7:7) –el único mandamiento que juzga un pensamiento o sentimiento que está oculto en el interior de la persona–, para que en la persona carnal se produzca un aumento del deseo de desobedecer, o también, como dice el mismo texto, se exciten nuestras pasiones pecaminosas, porque cualquier cosa que se nos prohíbe, acrecienta, en la carnalidad, deseos de hacer lo que el mismo mandamiento prohíbe. Esta es la experiencia que nos transmite san Pablo, que, puesto que la ley provoca o excita las pasiones pecaminosas, se pregunta: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. (8) Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto” (Romanos 7:7-8).

La ley moral solo sirve para permitirnos conocer con certeza lo que es pecado; porque si no existiera la ley para despertarlo, el pecado estaría muerto, o sea no sabríamos con certeza si estábamos transgrediendo o no la ley de Dios. No obstante, aparte de la ley externa, la promulgada por Dios en Su Palabra, existe la ley moral natural, que todos, de alguna manera, llevamos inscrita en la conciencia, y nos hace distinguir los actos buenos de los malos (véase Ro. 2:12-16).

Romanos 2:12-16: Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; (13) porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. (14) Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, (15) mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, (16) en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.

Es decir, aun cuando no hubiera ley escrita, o no la conociéramos, el pecado seguiría existiendo independientemente de la ley; ésta, en tanto en cuanto más espiritual sea –porque no juzgue solos las acciones externas sino también los pensamientos e intenciones del corazón humano– más acentúa o acrecienta nuestra conciencia del pecado.

Sigamos analizando los argumentos del gran Apóstol que, para que nadie se equivoque, deja bien claro que el problema no está en la ley, que sea imposible de cumplir, sino en el pecado que mora en la naturaleza humana:

“Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. (10) Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; (11) porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (Romanos 7:9-11).

El mismo Pablo confiesa que vivió desde el principio, desde su más incipiente juventud, participando de las enseñanzas de la más rigurosa secta judía, la de los fariseos, y en cuanto a la justicia que provenía de la obediencia a la ley se consideraba irreprensible  (véase Fil. 3:4-7; cf. Hch. 22:19-21; 26:4-5). Es decir, él, en su conciencia estaba convencido de su perfecta observación de la ley, por lo que no tenía conocimiento de su pecado.

Filipenses 3:4-7: Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: (5) circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; (6) en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. (7) Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.

Por tanto, no podía haber vivido sin que conociera la ley, puesto que ésta se enseñaba en las familias y escuelas judías desde la más tierna edad. Él como fariseo hubo un tiempo en que se creía un riguroso e irreprochable observador de la ley, porque estaba convencido de que guardaba perfectamente la letra de la ley; por lo que la ley no cumplía su misión de hacerle conocer su pecado; por eso él dice que vivía sin ley, no porque no la conociera sino porque creía que estaba cumpliendo sus preceptos a la perfección (Fil. 3:4-7). Similar experiencia es la de aquel joven rico que le dijo a Jesús “todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Lc. 18:21; cf. Mt. 19:20).

En ese primer estado de su vida, Pablo se sentía satisfecho guardando la letra muerta de la ley, orgulloso de su propia justicia, alcanzada con sus propias fuerzas, es decir, cumplía los mandamientos de forma externa, de forma legalista, o farisaica; no mataba (al menos a nadie que pensara como él), no robaba, etc. Sin duda, esto sucedió antes de su conversión, siendo Saulo de Tarso, cuando “consintió en la muerte de Esteban” (Hch. 8:1), el primer mártir de la Iglesia cristiana primitiva.

Pero no satisfecho con eso, “Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch. 8:3). Sin embargo, él creía que estaba cumpliendo la ley de Dios, que precisamente manda “no matarás” (Éx. 20:13), y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19:18). Aunque conocía la ley a la perfección, él vivía como si estuviera sin la ley (Ro. 7:9), porque no había llegado a ser consciente de la espiritualidad de la ley, que no solo manda no matar, sino también no odiar a tu enemigo, no enojarte con él, es más, hay que amarle; por eso, cuando entendió que la ley es espiritual, el pecado que estaba muerto en su conciencia, revivió, y su remordimiento fue tan fuerte que él sintió que algo moría dentro de él. De ahí que pensara que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (Ro. 7:10). Este fue su segundo estado, al que llegó cuando conoció la profundidad y el alcance de la ley moral, que juzga no solo nuestros actos externos sino también los pensamientos, sentimientos e intenciones del corazón. Entonces, llega a una primera conclusión, que transcribimos a continuación:

Romanos 7:12-14: De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. (13) ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. (14) Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.

La ley, pues, es santa, justa y buena, porque señala y descubre todo lo que es pecado y condena al transgresor; el problema, pues, como dijimos antes, no está en la ley, sino en el pecado de nuestra naturaleza carnal que nos deja impotentes para cumplirla; porque la ley no proporciona poder alguno para ser observada, y ya hemos visto, que nadie puede cumplir la ley con sus propias fuerzas. Por tanto, no podemos pedir a la ley que nos libre del pecado, y tampoco podemos llegar a cumplirla con nuestras propias fuerzas, Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:14). Es decir, nuestra naturaleza pecaminosa –todavía no regenerada– nos hace esclavos del pecado, y la transgresión de la ley conlleva la muerte eterna (Ro. 6:23; cf. 5:12).

Romanos 6:23: Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

El apóstol Pablo sigue avanzando en sus argumentos, a partir de que ya ha descubierto que la ley es algo más que la letra muerta de sus preceptos. Ahora ya ha dejado de ser el fariseo orgulloso de su justicia propia, que se creía capaz de cumplir perfectamente la ley. En aquella fase de su vida, para él, el pecado estaba muerto, como si no existiera; pero al reconocer la espiritualidad de la ley, el pecado revivió en su conciencia, y comprende que no podía cumplirla porque era “carnal, vendido al pecado”. Pero es mejor que leamos el relato de su experiencia para que comprendamos la lucha interna que sostiene, entre su mente y la “carne”, porque el apóstol Pablo distingue en la persona por un lado, está la mente (v.23), es decir, el entendimiento o la razón, a lo que también llama “el hombre interior” (v. 22); y por otro, el ser carnal, que comprende todo: el cuerpo, sus miembros y mente con sus pensamientos, sentimientos y emociones:

Romanos 7:14-25: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. (15) Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. (17) De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Al ser consciente de ese combate interno, exclama con angustia: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:18-20). Aquí Pablo reconoce dos cosas, primero, que en su ser entero, o sea, en su “carne” no mora el bien, sino el pecado; y segundo, hay una parte de sí mismo que quiere hacer el bien pero que no puede, porque se enfrenta al pecado que mora en su “carne”; y da la impresión que quiere eximirse de su responsabilidad, al culpar, del mal que él hace, al pecado que mora en él (Ro. 7:20-21). Pero si seguimos leyendo, comprobaremos que no es así, sino que, por el contrario, le lleva a reconocer otra ley: “el mal está en mí” (v.21); esta es la ley del pecado, que está en sus miembros, es decir, en su “carne”, que se rebela contra “la ley de su mente” (v.23), que es la del “hombre interior” que se deleita en la ley de Dios (v.22).

Sin embargo, ese “hombre interior” al que se refiere Pablo, capaz de “deleitarse en la ley de Dios” (Ro. 7:22), no es aún el “hombre nuevo” en Cristo (Ef. 2:15; 4:23,24; Col. 3:10); porque está describiendo, que dentro de él, en su mente, hay un encarnizado combate del que no sale vencedor, sino que le “lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (v.23). Y, al darse cuenta que ya no puede confiar en sus propias fuerzas para cumplir todas las exigencias de la ley moral, y reconocer que el pecado mora en él, y que está cautivo por la ley del pecado, grita con desesperación: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (v.24).

Es obvio que “este cuerpo de muerte” es la misma persona carnal, que tiene una naturaleza pecaminosa desde su nacimiento, y no se puede cambiar con nuestras propias fuerzas. Esta es la condición del ser humano, antes de que haya sido rescatado por Cristo y regenerado por el Espíritu Santo; porque entonces su naturaleza humana es carnal, es decir, pecaminosa, y, por eso, él confiesa estar “vendido al pecado” (Ro. 7:14).

Termino este epígrafe, identificándome con Pablo, y exclamando con él, sus palabras: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Ro. 7:25). Pero no me quedo aquí, en este experiencia anterior al nuevo nacimiento en Cristo, “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). Y “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;  (4)  para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:3-4).

4. ¿Cómo es la naturaleza humana desde el punto de vista moral?

Todos los seres humanos nacemos con una naturaleza caída, es decir, semejante a la de Adán y Eva después de la caída, por eso la llamamos naturaleza “adámica”. Esta es la que la Biblia llama naturaleza carnal, que tiene “enemistad contra Dios” (Ro. 8:7); es la del “hombre natural [que] no percibe las cosas de Dios, porque para él son locura…” (1 Co. 2:14). Por eso, Jesús dijo “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3), y también “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn 3:6). La vieja naturaleza, es decir, nuestro “viejo hombre” debe ser “crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6; cf. Col. 3:5-17); pero “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosa viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co.5:17). “El cuerpo de pecado” es el que corresponde a la persona carnal, que está “vendida al pecado” (Ro. 7:14), o lo que es lo mismo: su voluntad es esclava del pecado, porque no es capaz de ir contra los deseos de su carne, y tampoco quiere (Ro. 8:7).

Dentro del evangelismo, y también dentro del catolicismo, existen diferentes interpretaciones en cuanto a cómo es realmente la naturaleza humana caída.

¿Hasta qué punto está degradada la misma para que no sea capaz de acceder a Dios? ¿Cómo es el albedrío humano después de la caída? ¿Es capaz el ser humano caído, por sí mismo, de volver a Dios? ¿Tiene igual capacidad de pecar como de no pecar? ¿Está muerto espiritualmente hasta que recibe la vida nueva en Cristo, solo por la Gracia de Dios (ver Ef. 2:1-8)?

Desde Pelagio (Siglos IV-V), que afirmaba que el ser humano podía elegir libremente salvarse o no, pasando por el semipelagianismo, el arminianismo, de Jacobo Arminio (1560-1609), el semiarminianismo, hasta el luteranismo –Martín Lutero (1483-1546), o el calvinismo, de Juan Calvino (1509-1564), que ya se ajustan más al concepto bíblico de la naturaleza humana caída. Como vemos han ido apareciendo a lo largo de la historia, diversas teorías acerca del grado de libertad del ser humano ante lo espiritual; desde la completa libertad  preconizada por Pelagio, pasando por una disminución de la misma en las siguientes corrientes cristianas, según el grado de degradación que se atribuya a la naturaleza humana, hasta llegar a Lutero y Calvino, que le asignan el grado máximo de degradación o de condicionamiento por el pecado que anida ene ella. Pero ahora nos interesa, especialmente, cuál es la posición oficial de la Iglesia católica, según su Catecismo:

406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (Cf. DS 371-72) y en el Concilio de Trento, en el año 1546 (Cf. DS 1510-1516). (7)

Con relación a este punto 406 del Catecismo de la Iglesia católica, no tengo ningún inconveniente en asumirlo totalmente, como verdad, puesto que son datos históricos.

Continuemos leyendo los puntos 407 y 408, para analizar si, también, pudiéramos estar de acuerdo con ellos:

“Un duro combate...”

407 La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo - proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Cc. de Trento: DS 1511, Cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social (Cf. CA 25) y de las costumbres. (8)

Aparentemente, podría parecer contradictorio que, por un lado, se afirme “Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre”; y, por otro, que “El pecado original entraña ‘la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo’ ".

Si el hombre permanece libre, después de la caída, ¿en qué consiste “la servidumbre bajo el poder del diablo”?

Es cierto que Jesús dijo que el diablo es el príncipe de este mundo (Jn. 12:31; 14:30; 16:11); y que él “ha sido homicida desde el principio y es padre de mentira” (Jn. 8:44); leamos los textos citados:

Juan 8:44: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.

Juan 12:31: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.

Juan 16:11: y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.

Además, el apóstol Pablo declara Y él [Cristo] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,  en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia(Efesios 2:1-2). Ciertamente el diablo se opone a Dios, y “engaña al mundo entero” (Ap. 12:9); tergiversa la Palabra de Dios (Mt. 4:6; cf. Sal. 91:11-12); incita con engaños (Gn. 3:13; 2 Co. 11:3); difunde medias verdades y vanas y falsas filosofías tratando siempre de engañar, etc. Y sus hijos espirituales, los que le siguen –aun sin saberlo– quieren hacer los deseos de su padre espiritual, el diablo (Jn. 8:44). Pero el ser humano actúa libremente –en el sentido de que no existe coacción externa–, siguiendo sus inclinaciones naturales, proporcionadas por el pecado original; es decir, él obra dejándose llevar por sus deseos pecaminosos, que provienen de su propia naturaleza adámica, haciendo lo que realmente desea. Su servidumbre al diablo es escogida por el hombre, porque su voluntad tiende a ello; hace pues lo que quiere o desea. Por tanto, se cumple lo que afirma la Palabra de Dios:

Romanos 6:16-18: ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (17) Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;  (18)  y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.

Compartimos, pues, prácticamente el punto 407 del Catecismo católico, citado antes. Aunque en el último párrafo –“Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social (Cf. CA 25) y de las costumbres”–, podríamos diferir en cuán herida está la naturaleza humana, debido al pecado original; porque la Sagrada Escritura, como ya hemos visto, sostiene que el hombre natural no es capaz de vencer por sí solo el pecado que mora en él, porque está muerto espiritualmente (Ef. 2:1), y necesita ser “resucitado” previamente para dejar de ser esclavo del pecado.

Analicemos también el punto siguiente nº 408, del mismo Catecismo:

408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (Cf. RP 16). (9)

No hay nada que objetar en este punto 408. La discrepancia en los puntos citados hasta aquí está en que la Iglesia católica concede a la voluntad del ser humano –en su condición de naturaleza caída, y no regenerada– cierto poder decisorio, que le capacitaría para elegir servir a Dios, como comprobaremos mejor en el punto 405, que analizaremos  más abajo. Sin embargo, todo en la Biblia nos lleva a creer que nadie puede salvarse por sí mismo. Es solo Dios, por medio de Su Palabra (Stgo. 1:18,21; 1 P. 1:23; Tito 3:5-8; etc.), el que nos da el nuevo nacimiento, porque “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó…” (Efesios 2:1,5-6). O sea, un muerto espiritual, hasta que no sea “resucitado” o “renacido” con el nuevo nacimiento, no puede elegir las cosas espirituales y obedecerlas (1 P. 1:22-23).

1 Pedro 1:22-23: Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; (23) siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

Sin embargo, la posición del catolicismo en este asunto coincide con el evangelismo arminiano, porque concede a la naturaleza humana caída cierto poder decisorio y capacidad de elegir servir a Dios. Veamos lo que dice su Catecismo:

405 Aunque propio de cada uno (Cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual. (Las negrillas no están en el original). (10)

Estoy totalmente de acuerdo con el primer párrafo: “el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales”. Pero no comparto, lo que sigue: “la naturaleza está solo herida”; porque la Palabra de Dios afirma: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Además, como la Escritura declara, sin lugar a dudas, que el ser humano está “muerto en pecados” (Ef. 2:1,5), ¿cómo puede un muerto espiritual discernir espiritualmente? ¿Cómo un esclavo del pecado se libertará a sí mismo, para poder elegir la salvación que Dios le ofrece?

Por eso digo, que la posición católica y arminiana son similares, porque le conceden a la naturaleza humana un albedrío capaz de elegir la salvación que Dios da gratuitamente a todo el que cree en Cristo (Jn. 1:12-13: 3:16 etc.). Pero, realmente se cumple lo que declaró Jesús: “y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:40). Por tanto, antes de que el ser humano pueda elegir libremente, necesita ser nacido de nuevo, es decir, ser tocado por Dios, el Espíritu Santo, para que le abra el entendimiento, y le libere de la esclavitud del pecado, de su voluntad esclavizada que tiende o se inclina hacia lo malo.

El primer párrafo del punto 403 del citado Catecismo parece concordar con lo que he estado comentando hasta aquí. Leámoslo:

403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514). (11)

Estas frases que afirman que en “conexión con el pecado de Adán”, se “nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Catecismo, 403), parecen contradecir al párrafo intermedio del punto 405, citado arriba, que afirma: “la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales…” (Catecismo, 405); porque si la naturaleza humana está solo herida, no es posible que haya “muerte del alma”. Los dos extremos no pueden ser verdaderos. La muerte del alma es la muerte espiritual de la persona, y eso mismo es lo que afirma la Palabra de Dios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados (Ef. 2:1) y también “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó…” (Ef. 2:5-6). Por tanto, el primer párrafo del punto 403 está en completo acuerdo con la Sagrada Escritura. Sin embargo, el párrafo citado del punto 405, que dice que “la naturaleza humana está herida”, es una interpretación desafortunada de la Iglesia católica que no proviene de los primeros siglos, desde luego, tampoco de san Agustín y siguientes Padres de la Iglesia.

Esa “muerte del alma” –en palabras del Catecismo católico– hace, pues, que el ser humano no quiera la salvación, ni nada que se refiera a Dios: “no quiere ir a Cristo para que tenga vida” (Jn. 5:40). De ahí que la Sagrada Biblia sostenga que “la salvación pertenece a nuestro Dios… y al Cordero” (Ap. 7:10), y que es totalmente por Gracia, sin añadidura de ninguna obra buena humana del tipo que sea: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).

Por otro lado, de ninguna manera puedo compartir los siguientes párrafos, que siguen a continuación, finales de los puntos 403 y 405 del Catecismo de la Iglesia católica:

403 […] Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514). (12)

Esta es una prerrogativa que se arroga la Iglesia católica de remitir los pecados por el Bautismo, y también mediante un sacerdote, previa confesión a él de los pecados de sus fieles. Puesto que sobre esto ya he presentado, arriba y en otros lugares (13), los argumentos bíblicos en los que baso mi discrepancia, no insistiré en ello, circunscribiéndome al tema del Bautismo.

405 […] El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios…”. (14)

Estoy totalmente convencido que estas declaraciones no se corresponden con la verdad; porque el Bautismo es una obra humana –ciertamente ordenada por Dios, pero la salvación no es por obras sino solo por Gracia (Ef. 2:8-9)– que significa o simboliza, precisamente, entre otras cosas, el nuevo nacimiento del creyente; es, pues, necesario, y previo al Bautismo, que el creyente haya sido renacido por Dios. El bautismo solo mostrará externamente al mundo la obra de la Gracia de Dios ya realizada, internamente, en el creyente; pero nunca el propio ritual puede dar “la vida de la gracia de Cristo”, porque, esta vida espiritual es un don de Dios, el Espíritu Santo. Es un regalo de Dios. Tampoco es cierta la segunda parte de esta frase –“borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios”–, el bautismo en sí mismo no borra nada, pues es simplemente un ritual rico en simbolismo, en el que, por una parte, Dios le dice al creyente mediante la inmersión en el agua, que ha muerto al pecado para renacer en una nueva vida en Cristo (Ro. 6:3-7; Col. 2:12-14), y que desde ese momento pertenece al Cuerpo de Cristo (Ef. 5:23-27); y por otra, el creyente testifica al mundo de la obra milagrosa que Dios ha hecho con él, al darle el nuevo nacimiento en Cristo, por medio del Espíritu Santo y Su Palabra.

El Bautismo no puede borrar el pecado original, ni ningún otro pecado, por las razones citadas, y por las que enumero a continuación. En lo que antecede hemos visto que lo que conocemos como pecado original, no es un pecado personal, sino que es la naturaleza adámica heredada de los primeros padres, una naturaleza que lleva el pecado en sus genes, por así decirlo, o en lo más recóndito del ser humano, y, que solo Dios puede liberar de esa esclavitud. Para ello, Dios el Padre escoge a los que han de ser salvos, y los lleva a Cristo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37). Ver también Juan 6:44:

Juan 6:44: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.

Luego, es el Espíritu Santo el que da el nuevo nacimiento al pecador, y con ello la liberación de la esclavitud del pecado original o naturaleza pecaminosa; es entonces, cuando comienza el proceso de hacer morir al viejo hombre, y hacer crecer a la nueva criatura en Cristo; pero de ninguna manera este proceso, que dura toda la vida, lo consigue el bautismo en un instante, pues es la obra del Espíritu Santo, con la colaboración del creyente ya convertido a Cristo.

Una vez recibido el “corazón nuevo” (Ez. 36:26-27), el creyente se arrepiente de sus pecados pasados, recibe a Jesús (Jn. 1:12-13) y acepta Su sacrificio vicario, entonces es “justificado gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24), lo cual incluye el perdón de pecados pasados y futuros (Lc. 24:47; Hch. 10:43; 13:38; 26:18; Ef. 1:7; Col. 1:14). Por tanto, el Bautismo no borra ningún tipo de pecado, ni el original, ni los pecados personales, sino que el perdón de los pecados es la obra de Cristo en la Cruz, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7; cf. Col. 1:14; Heb. 1:3).

Hechos 10:43: De éste [Cristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

Este y otros pasajes bíblicos prueban que el perdón de pecados se recibe cuando se ejerce fe en Jesucristo, como Salvador y Redentor del mundo. Pero de ninguna manera podemos adjudicar al rito del Bautismo un poder mágico de perdonar pecados y de salvar al pecador. El Bautismo lo único que puede hacer es mostrar al mundo la obra de salvación que Dios ha hecho en el corazón del pecador: primeramente, renaciéndole –dándole un “corazón nuevo” (Ez. 36:26-27)–, para a continuación inducirle al arrepentimiento de todos sus pecados, y finalmente, proporcionarle la fe en Cristo. La mera inmersión en agua del pecador con uso de razón –en ningún caso tendría validez el rociamiento con agua o incluso inmersión en la misma, a los niños sin uso de razón– no regenera ni borra el pecado original, ni los pecados personales, ni puede salvar, si antes no ha habido un verdadero arrepentimiento y fe en el Salvador, y esto no es posible en absoluto en los niños, sin uso de razón, y tampoco en los adultos, si antes Dios no les ha dado el nuevo nacimiento.

Para terminar este epígrafe, leamos un pasaje importante que corresponde a la revelación que el mismo Jesucristo dio a Saulo de Tarso en el momento de su conversión, cuando se le apareció desde el cielo, y le ordenó que predicase a los gentiles. Jesucristo personalmente está hablando a Pablo:

Hechos 26:18: para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí [Cristo], perdón de pecados y herencia entre los santificados.

El perdón de pecados no es obra del Bautismo sino de la redención por la sangre de Jesús, y se recibe por la fe en Cristo; pero esta fe no se puede ejercer si antes no somos nacidos de nuevo por el Espíritu Santo, por medio de Su Palabra (Jn. 1:11-12; 3:3-5; 2 Tes. 2:13; Stgo. 1:18,21; 1 P. 1:23-25; etc.).

5. ¿Qué solución existe al problema del pecado?

Solo podremos evaluar la gravedad del pecado y discernir su naturaleza cuando tomemos consciencia que, para erradicarlo y neutralizar sus enormes y variadas consecuencias, fue necesario que Dios el Creador, en la Persona de Su Hijo, tomara cuerpo humano para venir a rescatarnos, mediante la entrega de Su vida, el sacrificio de sí mismo, muriendo en la cruz por los pecadores (véase: Mt. 1:21; 20:28; Lc. 19:10; Jn. 10:11; Hch. 4:11-12; 20:28; Ro. 5:6; 1 Co. 15:3; 1 Ti. 2:4-6; etc.) y cargando sobre sí el pecado de muchos (Is. 53:6-7,10-12. 1 P. 1:1-2, 18-20; 2:22-25; etc.).

Una cosa es ciertísima: la gravedad del pecado. Esto era inimaginable para el ser humano. Por eso, sin la Revelación divina nunca lo hubiéramos sospechado. Fue necesario que Dios mismo –en la Persona del Verbo Divino– se encarnara en Jesucristo, y, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, e indescriptible sufrimiento en la cruz hasta su muerte, muerte vicaria y expiatoria, nos rescatara de la muerte segunda. Él vino a buscar lo que se había perdido (Lc. 19:10;15:4; Jn. 3:15-16; etc.). Veamos el hermoso plan de la salvación que Dios decretó desde la eternidad, con la entrega de Su Hijo en pago del rescate por la humanidad.

Romanos 5:12-21: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (13) Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. (14) No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir. (15) Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. (16) Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. (17) Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.  (18)  Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.  (19)  Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.  (20)  Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;  (21)  para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

Ríos de tinta se han escrito y se escribirán, pero somos incapaces de vislumbrar tal inmenso amor de Dios hacia una humanidad rebelde y pecadora (Jn. 3:16; Ro. 5:8-11; 8:28-39). Termino con los siguientes textos:

Romanos 11:32-36: Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.  (33)  ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!  (34)  Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?  (35)  ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?  (36)  Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

Este tema de la naturaleza del pecado, que me planteó mi amigo, va ligado a la encarnación de Dios, y a su muerte expiatoria, y por tanto al Evangelio de la Gracia de Dios, por lo que forma parte esencial del corazón de la revelación cristiana.

Es importante que profundicemos en él: ¿por qué por nuestro pecado tuvo que morir Cristo, y muerte de cruz, la más horrible y cruenta que existe? ¿Tan grave es el pecado para que Dios tuviera que morir en el Hombre Jesús? Preguntémonos, además, si ¿Murió Jesucristo por mí?

6. Conclusión

Todos los seres humanos nacemos con una naturaleza caída, es decir, semejante a la de Adán y Eva después de la caída, por eso la llamamos naturaleza “adámica”. Esta es la que la Biblia llama naturaleza carnal, que tiene “enemistad contra Dios” (Ro. 8:7); es la del “hombre natural [que] no percibe las cosas de Dios, porque para él son locura…” (1 Co. 2:14). Por eso, Jesús dijo “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3), y también “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn 3:6). La vieja naturaleza, es decir, nuestro “viejo hombre” debe ser “crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6; cf. Col. 3:5-17); pero “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosa viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co.5:17). “El cuerpo de pecado” es el que corresponde a la persona carnal, que está “vendida al pecado” (Ro. 7:14), lo mismo que decir que su voluntad es esclava del pecado, porque no es capaz de ir contra los deseos de su carne, y tampoco quiere (Ro. 8:7).

Es solo Dios, por medio de Su Palabra (Stgo. 1:18,21; 1 P. 1:23; Tito 3:5-8; etc.), el que nos da el nuevo nacimiento, porque “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó…” (Efesios 2:1,5-6). O sea, un muerto espiritual, hasta que no sea “resucitado” o “renacido” con el nuevo nacimiento, no puede elegir las cosas espirituales y obedecerlas (1 P. 1:22-23).

1 Pedro 1:22-23: Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; (23) siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

Esa “muerte del alma” –en palabras del Catecismo católico– hace, pues, que el ser humano no quiera la salvación, ni nada que se refiera a Dios: “no quiere ir a Cristo para que tenga vida” (Jn. 5:40). De ahí que la Sagrada Biblia sostenga que “la salvación pertenece a nuestro Dios… y al Cordero” (Ap. 7:10), y que es totalmente por Gracia, sin añadidura de obra buena alguna del tipo que sea: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).

La naturaleza del pecado es, pues, la desobediencia a Dios y la soberbia –el ambicionar el poder de Dios, pero no su santidad (Gn.3:5-6)–, que es lo que generó que la criatura se separase de Su Creador, y como consecuencia ha sobrevenido el sufrimiento y la muerte. Veamos como confirma la Palabra de Dios, la primera aparte de esta aseveración:

Romanos 5:19: Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

En este texto y en otros muchos se presenta la única solución al pecado: la obediencia de ese uno, que es Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de pecado en cuerpo vivificado por el Espíritu. Solo Él puede cambiar nuestra naturaleza carnal, que se caracteriza por la incapacidad permanente de amar, de pensar, y de hacer, el bien. Podríamos, quizá, sintetizar diciendo que pecado es todo lo que va contra el amor  y que impide amar al otro. Pecado es vivir como si Dios no existiera.

Como hemos comprobado en el texto anterior (Ro. 8:7), san Pablo insiste en que el ser humano carnal, es decir, antes de haber sido regenerado por el Espíritu Santo, aunque quiera, no puede sujetarse a la ley de Dios. Esta es la naturaleza del pecado que nos impide obedecer a Dios aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas.

Es obvio que “este cuerpo de muerte” es la misma persona carnal, que tiene una naturaleza pecaminosa desde su nacimiento, y no se puede cambiar con nuestras propias fuerzas. Esta es la condición del ser humano, antes de que haya sido rescatado por Cristo y regenerado por el Espíritu Santo; porque entonces su naturaleza humana es carnal, es decir, pecaminosa, y, por eso, él confiesa estar “vendido al pecado” (Ro. 7:14).

En lo que antecede hemos visto que lo que conocemos como pecado original, no es un pecado personal, sino que es la naturaleza adámica heredada de los primeros padres, una naturaleza que lleva el pecado en sus genes, por así decirlo, o en lo más recóndito del ser humano, y, que solo Dios puede liberar de esa esclavitud. Para ello Dios el Padre escoge a los que han de ser salvos, y los lleva a Cristo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37). Ver también Juan 6:44:

Juan 6:44: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.

Luego, es el Espíritu Santo el que da el nuevo nacimiento al pecador, y con ello la liberación de la esclavitud del pecado original o naturaleza pecaminosa; es entonces, cuando comienza el proceso de hacer morir al viejo hombre, y hacer crecer a la nueva criatura en Cristo (Ro. 6:6); pero de ninguna manera este proceso, que dura toda la vida, lo consigue el bautismo en un instante, pues es la obra del Espíritu Santo, con la colaboración del creyente ya convertido a Cristo.

Una vez recibido el “corazón nuevo” (Ez. 36:26-27), el creyente se arrepiente de sus pecados pasados, recibe a Jesús (Jn. 1:12-13) y acepta Su sacrificio vicario, entonces es “justificado gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24), lo cual incluye el perdón de pecados pasados y futuros (Lc. 24:47; Hch. 10:43; 13:38; 26:18; Ef. 1:7; Col. 1:14). Por tanto, ninguno bautismo borra ningún tipo de pecado, ni el original, ni los pecados personales, sino que el perdón de los pecados es la obra de Cristo en la Cruz, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7; cf. Col. 1:14).

Hechos 10:43: De éste [Cristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

Solo podremos evaluar la gravedad del pecado y discernir su naturaleza, cuando tomemos consciencia que, para erradicarlo y neutralizar sus enormes y variadas consecuencias, fue necesario que Dios el Creador, en la Persona de Su Hijo, tomara cuerpo humano para venir a rescatarnos, mediante la entrega de Su vida, el sacrificio de sí mismo, muriendo en la cruz por los pecadores (véase: Mt. 1:21; 20:28; Lc. 19:10; Jn. 10:11; Hch. 4:11-12; 20:28; Ro. 5:6; 1 Co. 15:3; 1 Ti. 2:4-6; etc.) y cargando sobre sí el pecado de muchos (Is. 53:6-7,10-12. 1 P. 1:1-2, 18-20; 2:22-25; etc.).

Romanos 5:8: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Efesios 2:4-5: Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).

Una cosa es ciertísima: la gravedad del pecado. Esto era inimaginable para el ser humano. Por eso, sin la Revelación divina nunca lo hubiéramos sospechado. Fue necesario que Dios mismo –en la Persona del Verbo Divino– se encarnara en Jesucristo, y, mediante su vida de perfecta obediencia al Padre, e indescriptible sufrimiento en la cruz hasta su muerte, muerte vicaria y expiatoria, nos rescatara de la muerte segunda. Él vino a buscar lo que se había perdido (Lc. 19:10;15:4; Jn. 3:15-16; etc.).

Juan 3:14-21: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,(A) así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, (15) para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.  (16) Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. (18) El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (19) Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. (20) Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. (21) Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

Contemplemos y meditemos en el hermoso plan de la salvación que Dios decretó desde la eternidad, con la entrega de Su Hijo en pago del rescate por la humanidad.

Termino este estudio bíblico, recordando las palabras del gran apóstol Pablo, que, lleno de agradecimiento a Dios por haberle liberado del “cuerpo del pecado” o del “cuerpo de muerte”, exclamó: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Ro. 7:25).

Sin embargo, nadie debe quedarse ahí, en esa experiencia anterior al nuevo nacimiento en Cristo, “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). Y esa libertad de la esclavitud del pecado ha sido posible “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:3-4).

Espero haber, al menos, ayudado a meditar en este gran misterio, pero que nos reconforta al comprobar cuanto nos ama Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 

Afectuosamente en Cristo

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

 

 

 

 

 

 


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina - Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento

Las abreviaturas de los libros de la Biblia son las consignadas por la versión Reina-Valera, 1960

(1) Aracil, Orts, Carlos. Artículos relacionados con el tema del pecado original en https://amistadencristo.com:

- Fundamentos bíblicos de la doctrina del pecado original
- ¿Cuál es la ley del Pecado y de la muerte?
- ¿El Bautismo libera del pecado original?
- El pecado original, sus consecuencias y su solución

(2) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 402
(3) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 404:
(4) Diccionario de la Real Academia Española. http://dle.rae.es/?w=diccionario
(5) De Felipe del Rey, Pedro, Licenciado en Teología y Filología románica; Jesús de Nazaret II (Su Persona y sus Obras); Ediciones Alymar, 2013.
(6) Aracil Orts, Carlos. Artículo en https://amistadencristo.com: ¿El que ha muerto ha sido justificado del pecado?
(7) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 406:
(8) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 407
(9) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 408
(10) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 405
(11) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 403
(12) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 403
(13) Aracil Orts, Carlos. https://amistadencristo.com: El poder sanador del perdón
(14) Catecismo de la Iglesia católica, apartado 405

 

 

 


 

 

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