Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Soteriología

¿Es el ser humano libre para elegir aceptar o rechazar a Dios?

 
¿Para qué creó Dios a los que serán condenados?

 

Versión: 08-11- 2015

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Estimado hermano Miguel, me alegra que me contactara para formularme los siguientes comentarios y cuestiones:

“Entiendo que Dios nos creó, según vemos en Génesis, con cierta libertad para elegir, pudiendo desde un inicio escoger entre obedecer o desobedecer a Dios, de esta forma no actuamos de forma automática como robots. Sin embargo, a través de las Escrituras me encuentro con varios casos donde Dios toma el control del corazón del hombre para hacer ciertas cosas y llegando a Romanos 9 me impacta leer de los versículos 14 al 20, pues me reafirma en cierto modo que tal libertad no existe, pues las decisiones no dependen de nosotros ni de nuestras fuerzas, sino de la misericordia de Dios. Curioso que ni siquiera Pablo lo puede explicar pues en el versículo 20 lo único que nos dice al respecto es que ¿quiénes somos nosotros para cuestionar a Dios? Mi pregunta sería: ¿Realmente existe esta libertad o estamos bajo el control de Dios? y ¿Para qué creó Dios aquellos que serán condenados? Espero puedan ayudarme con estas preguntas y gracias” (Miguel).

Plantea usted el tema siempre interesante de la libertad humana y de cómo se conjuga o armoniza con la soberanía de Dios. Parece indudable que los seres humanos solo pueden ser responsables de aquello que realizan libre y voluntariamente y con suficiente conocimiento del alcance y de las consecuencias de sus acciones, y según su grado de conciencia moral de las mismas.

En lo que sigue trataré de responder a sus dos importantes preguntas, si Dios tiene a bien inspirarme dentro de la gran dificultad del tema y de mis limitaciones personales:

“¿Realmente existe esta libertad o estamos bajo el control de Dios?
¿Para qué creó Dios aquellos que serán condenados?” (Miguel)

Pero, además, no tendré más remedio que abordar, aunque sea marginalmente, dos cuestiones más muy relacionadas: ¿por qué existe el mal?, y ¿es Dios responsable de su existencia?

2. ¿Es el ser humano libre para elegir aceptar o rechazar a Dios?

El planteamiento de sus preguntas se debe a algunos pasajes difíciles de las Sagradas Escrituras, como los que usted cita, y que transcribo a continuación:

Romanos 9:14-20: ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. (15) Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. (16) Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. (17) Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.  (18) De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. (19) Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? (20) Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?  (21)  ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?

Estos textos, que deben analizarse e interpretarse a la luz de toda la Revelación divina, se refieren a la soberanía de Dios. Nos expresan que Dios es el Soberano de toda su creación, y, por tanto, tiene el derecho de salvar al que quiera y como quiera, y no tiene que dar cuenta a nadie, no solo por ser el Creador sino también por ser también el Redentor de sus criaturas. Pero Dios no es arbitrario, ni hace acepción de personas. Él tiene razones que sus criaturas no conocemos, y a unos convierte y salva, y a otros simplemente los deja en su maldad, pero estos últimos son los soberbios, y, también, “los que cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (Romanos 1:25).

Naturalmente que un vaso es para honra, y otro para deshonra, no porque Dios los haya hecho así expresamente sino porque Dios así lo ha querido, permitiendo que unos se pierdan para siempre y otros se salven. Pero esto no es arbitrariedad. Dios no crea malas criaturas para que se pierdan sino que ellas mismas se pierden por sus equivocadas decisiones, tozudez y orgullo, y falta de amor a Dios y a sus semejantes.

A este respecto, podemos comprobar que las principales causas de perdición de los seres humanos son la soberbia y el orgullo, porque así nos lo confirma el apóstol Santiago cuando nos dice que “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Pero mejor leer algo más del contexto donde este verso se inserta:

Santiago 4:2-10: Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. (3)  Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (4) ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (5) ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (6) Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.  (7) Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.  (8)  Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. (9) Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. (10) Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.

Estimado hermano, estoy totalmente de acuerdo con su siguiente párrafo:

“Entiendo que Dios nos creó, según vemos en Génesis, con cierta libertad para elegir, pudiendo desde un inicio escoger entre obedecer o desobedecer a Dios, de esta forma no actuamos de forma automática como robots” (Miguel).

Parece muy lógico, razonable y de sentido común, inferir que sin libertad no puede haber responsabilidad. Por tanto, si Dios nos hace responsables de pecar es porque tenemos la suficiente capacidad como para decidir no pecar. Pero solo Él que conoce todas las circunstancias y todas las motivaciones e intenciones de cada corazón humano es el único que puede juzgar con justicia.

Por consiguiente, cuanto mayor conocimiento de la verdad y mayor conciencia de la bondad o maldad de un acto tanto mayor responsabilidad será exigida por Dios, porque Él tiene en cuenta la malicia o inocencia de nuestras acciones. “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).

Pero hay algo de lo que no podemos dudar, y es que, tanto judíos como gentiles –es decir, todos los seres humanos–, “todos están bajo pecado […] (11)…No hay quien busque a Dios,… (12) No hay quien haga lo bueno […] (23)…todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:9,11,12,23).

¿Qué podemos deducir de la anterior terrible verdad? ¿Qué ha ocurrido en los seres humanos para que todos pequen sin excepción? La respuesta nos la da también el apóstol Pablo: Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19). Entendemos, pues, que el ser humano, aun cuando nace con una naturaleza carnal pecaminosa, es libre porque normalmente no es coaccionado ni interna ni externamente, pero está inclinado a pecar, en tanto en cuanto se dejar llevar por los deseos carnales, y vive en la carne, ajeno a las cosas espirituales y separado de Dios.

La Palabra de Dios, confirmada por nuestra experiencia, nos dice cuál es la realidad: todos nacemos con una naturaleza carnal pecaminosa, o inclinada al pecado, es decir, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Y San Pablo insiste: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7); “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:14). Esta es la condición que tienen todos los seres humanos desde que nacen físicamente.

Todo ser humano nace, pues, siendo incapaz de entender “las cosas que son del Espíritu de Dios”, y en “enemistad contra Dios”; características que, al ser propias de la naturaleza humana carnal, permanecen hasta que se produce la conversión y el nuevo nacimiento que procede del Espíritu de Dios; y, aunque nuestra débil naturaleza carnal no termina sino con la muerte primera, desde el momento de la regeneración, el creyente ya no se deja llevar por los deseos o concupiscencias de la carne (Santiago 1:12-18) –entiéndase que éstos no son solo los que se refieren al sexo, sino los que abarcan todos los aspectos humanos– porque es guiado por el Espíritu de Dios (Romanos 8:14), y lo carnal es controlado por el Espíritu Santo que mora en él, siendo solo entonces cuando ya no vive “según la carne, sino según el Espíritu” (Romanos 8:9). En ese momento es cuando el ser humano es verdaderamente libre, y es capaz de no pecar y también de pecar; pero aunque él viva en el Espíritu, tiene siempre libertad para pecar o no pecar, pues el Espíritu Santo no le manipula ni le esclaviza ni le transforma en un autómata incapaz de pensar, decidir y actuar por sí mismo.

“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;  (31)  por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30-31; ver también Romanos 3:24-28).

Por eso, se nos amonesta que “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, (27) sino una horrenda expectación de juicio” (Hebreos 10:26). Veamos algunos textos más:

Hebreos 6:4-12: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,  (5)  y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero,  (6)  y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. (7) Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; (8)  pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada. (9)  Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. (10) Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún. (11) Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza,  (12)  a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.

Hebreos 10:26-29: Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,  (27) sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.  (28)  El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. (29) ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

2 Pedro 2:9-22: sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio; (10) y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores, (11) mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor. (12)  Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición, (13)  recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. (14) Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición. (15) Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad, (16) y fue reprendido por su iniquidad; pues una muda bestia de carga, hablando con voz de hombre, refrenó la locura del profeta. (17)  Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre. (18) Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. (19) Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. (20) Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero.  (21)  Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.  (22)  Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.

Seguramente, ahora comprendemos mejor por qué dijo Jesús, “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Y también: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6,7). Veamos algo de su contexto:

Juan 3:3-7: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.  (4)  Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?  (5)  Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (7) No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.

Por lo tanto, en el Reino de Dios no pueden entrar los que no sean “guiados por el Espíritu de Dios”, pues solo “éstos son hijos de Dios”; Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:14,17).

Tanto Jesús como el Padre nos piden: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Jesús en ese capítulo habla de la ley moral, cuyo cumplimiento no debe ser legalista, pues no basta con no transgredir externamente sus mandamientos sino que va mucho más lejos, a las intenciones del corazón humano; lo que quiere decir que la ley moral no se cumple con actos voluntariosos que provengan de una persona no convertida que se limita a obedecer exteriormente una, más o menos, larga lista de mandamientos, sino que nos exige: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38)  Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).

Sin embargo, esta exigencia es imposible cumplirla en “la carne” porque en ella impera “la ley del pecado” (Romanos 7:25). Veamos parte del razonamiento de San Pablo:

Romanos 7:14-25: Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. (15) Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. (17) De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;  (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?  (25)  Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Aunque el ser humano tiene libertad para elegir entre multitud de opciones posibles, porque nadie coacciona su voluntad, cuando vive carnalmente suele ser esclavo de sus pasiones y deseos; pero la única verdadera libertad proviene de reconocer la Verdad que es Cristo (Juan 14:6; 8:31-36; Romanos 6:16-22), y, de esta manera –cuando uno, además, reconoce su naturaleza pecadora y se arrepiente, pidiendo humildemente perdón a Dios– se recibe su Espíritu para vencer los deseos de la carne y a “la ley del pecado” con “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Juan 8:31-36; Romanos 8:2).

Leamos a continuación otros textos del AT que se refieren a la responsabilidad individual del ser humano: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:19-32). Pero tengamos en cuenta que este texto no se refiere a la muerte primera –la que todos conocemos– sino a la muerte eterna, es decir, la muerte segunda que recibirán todos los que sean juzgados y condenados por Dios en el día del juicio (Jn. 5:28-29; Ap. 2:11; 20:14; 21:8), ya que la muerte primera –de la que nadie se libra– no es más que un estado de inconsciencia que permanece hasta la resurrección del fin del mundo. Leamos su contexto:

Ezequiel 18:19-32: Y si dijereis: ¿Por qué el hijo no llevará el pecado de su padre? Porque el hijo hizo según el derecho y la justicia, guardó todos mis estatutos y los cumplió, de cierto vivirá. (20) El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.  (21)  Mas el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis estatutos e hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá; no morirá.  (22)  Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo vivirá.  (23)  ¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?  (24)  Mas si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su rebelión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello morirá.  (25)  Y si dijereis: No es recto el camino del Señor; oíd ahora, casa de Israel: ¿No es recto mi camino? ¿no son vuestros caminos torcidos?  (26)  Apartándose el justo de su justicia, y haciendo iniquidad, él morirá por ello; por la iniquidad que hizo, morirá. (27) Y apartándose el impío de su impiedad que hizo, y haciendo según el derecho y la justicia, hará vivir su alma. (28)  Porque miró y se apartó de todas sus transgresiones que había cometido, de cierto vivirá; no morirá.  (29)  Si aún dijere la casa de Israel: No es recto el camino del Señor; ¿no son rectos mis caminos, casa de Israel? Ciertamente, vuestros caminos no son rectos. (30) Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina.  (31)  Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel?  (32)  Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.

¿Cuál fue la solución divina al problema causado por la pecadora humanidad?

Dios nos libra de la ley del pecado y de la muerte (la muerte segunda –la que tiene eternas consecuencias–) dándonos Su Espíritu cuando aceptamos a Cristo como Salvador y Redentor. Pero mejor veamos cómo nos lo relata el gran apóstol Pablo:

Romanos 8:1-4: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.  (2)  Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.  (3)  Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;  (4)  para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Es decir, la ley moral ya no puede condenarnos porque “nuestro viejo hombre –lo carnal– fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6:6-8). Es conveniente leer y comparar con los capítulos cinco y seis de Romanos, aunque aquí no los transcribimos:

Romanos 8:5-17: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.  (6)  Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.  (7)  Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;  (8)  y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.  (9)  Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.  (10)  Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.  (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.  (12)  Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; (13)  porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.  (14)  Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.  (15)  Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!  (16)  El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Seguramente que con lo expresado hasta aquí usted va ser capaz de responderse a sí mismo la pregunta que se hizo:

“¿Realmente existe esta libertad o estamos bajo el control de Dios?” (Miguel)

Nadie puede discutir la soberanía de Dios sobre todas sus criaturas y sobre todo lo creado. Pero en su infinita sabiduría, y misteriosamente, Él lleva a cabo su plan de vindicación de su nombre y de instauración de su Reino, es decir, nada ni nadie se puede oponer a su voluntad, y, sin embargo, no coarta la libertad humana.

Y, finalmente:

3. ¿Para qué creó Dios a los que serán condenados?

Antes de intentar responderle hagámonos también otras preguntas, como por ejemplo:

Puesto que Dios conoce todas las cosas ¿por qué creó a los ángeles que Él ya sabía que se iban a rebelar para luego tener que condenarles a la muerte eterna?

¿Por qué creó después a los seres humanos si Él conocía anticipadamente que también iban a desobedecerle, y como consecuencia muchos se perderían para la eternidad?

Dios sabía que todo esto ocurriría, y por eso el Verbo (Juan 1:1-3), la Segunda Persona de la Trinidad se ofreció a sí mismo desde antes de la fundación del universo, para encarnarse y entrar en el mundo para rescatar lo que se había perdido (Mt. 18:11; Lc. 19:10; Jn. 6:39; Mr. 10:45; 1ª P. 18-22; etc.).

Dios en su infinita sabiduría y presciencia sabía que el germen del mal entraría y contaminaría sus criaturas; por eso Él diseñó el maravilloso Plan de salvación de la humanidad mediante la entrega de sí mismo: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5:19; ver también Juan 3:16);  “el cual [Cristo] se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Timoteo 2:6). Veamos también algo de contexto de los pasajes citados:

1 Timoteo 2:3-6: Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador,  (4)  el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.  (5)  Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,  (6)  el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.

2 Corintios 5:18-21: Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;  (19)  que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.  (20)  Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.  (21)  Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Querido hermano Miguel, los que son condenados, es decir, los que se pierden, no son hijos de Dios sino del diablo (Juan 8:44; 1 Juan 3:8). Ellos han podido elegir a quien servir: a Dios, que representa el Sumo Bien, o al Diablo –del que procede todo mal–  (Dt. 30:19; Jos. 24:15; etc.).

Deuteronomio 30:19-20: A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; (20) amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.

Juan 8:44: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.

1 Juan 3:8: El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Dios creó el género humano a partir de Adán y Eva, pero solo son hijos suyos los que han nacido de nuevo del “agua y del Espíritu” (Jn. 3:3,5), porque “lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:3-6). Dios aunque ha conocido a todas sus criaturas desde la eternidad, antes de que existieran, Él no las salva por decreto sino que procede a salvarlas cada una a su tiempo, y respetando siempre la libertad de las mismas. ¿Por qué Dios se privaría a sí mismo de obtener muchos hijos para la gloria solo a fin de evitar que se perdiesen los hijos malvados? ¿Sería eso justo?

4. ¿Por qué existe el mal? ¿Es Dios responsable de su existencia?

Primero de todo, aunque obvio, es necesario dejar claro que es inadmisible pensar que pueda ocurrir algo sin que este previsto por la omnisciencia y presciencia de Dios. Por tanto, nada puede sorprender a Dios, porque Él vive fuera del tiempo; porque para Él no hay pasado ni futuro sino un eterno presente. Su conocimiento, bondad y misericordia son infinitos. Con Su presciencia o pre-conocimiento el conoció lo que es el futuro para nosotros, los humanos, lo que está por venir (Isaías 46:9,10; Daniel 2:28,45; 1ª Pedro 1:2,18-20; Romanos 8:29-31; Efesios 1:4-12).

Isaías 46:9-10: Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí,  (10)  que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero;

Aunque Dios es soberano y Su voluntad es inmutable, no determina el futuro de Sus criaturas sino que respeta su libertad; pero nada se hará u ocurrirá que Él no quiera. Sin embargo, Él no es responsable del mal que permite hagan Sus criaturas en el ejercicio de su libre albedrío.

Por tanto, Dios supo desde el principio –antes de la creación del Universo y de que hubiera alguna criatura en él– que el mal iba surgir; estaba en Su Plan el que surgiera, no iba a ser una sorpresa, algo que le descolocase, o dejara fuera de juego; pues Él lo tenía previsto, y estuvo dispuesto a permitirlo para que sus criaturas lo experimentasen, y libremente optaran por participar en el mismo o rechazarlo, eligiendo el bien que solo puede venir de Dios.

Sin embargo, el que estuviera contemplado en su Plan no implica que Él lo creara en absoluto. Él odia el mal y el pecado y ama al pecador.

¿No sería una barbaridad decir que el Dios de amor, que se entregó a sí mismo para sufrir la muerte terrible en la cruz en la persona de Su Hijo para reconciliar al mundo consigo mismo y salvarle (Juan 3:16; Romanos 5:10; 2ª Corintios 5:19; Fil. 2:6-11) es el autor del mal?

Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Romanos 5:10: Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.

2 Corintios 5:19: que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.

El mal es responsabilidad de las criaturas que, siendo originalmente hechas perfectas e inteligentes, al pervertirse, lo cometen –me refiero a Adán y Eva–. Es, pues, fruto y consecuencia del mal el erróneo uso de la libertad que Dios quiso dar a sus criaturas para que le honrasen y glorificasen. Dios quiso permitir el mal, pero eso no le hace autor del mismo. Él no lo creó. Dios, por su infinito amor, sabiduría y presciencia, eligió crear seres inteligentes, libres y perfectos sabiendo, desde el principio, que le traicionarían, se rebelarían contra Él –ahora me estoy refiriendo a los ángeles que se rebelaron–, y darían lugar a que el mal surgiera en un determinado momento de su creación. Dios habría podido crear seres que jamás hubieran decidido rebelarse contra Él. Pero eso hubiera sido restringir su libre albedrío, su capacidad de libertad. Serían una especie de “robots” programados para obrar siempre en el mismo sentido.

Dios, también, podría haber destruido a la primera criatura que osó rebelarse contra Él. Nada más fácil para Dios, que nada le es oculto, y que desde la eternidad sabía que en algún momento surgiría el mal en el Universo. Por tanto, cuando una de sus más excelsas y elevadas criaturas le cuestionó, poniendo en duda la justicia de sus leyes y de su gobierno, Dios habría podido hacer un rápido juicio sumarísimo, y condenarle a muerte por su rebelión. Pero no lo hizo, porque era necesario que el mal evidenciara toda su maldad, que diese sus frutos de crueldad e impiedad, que mostrase su verdadera cara. A ese primer ángel de luz que se rebeló, la Biblia le llama diablo y Satanás (Apocalipsis 12:7-9; 20:2-3).

Apocalipsis 12:7-12: Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;  (8)  pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo.  (9)  Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (10)  Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.  (11)  Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.  (12)  Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.

Si Dios hubiera acabado de raíz con el incipiente mal, terminando con su instigador, el resto de criaturas celestiales, al no conocer los frutos o consecuencias del mal, su obediencia a Dios no sería totalmente libre y por amor, sino que estaría condicionada por el temor a correr la misma suerte que el rebelde. Luego, sus criaturas ya no actuarían en plena libertad sino coaccionadas por el temor. Dios se habría convertido en un dictador al que habría que obedecer por la fuerza, y no por amor.

Pero Dios no permaneció pasivo, limitándose a permitir que entrara el mal, al pecar sus criaturas, sino que desde la eternidad tenía proyectado el antídoto contra el pecado que surgiría en el Universo. Él decretó que el mal y el pecado serían vencidos por el Sumo Bien, que es Él mismo, al hacerse carne en Cristo, la segunda Persona de la Divinidad que se ofrecería y sería destinado antes de la fundación del mundo;  o sea, antes de que apareciese el pecado, ya estaba decidido que entraría en este mundo mediante su encarnación, es decir, tomaría cuerpo humano, y “con su sangre preciosa, como de un cordero sin mancha”, es decir, con su vida perfecta y muerte expiatoria vencería al mal y al maligno, y serían rescatados todos los que creen en Él y le aceptan como su salvador (1ª Pedro 1:18-20).

5. Conclusión

Así como Adán y Eva eran “buenos en gran manera” hasta que libremente, es decir, haciendo uso del libre albedrío con que fueron creados, decidieron desobedecer a Dios, de la misma manera, fue creado el ángel de luz, “querubín grande, protector”, que se convirtió en el Diablo porque así lo decidió él mismo, y sin ninguna coacción externa se enorgulleció de sí mismo y ambicionó el poder de Dios. Por tanto, tuvo un principio como ángel de luz, y otro principio como diablo. El principio a que se refieren Jesús y el apóstol Juan no puede ser más que uno: el momento cuando cae en pecado, y decide rebelarse contra Dios.

El pecado entró en el Universo celestial cuando Lucifer, “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9; 20:2-3), se rebeló contra Dios, poniendo en tela de juicio su justicia.

¿Por qué no acabó Dios inmediatamente con él para evitar que la rebelión se extendiese a una tercera parte de sus ángeles, e incluso a los seres humanos del planeta Tierra? Se nos ocurre que este acto hubiera solucionado el problema momentáneamente, pues, a partir de ahí, las demás criaturas obedecerían a Dios no por amor, sino por temor a correr la misma suerte que el que se rebeló. Sin embargo, Dios en su infinita sabiduría y justicia prefirió que los frutos de la rebelión se hicieran evidentes no solo para los seres celestiales sino para los humanos.

A este respecto, Jesús nos dio la parábola de la cizaña y, también, la explicación de la misma. Lo que nos permite entender algo mejor el porqué de la existencia del mal, y nos da la respuesta a la siguiente pregunta:

¿Por qué Dios ha dejado crecer y extenderse juntos “el trigo y la cizaña”? ¿Por qué no arrancó a ésta tan pronto nació y la quemó?

Mateo 13:25-30: pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue.  (26)  Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña.  (27)  Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?  (28)  El les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?  (29)  El les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo.  (30)  Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero.

La respuesta es fácil, y está en la Biblia: “Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?  (29)  Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo.  (30)  Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega;” (Mateo 13:28-30).

El trigo y la cizaña deberán crecer juntos, y, al final de sus vidas, se verá cuáles han sido sus frutos si de trigo o de cizaña, y entonces vendrá el juicio (Mateo 10:30-43), y Dios creará un nuevo mundo sin la existencia del mal, dolor y muerte e inmunizado contra el pecado (2 P. 3:13; Ap.21). Nunca más habrá pecado en el Universo, y Cristo, nuestro Salvador, que hizo totalmente evidente la injusticia de los hombres y la justicia de Dios, reinará como Rey de reyes y Señor de señores por la eternidad. (Apocalipsis 19:13-16; 21:1-8, 23-27).

Ahora, aunque todo está bajo el control de Dios,  nos encontramos en el tiempo en que ha crecido la cizaña junto con el trigo, es decir, los hijos del diablo y los hijos de Dios, y la tierra pronto será segada (Mt 13.30, 39, Mr 4:29).

Mateo 13:30-43: Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero.

Jesús explica la parábola de la cizaña

Mateo 13:36-43: Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. (37) Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. (38)  El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. (39) El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. (40) De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo.  (41)  Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, (42) y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (43) Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.

Marcos 4:29: y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado.

Ya estamos en el tiempo de la siega, el trigo y la cizaña han crecido juntos, pronto veremos al Hijo del Hombre venir en las nubes a recoger a sus santos, “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mateo 13:43).

Apocalipsis 14:14-20: Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda.  (15)  Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura.  (16)  Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.  (17)  Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda.  (18)  Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras.  (19)  Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.  (20)  Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.

Los hijos de Dios y los hijos del diablo se reconocerán por sus frutos. Pero hasta que no den sus frutos no se distinguirá claramente el trigo de la cizaña, el bien del mal. Cuando todos los seres del Universo contemplaron lo que fue capaz de hacer el diablo y sus ángeles caídos con la Persona de Cristo, cuando vieron cómo burlaron, torturaron y crucificaron al Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:13,16), comprendieron hasta donde era capaz de llegar el mal personificado en el Diablo, que es homicida desde el principio (Juan 8:44), padre de mentira, y con todos sus hijos, los que le siguen, que le han elegido como dios y príncipe de este mundo.

Apreciado hermano, el sufrimiento es el precio de la libertad con la que Dios nos creó, teniendo en vista en su mente infinita un mundo mejor (2 P. 3:13; Ap. 21:1-8) en el que jamás volverá a reinar el pecado; “y el diablo que los engañaba” (Apocalipsis 20:10), y la bestia, y el falso profeta (Apocalipsis 19:20-21), y todos los hijos del diablo serán destruidos para siempre ((Apocalipsis 20:9).

No obstante, reconocemos que el mal es un misterio. ¿Cómo pudo surgir el mal? ¿Cómo unos seres perfectos, como los ángeles, y también Adán y Eva, que fueron creados directamente por Dios pudieron pecar atentando contra su Creador? Humildemente, debemos confesar que no lo sabemos: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios” (Deuteronomio 29:29)

Deuteronomio 29:29: Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.

1 Corintios 4:5-6: Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.  (6)  Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros.

Mientras tanto llega el fin de este mundo, seamos “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; (16) asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado” (Filipenses 2:15-16). Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, (12) enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, (13) aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, (14)  quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. (15) Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie. (Tito 2:11-15) 

Tito 3:1-8: Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. (2) Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. (3) Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.  (4)  Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,  (5)  nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, (6) el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador,  (7)  para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.  (8)  Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres.

En cuanto a su interesante sugerencia sobre realizar un estudio sobre la predestinación y la libertad de elegir, me complace poder informarle que, con distintos enfoques, ya he tratado estos temas en los siguientes artículos cuyos enlaces le remito:

Temas sobre la elección y predestinación tratados en mi web:

No obstante, quedo a su disposición para lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 

 

 

 

 


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento


 

 

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