Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Miscelánea

¿Es correcto decir que la Biblia ordena matar a las hechiceras?

 
Versión: 29-08-14
 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Mi estimado lector –Albrecht– muy amablemente me compartió su opinión respecto a los argumentos que le aporté en el artículo titulado:“¿Es razonable creer en la existencia de Dios?”. En dicho escrito, el que suscribe, le presentaba evidencias y argumentos, en mi opinión, concluyentes sobre la existencia de Dios; y también le expresaba mi total desacuerdo con su relativismo moral, en el siguiente párrafo:

“Dios, que para usted no existe, nos ha creado con una conciencia que es capaz de discernir el bien del mal, y para ello se hace necesario partir de la base que tanto un concepto como el otro son claramente distinguibles sin necesidad de contrastarlos. ¿No sabe toda persona normal que los actos de matar y robar son malos de por sí sin más? ¿Fue necesario que los seres humanos se mataran unos a otros para que supieran que no deberían hacer semejante cosa porque es completamente mala en sí?” (Carlos Aracil Orts).

Y mi apreciado lector, me respondió proporcionándome los siguientes tres ejemplos, que, desde su punto de vista, prueban el relativismo moral que él sostiene:

"Existe lo que se llama la defensa propia. Si alguien entra en mi casa y amenaza a mi familia y a mí con un cuchillo o arma de fuego, para robarme, si tuviera un arma a mano la usaría sin contemplaciones y lo mataría.

"La Biblia, por ejemplo, ordena matar a las hechiceras, también permite la matanza de animales.

"¿Se puede considerar como malo tener sexo antes de casarse  siendo soltero? Hay cosas que se consideran malas que se encuentran en todas las culturas y sociedades, y también hay asuntos que sólo en determinadas culturas se consideran malas, por ejemplo sexo libre".

(Albrecht).

En el presente artículo trata solo su segundo comentario; puesto que sus ejemplos, primero y tercero han sido abordados en los siguientes enlaces: ¿Cómo responder a una agresión física?, y en ¿Es malo el sexo libre?”, respectivamente.

2. Cada ser humano tiene una conciencia creada por Dios, que nos ayuda a discernir entre el bien y el mal, y que nos aprueba o reprende según la calificación moral de nuestros actos. Pero puede contaminarse y endurecerse o purificarse, con la educación y estilo de vida, y el Evangelio.

Imagino que mi estimado lector me hace los comentarios anteriores a fin de contrarrestar lo que le escribí en la introducción de este artículo: ¿No sabe toda persona normal que los actos de matar y robar son malos de por sí sin más? ¿Fue necesario que los seres humanos se mataran unos a otros para que supieran que no deberían hacer semejante cosa porque es completamente mala en sí?

“La Biblia, por ejemplo, ordena matar a las hechiceras, también permite la matanza de animales” (Albretch).

Sin embargo, el supuesto que la Biblia ordenara matar a las hechiceras y a cierto tipo de animales para los sacrificios rituales, no apoya su relativismo moral, de que los conceptos del mal y del bien son distintos dependiendo de las culturas y de las sociedades o de la época de la historia a que nos refiramos.

Con respecto a la matanza de animales –no estamos hablando de maltrato animal, ni de matanzas indiscriminadas sino del uso a que comúnmente se destinan ciertos animales–, parece que el lector la menciona como si esta práctica fuera algo malo en sí mismo –“permitido en la Biblia”–; y permitida en todo el mundo desde casi los inicios de su historia. Por tanto, poco necesito argumentar, porque en realidad está universalmente aceptado el sacrificio de ciertos animales domésticos, como son los corderos, terneros, cabras, tórtolas, palomas, etc. para su explotación en beneficio de la humanidad, incluido el comer su carne para alimentación del género humano. Dios los creó con ese fin.

Dejemos, pues, lo anecdótico, para concentrarnos en lo importante. En el primer escrito que le envié me estaba refiriendo a que cada ser humano tiene una conciencia creada por Dios, donde Él ha grabado el “germen” de la ley moral natural para que sea posible la convivencia entre los seres humanos. La conciencia tiene la propiedad de ayudarnos a discernir entre el bien y el mal, y nos aprueba o reprende, respectivamente, según la calificación moral de nuestros actos. Pero, ciertamente, se desarrolla, forma y ensancha a lo largo de toda nuestra vida, especialmente en la juventud, por medio de la educación, estilo de vida y creencias adquiridas. Algunas de estas han podido ser erróneas o falsas; y también puede haberse contaminado y endurecido dependiendo de nuestro grado de fidelidad a la misma. Los cristianos creemos que la conciencia puede haber adquirido condicionamientos erróneos, que solo pueden ser purificados, mediante la fe en Dios y en Su Palabra, a la luz del Evangelio.

Sin embargo, ¿podemos imaginar cómo sería una sociedad formada por una mayoría de psicópatas sin conciencia cuyo divertimiento fuera matar al prójimo o robar los objetos propiedad de su vecino?

Las naciones han necesitado crear innumerables leyes para defenderse de sus transgresores, de aquellos que tienen una conciencia acomodaticia, que a fuerza de hacer oídos sordos a su voz, solo obedecen por temor al castigo.

Las naciones o Estados han necesitado crear leyes, que han ido variando a lo largo de la historia, para defenderse de los criminales, y las legislaciones de algunos de ellos contemplan la pena de muerte para ciertos delitos. La aplicación de estas leyes implica que debe matarse a todos los que las transgredan y sean considerados culpables de los delitos merecedores de dicha sanción, y en armonía con las legislaciones citadas. Que se cumpla la justicia es bueno; pero las leyes humanas pueden ser injustas o desproporcionadas respecto al delito cometido; además, la justicia humana es imperfecta y falible, y por tanto, está sujeta a error; son innumerables los casos conocidos en la historia de este mundo en que se han cometido terribles injusticias, porque han ajusticiado al inocente en lugar del culpable.

No obstante, y a pesar de todos sus inconvenientes, las leyes y la aplicación justa de las mismas son imprescindibles en una sociedad civilizada. Es por ello que nadie debe extrañarse de que Dios estableciera una legislación a Su pueblo Israel en la que se contemplaba la pena de muerte para los supuestos que más adelante veremos, a fin de atajar de raíz las perversiones del corazón humano, para que no se extendieran, contaminando a un pueblo al que Dios le exigía que fuera santo como Él es santo (Éx. 19:6; 22:31; Lv. 11:44;19:2:20:26; Dt. 7:6; 14:2,21; etc.).

Obsérvese cómo es el corazón humano, que a pesar de la abundancia de leyes cuya transgresión conllevaba pena de muerte, aun así hay muchos que no tienen escrúpulos en quebrantarlas; ¿qué hubiera pasado con Su pueblo si Dios no les hubiera dado la citada legislación? Muy posiblemente le habría ocurrido lo mismo que a las naciones vecinas, que alcanzaron grados de depravación jamás vistos. Y, entonces, Israel no habría podido ser el depositario de la Palabra de Dios, y de donde nacería Jesucristo, el Redentor del mundo, Dios manifestado en carne (1ª Tim. 3:16). Por estas razones, especialmente por la maldad inherente del ser humano son imprescindibles leyes que restrinjan la criminalidad.

Veamos las hermosas y esclarecedoras palabras de gran apóstol Pablo:

1 Timoteo 1:8-11: Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente;  (9)  conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, (10) para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, (11) según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.

3. Breve vistazo a la historia sagrada del pueblo de Israel, registrada en el Antiguo Testamento.

Dios, en una época determinada de la historia de este planeta –hace unos tres mil quinientos años– eligió un pueblo de entre todos los que existían en esa época en la Tierra, el cual procedía de Abraham y su descendencia. Este pueblo se multiplicó en Egipto, donde padeció la esclavitud, hasta que Dios decidió liberarlo dando instrucciones y poder a Moisés. Dios hizo Pacto con Su pueblo, el cual aceptó libremente las cláusulas y condiciones del mismo:

Éxodo 24:7: Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos.

El pueblo de Israel desde el mismo momento de su salida de Egipto fue testigo de la intervención sobrenatural de Dios, con las grandes señales que Él le dio, de Su poder, primeramente para convencer al Faraón para que dejara salir a Su pueblo, y luego, al separar las aguas del Mar Rojo, para que Su pueblo pudiera escapar; y muchas más señales milagrosas para que ellos nunca pudieran dudar que Él es el verdadero Dios; lo cual les fue recordado en los siguientes textos:

Deuteronomio 4:32-40: Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. (33) ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios, hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer?  (34)  ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores como todo lo que hizo con vosotros Jehová vuestro Dios en Egipto ante tus ojos?  (35)  A ti te fue mostrado, para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él.  (36)  Desde los cielos te hizo oír su voz, para enseñarte; y sobre la tierra te mostró su gran fuego, y has oído sus palabras de en medio del fuego.  (37)  Y por cuanto él amó a tus padres, escogió a su descendencia después de ellos, y te sacó de Egipto con su presencia y con su gran poder,  (38)  para echar de delante de tu presencia naciones grandes y más fuertes que tú, y para introducirte y darte su tierra por heredad, como hoy.  (39)  Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro. (40) Y guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios te da para siempre.

El propósito de Dios para con Su pueblo Israel fue, en primer lugar, formarlo y educarlo como un pueblo santo, con fuerte sentido de lo sagrado y lo profano (Lv. 10:10), a fin de que este pueblo fuera el depositario y preservador de Su Revelación; en segundo lugar, darse a conocer Él mismo, para que todo el mundo supiera que Dios existe, “y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6 pú.).

Cuando Dios se apareció a Moisés en la zarza que ardía, Él se presentó como el “Yo Soy” (Éxodo 3:14), es decir, el que es por Sí Mismo, el Ser increado, el Eterno, etc. Y Él mismo nos sigue diciendo: “Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro” (Deuteronomio 4:39). Ved ahora que yo, yo soy, Y no hay dioses conmigo;  Yo hago morir, y yo hago vivir;  Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librar de mi mano. (Deuteronomio 32:39; cf. Isaías 9:6; 43:10,11, 44:6-8; 48:12-13; Jn 1:1-3; Ap. 1:18; etc.).

Isaías 44:6-8: Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios. (7) ¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir.  (8)  No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno.

Nótese que Jesucristo recibe los mismos títulos que Dios Padre; Él también, es “el primero y el último” (Ap. 1:17), es decir, el Origen de todo, la Fuente de la vida, y el Redentor del mundo. Por último, en tercer lugar, Dios necesitaba un pueblo, Israel, para que naciera el Salvador (Mateo 1:20-25), y de esta manera, Dios pudiera manifestarse en “carne” (1ª Tim. 3:16).

El pueblo de Israel pertenecía, de una manera especial, a Dios por Su elección y Su Pacto con él. Pero la gente de este pueblo no era mejor ni peor que la de los pueblos y naciones que le rodeaban. Dios, que le conocía bien, le dijo a Moisés: “Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz” (Éxodo 32:9). Lo que más o menos puede equivaler a rebelde. Sin embargo, Dios, desde el primer momento, exigió: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Levítico 19:1-2; cf. Éxodo 19:5-6). Santo significa, puro, consagrado a Dios, apartado del mal para hacer Su voluntad. En el Nuevo Testamento, Dios exige esto mismo a Su Iglesia (1ª Pedro 1:16).

Éxodo 19:5-6: Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra.  (6)  Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.

Levítico 19:1-2: Habló Jehová a Moisés, diciendo: (2) Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.

Puesto que es indudable que ningún pueblo puede sobrevivir sin leyes, Dios, mediante Moisés, proporcionó a Israel una variedad de leyes de muchos tipos, para que se pudiera gobernar bajo todos los aspectos posibles, adaptadas a las necesidades de aquella época de la historia del mundo; pero todas ellas fundamentadas en la ley del amor a Dios y al prójimo; pues así lo confirmó Jesús cuando respondió a aquel intérprete de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.  (40)  De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas (Mateo 22:37-40). Veamos un poco de contexto:

Mateo 22:34-40: Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una.  (35)  Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: (36) Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?  (37)  Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.  (38)  Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.

Notemos que Jesús declara que “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40). Si el pueblo de Dios le hubiese correspondido vivir en el Paraíso no habría necesitado nada más que esa ley de amor a Dios y a nuestros semejantes; pero la realidad era muy distinta. Por eso, necesitamos situarnos en la época de Moisés –hace, aproximadamente, unos tres mil quinientos años–, cuando las naciones peleaban unas contra otras por medio de espadas y lanzas, y, reinaba, por lo general, la ley del más fuerte, que aprovechaba su poderío militar, en armamento y ejército, para conquistar a otros pueblos, a fin de aumentar su territorio y conseguir más poder todavía, al esclavizar a los pueblos conquistados.   

El pueblo de Dios tenía que luchar con las mismas armas que los pueblos que le rodeaban, pero su fragilidad era evidente porque la mayoría de las naciones que le rodeaban le superaban en número de combatientes. Israel habría sido fácil presa de cualquiera de sus pueblos vecinos, sino hubiera tenido la protección de Dios. Sin embargo, esta salvaguardia les era concedida por Dios mientras que Su pueblo le fuese fiel; es decir, cumpliera los términos del Pacto, obedeciendo todas las leyes, especialmente los Diez Mandamientos de la Ley del Sinaí, que era la base del Pacto.

Allí sobre el monte del Sinaí, Dios revela a Su pueblo Su ley y hace Pacto con él sobre la base de la obediencia del pueblo al Decálogo o Diez Mandamientos (Éxodo 20:1-17). Pero no sólo recibieron de Dios esta ley moral, sino un sistema extenso de leyes morales, rituales y civiles con las que, en adelante, regirían la nación como un gobierno teocrático. Éstas, que legislaban todos los aspectos de la sociedad de entonces, son, por ejemplo, las leyes sobre los sacrificios de animales, ofrendas, sanitarias, sobre los esclavos, sobre responsabilidades de amos y dueños, sobre la restitución, humanitarias, sobre la guerra, etc.

Obsérvese que también Dios le dio a Israel leyes sobre la guerra, pues, ya hemos visto que éste no podía vivir aislado del mundo, como en un gueto; además, cuando las guerras de conquista obedecían a la voluntad de Dios, y no a deseos egoístas de Israel por expansionar su territorio, entonces Él les concedía la victoria; e Israel se convertía en el brazo ejecutor de los juicios de Dios sobre las naciones vecinas que habían sobrepasado el límite de depravación que Él permite. Por eso, la orden de Dios era el exterminio total de toda nación depravada, para evitar que Su pueblo se contaminase con las prácticas malvadas de dichas naciones, enemigas de Israel y de Dios (Núm. 31:1-19; cf. Dt. 9:1-6; Dt. 20:1-20; etc.).

Sin embargo, cuando los israelitas se enorgullecían de sus victorias creyendo que vencían a las naciones enemigas gracias a ellos mismos – o porque ellos fuesen más justos y rectos que sus enemigos (Dt. 9:3-6; cf. Núm. 14:42-45)–, y dejaban de confiar en su Dios, yéndose en pos de los falsos dioses que adoraban sus enemigos, entonces, Dios les dejaba solos en manos de ellos, e irremisiblemente eran vencidos.

De esta manera el pueblo de Israel era gobernado con equidad, pero siempre que obedeciera a Dios en todo. Cuando el pueblo de Israel obedecía a Dios era prosperado, y, en caso contrario era vencido por las naciones paganas que le circundaban.

Si cumplían las leyes de Dios y eran fieles a Él, todo les iría bien:

Levítico 26:3-12: Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra,  (4)  yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto.  […](5) y habitaréis seguros en vuestra tierra.  […].  (7)  Y perseguiréis a vuestros enemigos, y caerán a espada delante de vosotros.  (8)  Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a filo de espada delante de vosotros. […]  (11)  Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará;  (12)  y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

Sin embargo, si  olvidaban a Dios y sus leyes, invalidaban el pacto, y volverían a sufrir el acoso de las naciones vecinas que les derrotarían.

Levítico 26:14-46: Pero si no me oyereis, ni hiciereis todos estos mis mandamientos,  (15)  y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto,  (16) yo también haré con vosotros esto: enviaré sobre vosotros terror, extenuación y calentura, que consuman los ojos y atormenten el alma; y sembraréis en vano vuestra semilla, porque vuestros enemigos la comerán. (17) Pondré mi rostro contra vosotros, y seréis heridos delante de vuestros enemigos; y los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros, y huiréis sin que haya quien os persiga  (33)  y a vosotros os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades.  […]  (40)  Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición,  (41)  yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado. (42)  Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra.  (43)  Pero la tierra será abandonada por ellos, y gozará sus días de reposo, estando desierta a causa de ellos; y entonces se someterán al castigo de sus iniquidades; por cuanto menospreciaron mis ordenanzas, y su alma tuvo fastidio de mis estatutos.  (44)  Y aun con todo esto, estando ellos en tierra de sus enemigos, yo no los desecharé, ni los abominaré para consumirlos, invalidando mi pacto con ellos; porque yo Jehová soy su Dios.  (45)  Antes me acordaré de ellos por el pacto antiguo, cuando los saqué de la tierra de Egipto a los ojos de las naciones, para ser su Dios. Yo Jehová.  (46)  Estos son los estatutos, ordenanzas y leyes que estableció Jehová entre sí y los hijos de Israel en el monte de Sinaí por mano de Moisés.

Al morir Moisés, que no pudo sino vislumbrar la tierra prometida, le sucedió Josué, con el que se inició la conquista de Canaán. Cuando murió Josué, la unidad de gobierno de las tribus israelitas desa­pareció. Empezaba la “etapa de los jueces”, quienes asumieron las tareas de gobierno. Sin embargo, este periodo que duró unos 150 años, hasta la institución de la monarquía, se caracterizó por la pérdida progresiva de la pureza ritual del hebraísmo. El pueblo pareció mantener en el olvido la ley y tendió a elaborar una religión sincretista, asimilando las divinidades idolátricas Baal y Astarté de las naciones que les rodeaban, poniéndolas casi al mismo nivel que su Dios Yahvé. (1)

La conquista de Canaán por los israelitas no se completará hasta unos mil años más tarde, con los reinados de David y, especialmente, de Salomón.

A partir del siglo XI a.C., ante las amenazas de las naciones vecinas, los israelitas sienten la necesidad de tener un rey. Es el final del periodo de los Jueces y el comienzo de la monarquía, que se inicia con el nombramiento de Saúl, un joven de la tribu de Benjamín, quien según el relato bíblico desobedece a Dios, razón por la que el pueblo no prospera. La conquista de Canaán, la tierra prometida por Dios, es un proyecto incompleto, que se conseguiría con dificultad y progresivamente, pero que alcanzó una importante cota con sus sucesores, el rey David (1011 - 972 a.C.) y su hijo Salomón (972 - 933 a.C.), con quien el reino de Israel consiguió su máximo esplendor, alcanzando los límites de Canaán. Es, pues, bajo el reinado de Salomón que se produce el abatimiento definitivo de los cananeos, así como la construcción del templo de Jerusalén, en la cumbre del monte Moria. (2)

Lamentablemente no duró mucho esa situación, pues, con la muerte de Salomón (931 a.C), las doce tribus de Israel se dividieron, separándose diez tribus que formaron lo que se denominaría el reino del norte, y estableciéndose a unos cincuenta kilómetros de Jerusalén donde edificaron su capital, Samaria. El reino del sur, conocido como el reino de Judá, quedó formado por las otras dos tribus restantes, teniendo a Jerusalén como capital. (3)

Tras un periodo de mutua hostilidad entre los dos reinos (931 a 885 a.C.), otro de alianza (885-841 a.C), le siguió la total ruptura e independencia (841-722 a.C). Mientras Judá, el reino del sur, prosperaba, Israel, el reino del norte, decaía. Los reyes de Israel fundaron santuarios para adorar el becerro de oro, lo que condujo al pueblo a una tremenda apostasía. (4)

Fin del reino de Israel

Por eso, Dios permitió, en el año 722 a. C.(5), que un ejército asirio conquistara Samaria y se llevara cautivas a las diez tribus. Al quedar despoblada esta zona, e intentar repoblarla, el emperador asirio, con gente de otras naciones y no conseguirlo plenamente, se vio obligado a solicitar a algunos israelitas cautivos que regresaran a su tierra. Esta mezcla de gentes de diversa nacionalidad y religión dio lugar al pueblo que en tiempos de Jesús era conocido como los samaritanos.

Fin del reino de Judá

Otro tanto le ocurrió al reino del Sur, Judá, pues cuando la apostasía de ellos se hizo insoportable, Dios, permitió que los babilonios, dirigidos por Nabucodonosor, en el año 606/605 a.C. (6), conquistaran Jerusalén y se llevara cautivo al reino de Judá. Jerusalén sería destruida casi totalmente, unos años más tarde, hacia el 586 a.C. El templo fue incendiado, y otros judíos debieron par­tir hacia Babilonia. La toma de Jerusalén significó el fin del reino de Judá.

En el 605 a.C. empezó el famoso exilio del pueblo de Judá a Babilonia. Dios había amonestado repetida y sucesivamente de lo que les iba ocurrir si seguían adorando los ídolos y apostatando de Él. Incluso Dios, por medio del profeta Jeremías, les predijo, no sólo que serían derrotados y llevados cautivos por Nabucodonosor, sino también la duración de su cautiverio, que sería de 70 años, contados a partir del 605 a. C. (Jeremías 25:11-12).

Jeremías 25:11-12: Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años. 12 Y cuando sean cumplidos los setenta años, castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación por su maldad, ha dicho Jehová, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desiertos para siempre.

Repatriación de los judíos

En el destierro, el pueblo de Yahvé volvió a su Dios. Se dio cuenta de que los profetas le habían advertido a tiempo, y deseó reparar sus yerros. Ezequiel, profeta y sacerdote, reorganizó la nación israelita en Babilonia, y mantuvo viva la esperanza en la reconstrucción. Reelaboró la ley y aumentó el rigorismo.

El decreto que realiza la voluntad de Dios de que su pueblo fuese liberado de la cautividad babilónica, después de esos 70 años de exilio, y fuera posible su regreso a su tierra, fue dado, en cumplimiento de la citada profecía de Jeremías 25:11-12, por Ciro rey de Persia. Esto queda claro y fielmente registrado en el capítulo uno del libro de  Esdras. Aunque se recomienda leer todo el libro, aquí transcribiremos sólo unos pocos versículos.

Esdras 1:1-4: En el primer año de Ciro rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo:  (2)  Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá.  (3)  Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén.  (4)  Y a todo el que haya quedado, en cualquier lugar donde more, ayúdenle los hombres de su lugar con plata, oro, bienes y ganados, además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén.

Setenta años después del inicio del exilio del pueblo de Israel a Babilonia –605 a. C. menos 70 años de cautiverio– nos llevan al 536 a. C.

Algunos confunden el decreto de Ciro de Esdras 1:1-4, que permite el regreso de los primeros exiliados judíos a su tierra, con la orden a que se refiere Daniel 9:25: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas.”

Esta última orden para reconstruir o restaurar Jerusalén, que le fue revelada por Dios a Daniel, con motivo de su ferviente oración, está registrada en el capítulo siete de Esdras. Perfectamente datada en la Santa Biblia, fue dada realmente “...en el séptimo año del rey Artajerjes. (8) Y llegó a Jerusalén en el mes quinto del año séptimo del rey” (Esdras 7: 7 úp, 8), y corresponde a la segunda repatriación.

Esdras 7:11-14: 11 Esta es la copia de la carta que dio el rey Artajerjes al sacerdote Esdras, escriba versado en los mandamientos de Jehová y en sus estatutos a Israel: 12 Artajerjes rey de reyes, a Esdras, sacerdote y escriba erudito en la ley del Dios del cielo: Paz. 13 Por mí es dada orden que todo aquel en mi reino, del pueblo de Israel y de sus sacerdotes y levitas, que quiera ir contigo a Jerusalén, vaya. 14 Porque de parte del rey y de sus siete consejeros eres enviado a visitar a Judea y a Jerusalén, conforme a la ley de tu Dios que está en tu mano;

Estos textos dan la clave para fijar el inicio de la profecía de las setenta semanas de años del capítulo nueve del libro de Daniel (9:25), que anticipa el año del Bautismo de Jesús (27 d.C.). Esta orden fue dada en el año 457 a. C., como así lo confirma la historia; del citado año, parten las setenta semanas de años (490 años), que se extienden hasta el año del Bautismo de Jesús (27 d.C.), con el inicio de Su ministerio, y Su muerte unos tres años y medio después (7). Veamos que dice  wikipedia.org:

“Artajerjes encargó a Esdras un sacerdote-escriba judío, a través de una carta de decreto, que se encargara de los asuntos eclesiásticos y civiles de la nación judía. Una copia de este decreto aparece en el Libro de Esdras, 7:13-28.

“Esdras entonces abandonó Babilonia en el primer mes del séptimo año (aproximadamente 457 a. C.) del reinado de Artajerjes, al frente de una compañía de judíos que incluía a sacerdotes y levitas. Llegaron a Jerusalén el primer día del quinto mes del séptimo año (Calendario hebreo)”.

 http://es.wikipedia.org/wiki/Artajerjes_I.

La reconstrucción de la comunidad judía en Jerusalén había comenzado bajo Ciro el Grande quien había permitido a los judíos cautivos en Babilonia regresar a Jerusalén y reconstruir el Templo de Salomón. Una serie de judíos había, en consecuencia, regresado a Jerusalén en el año 537 a. C.

Hasta aquí la historia sagrada, inacabada, e incompleta del pueblo de Israel, pero que he necesitado contar a grandes rasgos, a fin de situarnos en el marco histórico donde Dios proporciona una legislación especial, de aplicación únicamente para un solo pueblo –Israel–, y adaptada para esa época y a ese pueblo, que debía, por encima de todo, mantenerse fiel al Dios único, al Eterno; y para ello, debía obedecer, y santificarse constantemente, y sobre todo no contaminarse de las depravaciones y corrupciones de sus pueblos vecinos.

4. ¿Es correcto decir que la Biblia ordena matar a las hechiceras?

Ahora es el momento de explicar por qué razón no es cierta la afirmación de mi estimado lector:

“La Biblia, por ejemplo, ordena matar a las hechiceras, también permite la matanza de animales” (Albretch).

Es irresponsable y puede confundir e incluso hacer creer a mucha gente que la Biblia respalda la aplicación de la pena de muerte (8), no solo para delitos tales como los asesinatos u homicidios (Núm. 35:9-34) –lo que no nos extrañaría, pues en la actualidad hay Estados modernos que la contienen en sus legislaciones y la aplican– sino también para las transgresiones de algunos preceptos morales de la Ley del Sinaí, como por ejemplo, cuando “Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. (33) Y los que le hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación;  (34)  y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le había de hacer. (35) Y Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento. (36) Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Jehová mandó a Moisés” (Números 15:32-36).

Examinemos algunos casos y causas de aplicación de la pena de muerte (registrados en el Antiguo Testamento).

No puedo pretender presentar, aquí y ahora, todos los causas que se registran en la Biblia (Antiguo Testamento) por las que la legislación del antiguo Israel demandaba la aplicación de la pena de muerte, sino solo, como ejemplos, los siguientes:

Algunas de estas actividades proliferan hoy en día, pues se han multiplicado los adivinadores y los que tratan de comunicarse con los espíritus de los muertos, es decir, el espiritismo, parapsicología, todo tipo de fenómenos paranormales, etc. En esta web he tratado estos asuntos en varios artículos.

Otras transgresiones de la Ley que implicaban pena de muerte:

“Estos son los estatutos, ordenanzas y leyes que estableció Jehová entre sí y los hijos de Israel en el monte de Sinaí por mano de Moisés” (Levítico 26:46).

Ahora, podemos formularnos muchas preguntas, como por ejemplo; ¿había necesidad de promulgar tantas leyes? ¿Son buenas o malas estas leyes, no en sí mismas sino referidas a la época de la historia en que se establecieron?

A los que vivimos en la actualidad –siglo XXI– esa legislación en general, nos repugna. Pues la aplicación de la pena de muerte, en muchos casos nos puede parecer injusta y desproporcionada, si aplicamos los criterios y parámetros que predominan hoy día. Por eso, necesitamos hacer un esfuerzo de imaginación para retrotraernos a aquella época de la historia –hace unos tres mil quinientos años–, y pensar si ¿eran los seres humanos de entonces muy distintos a los que vivimos en el presente tiempo?

En mi opinión, el corazón del hombre no convertido a Dios es igualmente depravado y corrupto, ahora como en anteriores épocas históricas. Lo que ha experimentado un cambio enorme es el conocimiento del ser humano en sí mismo, y el de todas las áreas en que se desarrolla: educación, cultura, ecología, tecnología, etc. Por ejemplo, los avances en la ciencia médica y en la tecnología han sido espectaculares, y solo teniendo en cuenta los últimos cincuenta años.

Las revoluciones espiritual y moral que supusieron la Encarnación del Verbo eterno en Jesucristo, sus buenas nuevas de salvación, su enseñanza de “Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 13:34-35; 15:12), y Sus mandamientos, “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44), han ido, aunque lentamente, durante más de dos mil años transformando a muchos seres humanos, y a las sociedades y naciones que conforman.

Es ese el motivo que, desde nuestras sociedades –tan avanzadas en derechos humanos, espiritualidad cristiana, y posibilidad de acceso inmediato a todo tipo de información, que conlleva a una indudable interacción entre las distintas sociedades, culturas, civilizaciones, naciones, etc.–, no se pueda comprender al hombre de la Edad Antigua, que vivía inmerso en el oscurantismo, donde la justicia de los gobernantes solía brillar por su ausencia, y predominaba, la ley del más fuerte.

Aunque no conozco las legislaciones de las naciones que rodeaban al Israel antiguo, me atrevo asegurar que las leyes de todo tipo que estableció Dios a Su pueblo son las más avanzadas y adecuadas para aquel tiempo o época de la historia, a fin de conseguir, transformar un pueblo ignorante, y embrutecido por muchos años de esclavitud, en un pueblo santo, depositario de la Revelación de Dios, y capaz de recibir al  Verbo de Dios (Juan 1:1-3).

¿Por qué estoy tan seguro si ignoro cuáles eran las legislaciones de los otros pueblos que rodeaban a Israel? Si verdaderamente fue Dios –y esa es mi convicción– el que reveló las citadas leyes a Su pueblo, necesariamente serían las más justas y adecuadas a su época histórica en que se promulgaron, e imprescindibles para que Israel lograra no solo sobrevivir entre las naciones sino que también cumpliera el Plan de Dios de salvación de toda la humanidad, mediante la preservación de Su Palabra, y el acogimiento de Su Hijo, Jesucristo.

Creo que mi frase del inicio de este artículo –¿No sabe toda persona normal que los actos de matar y robar son malos de por sí sin más?– no se le puede tratar de contrarrestar con la frase “La Biblia, por ejemplo, ordena matar a las hechiceras, también permite la matanza de animales”, de mi estimado lector. Como viniendo a decir, que matar a veces es bueno porque lo ordena la Biblia, y, por tanto, el bien y el mal son relativos, dependen de las circunstancias.

En primer lugar, la Biblia –Antiguo Testamento– no ordena que las personas se maten entre sí, se cometan homicidios o asesinatos; por el contrario, manda “No matarás” (Éxodo 20:15; Dt. 5:17), y “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová”  (Levítico 19:18). Y no hablamos del Nuevo Testamento, que va mucho más allá con sus mandamientos de “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

Otra cosa muy distinta es que cuestionemos la justicia y proporcionalidad de las leyes del Antiguo Testamento, desde la óptica del hombre de hoy día, lo cual sería un juicio incorrecto, porque no nos habríamos situado en la época histórica, y en la misión singular que debería realizar Israel en el Plan de Dios. Pero, en ese caso, debemos preguntarnos ¿quién es el hombre para cuestionar a Dios y Sus métodos y forma de llevar a cabo Sus planes?

5. Conclusión

Ciertamente la Ley del Antiguo Testamento fue dada por Dios exclusivamente para Israel, adaptada para esa época de la antigüedad, introducida poco después de la liberación y éxodo de Su pueblo de la esclavitud de Egipto, hacia el año 1500 a.C.; y, como hemos visto, tendría vigencia hasta la muerte y resurrección de Cristo, cuando sería abolida por la entrada en vigor del Nuevo Pacto en Cristo (año 30 d.C.). Su objetivo era desenmascarar el pecado (Romanos 3:20; Gálatas 3:19), y crear unas condiciones de gobernabilidad adecuadas a la época histórica en que se desarrolló Israel; y para preparar un pueblo santo, que no se contaminara de las muchas influencias idolátricas de los pueblos y naciones paganas de que estaban rodeados, a fin de que este pueblo fuera depositario de Su Palabra y pudiera recibir al Mesías (Lv 11:44-45; 19:2; 20:26-27; Dt. 7:6-11; 9:3-17).

Deuteronomio 7:6-11: Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. (7) No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; (8) sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto. (9)  Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; (10) y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. (11) Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas.

Deuteronomio 9:6: Por tanto, sabe que no es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú.

Notemos que la Palabra de Dios se refiere a Israel como “el más insignificante de todos los pueblos” (Dt. 7:7) y duro de cerviz” (Dt. 9:6); es decir, un pueblo rebelde e indómito, que estuvo esclavizado en Egipto durante decenas de años, y, por tanto, sometido a duros trabajos sin conocer apenas descanso para sus fatigadas y embrutecidas vidas. Dios tuvo que enseñarles a obedecer, empezando por lo más sencillo, que observaran el reposo en el séptimo día de la semana (Éxodo 16:4-5); para lo cual les hizo el milagro del Maná –el pan del cielo–, que tenían que recoger todos los días, y no guardar para el día siguiente porque se corrompía. Sin embargo, el viernes debían recoger doble porción para el sustento del día sábado, y de esa manera no hacer trabajo alguno en ese día santo. Dios hacía entonces el milagro que no se corrompiera, a fin de que aprendieran a observar el reposo sabático, que más tarde sería incluido como cuarto mandamiento de las tablas de piedra. Esta fue la pedagogía de Dios con un pueblo tan duro de cerviz: “para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no” (Éxodo 16:4).

Éxodo 16:4-5  Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. (5) Mas en el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día.

Poco más tarde, Dios estableció la observación del reposo sabático como la señal del Pacto Antiguo entre Él e Israel, distintivo entre todas las naciones (Éxodo 31:12-17), que les distinguiría como un pueblo especial consagrado a Dios. Pero obsérvese el riguroso reglamento del mandamiento del reposo sabático, que sancionaba con la pena de muerte al que lo desobedeciera: “el que lo profanare, de cierto morirá… (15) cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá (Éxodo 31:14-15).

Éxodo 31:12-16: Habló además Jehová a Moisés, diciendo: (13) Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico. (14) Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada de en medio de su pueblo. (15) Seis días se trabajará, mas el día séptimo es día de reposo[c] consagrado a Jehová; cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá. (16) Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo.

Levítico 20:26-27: Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos.  (27)  Y el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos.

A propósito, ¿por qué algunas iglesias cristianas se empeñan en enseñar que la Ley del reposo sabático está vigente para los cristianos, empeñándose en sostener que la Ley de las tablas de piedra –los Diez Mandamientos– es obligatoria para los cristianos? ¿Cómo se atreven a escoger aquello que les parece bien de la Ley, y, sin embargo, omiten otras partes de la misma, como por ejemplo, el citado reglamento? No es consecuente, ni coherente, ni correcto extraer partes del Antiguo Testamento  y afirmar que están en vigor o son de aplicación al pie de la letra, y desechar otras leyes porque ya las consideran obsoletas. La Ley –es decir, el Pentateuco o Torá– forma una unidad indivisible que no permite extraer partes de ella y rechazar otras como si de un menú se tratase. O se acepta y se aplica toda o se da por abrogada en Cristo (Hebreos 8:13).

No debe extrañarnos que el pueblo de Israel estuviera sujeto a tan dura disciplina, como es la pena de muerte; porque a pesar de todos los milagros que Dios les mostró, –como atravesar el Mar Rojo en seco al dividir sus aguas, la manifestación gloriosa de la Ley en el Monte Sinaí promulgada por Dios mismo, el Maná, el surgimiento del agua de la roca, la protección y guía de Dios durante los cuarenta años de travesía por el desierto, que les protegía, del calor diurno con la columna de  nube, y del frío y oscuridad de la noche, con la columna de fuego, el Tabernáculo con el Arca de la Alianza, etc. etc.– no fue capaz de aprender la obediencia de forma permanente.

Por eso, hizo falta que este pueblo tan duro de cerviz, tuviera, además, la sanción de la pena de muerte, pues Dios no podía permitir que la rebeldía se contagiara a todo el pueblo, y no se cumplieran sus promesas de salvación futuras con Cristo, el Salvador del mundo, que tenía que ser acogido por este pueblo.

En mi opinión, hemos comprobado que la Ley del AT, tiene su aplicación a un solo pueblo de la Tierra, en una determinada época de la historia, y que tuvo su fin con Cristo, inaugurándose un Nuevo Pacto que es universal y eterno; Su Reino, puesto que no es de este mundo, no interviene en las legislaciones humanas; por tanto, tampoco se define sobre la pena de muerte, que corresponde solo legislar a los gobiernos de la Tierra. Es, por tanto, solo y exclusivamente una decisión de los mismos; y, de ninguna manera, nadie puede amparase en los ejemplos bíblicos de otras épocas, ya que correspondieron a la formación de un sistema teocrático, para educar un pueblo que pudiera sobrevivir hasta la venida del Redentor. Nadie, pues, debería ampararse en la Santa Biblia para justificar la pena de muerte, porque hoy día no estamos en una teocracia ni concurren las mismas circunstancias históricas.

1 Timoteo 1:3-11: Como te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina,  (4) ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora. (5) Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida,  (6) de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, (7) queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman. (8)  Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente;  (9)  conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, (10) para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, (11) según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.

 

Quedo a su disposición para lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo.

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

(1)  Historia de las Religiones por Carlos Cid y Manuel Riu. Pág. 308
(2)  Historia de las Religiones por Carlos Cid y Manuel Riu. Pág. 309
(3)  Historia de las Religiones por Carlos Cid y Manuel Riu. Pág. 309
(4)  Historia de las Religiones por Carlos Cid y Manuel Riu. Pág. 310
(5) Comentario bíblico Adventista Séptimo día. Tomo 2, pág. 163-164. Publicaciones Interamericanas, 1984
(6) Comentario bíblico Adventista Séptimo día. Tomo 3, pág. 93. Publicaciones Interamericanas, 1984
(7) Se trató este tema ampliamente en: Nacimiento-muerte de Jesús y la profecía de las setenta semanas de Daniel

(8) En este enlace desarrollé el tema: ¿Apoya la Biblia la pena de muerte?

 

 

 

 

 

 

 

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