Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Miscelánea

 

¿Podemos conocer al Dios oculto por medio de Jesucristo?

 
Del Dios oculto a Jesucristo, el Hijo de Dios
 
Versión: 20-11-2017

 

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Creo que a todos nos gustaría que, algún día, la ciencia o los científicos nos dijeran que han encontrado pruebas irrefutables de la existencia de Dios, y que, además, nuevos descubrimientos arqueológicos demuestran, sin ambigüedades, que la Biblia es verdadera y, por tanto, es la revelación de Dios para la salvación de una humanidad que perece. De esta manera ya nadie tendría excusa para no creer en Dios, y esperaríamos que hubiera muchos más que decidieran obedecerle y honrarle como a un Padre.

En ese supuesto, ¿quién o qué podría impedir que los seres humanos eligiesen servir a Dios a fin de agradarle, viviendo una vida santa, sabiendo que ello conlleva recompensa en esta vida, y, después de la muerte, la resurrección y la vida eterna en el Paraíso que Dios tiene preparado para los que le aman (Jn. 14:1-6; cf. Ro. 8:32-39; 2 P. 3:13; Ap. 21:1-7)?

2 Pedro 3:13: Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.

Podría ocurrir que, –si la ciencia demostrase la existencia de Dios, y la arqueología verificara que existieron tales personajes, como Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y otros, citados en el Antiguo Testamento (AT), y, también, se demostrase la historicidad de Jesús, sus discípulos y demás personajes del Nuevo Testamento (NT), y, además, se pudieran probar como verdaderos todos los acontecimientos, señales, prodigios o milagros narrados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento–, muchas personas no tendrían otra opción que creer en la existencia de Dios, y se sentirían, de alguna manera, coaccionadas u obligadas a obedecerle; y esta es una de las razones por las que Dios se oculta, para así dar mayor libertad de elección a sus criaturas humanas. Pero, desgraciadamente, nos encontramos ante una situación totalmente distinta, pues la ciencia no es capaz de probar la existencia de Dios y algunos arqueólogos ahora dicen que no encuentran pruebas de la veracidad de la Biblia, ni de que haya vestigios de la existencia histórica de los patriarcas citados del Antiguo Testamento (1).

Y ¿Creeríamos si Dios mismo nos hablara en la actualidad, como así sucedió en el pasado, según está registrado en el Antiguo y Nuevo Testamento?

Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Dios habló personalmente a Adán y Eva, a Caín, a Noé, a Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, y a los profetas. Y en el Nuevo Testamento, con motivo del Bautismo de Jesús, “hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17); y, también, cuando Jesús se transfiguró, delante de Pedro, Jacobo y Juan, “una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd (Mateo 17:1-5).

No esperemos que haya más Revelación que la que tenemos, desde hace ya casi dos mil años, ni queramos ver al Dios oculto o las pruebas de su existencia, sino que solo debemos atender su mandato del párrafo anterior,  obedeciéndole, escuchando el mensaje de Jesús: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el Evangelio” (Marcos 1:15). Es decir, Jesús nos pide solo dos cosas, que precisan un estado inicial de conciencia, de reconocimiento de nuestra condición de pecadores, que consisten, primero, en arrepentirse –es decir, desear un verdadero cambio o conversión– y, segundo, creer o tener fe en Él: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).

En este estudio bíblico, nos planteáremos cómo podemos llegar a Dios, cómo conocer al Dios oculto, el que el apóstol Pablo quería dar a conocer a los atenienses de su época: “AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. (24) El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas,(25) ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.(26) Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; (27) para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. (28) Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. (29) Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.(30) Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;  (31)  por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. (Hechos 17:23-31).

Y para ello, trataremos de responder a algunas de las siguientes preguntas:

¿Cómo podemos saber que Dios existe? ¿Son suficientes las pruebas filosóficas de la existencia de Dios? ¿Han encontrado los científicos vestigios o evidencias de la existencia de Dios?

¿Por qué Dios está escondido? ¿Por qué Dios no se ha manifestado más claramente a la humanidad, al mundo? ¿El problema del mal impide aceptar que Dios existe? ¿Permanece Dios en silencio ante un mundo que se está destruyendo?

Todos estos interrogantes podríamos sintetizarlos en los siguientes:

2. ¿Existen pruebas fehacientes de la existencia de Dios que no hagan necesaria la fe?

Ciertamente, la ciencia ha avanzado y aumentado tanto que ahora mismo ya no deja lugar a la posibilidad de que Dios haya creado el universo. Los científicos, a fin de no tener que considerar a Dios en ninguna de sus hipótesis, se atreven a sostener que el universo es autosuficiente, y que surgió de la nada, o de un vacío caótico que existía desde la eternidad.

Y, si para la ciencia no existe Dios, ¿cómo explican los científicos la existencia del universo, su orden, sus leyes y la vida que aparece en el mismo? La palabra mágica es “evolución”. La “milagrosa” evolución fue la que formó el universo y cuanto hay en él, iniciándose, hace unos 14.000 millones de años, con el “big bang”; es decir, una gran explosión de una infinitesimal partícula, al parecer, de una especial densidad que, al explosionar, fue expandiéndose creando el espacio, iniciándose el tiempo, y toda la materia del universo, el cual aún sigue expandiéndose en la actualidad.

¿Evolución o creación? He ahí la gran cuestión a la que nos enfrentamos los creyentes de hoy día. Pero antes de poder hablar de ello, es necesario que definamos lo que cada uno de nosotros entendemos por “evolución”.

Por una parte, para la mayoría de los científicos, y de los no-creyentes todo surge por generación espontánea, a partir de la nada; pero, como “de la nada no puede salir nada”, imaginan que hubo un caos inicial, formado por no se sabe a ciencia cierta qué sustancias, algún tipo de energía u ondas electromagnéticas o algo así, que fue evolucionando hasta que se formó la partícula capaz de producir el big bang, que “sabiamente” evolucionó para formar los millones de galaxias, planetas, estrellas, nuestro mundo y la vida en él.

Por otro lado, hay también muchos creyentes que aceptan la teoría de la evolución preconizada por la ciencia, pero reconociendo que Dios creó la materia con determinadas leyes que favoreciesen su evolución, de lo más simple a lo más complejo, y que, en determinado momento, Él infundió el alma a una especie de simios más adelantados.

Para documentar lo que antecede creo que bastará que transcriba, a continuación, unos pocos párrafos del libro “¿Existe Dios?” de Víctor Stenger (2), que terminé de leer no hace mucho tiempo:

“Cuando se originó el universo, su entropía era la máxima posible para un objeto de su tamaño (pág. 121) […] En aquel caso, el desorden era completo y no podía haber ninguna estructura. Por lo tanto, el universo comenzó sin estructuras. En la actualidad presenta estructuras, lo cual guarda coherencia con el hecho de que su entropía ya no sea máxima.

“En síntesis, de acuerdo con nuestro mejor conocimiento cosmológico actual, nuestro universo nació sin estructuras y en ausencia de toda organización, diseñada o de cualquier otra índole. Era un estado de caos absoluto”. (Pág. 122).

“Dicho lo cual nos vemos obligados a concluir que el complejo orden que hoy observamos no pudo ser resultado de un diseño inicial incorporado al universo en el preciso instante de su así llamada creación. El universo no conserva ningún registro de lo acontecido antes de la gran explosión o big bang. El creador si lo hubo, no dejó una sola huella. Por esto mismo es posible que no haya existido.

“[…] Si el universo no se estuviese expandiendo y fuese un firmamento equiparable al que describe la Biblia, entonces por exigencia de la segunda ley, la entropía del universo debería sería ser inferior al valor máximo permitido en el pasado. De esta manera, si el universo tuvo un principio, habría comenzado a partir de un estado de orden elevado necesariamente impuesto desde el exterior. Incluso si el universo se extendiera hasta un pasado infinito, el orden se incrementaría en idéntica dirección, siendo así que la fuente de ese orden desafiaría cualquier explicación natural.

“El principio y la causa

“El hecho empírico del big bang ha provocado que algunos teístas argumenten que esto, en sí mismo, demuestra la existencia de un creador. En 1951, el papa Pio XII expresó lo siguiente ante la Academia Pontificia de las Ciencias: “La creación tuvo lugar en el tiempo, por lo tanto hay un Creador; y en consecuencia Dios existe”. El sacerdote y astrofísico católico Georges-Henri Lemaître, el primero en proponer la idea del big bang, sabiamente recomendó al Pontífice que no calificara esta afirmación de ‘infalible’ ”. (Pág. 123) (2) (Víctor Stenger).

Lo que antecede nos puede estimular a formularnos las siguientes preguntas:

¿Evolución a partir de qué? ¿De la nada? ¿Qué había antes de empezar la evolución? ¿Existía la materia que conforma el universo? Y si existía ¿qué tipo de estructuras formaba primigeniamente la materia? ¿Cómo era esa materia o de qué estaba compuesta? ¿Era totalmente inanimada e inorgánica o contenía algunos elementos orgánicos, es decir, con algún vestigio de vida, aunque fuese solo de la más elemental combinación, en forma de aminoácidos o compuestos químicos similares a las proteínas?

¿En qué tipo de evolución creemos? ¿La evolución de la que hablan los científicos como de un hecho probado, y que se fundamenta en la selección natural de Darwin y en el azar, combinado con miles de millones de años? O bien ¿estamos hablando de lo que se ha venido en llamar “Diseño Inteligente”, a lo que los científicos no le dan ninguna credibilidad?

Nuestra cuestión o problema, como cristianos, es cómo compatibilizar los conocimientos de la verdadera ciencia con nuestra fe en la Revelación bíblica.

¿Tienen razón los científicos cuando sostienen que la vida humana es un producto de la evolución de las especies? Pero, si esto es verdad, ¿cuál es el origen de la materia y de la vida? ¿Procede el universo de la nada, mediante una gran explosión o big bang que se originó espontáneamente hace unos 14.000 millones de años? ¿Qué o quién originó esa gran explosión?

¿Fue Dios quien la originó y dirigió todo, mediante sus leyes, para que se formaran los millones de galaxias, y dentro de ellas los miles de millones de planetas y estrellas? Y después de creada la materia ¿plantó Dios las semillas de la vida, el ADN, los aminoácidos, o cualquier principio más elemental que exista, premisas de la vida?

Y a continuación, ¿hizo algo más Dios para que se multiplicaran las especies y surgiera el hombre o simplemente lo dejó todo al azar y la necesidad añadiéndole unos miles de millones de años? ¿No tuvo Dios un propósito, un plan, un diseño, un designio, una intención preconcebida de crear seres vivos inteligentes semejantes a Él? ¿Qué clase de dios sería si dejase su creación en manos del azar?

¿Surgieron también por evolución los seres espirituales, lo que la Biblia denomina ángeles y demonios o “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12)? En esto la ciencia no dice nada porque no ha sido capaz de comprobar empíricamente su existencia. Sin embargo, para los cristianos es un hecho comprobado que existen estas criaturas espirituales.

Limitándonos al plano de lo natural, es decir, a la forma de vida que conocemos, la que podemos ver en este mundo, ¿cómo podríamos armonizar la idea o teoría de la evolución, tal como la entiende la ciencia de hoy día, con el creacionismo que se desprende de la Biblia, de que todo fue hecho por la Palabra de Dios: “porque Él dijo, y fue hecho, Él mandó, y existió” (Sal. 33:6,9)?

Jesucristo y sus apóstoles respaldaron la inspiración de los libros del Antiguo Testamento, y Él, en particular, se refirió al libro del Génesis, en muchas citas, confirmando la intervención directa de Dios en la creación del mundo, de todo tipo de vida, en particular, el hombre (véase: Mt. 19:4-6; Mt. 24:36-39; Mt. 10:15; Mc. 10:6-9; Lc. 17:26-29; 1 Ti. 2:13-14; Heb. 11:6-7; 1 P. 3:20; 2 P. 2:5-6; etc.). Aquí, solo transcribiremos aquellas citas bíblicas en las que Jesús confirma que el hombre fue creado directamente por Dios:

Mateo 19:4-6: El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, (5) y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? (6)  Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

Marcos 10:6-9: pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios.  (7) Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, (8)  y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. (9)  Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

1 Timoteo 2:13-14: Porque Adán fue formado primero, después Eva; (14) y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.

Y san Pablo, en la epístola a los Romanos, desarrolla la doctrina del pecado original, y la necesidad de un Redentor para expiar los pecados humanos (Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21-22). Y todo depende de la existencia de una primera Pareja –Adán y Eva (Gn. 1:26-28; 2:7,18-24; etc.)– nacida de las manos de Dios, perfecta, pura y santa, cuya desobediencia a Dios causó la tragedia del pecado y la rebelión de la humanidad contra su Creador.

Por todo ello, me es difícil pensar o imaginar que Dios haya tenido que crear a los seres vivos, especialmente a los seres humanos, por medio de la evolución; porque es imposible que Él se pliegue al azar, y, además, se contradiga, de una manera tan evidente, con su Palabra, que habla de una creación directa. Y ya sé que la mayoría de los científicos, por no decir todos –tanto creyentes como agnósticos y ateos– han aceptado la teoría de la evolución como un hecho científico.

En mi opinión, es imposible esta armonización, porque la evolución lo explica todo sin necesidad de la intervención de Dios. ¿Cómo podemos creer que donde no había nada surgiese algo? ¿Cómo pudo formarse la materia que compone todo el universo? Y lo que es más difícil ¿cómo pudo surgir la multiplicidad de formas de vida, de donde solo había materia? ¿Está Dios sujeto al azar?

No obstante lo dicho, se podría intentar hacer una conciliación de la ciencia con la propia revelación de Dios, basándonos en los siguientes textos que encontramos en el capítulo uno del libro del Génesis:

Génesis 1:1-5: En el principio creó Dios los cielos y la tierra.  (2)  Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. 

Pienso que no habría mucho inconveniente, desde el punto de vista de la fe o doctrinal, admitir que hubo un big bang en “el principio” cuando “creó Dios los cielos y la Tierra”. Es decir, Dios, que existe desde la eternidad, sin espacio y sin tiempo (porque no existían ambos parámetros), creó el tiempo y el espacio en “el principio”, para ello eligió formar los Cielos y la Tierra –todo el universo– mediante una gran explosión de una partícula de enorme densidad, como aseveran los científicos, e hizo que, de esta gran explosión, la materia evolucionara hasta formarse el universo, con sus millones de galaxias y miles de millones de planetas y estrellas; y más tarde, en una segunda fase organizó u ordenó esa materia, creando las condiciones para la vida, y la vida misma.

Esta sería la razón de que, en esta primera fase, “la Tierra estaba desordenada y vacía” (Gn. 1:2), y es, luego, en una fase posterior, cuando Dios procede a poner orden, para hacer que el planeta Tierra pudiera ser habitado por el hombre; para ello acondicionaría el Sistema Solar, donde se ubicaría la Tierra, y las demás condiciones para que surgiera la vida vegetal y animal; y al sexto día creó al hombre y la mujer de una forma muy especial, personalmente, de la misma manera que el alfarero obra con el barro para moldear un objeto (Gn. 2:7; cf. Ro. 9:20-21); podríamos decir, para entendernos, con sus propias manos, aunque sabemos que Dios, que es Espíritu, no tiene manos, en el sentido antropológico; pero, en el primer capítulo de Génesis, se distingue perfectamente el modo de creación de los seres vivos –de forma más genérica–, que es mediante una orden de Dios (Gn. 1:20,24), y el modo de formación del hombre, que es mucho más personalizado (Gn. 2:7).

Si todo esto sucedió más o menos de esta manera, los científicos tendrían razón en cuanto que el universo se formó mediante una gran explosión, pero no en cuanto afirman que fue algo espontáneo, sin que haya habido un Creador que dirigiese toda esta expansión del universo, a partir de esa mínima partícula. También se equivocarían al sostener que la vida surgió por azar y que evolucionó desde, lo más elemental, una molécula o célula, hasta ir transformándose en todas las millones de especies diversas que existen, y de ahí al homo sapiens. Creer en este tipo de maravillosa e inteligente evolución implicaría poner más fe en la ciencia que en la Palabra de Dios.

Aunque los científicos rechazan explicar el origen del universo como obra de un Creador –pues ellos han llegado a afirmar que no necesitan a Dios, pues todo ha surgido de la nada o más bien de un vacío caótico y etéreo y de una posible autoformación de multitud de universos, que siempre han existido o que se han ido formando sucesivamente, de forma espontánea (3) – usted, estimado lector, y este humilde escritor, si creemos en Cristo y su Palabra, partimos de la base de que Dios existe y es el Creador de “todas las cosas” –“visibles e invisibles” (Col. 1:16)–, como nos revela la Biblia en numerosos textos: Gn. 1:1; Neh. 9:6; Sal. 8:3; 19:1; 33:6,9; 102:25; 104:19; 146:6; Ro. 1:20; Col 1:16; Heb. 1:10; 11:3.

Génesis 1:1-5: En el principio creó Dios los cielos y la tierra.  (2)  Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.  (3)  Y dijo Dios: Sea la luz (A);  y fue la luz.  (4)  Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.  (5)  Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.

Génesis 1:11-13: Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. (12)  Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.  (13)  Y fue la tarde y la mañana el día tercero. 

Génesis 1:14-19: Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años,  (15)  y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así.  (16)  E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas. (17)  Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra,  (18)  y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.  (19)  Y fue la tarde y la mañana el día cuarto.

Nehemías 9:6:  Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran.

Salmos 8:3: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste,

Salmos 19:1: Los cielos cuentan la gloria de Dios,  Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.

Salmos 33:6-9: Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca.  (7)  El junta como montón las aguas del mar; El pone en depósitos los abismos.  (8)  Tema a Jehová toda la tierra;  Teman delante de él todos los habitantes del mundo.  (9)  Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió.

Romanos 1:20: Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.

Colosenses 1:15-17: Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.  (16)  Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.  (17)  Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;

Hebreos 1:10: Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos.

Hebreos 11:3: Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

3. ¿Podemos llegar a Dios mediante nuestra razón o intelecto?

Sin duda, es mucho más razonable creer que el universo y la vida que hay en él, provienen de la sabiduría de Dios que lo ha creado, que creer las hipótesis evolucionistas de los científicos, que imaginan que todo surgió espontáneamente, incluso la vida. Por eso, los argumentos de nuestra razón o intelecto, pueden estar en perfecta armonía con la Palabra de Dios, que afirma: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). En la belleza y orden de la naturaleza podemos intuir la existencia de un Ser creador que la ha diseñado.

Por otra parte, se ha intentado demostrar la existencia de Dios por medio de diversos argumentos filosóficos como, por ejemplo, el argumento cosmológico, el teleológico, el ontológico, analógico, etc. (4). Aunque algunos de estos argumentos pueden ser más convincentes que otros, realmente no probarán de una manera radical la existencia de Dios, y pocos serán los que por este medio se convenzan; pero nos pueden abrir la mente para considerar con humildad nuestra incapacidad, como seres finitos, para concebir y demostrar la existencia del Ser infinito.

Aunque este artículo no pretende entrar en los citados argumentos –remito al lector a las obras especializadas en este tema, de las que indico unas pocas que he leído recientemente (5) –, sí voy a presentar una de las vías de Santo Tomás de Aquino y otros, a mi manera:

Si nosotros, como seres contingentes e imperfectos que somos, existimos teniendo, por ese mismo hecho en sí, el más alto grado de perfección que implica la propia existencia de vida ¿por qué no iba a existir el Autor de la Vida (Hechos 3:15), que por definición es la infinita perfección? Si existe el ser contingente más imperfecto –y que podría no haber existido porque le debe la existencia a otro–, ¿cómo no va existir el Ser necesario que es la suma perfección, pues si le faltase la existencia no sería nada, pues sería aún menos que el ser contingente que al menos existe aunque no por sí mismo? Si la vida, en sí  misma, es una cualidad de perfección, y la tienen los seres mortales, ¿cómo el Ser perfecto, infinito y eterno no va tener existencia y vida en sí mismo? ¿Será acaso más imperfecto que Sus criaturas a las que ha dado la vida?

Puesto que no soy licenciado en filosofía, ni nada parecido, ignoro si he sabido exponer correctamente este argumento sobre la existencia de Dios, como el Ser necesario, pero a mí me sirve. Ya sé que, como todo argumento sobre la existencia de Dios, es muy discutible; sin embargo, me parece muy convincente.

Para los cristianos este Ser necesario es el único Dios existente que se ha revelado en la Creación (Ro. 1:20), en la conciencia de cada persona (Ro. 2:11-16)  y en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento, mediante los patriarcas y los profetas (Gn. 1-4; 6; 12:1-4; Éx. 3:13-16; Dt. 4:39; 32:39; Is. 43:10-11; 44:6-8; 48:12-13,16; etc.), como  en el Nuevo Testamento, mediante Jesucristo y Sus apóstoles (Mt. 28:19; Juan 1:1-3; 8:58; 9:38; 10:18,30-33,38; 13:9; Ro. 9:5; Fil. 2:5-11; Col. 1:15-23; 2:9; 1ª Ti 3:16; 6:14-16; Heb. 1:8; Ap. 1:4, 7-8,17-18; 19:19; etc.).

Aparte de todo lo que antecede, ¿qué sentido tendría la vida si Dios no existiera o Cristo no hubiera resucitado? Nuestra fe sería vana, porque “Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron”; “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Co. 15:14,17-18,32). Solo Dios y su Revelación pueden dar sentido a la vida del ser humano y satisfacer sus ansias infinitas de paz y felicidad.

A los muchos que afirman que no pueden creer en Dios porque no han encontrado evidencias de su existencia, les decimos que no esperen a que esto suceda. Porque Él nunca se manifestará claramente haciéndose visible a los ojos humanos, ni tampoco será demostrada empírica y científicamente su existencia. Dios nunca se presentará así mismo, porque restringiría la libertad humana, coaccionando a todo el mundo para que creyese en Él necesariamente, sino que Dios pide que tengamos fe, que confiemos en Él y en las promesas y evidencias de su Palabra: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:1-3).

4. ¿Cómo podemos conocer al Dios oculto y relacionarnos con Él?

Ciertamente, “A Dios nadie le vio jamás;” (Jn. 1:18 pp). Si solo nos atenemos a la primera parte de este texto del Evangelio del apóstol Juan, estarían disculpados todos aquellos que no pueden creer en el Dios oculto, porque al no haberle visto nunca, ni oído hablar de Él, ni saber siquiera si existe, les sería imposible conocerle. Y aunque hubieran llegado al convencimiento de que Dios existe –ya sea a causa de alguno o todos los argumentos filosóficos o razones apuntadas anteriormente, o por cualquier otro motivo personal–, si no dispusiéramos de la Revelación bíblica, difícilmente, por no decir imposible, sabríamos a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de Dios.

No obstante, aun sin recurrir a la Biblia, es lógico imaginar que la mayoría de las personas estará de acuerdo que el concepto de Dios implica el de Creador del universo; y también se puede intuir que se trata de un Ser Único, infinitamente perfecto y sabio que, al reunir en sí mismo todas las virtudes, es  inabarcable para la criatura humana.

Poco más podríamos saber de Dios, si Él no se hubiera revelado mediante su Palabra –las Sagradas Escrituras–, la cual no solo confirma nuestras razonables intuiciones, sino que nos proporciona una descripción más amplia de Dios, como, por ejemplo, la siguiente:

Dios se nos revela como:

El Creador de todo cuanto existe y único Dios verdadero:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1; cf. Éx. 20:11). Y Dios, también, se presenta al profeta Isaías como Creador, llamándose  así mismo Jehová, o bien, en otras versiones, Yahvé –“el que es”, “el Yo Soy” (Éx. 3:14) –; cuyo nombre nos quiere expresar que, porque es el Único que tiene la existencia en sí mismo, es el único Dios verdadero: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí…. Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé” (Isaías 45:5,12; cf. 42:5).

Eterno, inmortal, santo, todopoderoso:

“El eterno Dios es tu refugio…” (Deuteronomio 33:27). “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Salmos 90:2).

El único Dios verdadero ha de ser eterno (Is. 44:6) e inmortal (1Ti. 1:17; 6:16), sin principio ni fin, o bien, como lo expresan los siguientes textos bíblicos:

“Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Isaías 44:6).

“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1:17).

“El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Timoteo 6:16).

Dios se presenta a sí mismo como el Todopoderoso: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8). “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1).

“Yo [Juan, el apóstol] estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo [Jesucristo] soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. (17) Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo [Jesucristo] soy  el primero y el último; (18) y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:10-18).

“Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. (9) Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,  (10) los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: (11) Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4:8-11; cf. Is. 6:2-3 y Ez. 1:18; 10:12). 

“Exaltad a Jehová nuestro Dios, Y postraos ante su santo monte, Porque Jehová nuestro Dios es santo” (Salmos 99:9).

Omnipresente y omnisciente

“Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. (2) Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. (3) Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos.  (4) Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. (5) Detrás y delante me rodeaste, Y sobre mí pusiste tu mano. (6) Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender. (7) ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? (8) Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. (9)  Si tomare las alas del alba Y habitare en el extremo del mar, (10) Aun allí me guiará tu mano, Y me asirá tu diestra. (11)  Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor de mí. (12) Aun las tinieblas no encubren de ti, Y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz. (13)  Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. (14) Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien. (15)  No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, Y entretejido en lo más profundo de la tierra. (16) Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas  Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas” (Salmos 139:1-16).

“¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos?  (24) ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jeremías 23:23-24)

Misericordioso, bondadoso, piadoso, compasivo

“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6). 

“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmos 86:5).

Espíritu

Aunque la Sagrada Escritura, como una forma simbólica de hablar, se refiera en muchas ocasiones a rasgos antropomórficos de Dios, como las manos, brazos, ojos, etc., “Dios es Espíritu” (Juan 4:24; 2 Co. 3:17).

Juan 4:24: Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.

2 Corintios 3:17: Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.

Todas estas cualidades, el Nuevo Testamento, las atribuye también a Jesucristo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:13; cf. Ap. 1:11,17). Porque Él es Dios: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (2) Este era en el principio con Dios. (3) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (4) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1-4). “Porque en él [Jesucristo] fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17). “Porque en él [Cristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mt. 28:19).

Aunque Dios es uno en sustancia o esencia, también se nos revela como tres Personas, perfectamente diferenciadas, lo que hace más plausible y factible que su esencia y fundamento sea el Amor, porque el Padre engendró al Hijo, que es la Palabra eterna de Dios (Jn. 1:1-4), y el Espíritu Santo procede del Padre (Jn. 15:26) y del Hijo. Esta doctrina – llamada “Filioque” (“y del Hijo”), o sea, que el Espíritu Santo procede no solo del Padre sino también del Hijo–, aunque no se diga explícitamente en el NT, se deduce implícitamente, por los siguientes textos: Jn. 14:26; 15:26; Hch. 5:9; 2 Co. 3:17; Ro. 8:9; etc. Porque –como argumenta Francisco Lacueva– “si el Espíritu no procediera del Hijo, no podría ser llamado –fehacientemente– “Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9) o. “Espíritu del Señor” (Hch. 5:9; 2 Co. 3:17)” (6) (Pág. 165).

“El que la Iglesia de Occidente añadiese al Credo Niceno-Constantinopolitano (año 589 d.C.) el “Filioque” («y del Hijo») fue una de las causas por las que se produjo el Cisma de Oriente, porque los teólogos orientales se sintieron molestos y, ya en el siglo IX, el patriarca de Constantinopla, Focio, se opuso abiertamente a la doctrina del «Filioque» («y del Hijo»), alegando que era antibíblica y que la doble procesión (del Hijo, por la vía intelectiva, y del Espíritu, por la vía afectiva) era suficiente para explicar la distinción real de las tres personas. Posteriormente (siglo XI), el patriarca Miguel Cerulario consumó el Cisma de Oriente, que perdura hasta nuestros días” (6) (P.164).
 
“Así pues, el nombre «Espíritu» está muy bien aplicado a la Tercera Persona divina, la cual procede del Padre y del Hijo por la vía del amor o procesión afectiva, mientras que el Hijo o Verbo procede del Padre por la vía del conocimiento o procesión intelectiva; de modo que, mientras el Verbo o Logos es la expresión exhaustiva de la Verdad de Dios (Jn. 1:18), el Espíritu o Pneuma es la impresión infinita del Amor de Dios (Rom. 5:5). En efecto, nuestra inteligencia capta o caza los objetos y los expresa en conceptos, mientras que nuestro corazón es conquistado o cazado por los valores o bienes que percibe o imagina en las cosas”.

“Este Espíritu es llamado «Santo», no porque las demás personas no sean santas igualmente (cf. Is. 6:3), sino porque: a) el Espíritu Santo procede por la vía del amor, el cual es «santo» de una manera peculiar en Dios, por cuanto la voluntad divina está indeclinablemente orientada hacia el Bien, lo cual constituye la santidad moral; b) al Espíritu Santo se atribuyen los oficios de regenerar espiritualmente (Jn. 3:3, 5, 8), sellar y separar (Ef. 1:13) y santificar (2 Tes. 2:13) a los creyentes.” (Pág. 161) (7)

Dios es amor (1 Jn. 4:8,16).

1 Juan 4:8: El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.

1 Juan 4:16: Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.

El amor es la característica esencial del Creador, la cual se deriva de su existencia en tres Personas. Así como nunca hubiéramos imaginado a un Ser único existiendo en tres Personas, también era impensable un Dios cuya esencia es el Amor, y, esto último nos resulta, si cabe, mucho más inverosímil, debido a la existencia del mal en este mundo, con todo lo que conlleva de dolor, sufrimiento, muerte e injusticias por doquier. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:4-5). El apóstol Pablo se refiere a la vida espiritual, a la “nueva criatura” (2 Co. 5:17) que surge cuando hacemos morir nuestro viejo hombre y resucitamos espiritualmente en “vida nueva” (Ro. 6:2-14; cf. Col. 3:5-17).

Veamos también otros textos, en primer lugar, el testimonio del propio Jesucristo (Jn. 3:16), al que le sigue, de nuevo, el del apóstol Pablo, que vuelve hacer énfasis en el amor de Dios a los seres humanos:

Juan 3:16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Romanos 5:8: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Después de que las criaturas humanas se rebelaran contra Dios, Él no las abandonó a su suerte, sino que nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado [Jesucristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:18-21).

Sin embargo, a pesar de estas pocas características descritas arriba, que son solo un minúsculo atisbo de la naturaleza de Dios, y aunque fuéramos capaces de enumerar muchas más, la criatura humana seguiría sin poder abarcar al Ser infinito, y, por ende, de conocerle solo ínfimamente.

Por eso, el apóstol Juan, en la última parte del versículo 18, del capítulo 1, de su Evangelio, que enunciábamos al principio de este epígrafe, nos da la clave fundamental para que el ser humano pueda acceder al conocimiento de nuestro Creador: “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18 úp). Y Jesús mismo lo confirmó, cuando Él declaró: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn.14: 9). Pero mejor es que veamos también el contexto porque es muy ilustrativo e interesante:

Juan 14:7-11: Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.  (8)  Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.  (9)  Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?  (10)  ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. (11) Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.

Por tanto, si queremos conocer a Dios Padre, conozcamos a su Hijo, porque “Él es la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15). Leamos también un poco de lo que sigue:

Colosenses 1:15-17: Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.

Puesto que en Jesucristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9), y porque Él es “el resplandor de la gloria del Padre” y “la imagen misma de su sustancia” (Heb. 1:3), contemplémosle, y averigüemos, a través de los Evangelios, y de todo el NT, cuál es su carácter, y descubriremos cómo es Dios y cuál es su voluntad y lo que le agrada. Todo ello es lo único que necesitamos conocer de Dios, para acceder a nuestra salvación.

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1:18). Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;  (8)  y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).

Gálatas 6:14: Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.

1 Corintios 2:1-2: Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. (2) Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.

Estos textos dan razón de por qué la criatura humana, por muy inteligente que sea, es incapaz de aceptar el sencillo mensaje de salvación del Evangelio: “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios,  (15)  diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio(Marcos 1:14-15). Esto nos lleva a comprender que Dios no nos exige grandes cosas, obras, hazañas, sacrificios o penitencias, para ser salvos, sino simplemente, que seamos lo suficientemente humildes como para que reconozcamos nuestros pecados, nos arrepintamos y creamos en el Evangelio, o sea, en Jesucristo y su Reino celestial. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  (9)  no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

Por eso, el solo conocimiento intelectual de la voluntad de Dios no basta para que el ser humano se convierta, es decir, pase de muerte espiritual (Ef. 2:1-9) a nueva vida en Cristo (Ro. 6:1-14; 2 Co. 5:17). Si nuestra salvación fuera concedida por la realización de alguna obra, tendríamos motivos para envanecernos, en caso de que lográramos realizarla con nuestra propia habilidad. De ahí, que la Palabra de Dios enseñe que no podemos llegar a Dios solo con nuestro intelecto –ya sea por medio de argumentos filosóficos probatorios de su existencia o incluso por el estudio de las Sagradas Escrituras, si no hay intervención del Espíritu de Dios–, independientemente de la Gracia de Dios.

Nuestra salvación es obra de Dios (Jn. 6:29-33; cf. Ap. 7:10): “Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29-33). Depende de nuestra fe en Jesús, de que creamos que Él es “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16-17); “Esta es la obra de Dios”, que creamos en Jesús, el enviado del Padre; y, para ello, necesitamos que Jesús nos revele, personalmente a cada creyente, al Padre para que podamos conocerle (Mt. 11:25-27). Y para ello debemos ser como niños, no en el sentido de ingenuidad o de inmadurez o infantilismo, sino en el sentido de inocencia, confianza, humildad y sin malicia alguna (Mt. 11:25; cf. Lc. 10:21; Mt. 18:3; etc.).

Mateo 11:25-27: En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. (26) Sí, Padre, porque así te agradó.  (27) Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Mateo 16:16-17: Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.  (17)  Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.

Juan 6:27-51:  Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.  (28)  Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?  (29)  Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.  (30)  Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?  (31)  Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer.  (32)  Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.  (33)  Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.  (34)  Le dijeron: Señor, danos siempre este pan.  (35)  Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.  (36)  Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis.  (37)  Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.  (38)  Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.  (39)  Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.  (40)  Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.  (41)  Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo.  (42)  Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?  (43)  Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros.  (44)  Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.  (45)  Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.  (46)  No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre.  (47)  De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.  (48)  Yo soy el pan de vida.  (49)  Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron.  (50)  Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera.  (51)  Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.

Juan 7:16-18: Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.  (17)  El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.  (18)  El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.

5. ¿Cómo podemos conocernos a nosotros mismos puesto que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios?

Si a Dios le conocemos a través de Jesucristo, “la imagen del Dios invisible” Col 1:15), “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Heb. 1:3), y puesto que Jesucristo, además de ser Dios, es también el hombre perfecto, “el postrer Adán “ (1 Co. 15:45), “el Hijo del Hombre”, al contemplarle a Él, conoceremos cómo era el hombre creado por Dios, a su imagen y semejanza, según su Plan creador original; y, a la vez, de esta manera, concebiremos al hombre o mujer que Dios proyecta para nosotros, a fin de que seamos “hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras…” (Ef. 2:10).

Nunca llegaremos a un conocimiento completo de lo que realmente somos, si nos conformamos con nuestra vieja naturaleza, la que obtuvimos por nacimiento físico; aun cuando pudiéramos llegar a conocernos, a nosotros mismos, en un estado anterior a la conversión, no sería nuestro verdadero yo. El conocimiento de uno mismo se obtiene cuando tenemos una verdadera relación con Dios por medio de Jesucristo, porque es entonces cuando el Espíritu Santo, morando en el cristiano, le transforma en imagen y semejanza de Dios.

Puesto que Dios es Espíritu, y los humanos somos de “carne y huesos”, podemos, también, preguntarnos: ¿en qué la criatura humana es imagen y semejanza del Creador?

Simplemente, en que los seres humanos que Dios creó poseían las mismas cualidades o características de Dios, pero en grado finito como corresponde a toda criatura.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, no en lo físico o material, –porque “Dios es Espíritu” (Juan 4:24) y  nosotros somos de “carne y huesos” (Lc. 24:39)– sino en lo psíquico y en lo espiritual:

6. Conclusión

En lo que antecede hemos comprobado que la ciencia no ha descubierto indicios ni siquiera un solo vestigio de la existencia de Dios. Los científicos, prescindiendo totalmente de Dios, recurren – para explicar todo lo que existe no creado por el hombre– a la teoría de la evolución y a que hubo una gran explosión de una partícula infinitesimal, pero de gran densidad, hace unos 14.000 millones de años, que originó el universo, incluyendo los distintos tipos de vida, todo de forma espontánea, a partir de la nada, o de una especie de caos inicial, o por eterna generación espontánea de multiuniversos, etc. (8).

La fe de los creyentes no se sustenta en lo que los científicos puedan probar  de la existencia de Dios; por tanto, tampoco tiene que ser afectada por sus teorías e hipótesis, de las que excluyen totalmente a Dios.

Un cristiano no puede creer, en coherencia con las Sagradas Escrituras, que el ser humano sea el producto, o resultado, casual de una evolución de las especies inferiores; es decir, fruto del azar; pero tampoco puede estar de acuerdo en que Dios se haya servido de leyes de la evolución para hacer que surgiera el hombre, infundiéndole en un momento determinado de la historia del mundo, un alma humana, como propuso Teilhard de Chardin, lo cual es aceptado por la Iglesia católica; porque esto contradice la clara enseñanza de Jesús:  “El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo…?” (Mateo 19:4).

La criatura humana, que fue creada a imagen y semejanza de Dios, se corrompió al separarse de su Creador y rebelarse contra Él: “Por esto, así como por un hombre el pecado en el mundo entró, y, por el pecado la muerte; y así a todos los hombres la muerte pasó; en quien todos pecaron” (Ro. 5:12; Versión de los LXX, de Guillermo Jünemann).

La razón o intelecto humano puede intuir la existencia de Dios; se conocen muchos argumentos filosóficos que intentan probar su existencia, pero, aunque hubiera alguno concluyente, no sería suficiente para que la criatura humana conociese a su Creador, y, mucho menos, que pudiera establecer una verdadera relación entre hijo y Padre celestial. Aunque “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18).

Dios se ha manifestado en Cristo. Ahora ya no tenemos excusa, ya no podemos decir, con todo rigor y rotundidad, que Dios no existe, o que, aun cuando existiera, la criatura humana no puede acceder a un Ser Creador, infinito, invisible, lejano, etc. Porque  “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2). “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. (12) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:11-12).

1 Timoteo 2:5-6: Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,  (6)  el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.

Las Sagradas Escrituras nos revelan a Dios y a su Plan de Salvación para la humanidad. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; (31) por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. (Hechos 17:30-31).

1 Corintios 1:21-31: Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.  (22)  Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría;  (23)  pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; (24) mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. (25)  Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.  (26)  Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; (27)  sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;  (28)  y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, (29)  a fin de que nadie se jacte en su presencia.  (30)  Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;  (31)  para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.

Solo podemos conocer al Dios oculto y relacionarnos con Él, por medio de Jesucristo.

Si conocemos a Jesús, conocemos al Padre, porque Jesús dijo: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto… El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Jn. 14:7,9).

Juan 14:6-11: Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (7) Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. (8)  Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. (9) Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?  (10)  ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. (11)  Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.

Juan 10:30: Yo y el Padre uno somos.

 

Afectuosamente en Cristo.

 

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

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Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

(1) Finkelstein, Israel y Siberman, Neil Asher, La Biblia desenterrada; Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados, segunda Edición, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2005. Citado por Stenger, Víctor J. ¿Existe Dios? El gran enigma; págs. 189-193; 2008; Ediciones Robinbook, S.L. Barcelona.

(2) Stenger, Víctor J., ¿Existe Dios? El gran enigma; págs. 121-123; Ediciones Robinbook, S.L. Barcelona, 2008. 

(3) Monserrat, Javier, El gran Enigma (Ateos y creyentes ante la incertidumbre del más allá), págs. 166-167; Editorial San Pablo. Madrid, 2015.

(4) Sayés, José Antonio, Dios y la razón; págs. 157-260; Edicep C.B. Valencia, 2005.
Galcerá, David, ¿Hay alguien ahí? (Debates en torno a la existencia de Dios), págs. 17-157; Editorial Clie, 08232    Viladecavalls (Barcelona), 2006.

(5) Otra Bibliografía consultada recientemente:

(6) Lacueva, Francisco, Un Dios en tres Personas, págs. 164-165, Libros CLIE,  Galvani, 113; 08224 TERRASSA (Barcelona), 1989.

7) Lacueva, Francisco, Un Dios en tres Personas, pág. 161, Libros CLIE,  Galvani, 113; 08224 TERRASSA (Barcelona), 1989.

(8) Monserrat, Javier, El gran Enigma (Ateos y creyentes ante la incertidumbre del más allá), págs. 166-167; Editorial San Pablo. Madrid, 2015.

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento

 

 

 

 

 

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