Preguntas y Respuestas
Miscelánea
¿Por qué quiso ser bautizado Jesús si era sin pecado?
Versión: 13-12-2016
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
Estimada hermana Rosa, ciertamente, la pregunta siguiente que me formulaste me gusta cómo está planteada y es muy interesante:
“Sabemos que Jesús nació inmaculado, murió inmaculado y resucitó inmaculado (Lucas 1: 35), esto es, sin pecado, entonces ¿por qué se bautizó Jesús por manos de Juan el Bautista si el bautismo de Juan era "el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados" (Marcos 1: 4-5)? (Rosa)
En primer lugar, leamos los textos del Evangelio de Marcos que citas, insertos en un amplio contexto:
Marcos 1:1-8: Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. (2) Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. (3) Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas. (4) Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. (5) Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. (6) Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre. (7) Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. (8) Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo. (9) Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. (10) Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. (11) Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
En segundo lugar, para obtener una idea lo más completa posible sobre Juan el Bautista y el bautismo de Jesús, deberemos comparar con las descripciones paralelas que los otros tres Evangelios hacen de aquel personaje y de este evento tan importante que protagoniza Jesús al inicio de su ministerio (Mt. 3:1-17; Lc. 1:5-26, 36, 39-80; 3:1-22; Jn. 1:6-8, 15-16,19-37).
El Evangelio de Mateo es el único que nos proporciona una respuesta de Jesús respecto a la razón o motivos por los que pidió ser bautizado. Son unas misteriosas palabras que Jesús dirige a Juan, para contrarrestar la oposición de éste a bautizarle: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mt. 3:15). Leámoslo con algo de contexto:
Mateo 3:13-15: Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. (14) Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (15) Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.
A lo largo de este estudio bíblico, comprobaremos, por una parte, quién fue Juan el Bautista, su misión y su relación con el Mesías; y por otra, la condición impecable de Cristo-Hombre, y finalmente, trataremos de interpretar el significado de la declaración de Jesús del citado versículo (3:15), y las razones de por qué Jesús quiso ser bautizado por Juan el Bautista al inicio de su ministerio público.
2. ¿Quién fue Juan el Bautista y cuáles su misión y relación con Jesucristo?
En el primer capítulo del Evangelio de Lucas se describen, minuciosamente, el origen de Juan el Bautista, sus progenitores, circunstancias y datos de su nacimiento, así como la misión a la que fue predestinado por Dios.
Las circunstancias de su nacimiento fueron extraordinarias o, mejor dicho, milagrosas, porque sus padres, el sacerdote Zacarías y su esposa Elisabet, “ambos eran ya de edad avanzada” y “Elisabet era estéril” (Lc. 1:5,7). Pero Dios le comunicó a Zacarías, por medio del ángel Gabriel lo siguiente: “…no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. (14) Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; (15) porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. (16) Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. (17) E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:13-17).
En pocas palabras, el ángel Gabriel nos describe la posición tan importante que ocupará Juan en el Plan de Dios de salvación de la humanidad y su misión dentro de ese Plan. Juan iba a ser “grande delante de Dios”, consagrado, dedicado a Dios desde antes de nacer, como señala la frase de “No beberá vino ni sidra”, que es una condición para ser nazareo, que significa “separado o consagrado”, según la ley del AT (Núm. 6:1-5). Además, la Palabra de Dios nos presenta, a continuación, en qué consistirá su misión, y con qué poder o Gracia la llevará a cabo: “Y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. (16) Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. (17) E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:15-17).
Con los textos citados arriba, el ángel Gabriel nos da la interpretación de la siguiente profecía de Malaquías (4:5-6):
Malaquías 4:5-6: He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. (6) El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.
Juan el Bautista cumple esta profecía de Malaquías. Pero Gabriel no nos dice que Juan sea la misma persona que el Elías que vivió cerca de 900 años a.C. y que fue trasladado al Cielo sin conocer la muerte (2 R. 2:11), sino que Juan tiene “el espíritu y el poder de Elías” (Lc. 1:17). Es decir, Juan es lleno del Espíritu Santo así como lo fue Elías. Por otro lado, disponemos del testimonio de Jesucristo que, refiriéndose a Juan el Bautista, dijo: “él es aquel Elías que había de venir” (Mt. 11:13-14; cf. Mt. 17:10-13; Mr, 9:11-13; Jn. 1:21).
Mateo 11:9-14: Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. (10) Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. (11) De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. (12) Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. (13) Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. (14) Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.
Mateo 17:10-13: Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? (11) Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. (12) Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. (13) Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
El testimonio de Nuestro Señor Jesucristo sobre Juan el Bautista es concluyente, porque nos desvela, en primer lugar, que él no es la misma persona que el Elías del AT, sino otra distinta con rasgos semejantes; en segundo lugar, nos dice que Juan es el que cumple también la profecía de Malaquías (3:1), que Jesús cita al referirse a la misión de Juan: “Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mt. 11:10); y en tercer lugar, deja claro que el Bautista es algo “más que profeta” (Mt. 11:9).
Malaquías 3:1: He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.
Algunos –los que todavía no tienen el Espíritu de Cristo– han creído ver en estos textos, un respaldo de la Biblia a la creencia de que los espíritus de los muertos se vuelven a reencarnar una y otra vez en otros seres vivos. Pero Cristo habla figuradamente, dando a entender que Juan tendría muchos rasgos y características semejantes al profeta Elías, de entre los que destacan ser profeta, lleno del Espíritu Santo y su peculiar indumentaria semejante a la del profeta Elías (véase 2 R. 1:8; cf. Mr. 1:6). En el artículo –¿Apoya la Biblia la creencia en la reencarnación?– trato específica y ampliamente este tema.
El evangelista Lucas, riguroso y científico como le caracteriza, ubica la concepción y nacimiento de Juan el Bautista “en los días de Herodes, rey de Judea” (Lc. 1:5); y el comienzo de su ministerio –es decir, cuando empezó a predicar “el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” (Lc. 3:3)–, “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, (2) y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás” (Lc. 3:1-6). Leámoslo en su contexto:
Lucas 3:1-6: En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, (2) y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. (3) Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados, (4) como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas. (5) Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; (6) Y verá toda carne la salvación de Dios.
Por la Historia, sabemos que Herodes el Grande murió hacia el mes de abril del año 4 a.C., por lo que Juan –al igual que Jesucristo– tuvo que nacer algún tiempo antes de esa fecha; pero, Lucas, además, nos da, con todo lujo de detalles, la fecha del comienzo del ministerio de Juan el Bautista, –y también la del inicio del ministerio de Jesucristo– en “el año decimoquinto del imperio de Tiberio César”, en el que concurren el resto de datos que proporciona Lucas (Lc. 3:1), que, según nos dicen los historiadores, corresponde al año 779 de la fundación de Roma (26 d.C.) (1). Este año es muy importante porque coincide también con el del inicio del ministerio de Jesús y de su bautismo, lo cual es el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de años del libro de Daniel (9:24-27); es decir, cuando Jesucristo inicia, con su bautismo, su ministerio, cumple también la profecía de “poner fin al pecado, expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (Daniel 9:24). Leamos algo de su contexto a continuación:
Daniel 9:24-27: Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. (25) Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. (26) Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. (27) Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador.
Por otra parte, sabemos que el ángel Gabriel le dice a la virgen María –madre de Jesús–: "Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril” (Lucas 1:36). Es decir, como Juan el Bautista nació medio año antes que Jesús, y Lucas registra que “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años…” (Lucas 3:23), esto nos permite conocer también la edad de Juan. En el artículo Nacimiento y muerte de Jesús en la profecía de Daniel, he tratado más ampliamente sobre estas fechas que se deducen de los datos suministrados por Lucas (3:1-2), pero relacionados con el cumplimiento de la, antes citada, profecía de las setenta semanas del libro de Daniel (9:23-27).
Resumiendo, Juan el Bautista fue predestinado para ser “profeta del Altísimo” (Lc. 1:76), y con una clara e importante misión, profetizada por algunos profetas del AT, como Isaías: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios” (Isaías 40:3), o Malaquías (3:1; 4:5-6). Lo cual fue confirmado y cumplido por él mismo, como lo prueban los siguientes textos:
Mateo 3:1-3: En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, (2) y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (3) Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.
Juan 1:22-23: Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? (23) Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
Juan 1:31: …mas para que [Jesús] fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua.
Y su misión fue, también, predicha por su padre, el sacerdote Zacarías que, lleno del Espíritu Santo, profetizó lo registrado en Lucas 1:67-79, de lo que solo citaremos aquí los cuatro últimos versículos de su profecía:
Lucas 1:76-79: Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; (77) Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados, (78) Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora, (79) Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz.
Por tanto, la misión de Juan el Bautista estaba directamente relacionada con la misión de Jesús, de anunciar que el Reino de los Cielos se había acercado, preparar el camino del Señor, y señalar a Jesús como el Mesías, “el que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn. 1:33); y también, como dijo el apóstol Juan: “vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz [la luz simboliza a Jesús], a fin de que todos creyesen por él. (8) No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. (9) Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:7-9). Veamos algunos textos más del Evangelio de San Juan:
Juan 1:6-9, 14-15: Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan [el Bautista]. (7) Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. (8) No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. (9) Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. […] (14) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (15) Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo.
Juan 1:19-37: Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? (20) Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. (21) Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. (22) Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? (23) Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. (24) Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. (25) Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? (26) Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. (27) Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. (28) Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando. (29) El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (30) Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.
Juan 1:31-37: Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. (32) También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. (33) Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. (34) Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. (35) El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. (36) Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. (37) Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús.
Juan el Bautista dio testimonio de Jesús, de que era el Cristo (el Mesías, en hebreo, que significa “ungido”), y, para que nadie se pudiera confundir, además lo identificó como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29); el Hijo de Dios, preexistente (Jn. 1:30,34) desde la eternidad, presentándolo como salvador de la humanidad, por su misión expiatoria y redentora de sus pecados. Aunque Juan el Bautista era profeta, “más que profeta” –en palabras de Jesús–, no era el Profeta esperado por el pueblo de Israel, según la promesa que le hizo Moisés (Dt. 18:15-22; cf. Hch. 3:22; 7:37). Es por eso que Juan el Bautista responde que no es el Profeta; sino Jesús es el Profeta, Sacerdote (Sal. 110:4; He. 5:10; 6:20; 7:17,21) y Rey, al que el pueblo debería oír y obedecer (Mt. 17:1-6).
3. La naturaleza humana de Jesucristo –Postrer Adán– fue, desde su concepción, perfecta y sin pecado original.
Si Jesucristo hubiera nacido con idéntica naturaleza caída que el resto de los seres humanos, Él no podría ser “el Salvador del mundo” (1 Jn 4:14), sino que a su vez habría necesitado ser salvado. Pero el ángel Gabriel le dijo a la virgen María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).
Por lo tanto, es indudable que Jesús, aunque “en todo semejante a sus hermanos” (Heb. 2:17) –o bien “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3)–, era también distinto a todos los seres humanos, pues Él tenía una naturaleza humana perfecta, “en semejanza de carne de pecado”, pero sin ninguna tendencia al pecado, puesto que fue santo desde su concepción, como ya comprobamos anteriormente. Esto quiere decir que, al igual que Adán antes de su Caída, su voluntad estaba inclinada al bien. Cristo era “sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1:19), “no conoció pecado” (2ª Corintios 5:21), “uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15; 7:26); “Y sabéis que él [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él [Cristo]” (1 Juan 3:5). Leamos los versículos citados y alguno más de forma completa:
Juan 8:46: ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?
2 Corintios 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Hebreos 4:14-15: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. (15) Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
1 Pedro 1:18-20: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, (19) sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, (20) ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,
1 Pedro 2:21-25: Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; (22) el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; (23) quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; (24) quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (25) Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.
1 Juan 3:5: Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.
Jesucristo era, pues, “en todo semejante a sus hermanos” (Heb. 2:17), es decir, semejante no significa idéntico, ni absolutamente igual en todo, pero sí en cuanto a que era de carne como la de cualquier hombre, incluso “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3), porque había nacido de una mujer (Gá. 4:4) –una virgen, llamada María–, que le pudo haber transmitido genéticamente la degradación física proporcional o correspondiente a los miles de años de historia que habían pasado desde el día de la creación del mundo hasta cerca del inicio del siglo I, cuando el Verbo se encarnó en María. Notemos que María le pudo transmitir los rasgos genéticos o físicos, pero junto con ellos no le transfirió la naturaleza humana caída, que todo ser humano tiene sin excepción; y para que ello fuese así no es necesario declarar que la Virgen fue inmaculada en su concepción, como hizo la jerarquía católica. El Hijo del Hombre fue Santo y perfecto, como Postrer Adán, simplemente, porque fue engendrado por el Espíritu Santo, como también evidencia el Evangelio de san Mateo (1:20).
Mateo 1:19-21: José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. (20) Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. (21) Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Su vida entera fue impecable. Él necesariamente tenía que ser impecable para ejercer de Salvador de la Humanidad, para lo que fue predestinado por Dios (Hechos 2:22,23; 1ª Pedro 1:19-20), y para lo que Él mismo se ofreció (Marcos 10:45; Juan 10:18). Es totalmente inimaginable que el Hijo del Hombre pecara. Sería tan disparatado pensar que Cristo podía haber fracasado, como pensar que Dios no puede conseguir todo aquello que se proponga, pues Su voluntad es todopoderosa, infalible e infinita, como Él mismo es; aunque no debemos olvidar nunca que Dios respeta la voluntad y libertad de los seres humanos.
Sin embargo, “Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (9) y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; (10) y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hebreos 5:7-10). Es decir, Cristo, aunque santo en su concepción y nacimiento, tuvo que aprender la obediencia, y luchar contra las muchas tentaciones a las que estuvo expuesto; pues si Él no hubiera gozado de libre albedrío, o sea, de capacidad potencial para obedecer o desobedecer al Padre, no habría sido meritoria su vida, y tampoco su sacrificio expiatorio, ni su muerte una victoria contra el pecado, la muerte y el diablo (Heb. 2:14-15).
Hebreos 2:14-15: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
El autor del libro de Hebreos (v. 5:7) describe dramáticamente cómo Jesús se debatió en una lucha feroz consigo mismo, cuando estando a punto de ser arrestado, conociendo de antemano todo el sufrimiento y el tipo de horrible muerte que le esperaba, “puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” …(44) Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:42,44). Su voluntad humana se resistía a hacer la voluntad divina, pero finalmente, el Cristo-Hombre se sometió a la voluntad divina, por libre elección.
Pero veamos otros textos importantes que nos servirán de introducción para el epígrafe siguiente y último:
Romanos 8:1-4: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Hebreos 5:1-6: Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; (2) para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; (3) y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo. (4) Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. (5) Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy. (6) Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec.
4.¿Por qué quiso ser bautizado Jesús si era sin pecado?
Los Evangelios afirman manifiestamente que Juan el Bautista “predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados” (Mr. 1:4). Y la Palabra de Dios afirma claramente –ver los textos citados al respecto en lo que antecede– que Jesús nunca conoció pecado (2 Co. 5:21) y que “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15). Por tanto, puesto que Él no tenía nada de que arrepentirse, por esta razón, no tendría objeto que fuese bautizado “para perdón de pecados”.
El Evangelio de Mateo es el único que nos proporciona una respuesta de Jesús respecto a la razón o motivos por los que pidió ser bautizado. Son unas enigmáticas palabras que Jesús dirige a Juan, para contrarrestar la oposición de éste a bautizarle: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mt. 3:15). Esto nos da una pista o clave importante, porque la “palabra “justicia” se relaciona con la de “ley”. Ahora debemos preguntarnos a qué ley o leyes del Antiguo o Nuevo Testamento se podía referir Jesucristo con lo de cumplir “toda justicia”.
Jesús dijo “que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lc. 24:44). Veamos también su contexto:
Lucas 24:44-47: Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. (45) Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; (46) y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; (47) y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.
Todo el Antiguo Testamento (AT) se focalizaba y se iba a cumplir en Jesucristo. En el AT, tanto los sacerdotes como los animales que se ofrecían en sacrificio por los pecados del pueblo y por los de los propios sacerdotes, prefiguraban a Jesucristo, el cual los sustituiría al ser consagrado, en el bautismo de Juan y en su posterior ungimiento por el Espíritu Santo, en sacerdote eterno según el orden de Melquisedec (Sal. 110:1-4; cf. He. 5:6; 6:20; 7:1-3,11, 15-17,26; etc.). Es decir, cuando Jesús fue bautizado por Juan, recibió también el ungimiento del Espíritu Santo, y desde ese momento Él fue consagrado no solo como sacerdote según el orden de Melquisedec, sino también como ofrenda y sacrificio a Dios (He. 10:5-14) como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
El bautismo por inmersión es una ley propia del NT, porque no existía en el AT. En el AT, para consagrar a los sacerdotes del pueblo de Israel estaba establecido que, previo al ungimiento con óleo, fueran lavados con agua (Éx. 29:1-10,36-37); y también a dirigentes como Saúl (1 S. 10:1-2), David (1 S. 16:12,13) o Salomón (1 R. 1:39) fueron investidos o consagrados oficialmente en su cargo, mediante el ungimiento con aceite. Por tanto, el bautismo por inmersión en agua que recibió Jesús fue el rito previo y necesario para que Dios el Padre le ungiese mediante Dios el Espíritu Santo, y no con aceite como se simbolizaba en el AT. Y en este acto fue inaugurado el ministerio de Cristo como sacerdote según el orden de Melquisedec y como sacrificio –Cordero de Dios (Jn.1:36)– por el pecado de la humanidad.
Pero, en primer lugar, notemos que Jesús es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29,36); es decir, es la víctima propiciatoria o expiatoria, que da su vida inocente para que todos los pecadores arrepentidos no mueran eternamente sino que reciban vida eterna (Jn. 3:16). Pero esto es solo una faceta o misión de nuestro Salvador, pues Él es, al mismo tiempo, nuestro Sumo Sacerdote (He. 8:1; 9:11-15), es decir, el “mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim. 2:5), nuestro Abogado (1 Jn. 2:1-2), que “habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda [Jesucristo mismo (v. 10)] hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:12-14). Por ello Cristo Jesús es la justicia de Dios y, a la vez, nuestra justicia (Ro. 3:21,24-26), porque “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación y redención” (1 Co. 1:30). O como también afirma el mismo apóstol Pablo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Es necesario comprender que Jesucristo cargó con nuestros pecados y que, debido a ello, como declaró el profeta Isaías, “fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Isaías 53:12); es aconsejable leer todo el capítulo 53. Pero es el apóstol Pedro, haciéndose eco e interpretando esos pasajes, quien también nos declara que Jesucristo fue “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24).
Y, en segundo lugar, era necesario que Jesús participase en un rito como el bautismo de Juan el Bautista, porque nuestro Salvador debía identificarse con los pecadores desde el mismo comienzo de su ministerio, ya que su primera misión iba a consistir precisamente en morir por los pecados de los seres humanos; como el bautismo –inmersión en agua– simboliza muerte al pecado y resurrección a una nueva vida, Jesús debía cumplir “toda justicia” participando en el mismo, para así manifestar públicamente, de una manera simbólica, que asumía su misión de cargar con los pecados de la humanidad, y entregar “su vida en expiación por el pecado” (Isaías 53:10). Además, en ese acto, Dios el Padre ungió a Su Hijo, por medio de Dios el Espíritu Santo: “Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. (10) Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. (11) Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:9-11).
Es decir, Dios el Padre dio testimonio desde el Cielo que Jesús era Su “Hijo amado”, y el apóstol Pedro nos lo recuerda así: “Vosotros sabéis…cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. (39) Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero. (40) A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; (41) no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos. (42) Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos. (43) De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:37-43).
5. Conclusión
En lo que antecede se ha tratado de explicar la importancia del Bautismo y Ungimiento de Cristo, porque, en ese acto, Dios el Padre le identificó como su Hijo, y como Mesías –por su ungimiento con el Espíritu Santo–, y empezó su doble misión como sacerdote según el orden de Melquisedec y como “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Por eso, acto seguido, “Juan [el Bautista] dio testimonio de él [el Cristo], y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. (16) Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:15,16). Y siguió testificado señalando a Jesús como el “Cordero de Dios” (Jn. 1:29,36).
Jesús no fue bautizado para arrepentimiento y perdón de pecados, sino porque nuestro Salvador debía identificarse con los pecadores desde el mismo comienzo de su ministerio, ya que su principal misión iba a consistir precisamente en morir por los pecados de los seres humanos, y eso implicaba cargar con nuestros pecados y, como declaró el profeta Isaías, ser “contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos” (Isaías 53:12; cf. 1 Pedro 2:24); y el apóstol Pablo completa la visión del misericordioso y amoroso Plan de Salvación de Dios de la humanidad pecadora, cuando añade que Jesús “que no conoció pecado, por nosotros [Dios Padre] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2ª Corintios 5:21).
Jesucristo cumplió “toda justicia” en su bautismo, porque éste consiste en inmersión en el agua, lo que simboliza muerte al pecado y resurrección a una nueva vida, la que Él consiguió, para todos los seres humanos, con su victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo. Por tanto, al participar en el bautismo, Jesús manifestaba públicamente, de una manera simbólica, su misión de cargar con los pecados de la humanidad, y entregar “su vida en expiación por el pecado” (Isaías 53:10).
Para terminar reflexionemos en los siguientes textos:
Hebreos 7:14-28: Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. (15) Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, (16) no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. (17) Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. (18) Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (19) (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. (20) Y esto no fue hecho sin juramento; (21) porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. (22) Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. (23) Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; (24) mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; (25) por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (26) Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; (27) que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. (28) Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre.
Quedo a tu entera disposición para lo que pueda servirte.
Afectuosamente en Cristo.
Bendiciones
Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com
Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com
Referencias bibliográficas
* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
Las abreviaturas de los libros de la Biblia se corresponden con las establecidas en las biblias Reina-Valera, 1960.
(1) Pedro de Felipe del Rey, 2000: Jesús de Nazaret (Un personaje histórico), Págs. 70-71. Grafisus, S.L. Sector Oficios, 23; 28760 Tres Cantos (Madrid):
“b) Por consiguiente, lo más pronto que Pilato pudo estar en Judea fue al comienzo de la primavera. Por esto Juan el Bautista no empezó a predicar antes de esa fecha; porque, cuando comenzó, ya está Pilato allí (Lucas 3:1). Por tanto, Juan el Bautista principió su ministerio hacia el comienzo de abril del año 779 de Roma (26 d.C.).
“24) Como ya hemos visto, Juan el Bautista era seis meses mayor que Jesús (Lucas 1:36); por tanto, también tuvo que cumplir, seis meses antes que Jesús, la edad legal de los treinta años para empezar su ministerio público; seis meses después, Jesús cumplió su edad legal y empezó su ministerio.
“25) Por tanto, Juan el Bautista comenzó su ministerio hacia primeros de abril, y, antes que terminaran los seis meses siguientes, “cuando todo el pueblo se bautizaba” (Lucas 3:21), también se bautizó Jesús, y pocos días después, en el desierto, cumplió los treinta años a principios de octubre y empezó su ministerio (Lucas 3:21-23; 4:1-15; Marcos 1:9-15). La fecha de la muerte de Jesús confirma también estas fechas (lo veremos en el capítulo VIII).
“26) Así, tanto Juan el Bautista como Jesús empezaron sus ministerios dentro del año 15º del gobierno de Tiberio, como está fechado por Lucas 3:1-3,21-23.
“27) Ahora vemos que esta fecha del bautismo de Jesús dentro del año 779 de Roma (en el comienzo del otoño) confirma de forma clara la fecha de su nacimiento (que, de forma provisional, hemos adelantado en el capítulo primero en relación con la fecha de la muerte del rey Herodes el Grande) en la misma época de año 749 de Roma (5 a. C.); porque, contando hacia atrás, desde el año 779, los treinta años que cumplió Jesús nada más bautizarse, llegamos al año 749 (e), cuando nació. [..]
“28) Vemos que, una vez confirmada la fecha del bautismo de Jesús, al principio del otoño del año 779 de Roma (26 d. C.) (i), las cuatro pascuas…que hubo en el ministerio de Jesús, nos llevan a la fecha exacta de su muerte en Nisán del año 783 de Roma (30 d.C.), con la precisión del día y la hora (lo veremos en los capítulos sucesivos).”
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