Preguntas y Respuestas
Miscelánea
¿Quién transmitió a San Pablo el poder del Espíritu Santo?
Versión: 08-11-2014
Carlos Aracil Orts
1. Introducción*
En varios artículos de mi web he tratado de aclarar que el don del Espíritu Santo, que envía Cristo a todos los cristianos cuando se arrepienten de sus pecados y se convierten a Él (Hechos 2:38-39), no es lo mismo que los dones sobrenaturales o extraordinarios, como, por ejemplo, el de hablar en “nuevas lenguas” (Marcos 16:17), “otras lenguas” (Hechos 2:4) o en “lengua extraña o desconocida” (1ª Corintios 14:4,14), los cuales son otorgados por “el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Debido a que son muchos los cristianos de denominaciones pentecostales que se empeñan en sostener que nadie que no hable en lenguas extrañas tiene el Espíritu Santo, he creído, primero de todo, aclarar esta confusión o interpretación errónea de la Sagrada Escritura.
Estos dones sobrenaturales o milagrosos fueron conferidos, por primera vez, a los apóstoles, cincuenta días después de la muerte y resurrección de Jesús (c. año 30 d.C.); Este evento está registrado en el capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. (2) Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; (3) y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. (4) Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).
Obsérvese, que fue en este evento (Día de Pentecostés c. 30 d.C.) cuando se produce el cumplimiento inicial de la profecía del derramamiento del Espíritu Santo “sobre toda carne” registrada en el libro de Joel, escrito hacia el año 620 a.C. (Joel 2:28-32; cf. Hechos 2:16-21); y ocurrió entonces que los Doce Apóstoles “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4). Esto es lo que Cristo anunció poco antes de ascender al Cielo, que sus apóstoles recibirían el Bautismo “con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5): “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49; cf. Hechos 1:4-5,8):
Hechos 1:4-5: Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. (5) Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.
Hechos 1:8: pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Es, pues, Jesucristo, desde el Cielo el que envía el Espíritu Santo sobre Sus apóstoles cumpliendo así la “promesa del Padre” (Hechos 1:4), iniciándose también el cumplimiento de lo que Él mismo prometió registrado al final del Evangelio de San Marcos.
Marcos 16:17-18: Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; (18) tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
La razón de volver a abordar este asunto del Bautismo del Espíritu Santo se debe a que mi querido hermano Mario me remitió parte de un artículo que él había leído, pidiéndome mi opinión, y además, me planteó el siguiente interesante comentario o reflexión con su pregunta incluida:
“Si sólo los apóstoles podían conferir el poder del Espíritu Santo, y ciertamente el apóstol póstumo de Cristo (San Pablo) lo tuvo por todos los milagros que hizo, le pregunto: ¿Por qué fue un desconocido discípulo llamado Ananías el llamado por Jesús a imponer sus manos sobre Pablo, y no un apóstol, para que éste reciba el Espíritu Santo, tal como se lee claramente en Hechos 9:17, que dice: "Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo".?
Como segundo punto, ¿qué opina usted sobre esta porción de un estudio bíblico de un paisano suyo, el Sr. López?”
(Mario)
Voy, pues, a continuación, en el cuerpo de este estudio bíblico, a tratar de responder a las preguntas formuladas.
2. ¿Qué es el Bautismo del Espíritu Santo? ¿Quién lo imparte? ¿Qué implica?
Al principio de los cuatro Evangelios, Juan el Bautista anuncia que Jesucristo “os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11; Lucas 3:16); los Evangelios de Marcos y de San Juan registran lo mismo, pero se refieren solo a que “él [Cristo] os bautizará con Espíritu Santo”, omitiendo la cláusula final de “y fuego”, que existe en los Evangelios de San Mateo y San Lucas. Comprobémoslo:
Mateo 3:11: Yo [Juan el Bautista] a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él [Cristo] os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Marcos 1:8: Yo [Juan el Bautista] a la verdad os he bautizado con agua; pero él [Cristo] os bautizará con Espíritu Santo.
Lucas 3:16: respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él [Cristo] os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Juan 1:33-34: Y yo [Juan el Bautista] no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él [Cristo], ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. (34) Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
Muy probablemente la palabra “fuego” hace alusión o representa figuradamente “a las lenguas repartidas, como de fuego” (Hechos 2:3), que simbolizaban uno de los dones sobrenaturales, que recibirían todos aquellos que estaban reunidos en el Día de Pentecostés, para recibir el Bautismo del Espíritu Santo, prometido por Dios Padre y Dios Hijo. Notemos que las “lenguas” que se asientan sobre las cabezas de los discípulos no son literalmente “fuego”, sino “como fuego”.
¿A quiénes iba dirigida la promesa del Bautismo del Espíritu Santo? ¿Solo a los apóstoles de Jesús?
En primer lugar, notemos que Juan el Bautista, cuando predicaba que “él [Cristo] os bautizará con Espíritu Santo” (Marcos 1:8), no se dirigíasolo a los discípulos de Jesús sino a todas las gentes que acudían a él para escucharle. Además, notemos lo que anuncia Dios a través del profeta Joel: “en los postreros días, dice Dios, derramaré de mí Espíritu sobre toda carne” (Hechos 2:16-17; cf. Joel 2:28-32). Por tanto la promesa de Dios es “sobre toda carne”, es decir, “para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39). Ya hemos comprobado que la promesa de Dios hecha a Joel, y ratificada por Cristo, inicia su cumplimiento en el Día de Pentecostés del año 30 d.C. –comienzo de los postreros tiempos, y principio de la Iglesia de Cristo– y se prolongará hasta el final del mundo. Y esta promesa consiste en que si nos arrepentimos creyendo en Jesús y en Su Palabra y nos bautizamos cada uno de nosotros “en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados”, recibiremos “el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Por otro lado, tenemos la declaración de Jesús a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. (6) Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6). Esta afirmación de Jesús, que no da lugar a medias tintas, significa literalmente que el que no ha experimentado la conversión por la escucha de la Palabra de Dios y el nuevo nacimiento mediante el Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de Dios, es decir, no puede recibir la vida eterna (Juan 3:36; 5:24).
Juan 3:36: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
Juan 5:24: De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
En mi opinión, “nacer del agua” tiene el doble simbolismo, primero, de “nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18), que es el medio que usa el Espíritu Santo para darnos el nuevo nacimiento, y, segundo, representa también el Bautismo en agua; el cual a su vez testifica, externamente a la iglesia y a los asistentes al mismo, de la fe en Cristo y del nuevo nacimiento en el Espíritu operado en el nuevo creyente. El Bautismo en agua significa ser sepultado el hombre viejo junto con Cristo, es decir, “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6); y el emerger del agua del Bautismo representa la resurrección a una nueva vida en Cristo (Ro. 6:4; cf. 2ª Co. 5:17; Col. 2:12-13; 3:9-14): “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Co. 5:17). Leamos los pasajes citados y también los textos de la epístola a los Romanos en su contexto:
Romanos 6:3-11: ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? (4) Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. (5) Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; (6) sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; (9) sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. (10) Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. (11) Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Colosenses 2:12-13: sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. (13) Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados.
Colosenses 3:8-15: Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, (11) donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. (12) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
Con el Bautismo en agua testificamos al mundo que hemos nacido de nuevo por el Bautismo del Espíritu Santo, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:14-17).
Gálatas 4:6-7: Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (7) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.
A propósito de lo anterior, nuestro común amigo, el Sr. López, se equivoca terriblemente, en esta porción de su artículo que me adjuntas, cuando afirma, en los párrafos finales, que “no existen personas que tengan la condición de Hijos de Dios”. Esto evidentemente es una aseveración totalmente errónea, pues contradice la Sagrada Escritura, que dice que “los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos” (Romanos 8:14-17; cf. Gá. 4:6-7; Ef. 1:11-14; etc.).
La condición de hijo de Dios se consigue mediante el arrepentimiento, la conversión a Cristo, aceptándolo como Salvador y Redentor, y el Bautismo en agua (Hechos 2:38-42; 4:11-12; 1 Tim. 2:5-6); en ese momento el Espíritu Santo (E.S.) nos da el nuevo nacimiento (Juan 3:5-7), y pasa a habitar, de forma permanente, en los creyentes en Cristo. El Bautismo en agua es una señal externa que Dios nos manda hacer como símbolo del nuevo nacimiento en Cristo, realizado por medio del E.S. Representa nuestra muerte a la carne pecaminosa y nuestra resurrección espiritual en Cristo (Ro. 6:2-5; etc.). Pretende mostrar al creyente mismo y a los que le rodean su conversión a Cristo, y un tiempo específico en el que el Espíritu Santo pasa a morar en él guiándolo a toda la verdad (Juan 16:13), y llevándolo a amar a Dios y a sus semejantes, capacitándolo para ello. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). Es decir, nadie puede ser cristiano auténtico –verdadero hijo de Dios– si el Espíritu Santo no mora en él.
Romanos 8:9-11: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (10) Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
Sin embargo, el Bautismo en agua en nombre de Jesucristo, en sí mismo no tiene ninguna cualidad salvífica ni ningún poder, sino que es un mandamiento de Dios para todo creyente cristiano (Hechos 2:38-42; cf. Mt. 28:19; Mr. 16:16); insisto, en sí mismo, no tiene ningún poder de convertir en hijo de Dios, sino que este poder pertenece al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero es una señal externa, una obra de obediencia, que muestra la fe en las tres Personas que configuran la Divinidad. En ese sentido, puedo estar de acuerdo con la siguiente declaración del Sr. López:
“…el bautismo en agua en nombre de Jesucristo y que era el que impartía Felipe, no transmitía la condición de Hijo de Dios al que lo recibía y contrario a lo que esos “entendidos” actuales nos están diciendo…” (López).
Sin embargo, no por eso deja de ser un mandamiento de Dios que hay que obedecer por fe, sabiendo que ello representa el anuncio a los demás del comienzo de una nueva vida en Cristo, es el testimonio cristiano de nuestra fe, que Cristo nos ha salvado y el E.S. nos ha regenerado (Tito 2:13-15; 3:4-8), y también es el procedimiento decretado por Dios para entrar a formar parte del Cuerpo de Cristo, que es Su Iglesia. El Bautismo en agua es un paso que el creyente debe dar, o por lo menos, estar dispuesto a ello en la primera oportunidad que se le presente, una vez haya recibido la fe y el nuevo nacimiento por el E.S.
En mi opinión, aquellos samaritanos a los que Felipe predicaba a Cristo y Su Evangelio (Hechos 8:5-22), y fueron bautizados en agua (8:12), recibieron, en el momento de su arrepentimiento y conversión a Cristo –si estos fueron sinceros– el don del E.S. Pero tuvieron que venir los apóstoles, Pedro y Juan, y “oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; (16) porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. (17) Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:15-17).
En estos primeros cristianos Dios quiso que el don del E.S. se acompañara del otorgamiento por parte del E.S. de diversos dones, como el don de sanidad, de lenguas u otro claramente visible, para que esta manifestación externa de poder no solo acreditase la fuente divina de la que todo procedía sino también para que creyesen al Evangelio, y la Iglesia primitiva se multiplicara rápidamente.
Hechos 8:14-23: Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; (15) los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; (16) porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. (17) Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. (18) Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, (19) diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. (20) Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. (21) No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.(B) (22) Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; (23) porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.
Por tanto, si no queremos confundirnos necesitamos distinguir entre el don del E.S. mismo, y la concesión u otorgamiento por parte de Él de determinados dones, como los citados antes, y que el apóstol Pablo describe en 1 Corintios 12:7-11. “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; (9) a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. (10) A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. (11) Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:8-11). Leámoslo en su contexto:
1 Corintios 12:4-11: Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. (5) Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. (6) Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. (7) Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. (8) Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; (9) a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. (10) A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. (11) Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Por todo ello, es necesario distinguir entre tener el don del E.S. – es decir, la morada del E.S. en el creyente–, que imprescindiblemente recibe todo cristiano nacido de nuevo, y el hecho de estar lleno del E.S., que debe ser el objetivo de todo cristiano, pues es un mandamiento de Dios (Efesios 5:18), que se cumple cuando estamos en comunión plena con Él (Hechos 2:4,8; 4:31; 6:3; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9). Y esto no implica necesariamente hacer milagros sino hablar con poder la Palabra de Dios, o expresarse con sabiduría, etc.
Efesios 5:18: No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.
Hechos 4:23-31: Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. (24) Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; (25) que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (26) Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su Cristo. (27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato,(E) con los gentiles y el pueblo de Israel, (28) para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. (29) Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, (30) mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. (31) Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.
Tenemos también el caso de Cornelio y su casa (Hechos 10), que cuando ellos recibieron y aceptaron a Cristo y el Evangelio que Pedro les predicaba, “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (Hechos 10:44). Y estos recibieron no solo el don del Espíritu Santo sino también el poder de hablar en lenguas: “Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios” (Hechos 10:46).
Hechos 10:44-48: Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. (45) Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. (46) Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. (47) Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? (48) Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.
Por tanto, el E.S. se recibe cuando hay una verdadera conversión, es decir, una aceptación de Cristo y de Su Palabra.
3. ¿Fue Ananías quién transmitió a San Pablo el poder del Espíritu Santo?
El apóstol Pablo, fue convertido cuando Cristo se le apareció en el cielo en el camino a Damasco (Hechos 9:1-19). Pero se supone que esta conversión necesitó un proceso de reflexión, que le facilitó el haberse quedado ciego por unos días, porque “le rodeó un resplandor de luz del cielo”, cuando Jesús le habló desde allí (Hechos 9:1-4,9). Pero Pablo tuvo que obedecer con toda humildad y presentarse al representante de la iglesia de Cristo –Ananías– para ser bautizado en agua, y de esta manera entrar a forma parte de la Iglesia, al tiempo, que se le imponía las manos para que “seas lleno del Espíritu Santo” (Hechos 9:17).
Notemos que la conversión de San Pablo –nuevo nacimiento–, no sucede en ese momento, sino que ocurrió cuando él tomó la decisión de obedecer a Jesús. La función de Ananías fue la misma que haría cualquier “anciano” o pastor de la iglesia de cualquier etapa de la iglesia verdadera. Los ancianos de iglesia pueden, en nombre de Dios, imponer manos para encargar o consagrar a un determinado creyente para una misión o función específica de la Iglesia. Pero es Dios quien otorga los dones por medio del E.S. Pablo no necesitó que ningún apóstol le impusiera las manos para recibir los dones milagrosos del E.S, porque ellos le fueron dados por el E.S., de igual manera que al resto de los apóstoles y discípulos de Cristo, aunque no en el mismo momento histórico, pues estos recibieron el poder del E.S. a partir del día prometido por el Padre y por Cristo (Lucas 24:49; Hechos 1:4, 8), pues ellos ya habían recibido el don del E.S., cuando Jesús, antes de la ascensión, les visitó “y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).
Posiblemente, lo único que ocurrió cuando Ananías impuso sus manos sobre Pablo, es que Cristo le colmó o llenó de E.S., para prepararle para la gran misión que iba a desempeñar en su apasionada predicación del Evangelio de la Gracia a los gentiles. Los poderosos dones de sanidad, entre otros, que algunos apóstoles y también Pablo tenían fueron concedidos por “el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1ª Co. 12:11).
Ningún apóstol, ni discípulo de Cristo puede transmitir el Espíritu Santo, ni mucho menos sus dones, ni naturales ni sobrenaturales, sino es el Espíritu Santo, el que los imparte “a cada uno en particular como él quiere”, y porque se corresponda con Su voluntad de capacitar a cada creyente para desempeñar determinada misión. Los apóstoles, y discípulos, como Felipe, debían limitarse a predicar la Palabra de Dios, el Evangelio de Salvación, e imponer sus manos para bautizar a los que decían haber aceptado a Cristo, el Salvador.
Ciertamente, aquellos samaritanos, que relata el libro de los Hechos (8:1-17), “cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres” (Hechos 8:12).
Sin embargo, no deja de ser motivo de sorpresa leer los textos que siguen a ese versículo doce del capítulo ocho del libro de los Hechos de los Apóstoles, que registra lo siguiente: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; (15) los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; (16) porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. (17) Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.” (Hechos 8:14-17).
¿Cómo entender que aquellos samaritanos que “creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo”, y que fueron bautizados en agua en nombre de Jesucristo aún no hubieran recibido el E.S.?
¿Por qué fue necesario que vinieran los apóstoles Pedro y Juan, para que imponiéndoles las manos recibieran el E.S.?
Es supuesto, por todo lo que antecede y lo que la Palabra de Dios registra, que el E.S. se recibe cuando uno se arrepiente y se convierte a Cristo, y es la Palabra de Dios, el medio que usa el E.S. para convertirnos y llevarnos a Cristo; por tanto, la imposición de manos no es otra cosa que una señal o rito que se emplea para que sea manifiesto lo que ya se ha operado en el corazón del creyente. Seguramente, los samaritanos, una vez bautizados por Felipe debían tener ya el don del E.S., pero no habían recibido ningún don sobrenatural como el de hablar en nuevas lenguas u otro. Y esto fue lo que se les añadió mediante la intercesión de Pedro y Juan, los cuales “oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; (16) porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. (17) Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:16-17).
Sin embargo, los pasajes bíblicos, en esta ocasión no aclaran qué dones recibieron estos samaritanos, sino que únicamente se refiere a que “recibían el Espíritu Santo”. Y sabemos que el E.S. lo envía Cristo sobre los creyentes, y Aquel reparte sus dones como Él quiere. Solo el verso siguiente (el 19) parece insinuar a través de las palabras de Simón, el mago (Hechos 8:19) que lo que reciben los samaritanos es el poder del E.S., que Simón intentó comprar para sí mismo.
No puedo explicar por qué fue decisiva la intervención de los apóstoles Pedro y Juan para que el E.S. otorgara poder también a estos samaritanos que habían estado siendo engañados por Simón, el mago “porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo” (Hechos 8:11). Quizá, al haber estado sometidos, estos samaritanos, a esta perniciosa influencia de la magia durante tanto tiempo, les costó más recibir el E.S., y fue necesaria la intercesión de los dos más importantes y excelentes apóstoles de Jesús, San Pedro y San Juan, porque allí había imperado el espíritu del diablo.
Mucho más diáfano es el episodio que se relata en el capítulo diecinueve del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el cual se nos dice que “Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, (2) les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. (3) Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. (4) Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. (5) Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. (6) Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19:1-6).
En este caso de Éfeso, los creyentes solo habían sido bautizados con el bautismo de Juan el Bautista, y ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo; no podían, por tanto, haber recibido el Espíritu Santo, por motivos obvios. Por eso, cuando Pablo les explicó la Palabra de Dios, es decir, que Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. (5) Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. (6) Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19:4-6). Entonces, ellos comprendieron el Evangelio y aceptaron a Jesús el Cristo, bautizándose, y, a través de la intervención del apóstol Pablo, recibieron el don del E.S., y el Espíritu Santo, les impartió no solo el don de lenguas, sino también el de profetizar, es decir, predicar la Palabra con poder y sabiduría divina. Esto no es nada extraño, porque no es el apóstol Pablo el que imparte el poder del E.S., sino que es “el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como el quiere” (1ª Corintios 12:11).
4. Conclusión
En el Día de Pentecostés se produjo una manifestación visible del poder del E.S. en forma de “lenguas repartidas, como de fuego”, mostrando el tipo de don que allí el E.S. iba a impartir: el don de lenguas (Hechos 2:4). Este evento fue único en la historia de la Iglesia, y tuvo el propósito de mostrar al mundo la inauguración de la época del Espíritu Santo, y de proporcionar poder evangelizador a la Iglesia primitiva. La Iglesia primitiva recibió junto con el Espíritu Santo mismo, los dones sobrenaturales que Él (el E.S.) imparte “a cada uno en particular como Él quiere” (1ª Corintios 12:11). Estos dones sobrenaturales Dios los otorgó, mediante el E.S. solo a la Iglesia primitiva. Pero en todas las épocas el E.S. da dones a los hijos de Dios a fin de que se cumpla la predicación del Evangelio y de que sean salvos todos los llamados y predestinados por Dios para la salvación.
Para todos los creyentes, sin excepción, es la promesa de recibir el don del Espíritu Santo, cuando se arrepienten de sus pecados pasados, y son convertidos a Cristo (Hechos 2:38,29; cf. Efesios 1:10-14).
Efesios 1:10-14: de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (11) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (12) a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (13) En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
Los cristianos, que han recibido el Bautismo del Espíritu, es decir, han sido renacidos por el Espíritu, deben manifestar externa y simbólicamente lo que ha sucedido en su interior, siendo sepultados en agua para resucitar a nueva vida en Cristo, y esto se hace con el Bautismo en agua, dando testimonio de su fe en Cristo, y cumpliendo así lo ordenado por Dios. De esta forma se entra a pertenecer al Cuerpo de Cristo: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13).
Los cristianos debemos creer en lo que se nos ha revelado en la Palabra de Dios: “La unidad del Espíritu”: “…un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; (5) un Señor, una fe, un bautismo, (6) un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:4-6).
Existe, pues, un solo Bautismo, el del Espíritu que se materializa, se confirma y se externaliza por medio del Bautismo en agua, que es la representación de lo que el Espíritu Santo ha obrado en el creyente, dándole una nueva vida en Cristo, la regeneración y el Nuevo Nacimiento, y la morada con el creyente, haciendo del mismo su templo (1 Co. 3:16; 6:19; 2 Co. 6:16). Cristo imparte ese Bautismo a todo creyente, y el E.S., que mora en cada cristiano capacita para vivir una vida cristiana de amor a Dios y al prójimo, dándole a la vez diversos dones para la edificación de la Iglesia de Cristo. En la Iglesia primitiva Dios concedió dones sobrenaturales, en el sentido de milagrosos como el de sanidad, o el de hablar nuevas lenguas. En la actualidad estos dones no se otorgan de la misma manera y prodigalidad que en la Iglesia primitiva, como es evidente. Las manifestaciones “espirituales” en algunas iglesias pentecostales o carismáticas pueden ser espurias y no provenir del E.S., sino del enemigo de Dios, que se ha infiltrado incluso en las Iglesias cristianas.
He querido ser breve en mi respuesta porque este tema lo he tratado enfocándolo de varias maneras en los siguientes vínculos, que si lo deseas puedes consultar para ampliar sobre él:
¿Qué es el Bautismo del Espíritu Santo?
¿Qué poder recibe el cristiano del Espíritu Santo?
¿Se hacen sanaciones milagrosas por imposición de manos hoy día?
¿Imparte dones sobrenaturales el Espíritu Santo hoy día?
¿Hablar en lenguas extrañas es señal de tener el Espiritu Santo?
La importancia del Bautismo y su relación con la Salvación
¿Qué es la unción del Espíritu Santo?
¿El Bautismo en agua salva?
¿Cuándo recibe un cristiano el Espíritu Santo?
¿Cuál es el significado de la imposición de manos en la Biblia?
Creo haber respondido a tus interesantes comentarios con lo que antecede, pero, en cualquier caso, quedo a tu disposición para lo que pueda servirte.
Afectuosamente en Cristo.
Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com
Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com
Referencias bibliográficas
* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.
Abreviaturas frecuentemente empleadas:
AT = Antiguo Testamento
NT = Nuevo Testamento
E.S. = Espíritu Santo
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