Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Sobre la Ley

 

¿Cumplir la ley era la condición para salvarse en el Antiguo Testamento?

Versión 09-08-2011

 

Carlos Aracil Orts

1.  Introducción*

Estimado hermano en Cristo, gracias por hacerme esta interesante pregunta:

¿Cómo se vivía por la fe en el Antiguo Testamento? ¿Acaso eso significa que podían por la fe cumplir la ley al pie de la letra, o vivir por la fe consistía en que al darse cuenta por la ley de que eran pecadores y después de haber pecado, se humillaban ante Dios, pedían perdón, ofrecían el sacrificio por su pecado y esperaban al redentor? o ¿cómo era?, y que oportunidad de salvación tenían los que cometían pecados de muerte? Gracias, le agradezco me ayude con estas inquietudes.

Inmediatamente después de la caída de Adán en el Paraíso Dios hizo la promesa de que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza a la serpiente, aunque esta [la serpiente] heriría en el calcañar (talón del pie) al descendiente [simiente] de la mujer. (Véase Génesis 3:15).

A partir de ese momento la salvación viene por creer y confiar en la promesa de Dios. Veamos como el Nuevo Testamento (NT) confirma que la salvación siempre ha sido por gracia por medio de la fe (Efesios 2:8-10). San Pablo, el muy posible autor de la carta a los Hebreos lo ratifica:

Hebreos 11:4: Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella.

Más tarde, a Abraham le es renovada esta promesa de salvación y victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo, cuando Dios le dice:

Génesis 22:18: En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.
Gálatas 3:6-9: Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. 7 Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. 8 Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. 9 De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham. 10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas.

San Pablo confirma que esta simiente es Cristo, el cual, al obtener la victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo (la serpiente antigua: Apocalipsis 12:9; 20:2), cumple la promesa de Dios hecha a Abraham y también a Adán (Gálatas 3:16). En la genealogía del Evangelio de San Mateo, también se incide en que Cristo es el descendiente de Abraham, o la simiente de la promesa, el Mesías esperado, Jesús, el salvador (Mateo 1:1, 21).

Gálatas 3:16: Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.
Mateo 1:1, 21: Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. [...] 21 Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

A lo largo de este estudio veremos como nadie ha podido cumplir la ley moral jamás y que, por tanto, todos pecamos muchas veces durante nuestra vida. Porque el pecado no podía ser vencido desde fuera tuvo el Hijo de Dios que encarnarse en un hombre, tomar nuestra naturaleza, pero sin pecado, para de esta única forma vencer al pecado desde dentro, actuando sobre sus mismas raíces.

2. ¿Cómo se salvaban en el Antiguo Testamento?

Siguiendo tus reflexiones, estimado hermano, vamos a ver como contesta la Santa Biblia a tu pregunta sobre si en el AT, los israelitas se podían salvar cumpliendo la ley al pie de la letra. Aunque tú mismo, en los renglones siguientes, te das la respuesta con mucho acierto y sentido común.

Dios formó, a partir de Abraham y su familia, un pueblo al que llamó Israel, a fin de darse a conocer y revelar su plan de salvación a la humanidad. Para ello preparó y educó a este pueblo para que fuese santo (apartado, consagrado a Dios), guardara y preservase su Palabra de forma fidedigna, y preparase a la humanidad para recibir a Cristo:

Gálatas 4:4,5: Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, 5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.

Este pueblo escogido por Dios no era mejor, ni más grande, ni más importante que las naciones paganas que le rodeaban. Es más, este pueblo, durante sus muchos años de esclavitud en Egipto, que es donde creció, vivió y se educó, con toda probabilidad, su conciencia y costumbres de alguna manera se hicieron semejantes a la de los egipcios. Dios después que los libertó mediante Moisés, tuvo que configurar sus conciencias dándoles la ley del Sinaí escrita en tablas de piedra, además del libro de la ley, que desarrollaría todo un sistema legal para el gobierno teocrático de su pueblo. Todo este conjunto de leyes morales, ceremoniales, civiles, leyes acerca de los alimentos puros e impuros (lo que les estaba permitido comer y  lo prohibido respectivamente), leyes sobre la guerra, los esclavos etc., harían de Israel un pueblo especial y santo para Dios, el único, al que debían adorar de forma absoluta. Debería ser un pueblo totalmente distinto a las demás naciones que eran idólatras.

Ciertamente, en la medida que este pueblo conocía y obedecía por fe la voluntad de Dios revelada, era santo, y prosperaba más que las naciones que le rodeaban, pero en los periodos, que fueron muchos, que perdía su fe en Dios, su libertador, y se dejaba seducir por las malvadas costumbres de los pueblos que le rodeaban, entonces se embrutecía de nuevo, y Dios para hacer despertar de nuevo su conciencia, permitía que fuera invadido, y así hasta que fue llevado cautivo a Babilonia; y Jerusalén y todo vestigio del pueblo de Israel prácticamente desapareció. Pero la misericordia de Dios hizo que este pueblo en su cautividad meditase y aprendiese de sus errores y Dios le restauró.

¿Qué nos enseña eso a nosotros? Mucho, pues solemos cometer los mismos pecados del pueblo de Israel. Cuando nos consideramos justos porque nos creemos capaces de cumplir toda la ley de Dios por nosotros mismos, es cuando caemos como le pasó al pueblo de Israel. Este pueblo se creía, de forma autosuficiente, capaz de obedecer a Dios, y así se comprometió a hacer “todo lo que Jehová ha dicho...” (Éxodo 19:8), pero es evidente que no cumplió el pacto con Dios, y pagó las consecuencias de su arrogancia, de creer que era capaz por sí mismo de obedecer la voluntad de Dios.

Éxodo 19:5-8: Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. 6 Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. 7 Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. 8 Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos.

El apóstol Pablo nos descubre que la naturaleza humana es pecaminosa, que todo el mundo está bajo pecado, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23; véase además Romanos 5:12 ea.). Esto es muy importante saberlo y aceptarlo, pues si no tenemos esa conciencia, nunca nos arrepentiremos, y por tanto, no acudiremos a Dios para que nos salve, mediante la fe en Cristo.

Romanos 3:9 ¿Qué, pues? Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. 10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

¿Qué demuestra esto? Que evidentemente nadie ha cumplido la voluntad de Dios. Nadie es capaz de amar a Dios con todo su corazón, con todas sus fuerzas, con toda su alma y al prójimo como así mismo (Deuteronomio 6:5; Levítico 19:18; Mateo 22:37). Y menos aún somos capaces de cumplir la ley de Cristo “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan13:34) o “Amad a los enemigos” (Mateo 5:44). En la nueva dispensación, la era cristiana, es mayor la exigencia, no tenemos que amar a los otros como a nosotros mismos sino como Cristo nos ha amado, que es mucho más alto y excelente. La ley no tiene poder para hacer que seamos capaces de amar y cumplir así la ley de Dios, pues el cumplimiento de la ley es el amor (Romanos 13:10). Sin embargo, el Evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree...” Romanos 1:16). La ley sirve para que reconozcamos nuestro pecado (Romanos 3:19,20).

Romanos 3:19,20: Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; 20 ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.

La ley, pues, se introdujo para que tuviésemos conciencia de lo que es pecado a los ojos de Dios, es decir, como dice Pablo “para que el pecado abundase”.

Romanos 5:20,21: 20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; 21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

3. Conclusión

Ningún ser humano, de cualquier época del mundo, jamás ha podido cumplir la ley moral de Dios. Por eso dice el apóstol Pablo “...todos están bajo pecado, [...] No hay justo, ni aun uno; [...] (23) por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Romanos 3:9,10,23).

¿Cómo se salvaban, entonces, los que vivieron antes de Cristo?

De la misma manera que se salvan después de Cristo. Los primeros miraban hacia el futuro, cuando vendría el Redentor del mundo, y los segundos miramos al pasado, cuando se manifestó la justicia de Dios por medio de Cristo. (Romanos 3:22,26). Job, (c.1500 a.C) ya tenía puesta su esperanza en su Redentor (Job  19:25-27). Nadie se hubiera salvado si Cristo no se hubiera hecho carne, y cargara con los pecados de todos (Isaías 53:5,10). Por eso Cristo es el postrer Adán, “porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”. ¡Cuidado! Todos los que son de Cristo, en su venida: 1ª Corintios 15:22,23. De ahí la lógica de la justificación (perdón de los pecados = salvación). “...Por la transgresión de uno solo reinó la muerte, [...] (18) vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.” (Romanos 5:17pp, 18) ¡Mucha atención!: en ese “todos” están incluidos sólo “...los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.” (Romanos 5:17úp) Lo que quiere decir, que los que no reciben ese don porque lo rechacen no serán salvos: Juan 1:12. Todos igualmente somos salvos por la fe en Dios que es el único que puede salvarnos.

La salvación es por gracia (Efesios 2:8). Es un regalo de Dios en Cristo Jesús (Romanos 6:23). Todos hemos pecado y por tanto merecemos la muerte, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23).

Hasta Moisés no existió más la ley que la “escrita en sus corazones dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos,” (Romanos 2:15;3:13).

Romanos 2:12-16: “Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; 13 porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. 14 Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, 15 mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, 16 en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.”

La ley de Dios se promulgó 430 años más tarde de la promesa que Dios dio a Abraham,  que por su descendencia (simiente), vendría el Mesías y, por medio del cual, serían benditas o sea salvas todas las naciones (Génesis 22:18; Cf. Gálatas 3:16,17).

¿Para qué sirve la ley o para qué se promulgó si el mundo estuvo sin ley escrita más de 2500 años?

El apóstol Pablo nos responde que “fue añadida a causa de las transgresiones...”(Gálatas 3:19). Muchos seres humanos habían empezado a cauterizar sus conciencias de tal manera que casi ya no eran capaces de percibir la maldad del pecado. “20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; 21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.” (Romanos 5:20,21).

¿De qué sirve la ley aparte de condenar nuestros pecados?

Mucho. Pues si no fuese por la ley, pensaríamos que no tenemos pecado o que es tan insignificante que haciendo alguna obra buena lo podemos compensar. La ley hace que nos veamos pecadores, y sin solución humana para vencer al pecado. Sólo entonces cuando nos humillamos ante Dios y reconocemos nuestra impotencia, es cuando Dios nos lleva a su Hijo Jesucristo que nos libra de todo pecado y nos justifica haciéndonos  idóneos para el reino de los cielos. (Juan 6:44; 1ª Juan 1:7; 1ª Pedro 1:18-20; Hebreos 10:10,12,14). La ley, pues, ha sido nuestro ayo (pedagogo) para llevarnos a Cristo (Gálatas 3:24). Por eso, en Cristo la ley y el pecado han perdido su poder y dominio. Sólo reina Cristo en nuestros corazones (Gálatas 2:19-21). Sin embargo, todo el que no está en Cristo está bajo la ley, y ésta le condena irremisiblemente.

1ª Timoteo 1:8: “Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; 9 conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, 10 para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, 11 según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.”

La clave de nuestra salvación está en reconocer nuestro pecado, arrepentirnos, pedir perdón a Dios por Cristo, y aceptar el sacrificio de Cristo como nuestro sustituto, pues Él ha pagado con su vida y muerte la penalidad de nuestros pecados. Así lo afirma el mismo Jesucristo en los siguientes textos. Igualmente, en el AT, y en todas las épocas, no ha habido salvación sino mediante previo arrepentimiento y confesión a Dios de nuestros pecados. Cualquier condenado a muerte por muy grave que hubiese sido su delito si se arrepentía sinceramente y se acogía al perdón de Dios, era salvo.

Marcos 1:14,15: ...Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, 15 diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentios, y creed en el evangelio.

Lucas 13:2,3: Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? 3 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

En resumen, todos somos pecadores porque la ley nos condena, y todos podemos acogernos a la gracia de Dios. (Romanos 8:28-39; Efesios 1:4-14). Reconozcamos humildemente nuestra condición de pecadores, y renunciemos a salvarnos mediante las obras, que por muy buenas que sean nunca pueden pagar la deuda del pecado, sólo “..acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:16)

Romanos 7:24,25: ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Hebreos 4:14-16: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

 

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Carlos Aracil Orts.
www.amistadencristo.com

 

 

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo que se indique expresamente otra vesión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

 

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Carlos Aracil Orts

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