Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

El Pecado, la Ley y la Gracia

 

¿Estamos libres de la ley?

 
Versión 29-12-09

 

Carlos Aracil Orts

 

1. Introducción*

“Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra." (Romanos 7:6).

Tu correo, querido amigo, en el que me comentas que no entiendes que LA SALVACIÓN que Dios nos ofrece sea sólo posible mediante su gracia, me estimula para escribir este estudio. Porque, además, en él te planteas, con mucha lógica, que si estamos libres de la ley, como dice San Pablo en Romanos 7:6, ¿significa eso que ya somos libres para pecar todo lo que nos apetezca?

¿Podemos ya deshonrar a nuestros padres, matar, robar, cometer adulterio o fornicación, calumniar, mentir, codiciar los bienes de nuestros prójimos, incluso su mujer, sin que pase nada? Otra cosa distinta es que lo hagamos si verdaderamente el amor de Cristo nos constriñe.

Claro que podemos, o ¿acaso Dios no nos ha hecho libres? Los cristianos tenemos la capacidad de pecar y de no pecar. ¿Quién impide que yo peque?

¿Es la vigencia de la ley escrita en tablas de piedra, la ley del Sinaí, la que evita que pequemos o más bien la conversión del corazón humano a la voluntad de Dios la que lo impide?

Nuestros esfuerzos al tratar de obedecer una ley exterior a nosotros son totalmente vanos e inútiles. Porque no obedecemos lo que la ley prescribe por el hecho de que sea una norma exterior de obligado cumplimiento y cuya transgresión supone la muerte del infractor sino porque el precepto moral nace del corazón convertido.

Tu tío tenía toda la razón cuando decía “que la salvación de Cristo le redimía del pecado pasado, presente y futuro.” Como sabes, eso es precisamente las buenas nuevas de Dios en Cristo, el único y verdadero evangelio de la gracia. Esto es la justificación por la fe. Cristo murió por ti y por mí. Luego, si tú y yo le creemos sinceramente, ya tenemos la salvación, es decir la vida eterna en gloria junto con Cristo. Así de sencillo.

En los próximos epígrafes de este estudio vamos a abordar, pues, los problemas que se han planteado implícita o explícitamente: qué es el pecado, su origen y sus consecuencias, la finalidad u objetivo de la ley moral en los seres humanos, la salvación por gracia como única solución al problema del pecado.

2. El pecado, su origen y sus consecuencias.

El pecado en general se define en la primera epístola de Juan capítulo 3, versículo 4: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” Aunque esta definición nos aclara que cualquier acto que transgrede la ley moral es pecado, no agota en absoluto el término en su totalidad. Pecado fue también la actitud de Adán al querer vivir independientemente de su Creador. Éste deseo de autonomía de la criatura respecto del Dador de la vida, demuestra orgullo y soberbia y querer ser como Dios. Pecado es, pues, toda actitud, conducta, obra, o pensamiento que se rebela contra la voluntad de Dios. Es toda falta de amor a Dios y al prójimo.

Como sabemos, el pecado, que cometió la primera pareja, aunque original, también contiene el componente de todo pecado que consiste en transgredir la ley de amor en que se basa el carácter de Dios. Dicho pecado fue de codicia, soberbia, orgullo, desobediencia y desconfianza en Dios e implicó la ruptura de la comunión con el Creador.

Desde la caída en el pecado de Adán y Eva, toda la Humanidad sufre el problema del pecado.  “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12). No hay excepción alguna. Todos los seres humanos somos arrastrados al pecado desde que tenemos uso de razón, porque nacemos con una naturaleza egoísta y separada de Dios. Esto se hace evidente en nuestra experiencia diaria de la vida. Por si eso no fuera suficiente, la Palabra de Dios confirma la realidad de que la naturaleza humana es pecaminosa y con inclinación al pecado desde que la primera pareja se  rebeló a obedecer a Dios. A continuación citaremos unos pocos textos que evidencian y testifican lo que afirmamos:

Salmo 51:5: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.”  .

Génesis 6:5: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal..”

Romanos 3:9-12: "¿Qué, pues? Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. 10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno."

Romanos 8:7, 8: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.”

Aunque no seamos conscientes, cuando pecamos la ley moral nos condena a muerte “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús (Romanos 6:23). Por tanto, la condición del ser humano es dramática porque se encuentra en un estado de perdición del que no puede salir con sus propias fuerzas y decisiones independientemente de Dios. Por un lado no quiere sujetarse a la ley de Dios pero es que tampoco puede (Romanos 8:7). Por otra parte, aunque no podamos cumplir la “perfecta ley, la de la libertad” seremos juzgados por ella (Santiago 1:25, 2:10-12).

Santiago 1:25: “(25) Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.

Santiago 2:8-12: “(8) Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. 10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. 11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. 12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad.”

Los seres humanos sin Cristo son esclavos del pecado:  “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.(Romanos 6:17, 18). Esto quiere decir que no podemos cumplir la “perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25, 2:10-12) sino somos siervos de Dios:

“Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. 21 ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. 22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (Romanos 6:20-22).

En el próximo epígrafe explicaremos a qué ley nos estamos refiriendo, los aspectos que abarca y su finalidad.

3. La finalidad u objetivo de la ley moral en los seres humanos

El hombre y la mujer son seres morales. ¿Qué queremos decir con ello? Que Dios puso en la naturaleza del ser humano una conciencia capaz de discernir entre el bien y el mal. Antes de la caída de la primera pareja humana creada por Dios en el principio de este mundo, Adán y Eva eran perfectos y santos y gozaban de un amor perfecto entre sí y su Padre, Dios. La ley moral estaba escrita en sus corazones.

¿Qué les ocurrió a ellos y a todos sus descendientes después de que pecaron, como todos sabemos, al desobedecer la orden de Dios (Génesis 2:16, 17; 3:6)?

A partir de la caída de la primera pareja, los seres humanos, aunque en sus conciencias seguía estando grabada la ley moral de Dios, la ley del amor a Dios y a nuestros semejantes, ya no fueron capaces, por sí mismos, de obedecerla. La prueba es que, muy pronto, Caín mató a su hermano Abel.

¿Qué había sucedido para que se transgrediese la ley de Dios tan flagrantemente?

La ley todavía no había sido promulgada en tablas de piedra. Eso fue, casi dos mil años más tarde, en el Sinaí, cuando Dios hizo pacto o alianza con su pueblo Israel mediante Moisés, entregándole los Diez Mandamientos como resumen de la Torah (los cinco primeros libros del AT) y como fundamento del Antiguo Pacto. 

Si la ley del Sinaí hubiera existido en tiempos de Caín ¿Habría evitado este crimen? ¿Tiene poder la ley para evitar que las personas hagamos mal?

Vamos a dejar que sea la Santa Biblia sola, la que responda:

¿Qué misión fundamental tiene la ley?

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. (Romanos 3:20)

¿Para qué se promulgó la ley en el Sinaí?

 “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; (21) para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro." (Romanos 5:20, 21)

Pasados casi dos mil años desde la creación de la primera pareja, la conciencia del  ser humano ya no era capaz de discernir con claridad el bien del mal, por eso fue necesario que se promulgase la ley para que se evidenciase el pecado, y que todo el mundo quedase convicto de pecado.

¿Hasta cuando sería necesaria la ley?

Gálatas 3:19-29: “19 Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. 20 Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno.". La simiente de la promesa es Cristo (Gálatas 3:16).

21 ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 22 Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.

23 Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. 24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. 25 Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, 26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; 27 porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. 28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa."

En resumen, la ley externa nos da el conocimiento del pecado de una forma objetiva, y nuestra conciencia de una forma subjetiva. Ambas nos dicen lo que es pecado pero no el poder de vencerlo. El apóstol Juan nos dice que: “Todo aquel que comete pecado infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.(1ª Juan 3:4).

Cuando nuestra conciencia se va cauterizando y endureciendo a fuerza de transgredirla, llega un momento en que deja de acusarnos de haber pecado, pero si entonces miramos la ley externa se restaura nuestro conocimiento de lo que es pecado, pero no nuestro corazón, porque para ello necesitamos el poder de Dios.

San Pablo nos narra magistralmente su experiencia de su lucha interior contra el pecado: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. (Romanos 7:9). Su conciencia estaba adormecida, y no le acusaba de ningún pecado, pero cuando recibió el mandamiento su pecado revivió y fue consciente de su culpa de tal manera que ese peso le aplastaba sintiéndose morir. Fue entonces cuando comprendió “...que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.”  (Romanos 7:14). Reconoció que el pecado estaba en él, y que nada podía hacer por sí mismo para vencerlo o extirparlo de su vida.

“21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” (Romanos 7: 21-25).

Al ser consciente que la ley le condenaba irremisiblemente y que nada podía hacer por si mismo, ésta fue el ayo o tutor que le llevó a Cristo. Desde ese momento ya la ley y el pecado  dejan de tener ningún poder sobre él. Porque a partir de ese instante, “...el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.”  (Romanos 6:14). 

¿Mediante qué ley van a ser juzgados todos los seres humanos?

En principio y en general, por la ley que está escrita en sus corazones (Romanos 2:15). Aquello que en su conciencia consideren que es justo y  bueno moralmente. El ser humano puede tener consciencia perfecta de lo que es bueno y, sin embargo, hacer lo malo voluntariamente. Tanto si su conciencia ha sido restaurada con la ley moral de Dios como si no, Él le juzgará de acuerdo con su fidelidad a la misma. Así ha sucedido desde el principio de la creación, y seguirá ocurriendo hasta el día del juicio de este mundo. La Santa Biblia, por medio del apóstol san Pablo, así lo afirma (Romanos 2:12-16).

Romanos 2: 12-16: “12 Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; 13 porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. 14 Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, 15 mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, 16 en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.”

La ley antigua, la revelada por Dios en el monte Sinaí, fue la base de la alianza o pacto antiguo de Dios con su pueblo Israel, y por tanto sólo este pueblo queda vinculado a ella. Todos los que vivieron antes de esta alianza, y durante la misma, los que no pertenecían al pueblo de Israel, así como todos los gentiles, desde la muerte de Cristo hasta la actualidad, no les concierne u obliga, en absoluto, la ley dada por Dios en tablas de piedra (véase 2ª Corintios 3:6-18). Dichas tablas son denominadas "las tablas del pacto” (Deuteronomio 9:9, 11, 15; Heb. 9:4), lo que expresa que sólo se vinculan o se relacionan con la alianza antigua, y en absoluto a la nueva alianza que se basa en la sangre derramada de Cristo (Lucas 22:20). Además, la Sagrada Escritura afirma claramente que :”Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros [el pueblo de Israel] en Horeb. (3) No con nuestros padres hizo Jehová pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí vivos.”  (Deuteronomio5: 3,4).

Si la ley antigua, escrita en tablas de piedra, nunca ha regido para los creyentes en Cristo, ¿qué ley, pues, juzgará a los cristianos? Por ninguna ley externa serán juzgados, sino por la ley escrita sobre sus corazones (Hebreos 8:10; Jeremías 31:31-33).

Jeremías 31:31-33: “31 He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. 32 No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. 33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. 34 Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.”

¿Qué ley es ésta?

Puesto que la ley externa no nos impide pecar, como ya hemos visto, el creyente en Cristo es restaurado por el Espíritu Santo, de tal manera que su corazón es puesto en armonía con la ley de Dios. Por eso dice San Pablo lo siguiente:

Romanos 8:1-8: “1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. 6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. 7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.”

Ya hemos comprendido que la ley se cumple viviendo en el Espíritu, no en la carne, pero todavía es posible que sigáis preguntado, ¿Qué ley es ésa? Dejemos que la Biblia hable:

1ª Corintios 9:20, 21: "Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; 21 a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley."

¿Cuál es la ley de Cristo?

Juan 13: 34,35: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros, (35) En esto conocerán  todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”

Gálatas 6:2:2 Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.

Gálatas 5:13,14: “13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. 14 Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

1ª Juan 3: 23,24: “23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. 24 Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.”

Todavía me diréis, pero ¿Cuántos mandamientos tiene la ley de Cristo?

Mateo 5:27, 28: “27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” 

Si precisáis conocer más de la ley de Cristo, leed todo el capítulo 5 del evangelio de San Mateo. No obstante, voy, sólo, a transcribir unos pocos versos más de ese importantísimo capítulo: 

Mateo 5:43-48: “43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”

La ley de Cristo es mucho más difícil de cumplir que la ley antigua escrita en tablas de piedra. Mucho más exigente, ¿Estáis de acuerdo? ¿Cómo se puede cumplir? “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13)

Gálatas 2:20, 21: “20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”

No hay, pues, ninguna contradicción entre lo que declara Cristo en Mateo 5, Santiago, en su epístola universal (1:25; 2: 8-12), y  San Pablo en varias de sus epístolas, por ejemplo citaremos unos pocos versículos de Romanos 13;7-10 y 1ª Timoteo 1:8-11:

Romanos 13;7-10: 7 Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. 8 No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. 9 Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.

1ª Timoteo 1: 8-11: “8 Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; 9 conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, 10 para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, 11 según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.”

¿Ha cambiado Dios la ley moral que entregó a Moisés en el Sinaí en tablas de piedra? ¿No es Dios inmutable y también su ley de amor?

Los principios que contienen la ley moral de Dios son inmutables y eternos. Por tanto, han regido, rigen y regirán por la eternidad. Es significativo que los dos grandes principios que resumen la ley de Dios, se encuentran fuera de las tablas de piedra, y en los libros de Deuteronomio y Levítico que, aunque forman parte de la ley o Torah, muchos consideran que sólo contienen leyes rituales, civiles o de otra índole, que con la venida de Cristo, ya no están vigentes. Vamos a leerlos en Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18:

Deuteronomio 6:5: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”

Levítico 19:18: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.”

Cuando aquel intérprete de la ley le preguntó a Jesucristo, para tentarle, “diciendo: (36) Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? (37) Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (38) Este es el primero y grande mandamiento. (39) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (40) De estos dos mandamientos depende la ley y los profetas”. (Mateo 22: 37-40).

Sin embargo, estos dos grandes mandamientos que resumen la ley de Dios no cambian en absoluto, son los mismos, para todas las épocas. Estuvieron vigentes en el Antiguo Pacto, y lo están en el Nuevo Pacto. La exigencia de Dios al hombre siempre ha sido la misma, pero su revelación no se ha completado hasta Cristo. La revelación de la ley en tablas de piedra supuso un gran avance para el estado degradado en que estaban las conciencias de los israelitas, después de más de 400 años de esclavitud. De esta forma llegaron a distinguir claramente lo que era pecado de lo que no lo era. Es una revelación de la ley de amor adaptada a la época anterior de Cristo, pero que era imperfecta en tanto y en cuanto que no estuviera implantada en el corazón, pues los preceptos era posible cumplirlos de forma aparente y externa, uno por uno, como hacían los fariseos, pero mientras no tuviesen amor en su corazón, no servía de nada, pues el cumplimiento de la ley es el amor. Con Cristo se completa la revelación y es cuando nos damos cuenta que la ley es espiritual, y nosotros carnales, vendidos al pecado (Romanos 7:14), y no se puede cumplir, de forma externa, es decir, sin un corazón convertido y entregado a Cristo.

¿Qué ha cambiado en la ley de Cristo respecto a la ley antigua, la de las tablas de piedra?

Ha cambiado mucho, pues la exigencia de lo que nos revela Cristo es mucho mayor que lo que Dios reveló a Moisés. Mateo 5:43, 44: “43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen."

Por si esto fuera poco, en el Nuevo Pacto en Cristo, ya no existe el cuarto mandamiento de las tablas de la ley que prescribía el reposo del sábado, séptimo día de la semana, de acuerdo a los reglamentos dados por Dios (Éxodo 16:4, 5, 16-30; 35:1-3). El reposo del sábado era una fiesta solemne más, dada por Dios sólo al pueblo de Israel (Levítico  23: 1-3; Éxodo 20:2, 8-11; Deuteronomio 5:12-15). El reposo del sábado, además de ser una fiesta ritual o ceremonial, era la señal del pacto antiguo que Dios hizo con su pueblo Israel (Éxodo 31:13-18). Es pues totalmente lógico, natural y razonable que renovado o sustituido el antiguo pacto por el nuevo (Jeremías 31:31-35; Hebreos 8:13), el reposo del sábado, que era obligatorio para Israel, ya deja de ser ley y también señal entre Dios y su pueblo.

¿Por qué esto es así?  Porque lo dice la Palabra de Dios. San Pablo amonesta a los Gálatas porque siguen guardando el reposo, no sólo del sábado, sino de las otras fiestas solemnes que describe Levítico 23. Veamos, unos pocos versículos de San Pablo:

Gálatas 4: 9-11: “9 mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? 10 Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. 11 Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros.”

Romanos 14: 5: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. 6 El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace.”

San Pablo afirma categóricamente que el reposo del sábado era un mandamiento ceremonial o ritual que prefiguraba la salvación en Cristo. Era, sólo, una sombra que representaba el cesar de nuestros esfuerzos por auto salvarnos y descansar en la salvación que ofrece Cristo.

Colosenses 2:16-17: “16 Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, 17 todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.”

La epístola a los Hebreos confirma con claridad meridiana que el mandamiento del reposo del sábado era símbolo de la salvación que se ofrece con la obediencia a Cristo.

Hebreos 4:1-11: “(1) Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. 2 Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. 3 Pero los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, No entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. 4 Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día. 5 Y otra vez aquí: No entrarán en mi reposo. 6 Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia, 7 otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones. 8 Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. 9 Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. 10 Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.  11 Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.”

Querido hermano, entra HOY en el reposo de Dios que viene de escuchar, creer y obedecer la buena nueva de salvación en Cristo. La salvación no procede de guardar el reposo sabático sino en creer por fe y reposar en la salvación que Cristo consiguió para cada uno de nosotros al entregar su vida en su sacrificio expiatorio en la cruz.

4. Conclusión: La salvación es por la sola gracia de Dios.

La Santa Biblia nos descubre que todos somos pecadores (Romanos 3:9,10), y que “...el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12; véase también 1ª Corintios 15: 21-23).

La ley moral, la de Cristo  (Mateo 5; Juan 13:34,35; 1ª Corintios 9:21; Romanos 13:8-10; Gálatas 5:14; Santiago 1:25; 2:8-12), nos da el conocimiento del pecado, pero no el poder para vencerlo (Romanos 3:20; 5:20; Gálatas 3:19; 3:11-13; 2:21; 3:21). La ley no nos puede declarar ni hacer justos, sino todo lo contrario nos declara culpables y pecadores y merecedores de recibir la paga del pecado que es la muerte (Gálatas 2:16, 19; 3:11). Puesto que por nuestra natural inclinación al pecado nadie puede cumplir la ley, nos sentimos impotentes (Romanos 7:7-25), y podemos decir como San Pablo “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Cuando experimentamos lo que expresa Pablo, nos damos cuenta que la única solución a este gran problema humano está en Cristo, y por eso acudimos a Él para que no sólo nos perdone todos nuestros pecados sino también para que nos libere de una vez por todas de la esclavitud del pecado. “De manera que la ley ha sido nuestro ayo [tutor o pedagogo], para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. (Gálatas 3:24). Entonces, también diremos como San Pablo: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.”  (Romanos 7:25).

Por tanto, la clave para nuestra salvación es reconocer que somos débiles y pecadores, y que, por tanto, estamos irremisiblemente perdidos, condenados, por nuestra transgresión de la ley moral de Dios, a la muerte eterna, la muerte segunda (Apocalipsis 2:11; 20:6; 20:14; 21:8). Y que nada podemos hacer por nosotros mismos para salvarnos sino reconocemos humildemente que somos pecadores y recurrimos a Cristo para que nos perdone y restaure el corazón (Juan 3:3, 5).

El primer paso, pues, para recibir la gracia de Dios es admitir nuestra condición de perdidos. No obstante, el ser humano sin Cristo no es capaz de comprender las cosas del Espíritu de Dios y es esclavo del pecado. (1ª Corintios 2:14; Romanos 6:16-18).

1ª Corintios 2:14: “14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”

Romanos 6:16-18: “16 ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? 17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.

El pecado crea una gran separación entre Dios y el hombre, y cuanto más pecamos y permanecemos en el pecado, más se va extinguiendo nuestra vida espiritual. Por eso la Palabra de Dios afirma que cuando Él nos recató de ese estado, estábamos muertos en pecados y “...nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”  (Efesios 2:6; véase también Colosenses 1:13-14).

Dios nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados.

Efesios 2:1-10: “1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)

Efesios 2:4-10: 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  no por obras, para que nadie se gloríe.

Efesios 2:8-10: 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. 10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Somos SALVOS POR GRACIA. ¿Qué quiere decir eso? ¿Es tan difícil entender que Dios nos regale la vida cuando merecemos la muerte?

En nuestra limitada y egoísta humanidad no somos capaces de comprender el inconmensurable amor y misericordia de Dios hacia esta humanidad rebelde y malvada que somos. Sin embargo, la Sagrada Escritura lo repite una y otra vez, pero muchos, en el fondo, no lo creen. ¿Cómo es posible que Dios por medio de Cristo, dejara su posición como Dios y viniera a este mundo a entregarse al más horrendo sufrimiento y muerte más humillante, a fin de rescatar al hombre que voluntariamente se había perdido y separado de Él? (Filipenses 2: 5-8): “[Cristo Jesús], siendo en forma de Dios ....se despojó a si mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

¿Podemos comprender o mínimamente imaginar tal amor de Dios al hombre caído?

Juan 3: 16-21: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.

17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. 21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.”

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Romanos 5:6-11: “6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. 7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. 8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. 10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. 11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.”

Quizá, pues, no llegamos, a abarcar y entender el gran amor de Dios al ser humano, pero es mucho más sencillo acogernos a ese don gratuito, que es la gracia de Dios que nos capacita para la salvación, y nos hace libres en Cristo Jesús, y esclavos de Dios. Es gracia porque no la merecemos, y no podemos hacer nada para merecerla. Merecemos la muerte y Dios nos da la vida. Eso es la gracia.

Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús.

Romanos 5:10: “10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.”

La gracia es, pues, el don inmerecido de Dios al hombre (véase Romanos 5: 15-21)

Romanos 5:15-21: “15 Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. 16 Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. 17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

Si la salvación fuera el premio o retribución por nuestras obras, La salvación ya no sería un don inmerecido, sino algo que hemos ganado con nuestro esfuerzo,   por tanto, susceptible de envanecernos, y digno de retribuirse adecuadamente, o como muy bien dice Pablo: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda;” (Romanos 4:4). Si la salvación fuese algo que ganamos con nuestros actos, Dios nos lo debería. “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.”  (Romanos 4:5). Éste es el don divino, de la justificación por la fe. Es decir, creemos firmemente que Dios nos ha perdonado nuestros pecados pasados, presentes y futuros, nos ha declarado justos, no por nuestros méritos sino por los de Cristo, por su vida perfecta y muerte expiatoria (Tito 3: 5-9).

Gálatas 2: 16-21: “16 sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.

Gálatas 3: 10,11: 10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá;”

Una vez que el ser humano ha reconocido su impotencia para cumplir a la perfección la ley de Cristo (Mateo 5:43-48), el segundo paso es acogerse a la gracia de Dios en Cristo (Hechos 15:11). ¿Qué significa eso? Significa aceptar el sacrificio de Cristo en la cruz. Es decir, creer firmemente que Él murió por nuestros pecados. Recibió la muerte que nosotros merecíamos, la justicia que demanda la ley se cumplió en Él. Ya no hay ninguna condenación para los creyentes en Cristo, pues legalmente hemos sido absueltos, al haber Él, pagado con su sangre, el precio de nuestras transgresiones pasadas, presentes, y futuras (Romanos 8:1-4). Como dice San Pablo: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2ª Corintios 5:14, 15).

Desde el momento en que creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios y nuestro redentor, pues nos ha rescatado con su sangre, recibimos el perdón de todos nuestros pecados (Hechos 16:30-34; 8:36-39; 2:38; 5:31; 10:43; 10:38; 26:18; Efesios 1:7; Colosenses 1:14), y somos salvos para la vida eterna. La justificación, o lo que es lo mismo, el perdón de todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros nos ha abierto el camino al cielo. (Romanos 4:21-24; Hebreos: 10:19-25).

Hebreos 10:19-21: “19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, 20 por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, 21 y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22 acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. 23 Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. 24 Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; 25 no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”

Romanos 3:21-26: “21 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; 22 la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.”

Resumiendo el proceso de salvación de los seres humanos

Dios llama a cada ser humano mediante su Evangelio (Romanos 1:16; 10:17), le convence de su culpabilidad mediante la ley moral y lo lleva a Cristo (Romanos 10:4; Gálatas 3:24). Se arrepiente de sus pecados, es decir, es compungido de corazón (Hechos 2:37), y entonces confiesa con su boca que Jesús es el Señor, y cree en su corazón que Dios le levantó de los muertos, y desde ese momento, es salvo (Romanos 10:9-11; 1ª Juan 5:1).

¿A partir de qué instante se evidencia material o físicamente esa salvación?

Dios nos exige un acto que demuestre nuestra fe, el bautismo por inmersión en agua (Hechos 2:38). Es un acto de fe porque implica haber aceptado el evangelio de la salvación por gracia como un don gratuito dado por Dios, en el que no interviene ninguna obra ni mérito humano, para que no podamos jactarnos de nada (Romanos 3:27). Es también nuestra primera obra de obediencia a su Palabra. La fe se prueba con nuestras obras de obediencia a Dios y a su Evangelio. Como dice el apóstol Santiago, “la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:17-24). En ese mismo momento nacemos de nuevo, es decir, nacemos de agua y del Espíritu (Juan 3:3,5), y se nos imparte el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38; Juan 7:37-39;14:17, 26; Efesios 1:13, 14). Ya no somos más esclavos del pecado sino siervos e hijos de Dios (Romanos 6), ahora estamos libres de la ley (Romanos 7:4,6) porque hemos muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo (Romanos 7:4).

Por tanto, todos los que por el bautismo llegan a ser hijos de Dios, es decir, “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.”  (1ª Juan 3:9). Pongamos mucha atención aquí, pues aun siendo totalmente cierto que ningún cristiano auténtico y fiel a Dios no practica el pecado, ni usualmente peca voluntariamente, también es una verdad absoluta y así lo confirma el mismo apóstol Juan que “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” (1ª Juan 1:8).

El proceso de santificación del cristiano se extiende durante toda su vida. Somos santos porque hemos sido santificados en Cristo (Hebreos 10:10, 14), pero, al mismo tiempo, Dios nos llama a ser santos como Él es (1ª Pedro 1:16). San Pablo se refiere a todos los cristianos como que han sido “santificados en Cristo Jesús”, pero “llamados a ser santos” (1ª Corintios 1:2). La santidad es una exigencia de Dios para ver al Señor (Hebreos 12:14). Sin embargo, cuando hemos puesto de nuestra parte todo lo que hemos sido capaces según nuestra conciencia y con todo el conocimiento que Dios nos ha dado, y por cualquier circunstancia no hemos llegado a una vida totalmente santa, como por ejemplo, el buen ladrón en la cruz, el confesar a Jesús es suficiente para la salvación (Lucas 23:41-43), si ya no hay más oportunidad de perseverar en el camino de santidad.
 
¿Pecaremos voluntariamente porque estamos libres de la ley?
 
¿Tenemos los cristianos licencia para pecar?

Romanos 6: 1-4: “1 ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? 2 En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? 3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.”

Querido hermano, Dios no puede ser engañado, ni tampoco puede mentirnos (Tito 1:2; Hebreos 6:18). Si pecamos inconscientemente, involuntariamente, o si lo hacemos voluntariamente pero luego nos arrepentimos de corazón “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1ª Juan 1:9)

1ª Juan 2:1: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.”

Si vivimos en Cristo hemos muerto a la ley y ésta ya no se puede enseñorear de nosotros. Hemos muerto junto con Cristo y la ley se ha cumplido en nosotros, por tanto ya no nos puede condenar. “19 Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. 20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo. (Gálatas 2:19-21)

Cuando ya somos hijos de Dios porque hemos muerto al pecado y nacido de nuevo según nos dijo Cristo en Juan 3: 3, 5, ¿De quién depende que pequemos o no, sino solo de nuestra voluntad restaurada, y por tanto, ya no tendremos excusa, no obstante si “...si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1ª Juan 1:2 úp.; Hebreos 10:26)?

Una vez renovados, renacidos y convertidos a Jesús, ¿Convertiremos a Cristo en ministro de pecado, volviendo a pecar frecuentemente? La Palabra de Dios nos responde siempre:

“17 Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera. 18 Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. 19 Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.” (Gálatas 2:17-20).

Aunque no puedo juzgar, tu tío conocía muy bien la palabra de Dios, pero se equivocaba totalmente, si creía que podía seguir viviendo en la carne. Quizá conocía muy bien la teoría, pero todavía no le había amanecido. No obstante, no puedo juzgar, sólo Dios conoce el corazón de los hombres.  Yo no puedo saber si estaba convertido o no. Los cristianos arrastramos algunas debilidades carnales hasta la sepultura, pero Dios nos dice “...Sed santos, porque yo soy santo. (1ª Pedro 1:16), y también: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:14; ver también Hebreos 10:14).

Querido amigo, no puedo pretender explicar este tema mejor que lo hace el gran apóstol San Pablo. Por eso me he limitado a transcribir los textos que, a mi criterio, responden al tema que te preocupa. Debemos dejar que la Santa Biblia nos hable y que, su autor, el Espíritu Santo nos haga entender (“...y ninguno enseñará a su prójimo...”, Hebreos 8:11). Si tú no puedes entender la Palabra de Dios, menos entenderás mi modesta palabra de hombre.

Espero que te sirva de ayuda lo que te he escrito. Sin embargo, debes ser tu mismo el que medite y reflexione sobre estos textos que te envío, y que Dios te ilumine.

No obstante, estoy siempre a tu disposición, como ya sabes.

Con la ayuda de Dios, espero haber contestado adecuadamente a tus preguntas, no obstante, si deseas hacer alguna aclaración o comentario a este estudio o a cualquier otro, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico:

carlosortsgmail.com

 

Carlos Aracil Orts.
www.amistadencristo.com

 

 

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

 

 

 

 

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