Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

¿Qué se requiere para ser salvo?

 

Versión 13-01-2011

 

 

Carlos Aracil Orts

 

1. Introducción.*

Estimados Armando y Manuel, primero de todo, permitidme que nos tuteemos, pues intuyo que este es el comienzo de una buena amistad. Vuestro correo ha sido el mejor regalo de Navidad y por supuesto, un placer recibirlo. Habéis sido muy amables con mi modesta persona, lo cual agradezco y valoro mucho y también me anima a continuar por este camino. La verdad es que son pocas las personas que saben valorar estos temas bíblicos, y menos aún las que se molestan en hacérselo saber al autor de manera tan constructiva.

Vuestras reflexiones y preguntas que giran sobre dos de mis artículos que hablan acerca de la salvación -¿Quienes serán salvos? y ¿Cómo se salvaba la gente antes de Cristo?-, me encantan, y enseguida he pensado en daros una respuesta amplia, la que sin duda merecéis, por vuestra clara y amable exposición de vuestras reflexiones, que configure un tema, como frecuentemente hago. No obstante, ello me llevaría bastante tiempo, del que ahora mismo ando algo escaso. Por otro parte, si espero a realizar esa respuesta bien meditada y trabajada, perdería la espontaneidad e inmediatez que vuestro hermoso escrito debería recibir.

Por esos motivos necesariamente he de ser breve en mi respuesta, sin que eso sea óbice para que en un futuro, os conteste ampliamente. Más aún, si como espero esto sea el comienzo de una nueva amistad, servirá entre otras cosas para nuestro enriquecimiento y conocimiento mutuo. Transcribo a continuación la parte central de vuestro correo:

“Hemos leído con mucha atención, algunos de sus temas/respuesta y en los que hemos centrado nuestra atención, en varios de aquellos que tratan acerca de la “salvación” y deteniéndonos en un extenso escrito, en el que se dirige a un tal Sr. Alfonso y que titula “¿Quiénes serán salvos?” (06/04/09). En un momento del mismo hemos leído, las tres condiciones que según usted se deben dar, para alcanzar dicha salvación y que en la segunda de ellas, dice lo siguiente: “Nadie puede ser salvo si no nace de nuevo. Me estoy refiriendo a la conversión sin la cual tampoco habrá salvación.” Y citando apropiadamente de Juan 3:5; pero a continuación afirma en el siguiente subtema y en línea con la respuesta que da en “¿Cómo se salvaba la gente antes de Cristo?” (22/12/10) a una tal Sra./Srta. Elena, en el sentido de que “Dios exige la misma condición a todo el mundo para ser salvado” y afirmación que quizás debido a nuestras limitaciones, no acabamos de comprender. Porque lo que Jesús estableció en Juan 3:5 y hasta donde nosotros entendemos, fueron dos requisitos imprescindibles para ver o entrar en el reino (solo así se alcanza la salvación) y que estuvieron accesibles para aquellos que los desearan, a partir del Pentecostés de 33 E.C. en adelante y por lo tanto, lejos del alcance obviamente de todo el mundo y entre los que destacarían, por ejemplo, los notables del A.T. y que por lo tanto, no pudieron experimentar la necesaria conversión a la que usted hace referencia. Luego sin profundizar más y puesto que creemos que ya está viendo a donde queremos ir a parar, le rogamos nos permita un par de preguntas: ¿de qué salvación nos habla usted y a quienes aplicaría? y por otra parte, ¿cómo podrían ser salvos esos citados notables del A.T., si no podían reunir esos dos indispensables requisitos citados en Juan, como son el nacer del agua y el nacer del espíritu, para llevar a cabo su conversión? Y a menos que Jesús, cosa harto improbable, no hubiera querido decir lo que dijo.”

Paso a tratar de responderos en el cuerpo de este estudio.

2. ¿Exige Dios la misma condición a todo el mundo para ser salvado?

Me decís que no acabáis de comprender esta afirmación mía: “Dios exige la misma condición a todo el mundo para ser salvado”

Me refiero a lo que afirma San Pablo que Dios no hace acepción de personas (Romanos 2:11; ver también 2:12-16).

Romanos 2:11:porque no hay acepción de personas para con Dios.”

Romanos 2:12-16:Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; 13 porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. 14 Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, 15 mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, 16 en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.”

Creo que Dios da oportunidades suficientes, según su infinita sabiduría y presciencia a cada ser humano para que éste tome la decisión de arrepentirse y convertirse o por el contrario, se endurezca y rechace al Espíritu Santo. Si bien, no podrá arrepentirse sino se acoge a su gracia, reconociéndose pecador. Esto, a veces parece “la pescadilla que se muerde la cola”, pues nadie se reconocerá pecador sino se deja convencer por el Espíritu Santo de que lo es. Ello es paradójico. Sin embargo, la experiencia diaria, nos dice que es así. Unos buenos ejemplos los tenemos en el NT: el buen ladrón que murió en la cruz junto a Jesucristo fue “tocado” en el último momento y fue salvo sin duda. Y el otro malhechor, sin embargo, estaba tan endurecido que no fue capaz de percibir que estaba al lado del Salvador del mundo, y mucho menos de acogerse a su gracia.

Así sucede, todos los días, desde que el mundo existe. Caín mató a su hermano Abel sólo por que le tuvo envidia, al darse cuenta que su ofrenda era aceptada por Dios y la suya, en cambio, no lo fue. Observemos que Jehová miró “con agrado a Abel y a su ofrenda” (Génesis 4:4). “Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya...” (Génesis 4:5). No tenemos elementos de juicio para saber si Dios había dado instrucciones a los primeros pobladores de este planeta, respecto al tipo de ofrendas que fueran agradables a Él. Por lo que deducimos que no importaba tanto el tipo de ofrenda como la actitud del creyente o adorador. Cualquier ofrenda hubiera sido aceptable, por tanto, si se hubiera hecho con verdadera fe en Dios, sin autosuficiencia propia, sino creyendo que todo le pertenece a Él, incluso nosotros mismos, y que sin Él nada podemos hacer. Es decir, reconocer con humildad que somos pecadores y que necesitamos acogernos a su gracia para salvarnos.

Por eso, “Yahvé dijo a Caín: “¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? (7) ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a las puertas está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.” (Génesis 4:6,7; Versión Biblia de Jerusalén, 1998).

¿Cómo nos salvamos? Dominando al pecado. ¿Cómo podemos dominar al pecado que nos esclaviza? Sólo reconociéndolo, y acogiéndose a la gracia de Dios por Cristo Jesús, para que Él nos dé el poder sobre el pecado (Romanos 7:25; 8:2). Sólo Cristo ha vencido al pecado y a la muerte, mediante su vida, muerte y resurrección. Por tanto, sólo por Él podemos ser librados “de la ley del pecado y de la muerte”, que está en nuestros miembros. (Romanos 8:2). “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” (Romanos 8:1).

Romanos 8:2:Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.”

3. ¿A qué salvación nos estamos refiriendo y a quiénes se aplica?

En concreto me hacéis las siguientes preguntas:

“¿De qué salvación nos habla usted y a quienes aplicaría?”

y por otra parte,

 “¿Cómo podrían ser salvos esos citados notables del A.T., si no podían reunir esos dos indispensables requisitos citados en Juan, como son el nacer del agua y el nacer del espíritu, para llevar a cabo su conversión?”

A la primera, respondo: La única salvación en la que yo creo es la que Dios habla: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal. [...](19) ...escoge, pues la vida, para que vivas tú y tu descendencia; (20) amando a Jehová tu Dios,...” (Dt. 30:15,19). O  sea, vida eterna o muerte eterna. Para mí, en mi actual conocimiento de la Biblia, no hay otra salvación que vivir para siempre. Alcanzar la vida eterna que ahora evidentemente nadie posee. Lo contrario es pues morir eternamente. No creo, que haya grados intermedios de vida.

La segunda parte de vuestra pregunta ¿a quiénes se aplicará? La respuesta simple y breve es: A todos los que Dios quiera. ¿No está su soberanía por encima de la soberanía humana? O ¿quizá los hombres podemos decir a Dios lo que debe hacer, lo que es mejor y lo que es peor, lo bueno y lo malo? ¿Quién conoce lo más profundo de los corazones humanos sino sólo Dios, que nunca se equivoca? ¿Dejará Dios de salvar a alguien que Él quiera que forme parte de su reino?  O dicho de otro forma ¿Quiénes se perderán sino sólo aquellos que su infinita sabiduría y misericordia haya decidido no salvar? Por eso dice Pablo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Romanos 8:29-30). También es importante atender a lo que declaró él mismo apóstol en la epístola a los Efesios:

Efesios 1:3-14: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, 7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, 8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, 9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en si mismo, 10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. 11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, 12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. 13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, 14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.”

El Plan de salvación que Dios diseñó desde la eternidad, basado en la ofrenda de “...la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros...¨” (1ª Pedro 1:19-20), fue manifestado ya Adán mediante la promesa de salvación que vendría de “la simiente de la mujer” que vencería al pecado y a Satanás, el cual está simbolizado por la cabeza de la serpiente que es aplastada. (Génesis 3:15: Cf. Apocalipsis 12:9; 20:3,4). Dicha promesa es reafirmada con los sucesivos pactos, con Noé, y, especialmente, con Abraham (Génesis 22:18; Cf. Gálatas 3:16). Y el apóstol Pablo confirma en Gálatas 3:16, que la simiente o descendencia prometida a Adán y Abraham, que cumple la promesa de salvación es Cristo. Es decir, por Él serían benditas todas las naciones.
 
Gálatas 3:16: Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.

Abraham, y todos los que vivieron antes de Cristo, son salvos porque reciben con fe, o sea, creyendo que es verdad, la promesa de salvación que se cumpliría con Cristo; y nosotros, por la Palabra de Dios, comprobamos y conocemos que esa promesa se ha realizado, y que también tenemos que ejercer fe en ello y en los beneficios prometidos.

Aunque no me he extendido lo suficiente, espero haber contestado satisfactoriamente a la primera pregunta de ¿A qué salvación me refiero y a quiénes se aplicaría? No obstante, vosotros tenéis la próxima o siguiente palabra.

Y ahora voy a tratar de responder a la segunda pregunta que me hacéis:

4. “¿Cómo podrían ser salvos esos citados notables del AT, si no podían reunir esos dos indispensables requisitos citados en Juan, como son el nacer del agua y el nacer del espíritu, para llevar a cabo su conversión?”

A mi vez, os pregunto, ¿Por qué no podían? ¿Acaso no existían el “agua y el Espíritu desde siempre?

El agua en Juan 3:5 simboliza la Palabra de Dios, y ella existió desde la eternidad (Juan 1:1,2). Desde el mismo principio de la Creación del mundo, Dios les entregó su Palabra, y se comunicó con los hombres mediante ella. Ciertamente esta Palabra no se hizo visible hasta que no se hizo carne en Jesucristo (Juan 1:14; Heb. 2:14). No obstante, Él en su estado preexistente en forma de Dios (Fil. 2:5-11), siempre estuvo con su pueblo, y a través de su Espíritu Santo. Dios nunca dejó sin instrucción a todos los que elegían ser sus hijos, o sea considerarle a Él como un Padre de misericordia.

La diferencia entre antes y después de Cristo, es que nosotros miramos con fe a un hecho que ha sucedido en el pasado, la encarnación, vida, muerte y resurrección de Cristo, y ellos, los de antes de Cristo, miran con fe a un suceso que todavía no ha acaecido pero que Dios que no miente (Heb. 6:17-20), cumpliría. Como así ha sido. ¿Qué nos diferencia? Ambos grupos debemos creer con fe en que la salvación viene por Cristo como Job creía (Job 19:25-27). ¿Tenemos ventaja porque ahora disponemos de la revelación completa y entonces no la tenían? Posiblemente así es. Pero Dios nos pedirá más a nosotros que a ellos, pues tenemos toda la luz del mundo con nosotros, y por tanto, no hay excusa alguna si todavía permanecemos en oscuridad y en las tinieblas de Satanás.

En el estudio que realicé titulado ¿Cómo se salvaba la gente antes de Cristo?, que vosotros citáis en vuestro correo, he recogido unos cuantos textos del AT, de los muchos en que se nombra al Espíritu de Dios obrando sin cesar, desde el principio de la creación (Génesis 1:2).

El Espíritu es el que habla a nuestra conciencia y nos convence de justicia, juicio y pecado (Juan 16:8-12). Entonces, cuando le escuchamos y le obedecemos, Él nos lleva al arrepentimiento y conversión. Eso es nacer de nuevo. A partir de entonces hacemos morir al viejo hombre y nace una nueva criatura en Cristo Jesús; pues Él existe desde la eternidad, aun cuando se haya manifestado hace sólo dos mil años. Desde luego, el pleno cumplimiento de Juan 16: 8-12, es a partir del derramamiento del E. Santo en el día de Pentecostés. Pero el Espíritu siempre ha “trabajado” en las conciencias y corazones de los hombres a un nivel más “particular” y restringido , por así decirlo, pues todavía no se había revelado en plenitud.

 

Un abrazo

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

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Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 

 

 

 

 

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

**En el menú Soteriología de esta Web, se encuentra también el estudio citado que se relaciona con el tema tratado en el presente artículo.

 

 

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