Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Debate teológico: ¿Es fácil salvarse?

 

Versión 10-01-2010

 

 

Carlos Aracil Orts

 

1. Introducción.*

Querido Alfonso, en tu correo de 06-01-10 me comentas sobre varias contradicciones que has encontrado en el epígrafe 3, titulado  ¿Puede el cristiano pecar gravemente y perder la salvación?”, de mi respuesta a José Luis Mira**.
 
En primer lugar, encuentras que es contradictorio decir que nuestra salvación es un hecho que se produjo en el pasado, cuando Cristo murió por nosotros, que, además, pertenece a Dios (Apocalipsis 7:10), y que, por tanto, está garantizada por Él, en el sentido de que Dios no dejará que ocurra ningún evento que pudiera hacernos perder la misma (Romanos 8:31-39: “....¿Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”,  8:31 úp), y afirmar al mismo tiempo que debemos ocuparnos en nuestra “salvación con temor y temblor" (Filipenses 2:12 úp).

En segundo lugar, observas también contradicción, con la anterior aseveración de que la salvación está garantizada por Dios y las dos siguientes declaraciones de mi escrito citado antes:

“No podemos asegurar tajantemente que el que ha nacido de nuevo no pueda perder jamás la salvación.”
 
“En mi modesta opinión, creo que el cristiano auténtico y fiel nunca, y por ninguna circunstancia, puede perder la salvación.”

Por eso, argumentas lo siguiente:
 
“AQUÍ OBSERVO CONTRADICCIONES: si no podemos afirmar tajantemente que NO se puede perder la salvación, es evidente que la salvación NO está garantizada.
 
Ésta es otra contradicción. Se dice que la salvación está garantizada, pero luego añadimos: EN EL CASO DE LOS CRISTIANOS "AUTÉNTICOS Y FIELES".  Los católicos no creen en la teoría de la "salvación garantizada", pero naturalmente creen que los cristianos "auténticos y fieles" tienen garantizada la salvación. (Si no se salvaran los cristianos "auténticos y fieles", entonces ¿quién podría salvarse? Pero si sólo podemos garantizar la salvación para los cristianos "auténticos y fieles", estamos donde estábamos hace siglos: Si eres un cristiano "auténtico y fiel", te salvarás (garantizado). Si no lo eres, nadie te garantiza nada.”

A continuación intentaremos explicar y si es posible, hacer congeniar y compatibilizar mis aseveraciones anteriores, a la luz de la Palabra de Dios.

2. ¿En qué consiste la salvación? ¿Es fácil salvarse?

Primero de todo debemos saber, comprender y creer que partimos de la base, que absolutamente todos los seres humanos estamos irremisiblemente perdidos, sin derecho alguno a ser salvos, porque todos estamos “bajo pecado”, “no hay justo, ni aun uno”, “no hay quien busque a Dios.” (Romanos 3:9-12), y que “...la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23).

La condición inicial del hombre es de rebeldía e incredulidad a Dios, y en ese estado de enemistad a Dios, “...Él nos dio vida a nosotros, cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados...(4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,” (Efesios 2:1, 4-6; hemos parafraseado el versículo uno, sustituyendo la tercera persona del plural por la primera).

La salvación es, pues, la dádiva de Dios, un regalo del Dios de amor (1ª Juan 4:8,10), por tanto, gratuita e inmerecida. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe.”(Efesios 2:8,9; Hechos 15:11).

Romanos 5: 6-11: “6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. 7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. 8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. 10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. 11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.”

¿En qué consiste la salvación?

Ya hemos visto que la condición previa al proceso de salvación que sigue todo creyente, consiste en reconocerse pecador, y, por tanto, perdido e incapaz de salvarse por sí mismo. “15 Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. 16 Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.” (1ª Timoteo 1:15, 16; véase también Mr. 2:17; Lc. 5:32).

Al ser conscientes, aunque sea parcialmente, de nuestra pecaminosidad, y contemplar el amor de Dios que “...de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16), al comprender, que Jesús fue crucificado por nosotros (Hechos 2:36), son compungidos nuestros corazones y venimos a arrepentimiento (Hechos 2:37, 38). Entonces, son perdonados nuestros pecados pasados, presentes y futuros (Hechos 5:31; 10:43; 13:38; 26:18; Efesios 1:7; Colosenses 1:14), somos bautizados y recibimos el don del Espíritu Santo, lo que significa que nacemos de nuevo del agua y del Espíritu (Juan 3:5), y empezamos a crecer como una nueva criatura en Cristo (2ª Corintios 5:17; Efesios 2:15; 4:24; Colosenses 3:10).

¿Es un proceso fácil salvarse?

Veamos si unos ejemplos, que registra la Palabra de Dios, responden y aclaran suficientemente esta cuestión. No hablaremos mucho de la conversión de San Pablo en el camino a Damasco, por ser un caso extraordinario por la intervención directa de nuestro Señor (Hechos 9:3-5). Sin embargo, él, fácil y rápidamente, pasó de ser un perseguidor a muerte de cualquiera que se confesara seguidor de Cristo (Hechos 9:1), a ser transformado, por la gracia y misericordia de Dios, y a los pocos días de este evento sobrenatural “predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios.” (Hechos 9:20). San Pablo recibió el Evangelio fundamentalmente por revelación directa del Señor y por medio del Espíritu Santo, aunque posiblemente también fue adoctrinado mediante la instrucción que le proporcionaron los discípulos que estaban en Damasco (Hechos 9:17-19).

En los demás casos que se registran en la Sagrada Escritura, el medio por Dios utilizado para la salvación de los seres humanos es su Evangelio, el cual “...es poder de Dios para salvación a todo el que cree; al judío primeramente, y también al griego. (17) Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:16,17). Y “...la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios.” (Romanos 10:17).

El mismo San Pablo en Romanos 10:8-13, nos explica cuán sencillo es ser salvo: “...si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”. Es conveniente, no obstante, que leamos todo el contexto, al menos, desde el versículo ocho en adelante. Aquí, sólo transcribimos del 8 al 13 del capítulo 10 de Romanos.

Romanos 10:8-13: “8 Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. 12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

¿Puede algo tan trascendental en la vida de todo ser humano, que tiene consecuencias por la eternidad, enunciarse y realizarse de esta manera tan fácil y sencilla?

El primer ejemplo de salvación, que se nos ocurre, es el de la conversión del etíope, -“eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, 28 volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías.”- (Hechos 8:27). Éste es un ejemplo claro del poder del evangelio dirigido, al parecer, a un creyente en el Dios de los judíos, pero que todavía no conocía a Cristo y su salvación. Él no podía comprender el significado de Isaías 53:7-8, pues no conocía a aquel a quien se refería la profecía: “Como oveja a la muerte fue llevado;...” (Hechos 8:32), y “Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esa escritura, le anunció el evangelio de Jesús. (Hechos 8:35).

Recibir el anuncio del evangelio es todo lo que necesitó el etíope para manifestar su deseo de ser bautizado por Felipe, y con ello ser salvo: “Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. 38 Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 39 Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.” . (Hechos 8:37-39).

¿Qué debo hacer para ser salvo?

Esta pregunta tan interesante e importante, la formuló el carcelero de Filipos, cuyo relato completo se haya registrado en el libro de Hechos (16: 19-36). El contexto es el siguiente: Pablo y Silas fueron acusados falsamente de alborotar la ciudad (16:20,21),  azotados y encerrados en una cárcel. Pero a medianoche cuando oraban y cantaban himnos a Dios, ellos, junto a los demás presos, fueron milagrosamente soltados de sus cadenas, y todas las puertas de los calabozos se abrieron. “Despertando el carcelero y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido.(Hechos 16: 27). Pablo impidió que llevara a efecto tan terrible acto, aclarándole que ningún preso había huido. Entonces fue cuando, el carcelero, conmovido por ese evento sobrenatural que había ocurrido en la cárcel, así como por la bondad de Pabloal no huir, hizo esa trascendente pregunta: “...Señores, ¿Qué debo hacer para ser salvo? (Hechos 16: 30).

Si la pregunta fue, y sigue siendo, importante y trascendente, no lo es menos la sencilla respuesta que recibió: “Ellos [Pablo y Silas] dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.(Hechos 16: 31). Aquí es necesario hacer un inciso para aclarar que la salvación es individual, personal e intransferible. Los familiares y sirvientes que formaban parte de “la casa” del carcelero, también serían salvos junto con él, en tanto que cada uno de ellos aceptase la Palabra del Señor que les sería predicada y fueran bautizados, como así sucedió, según relatan los versos del 31 al 34 de Hechos:

Hechos 16: 31-34: “31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. 32 Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. 33 Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. 34 Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios. 

¿Es difícil creer que Jesucristo, es el Hijo de Dios, que vivió en este mundo, murió por nuestros pecados y con su resurrección ganó la victoria sobre la muerte y el pecado (1ª Corintios 15:21, 26; 15:55-57; Hebreos 2:9, 14)?  

Se me ocurre que puede resultarnos muy clarificador comparar la pregunta, ¿Qué debo hacer para ser salvo?, con otra semejante, que en una ocasión fue formulada por el joven rico al mismo Jesucristo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? (Mateo 19: 16 úp). Lógica y naturalmente si comparamos ambas preguntas que tienen un mismo significado, también deberemos comparar las respectivas respuestas, pues, si las preguntas son equivalentes, ¿no deberían serlo también las respuestas dadas?

La respuesta de Jesús fue: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”, (Jesús le cita cinco mandamientos del Decálogo, y otro que está fuera de éste, y que se encuentra en Levítico 19:18, por tanto, formando parte de la Torá, y que es reivindicado por Jesús así: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 19: 19 úp).

Si estuviera en nuestra mano poder elegir, para ser salvo, entre guardar los mandamientos de la ley de Dios en forma perfecta, y creer que Jesucristo es el Hijo de Dios, ¿Qué opción escogeríamos?

Aunque para el pecador ser humano ambas proposiciones son difíciles de cumplir, la de guardar los mandamientos, además de ser material y realmente, imposible de cumplir a la perfección, no resolvería en absoluto el problema del pecado. Supongamos algo imposible, que a partir de cierto momento de nuestra vida ya somos capaces de cumplir a la perfección la ley de Dios, y nunca más, hasta que llegue la muerte vamos a cometer el mínimo pecado, ¿Por qué ley se podrían perdonar nuestros pecados pasados hasta ese momento?  ¿Quién pagaría nuestras deudas?

Hemos partido de un imposible, nadie puede vivir toda su vida sin cometer pecado alguno, pero aunque pudiéramos, siempre estaríamos en deuda por los pecados pasados. Por eso, sólo existe una solución para el problema del pecado de cada ser humano, que alguien, sin pecado, pague nuestra deuda y nos rescate (véase, por favor, Mateo 20:28; Marcos 10:45; 1ª Timoteo 2:6; Job 23:24; Isaías 35:10; Jer. 31:11; Oseas 13:14).

Ahora podemos entender mejor lo que declaró San Pablo en Romanos 8:3,4: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado condenó al pecado en la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”  .

¿Comprendemos ahora por qué Jesús remitió al joven rico a que guardase la ley para alcanzar la vida eterna? Para que se diese cuenta que necesitaba un redentor, pues ni él ni nadie había podido cumplirla jamás (Romanos 3:9,10). A partir de que Cristo exclamó en la cruz, instantes antes de morir “Consumado es” (Juan 19:30),toda la humanidad tiene acceso a la redención acogiéndose a la sustitución vicaria de Cristo por cada pecador. Su vida y muerte por la vida eterna de cada pecador que se reconozca como tal. Él, al pagar la penalidad del pecado, nos ha liberado de la muerte eterna (Romanos 6:23; 8:1,2).

Como hemos comprobado, por tanto, la única solución para el pecado y para la salvación del ser humano es que “...la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.”  (Romanos 8:2).

Romanos 8:1,2: “1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.” 

Si ya somos salvos porque somos nuevas criaturas en Cristo, ¿por qué deberíamos ocuparnos de la salvación con “temor y temblor” (Filipenses 2:12 úp)?

En esa declaración de la última parte de Filipenses 2:12, no hay ninguna contradicción, si interpretamos correctamente que lo que quiere expresarnos el apóstol Pablo. Lo que él hace es advertirnos que la salvación es una cosa muy seria, que no se puede jugar con ella, pues ha costado la sangre de Jesucristo, y que por el hecho de que ya somos salvos no implique que vayamos a dormirnos en nuestros laureles, y a caer en una inercia de “brazos caídos”. Por el contrario, lo que intenta decirnos es que debemos luchar por no perder nuestra diaria comunión con Dios y tener siempre un temor reverente a pecar y a no hacer la voluntad del Señor.  Dios nos ha salvado en Jesucristo, pero desde el mismo momento en que se es salvo por haber creído en Él, empieza el camino hacia la santidad por el que andaremos hasta que lo único que nos detenga sea la muerte (Hebreos 12:14). En la vida de todo creyente se produce la paradoja de que ha sido santificado en Cristo Jesús, pero llamado a ser santo (1ª Corintios 1:2).

Lo más difícil es entrar por “la puerta estrecha”, “...porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella: (14) porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13,14; Lucas 13:24: “esforzaos por entrar por la puerta angosta”). Sin embargo, como esa puerta es Jesús, nadie tiene por qué equivocarse de puerta o de camino. El camino de salvación está bien señalizado. Jesús es la puerta y también el camino, no hay otro (Juan 14: 6; Hechos 4:12; ver también Apocalipsis 3:8, 20).

Juan 10:1,7, 9:1 De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. 7 Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. 8 Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. 9 Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.

Nuestra salvación está asegurada en Cristo porque es un hecho que se ha producido en el pasado, cuando creímos en Él, pero la relación con Dios hay que actualizarla diariamente. Por eso, no podemos echarnos a dormir. Debemos caminar día a día hacia la santidad que requiere el Señor de nosotros (Hebreos 12:14). Eso quiere decir el “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.” (Filipenses 2:12 úp). No se trata de sentir temor y temblar literalmente. Lejos de Dios el querer eso de nosotros. El apóstol nos exhorta, porque el ser humano es débil, a que esa seguridad que tiene de la salvación, no le conduzca a descuidar la comunión diaria con Dios y su Palabra a fin de  “que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, este es Cristo,” (Efesios 4:15). La tendencia del ser humano es a caer en una monotonía, en una inercia de no hacer nada, cuando ya considera que lo ha conseguido todo, como es el fin principal que es la salvación.

Tratemos, ahora, de comprender que nos quiere decir el apóstol Pedro con la siguiente frase que se encuentra en 1ª Pedro 4:18:

Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?

1ª Pedro 4:17-19: “17 Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? 18 Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? 19 De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.”

La seguridad de nuestra salvación nunca se debe perder, pero eso no quiere decir que el camino del cristiano esté exento de dificultades. Éste no es en absoluto un camino sobre rosas. Padecer por causa del evangelio es un privilegio que pocos han podido tener. Sin embargo, las dificultades con las que nos encaramos cada día, generalmente, no proceden por sufrir los vituperios y oposición de los que rechazan a Cristo, sino por sostener la batalla contra nuestro viejo hombre: “22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24; ver también Romanos 12:1,2).
 
Resumiendo, desde el momento en que creímos somos salvos, pero entonces empieza “la buena batalla” de la vida, a la que debemos dedicar todos nuestros esfuerzos (2ª Timoteo 4:7,8; 1ª Timoteo 6:11,12: “Pelea la buena batalla de la fe...”). La victoria está asegurada, garantizada en Cristo, pero eso no nos exime de luchar y entregar nuestra vida, si fuera necesario, y todo lo que somos y poseemos para conseguirlo. La clave de cómo alcanzar la victoria diaria contra el pecado y contra nuestro ser carnal es seguir los consejos de la Palabra de Dios, y no perder en ningún momento la comunión con Él. Veamos una buena exhortación y consejos en Hebreos 12: 1-11:

Hebreos 12: 1-11: “1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. 3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. 4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; 5 y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; 6 Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. 7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 8 Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 9 Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10 Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. 11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.

Querido Alfonso, que la victoria esté garantizada no supone que no tengamos que emplearnos con todas nuestras fuerzas para ganar el partido. Una cosa es el resultado final, y otra cosa es que ganemos el partido sin hacer nada para ello. Ninguna victoria se gana sin esfuerzo y sin implicarse en la batalla. La vida es una batalla a la que todos tenemos irremisiblemente que enfrentarnos tanto los creyentes como los que no lo son. Sin embargo, los creyentes nos enfrentamos a esa batalla con moral de victoria porque no dudamos que Dios nos ha dado ya la victoria en Cristo (1ª Corintios 15:57: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.”). La paradoja es perfectamente entendible, la victoria es nuestra pero se nos insta a vencer, no a quedarse cruzado de manos (Apocalipsis 2:7, 11, 17,26; 3:5, 12, 21; 12:11; 21:7).

Los cristianos sabemos porque luchamos, y cual es el objetivo y el sentido de la vida. Consiste en vivir haciendo todo el bien que podamos y proseguir “a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:14), para que podamos decir al final de nuestra vida lo mismo que San Pablo: “7 He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 8 Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” (2ª Timoteo 4:7,8).

A nuestra moral de victoria, debe añadirse, que echamos fuera el temor (1ª Juan 4:18) porque confiamos plenamente en las promesas del Señor de que no nos dejará ser tentados más de lo que podamos resistir (1ª Corintios 10:13).

1ª Corintios 10:13: “13 No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.”

3. Conclusión:

¿Puede perder el cristiano la salvación si está garantizada por Dios?

¿Por qué, cuando hablamos de perder la salvación, nos referimos sólo a los cristianos?

Porque nadie puede perder lo que todavía no tiene. En principio todos somos culpables y reos de muerte, “...por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12 úp); “...que todos están bajo pecado. (10)Como está escrito: No hay justo, ni aun uno.. (23)Por cuanto todos pecaron, y está destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:9úp,10pp,  23). Y “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23). Nunca entenderemos el proceso de salvación, mientras no reconozcamos nuestra pecaminosidad natural y nuestro estado de completa perdición. Nuestro destino natural es la muerte, pero Dios, en su infinita misericordia, ha querido darnos la vida eterna a cada creyente a cambio de la vida de su Hijo. Luego la vida eterna es un don de Dios, un regalo, algo que no podemos merecer de ninguna forma. Así lo explica el gran apóstol San Pablo en los siguientes versos de Romanos 5.

Romanos 5:15-21: “15 Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. 16 Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación. 17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. 18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. 20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; 21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.”

Creo que sería pretencioso tratar de explicar mejor lo que dice Pablo. Si acaso trataré de resumirlo. En Adán todos morimos, y Dios, por su gracia, aunque no lo merezcamos en absoluto, decide darnos la vida pero pagando por ella el alto coste de la vida de su Hijo, Jesucristo. Por eso, Pablo declara que por uno, Adán, vino la muerte a todos y también por uno solo, Jesucristo, la vida eterna a todos. Aquí, por lógica, debo añadir, que ese “todos” no es absoluto sino que se refiere sólo a los que aceptan el sacrificio de Jesucristo y son obedientes a su Evangelio. 

¿Qué tiene que suceder en cada ser humano para que pueda ser salvo?

Fundamentalmente solo una cosa, que reconozca sus pecados, su condición de pecador, y se arrepienta, acogiéndose al único que le puede perdonar que es Dios por Jesucristo.

Lucas 13:3,5: “2 Respondiendo Jesús, les dijo: ...[...] 3 Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

La afirmación de Jesús no puede ser más clara. Él vino precisamente a llamar a los pecadores al arrepentimiento y a que crean en el evangelio (Marcos 1:15; Mateo 9:13; Lucas 5:32; 24:47; Hechos 5:31; 11:18; 26:20; Romanos 2:4; 2ª Corintios 7:9, 10). Todo el que no se convierta, pues, perecerá por la eternidad.

Por tanto, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, con independencia de que  religión profesen o que sean agnósticos o ateos, sólo serán salvos aquellos que se arrepientan y se conviertan a Dios. Aquí hemos de aclarar, que el arrepentimiento al que nos referimos, no es el de actos aislados pecaminosos que hemos podido realizar a lo largo de nuestra vida, aunque también incluye eso. Fundamentalmente nos referimos a un reconocimiento profundo de que se es pecador, y que uno mismo nada  puede hacer para salir de ese estado, y un deseo sincero de cambiar radicalmente. En nuestra opinión, eso mismo es lo que Jesús comunicó a Nicodemo en Juan 3:5: “Respondió Jesús: de cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”.

Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?

Lógica y naturalmente, pues, el impío y el pecador, los que no obedecen el evangelio de Dios, no pueden perder la salvación porque nunca han sido salvos, ni lo serán mientras no se arrepientan como expresamos antes. El tema de perder la salvación afecta sólo a aquellos que una vez se arrepintieron y convirtieron de acuerdo a la Sagrada Escritura.

1ª Pedro 4:17-19: “17 Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? 18 Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? 19 De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.”

 ¿Quiénes son esas personas que pecan voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad? (Hebreos 10:26-31)

Hebreos 10:26-31: “26 Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, 27 sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. 28 El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. 29 ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? 30 Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. 31 ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”

¿Eran acaso auténticos cristianos los que se convirtieron sinceramente, fueron nacidos de nuevo como nuevas criaturas en Cristo Jesús, y recibieron el don del Espíritu Santo, y, luego, voluntariamente deciden pecar y apostatar de la fe cristiana?

Hebreos 6:4-12: “4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, 5 y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, 6 y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. 7 Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; 8 pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada.

9 Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. 10 Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún. 11 Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, 12 a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.

Formularemos la pregunta de manera distinta para ver si llegamos a alguna conclusión:

¿Puede alguien que ha nacido de nuevo por la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo (Juan 3:5; 1ª Pedro 1:23; Santiago 1:18), por la voluntad de Dios (Santiago 1:18) rechazar la salvación que un día recibió? ¿Puede la criatura oponerse a la voluntad soberana de su Creador?

¿Salva Dios a toda persona que Él quiere aun cuando esté en oposición frontal con la voluntad de sus criaturas que no desean ser salvas?

Desde el único punto en que podemos opinar, o sea desde la perspectiva del ser humano, nos atrevemos a afirmar lo siguiente:

A) Que nadie, en su condición pecadora, antes de que haya renacido por la Palabra, es capaz por sí mismo de escoger libremente y de alcanzar la salvación que Dios le ofrece por gracia. Porque esa condición natural implica estar muerto (Efesios 2:1,5), y un muerto espiritual es totalmente incapaz de tomar decisiones de orden espiritual y referentes a su salvación. “Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (6) y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” (Efesios 2:5,6).

Se plantea, pues, una importante cuestión que quizá no nos corresponde saber y ni siquiera formular:  si Dios nos ha dado vida espiritual porque Él ha querido, y una vez en posesión de esa vida, con la libertad restaurada por la verdad (Juan 8:31, 32) con la capacidad para pecar y no pecar, ¿es posible que aprovechemos esa libertad para rechazar lo que Dios nos dio por su gracia, que después de haber sido iluminados, gustado del don celestial y hechos participes del Espíritu Santo, volviendo a ser lo que en otro tiempo fuimos? 

¿Volveremos a producir en nuestras vidas “espinos y abrojos” (Hebreos 6:8), y, en lugar de dar frutos de santidad y hacer la obra de Dios, haremos la obra de nuestro adversario, el diablo? Si la respuesta es afirmativa, el resultado de nuestra libre elección no puede ser otro que aquel que declara la Palabra: “Su fin es el ser quemada” (8). Solo nos quedaría, entonces, “una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.”  (Hebreos 10:27)

B) “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6). Estamos seguros que no todos los llamados se salvarán (Mateo 20:16) sino sólo los escogidos de Dios (Marcos 13:27; Romanos 11.7; Col. 3.12; 1ª Pedro 2:9). Es decir, los que son llamados conforme al propósito de Dios (Romanos 8:28). Ya sé que eso no gusta al ser humano en general, porque él pretende ser dueño en todo momento de su destino. Sin embargo, si somos suficientemente humildes recoceremos que es verdad porque así lo afirma la Palabra de Dios. Dios, desde la eternidad, ha conocido a todos los seres humanos de todos las épocas, y en su infinita presciencia, se propuso llamar a todos mediante su Evangelio,  escogiendo, en su sabiduría infinita e infalible los que según su voluntad serían salvos irremisiblemente.

Por eso dice Romanos 8:29,30: “29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.”

Comprobamos, pues, que todos los que se han sido llamados, según su voluntad, los predestinó para que fuesen hechos a la imagen de su Hijo, y que todos estos que son justificados, son los que finalmente son salvados porque son glorificados.

¿Quién puede perder la salvación de este grupo? Nadie. Luego la salvación está asegurada y garantizada en Cristo. Sin duda, pues, los que pueden perder la salvación después de haber sido libertados de la esclavitud del pecado por la verdad del Evangelio, son aquellos que confiando en sí mismos, usan el libre albedrío del que gozan para escoger no entrar en el paraíso de Dios.

Un abrazo

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

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*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

**En el menú Soteriología de esta Web, se encuentra también el estudio citado que se relaciona con el tema tratado en el presente artículo.

 

 

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