Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Ciclo: Historia del cristianismo

Tercera parte

La Iglesia cristiana hasta el emperador Constantino

 
(Conferencia Ámbito Cultural Corte Inglés de 04-04-11)

 

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

A fin de enlazar esta tercera parte sobre el cristianismo, que presentamos hoy, con la anterior, que dimos el mes pasado (02-03-11), haremos un breve resumen de la charla anterior.

En la pasada sesión, explicamos por qué el cristianismo satisface las necesidades fundamentales del ser humano y le da sentido a la vida.

Dijimos, en primer lugar, que el ser humano tiene un deseo infinito de vivir, pero pronto toma consciencia de que la muerte es algo inevitable, y que más pronto o más tarde le llegará. Sin embargo, su situación ante ella de total perdición, deja de serlo cuando cree de todo corazón lo que dijo San Pablo en 1ª Corintios 15: 1-9. No puedo dejar de citar estos textos porque son el mismo corazón y esencia del Evangelio, las Buenas Nuevas de Salvación: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; 2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. 3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5 y que apareció a Cefas, y después a los doce. 6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; 8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. 9 Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.”

Así pues, el cristiano por su fe en la resurrección de Cristo, ya no teme más a la muerte, pues su confianza en Él, le da plena esperanza de vida eterna. (Hebreos 2:14-18).

En segundo lugar, su vida adquiere pleno sentido, pues, al reconocer su inconsistencia,  levedad y vanidad de vanidades de la misma, se enfoca a hacia el bien común, y a procurar la felicidad de sus semejantes. En tercer lugar, este desprendimiento de sí mismo, soluciona todos los problemas de convivencia humana, al desterrar poco a poco el egoísmo de su vida.

El cristianismo no solo brinda una estructura moral y leyes morales específicas, sino también el poder para hacer lo correcto. El ateo o agnóstico depende de sus propias fuerzas para hacer lo correcto. Quienes se someten a Dios tienen el Espíritu Santo que santifica sus voluntades y vidas, haciéndoles capaces de vencer al pecado, dando como resultado la armonía con la ley moral y voluntad de Dios.

Por último, el cristianismo es la religión que nos reconcilia con Dios y nos hace sus hijos mediante su Hijo Jesucristo.

También nos referimos a los medios que posee la religión cristiana para conseguir los citados fines de santificación y salvación de las personas.

Dijimos que la fe en Jesucristo como Hijo de Dios es la virtud esencial de la que dependerá que obtengamos el amor y las demás imprescindibles virtudes de santificación. Como declara el autor de la carta a los Hebreos: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos 11:6).

Sin embargo, muchas personas se pueden preguntar: ¿Cómo puedo llegar a creer si no tengo fe? ¿Adónde acudo para obtener la fe?

El apóstol Pablo nos responde en Romanos 10:17 que “...la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.”.  Por otro lado, también afirma que “...por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; (9) no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 1:8,9). Y también Hebreos 12:2 declara: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.”.

El medio de gracia esencial que Dios usa para convertir a los pecadores es su Palabra, la Santa Biblia, y específicamente, para los cristianos, el Nuevo Testamento. Por eso es fundamental conocerlo, creerlo y obedecerlo para progresar en el camino cristiano. De esta manera, mediante el alimento diario de su Palabra, se produce la identificación con Cristo día a día, hasta llegar a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús y verdaderos hijos de Dios (2ª Corintios 5:17-21; Romanos 8:14-17).

Luego, narramos cómo fue fundada y consolidada la Iglesia cristiana primitiva por la predicación de los apóstoles de Jesús, cuando recibieron poder y fueron llenos del Espíritu Santo, prometido por Cristo y derramado en el día de Pentecostés del año 30 d.C. (Lucas 24:45-53, Hechos 1:8; 2:3,4, 41,42). Y a partir de ahí, su rápida y espectacular expansión por todo el mundo antiguo conocido. Finalmente, enumeramos las principales doctrinas y enseñanzas de la Iglesia de Cristo primitiva, como son la manifestación de un único Dios en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el origen del pecado, la solución al pecado y a la muerte, mediante: la Redención, la justificación o perdón de los pecados, la santificación, el Nuevo nacimiento, y los Sacramentos, lo cual conduce a la salvación, gratuitamente mediante la fe en Cristo, el Redentor. Hasta aquí el breve resumen de la conferencia anterior.

En la sesión de hoy expondré los tres primeros periodos de la historia de la Iglesia, del total de cinco en que divido la misma, a fin de poder estudiarla y entenderla mejor. A saber: La Iglesia primitiva (Desde Pentecostés hasta el año 70 -100 d.C). El periodo romano antes de Constantino. (Desde el año 70-100 d.C. hasta el 311 d.C). Y el periodo constantiniano (Desde el año 313, edicto de Milán, abarcando el reinado de Constantino y de sus sucesores, Valentiniano, Teodosio y Justiniano, hasta la muerte de este último en el año 565 d.C). Durante el cual la Iglesia primitiva pasó, de ser perseguida, primero por los judíos, y poco después, por los emperadores romanos, a convertirse en perseguidora de los paganos, y de todos aquellos que se oponían abiertamente a sus doctrinas. Esto ocurrió al adquirir poder secular y político concedido por Constantino a partir del siglo IV, y pocos años más tarde, por Teodosio, pasando a ser la religión del estado.

En próximas sesiones, que se celebraran, DM, el nueve y dieciséis de mayo, continuaremos con la historia del cristianismo hasta nuestros días, exponiendo los eventos más sobresalientes que ocurrieron en cada siglo y época de la historia, las herejías que surgieron ya desde los primeros siglos, hasta llegar a los cismas de Oriente y Occidente y el surgimiento en el siglo XVI del Protestantismo, que se fraccionó en diversidad de denominaciones y organizaciones. Esto comprende los dos periodos siguientes de la historia de la Iglesia hasta llegar a nuestros días. En primer lugar, hablaremos del periodo de La Iglesia medieval, comprendido entre el siglo V y el siglo XV. El cual se inicia, con la caída del imperio romano de Occidente (476), y  finaliza con la caída del Imperio Bizantino, o Romano de Oriente (1453). Y por último, en la sesión del 16 de mayo, ofreceremos el periodo de La Reforma Protestante y la Iglesia de los tiempos modernos, del 1453 hasta nuestros días, con lo que también daremos por terminado este ciclo de la historia del cristianismo.  

2. La Iglesia primitiva o apostólica.

Podemos considerar que el periodo de la Iglesia cristiana primitiva o apostólica se extiende desde el día de Pentecostés (año 30 d.C) hasta alrededor del año 70 d.C. Aunque, en realidad, este periodo podría ser alargado hasta que murió Juan, el último apóstol, hacia finales del siglo I, cuando tenía una edad avanzada de alrededor de 100 años.

“El protomártir del cristianismo fue el joven diácono Esteban, que pagó su fervor con la vida. Acusado ante el Sanedrín de haber pronunciado palabras contrarias al espíritu de la ley mosaica y de haber vaticinado la destrucción del Templo de Jerusalén, fue apedreado hacia el 33 d.C. por los judíos, ante las murallas de la ciudad (Hechos 6:8-15). Se inició entonces una persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Varios cristianos marcharon de la ciudad. El diácono Felipe predicó con éxito en Samaria para centrar luego su apostolado en Cesarea (Hechos 8:40). Otros lo hicieron en Judea. Y otros empezaron a evangelizar a los gentiles”. (1)

La fecha del 70 d.C. es importante, porque en ese año se produjo una gran catástrofe para el pueblo de Israel que marcó dramáticamente su historia: La conquista de Jerusalén, que fue llevada a cabo por el general romano Tito en ese mismo año, y que terminó destruyendo la ciudad y el Templo, centros neurálgicos del pueblo de Israel. A pesar de todo, los judíos lograron reorganizarse; pero años después el emperador romano envió al general Julio Severo que aniquiló toda resistencia judía y fundó una colonia romana, donde los judíos no podían poner el pie. Con ello, los símbolos visibles de la antigua alianza desaparecieron.(2)

Jesús anticipó este futuro evento unos 40 años antes de que ocurriera, y no sólo eso, sino que también advirtió a los creyentes cristianos, que estuvieran atentos a las señales previas que se producirían; para que cuando éstas tuvieran lugar aprovecharan, sin demora alguna, para escapar del asedio y de la muerte. (Ver Mateo 24:15-22; Marcos 13:14-20; Lucas 21:20-22).

Lucas 21:20-22: Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. (21) Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.  (22)  Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.

Fue sobre todo Pablo, quien más luchó por la unidad de los primeros cristianos, judíos y paganos. Su ímpetu evangelizador era imparable, y poco a poco fue formando pequeñas comunidades de cristianos, iglesias locales, en diversas ciudades del Asia Menor y de Grecia. Incluso, ya encadenado, llegó a Roma donde existía una comunidad cristiana y en ella ejerció su ministerio apostólico. En esas iglesias locales iba dejando presbíteros con autoridad, como Tito y Timoteo. “Funda numerosas comunidades eclesiales, sufre hambre, cárcel, torturas, naufragios, peligros sin fin. Su obsesión es predicar a Cristo. Toda su labor evangelizadora quedó plasmada en sus cartas, que encontramos en el Nuevo Testamento” (3) (14 epístolas: a los Romanos, dos a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, a Tito, a Filemón, y a los Hebreos. Aunque en ésta última pueden existir dudas en cuanto a su autor, por no ir firmada, se cree que fue de San Pablo por coincidir bastantes rasgos de su estilo).

Después del año 60 d.C., la comunidad cristiana conocía o disponía de alguna manera de copias de casi todos los libros del NT, aunque no de forma simultánea como los tenemos ahora. Es decir, el Evangelio en sus cuatro versiones de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el libro de Hechos de los Apóstoles de San Lucas, las catorce cartas citadas de san Pablo, “las siete Epístolas católicas debidas, una de Santiago el Menor (hacia el año 60), dos de San Pedro (hacia el año 64), tres de San Juan (fines del siglo I) y una de San Judas, hermano de Santiago el Menor (hacia el año 65), notables todas ellas por los principios morales que atesoran. El Apocalipsis de San Juan, o -Libro de la Revelación-, cierra el Nuevo Testamento”. (4)

La Iglesia primitiva, desde su inicio fue perseguida, primeramente por los dirigentes judíos en las zonas de su jurisdicción, y, a la par que se extendía por el resto del imperio romano, también por los paganos, siendo destacables las persecuciones de los distintos emperadores romanos que tantos mártires cristianos causaron.

La iglesia de los apóstoles experimentó un rápido crecimiento numérico y expansión fuera de los límites de Palestina. Debido, principalmente, a que fue obra de Dios el poder del Espíritu Santo que recibieron los apóstoles en el día de Pentecostés y sucesivos. Por otro lado, también gracias a las misiones de Pablo y de los apóstoles, treinta años más tarde se habían creado asambleas cristianas en Judea, en Samaría, en Siria, en Macedonia, en Grecia, en Egipto y hasta en Roma (5). Las persecuciones no lograron parar el fuerte ímpetu de los discípulos de Cristo, sino que por el contrario, se fortalecieron con las dificultades, y posteriormente la sangre de los mártires fue “semilla de nuevos cristianos” (frase atribuida a Tertuliano) .

La primera cruel persecución fue la de Nerón, que en su periodo de reinado (54-68), incendió Roma, expuso a los cristianos a ser despedazados y devorados por las fieras, “crucificó a muchos de ellos y los cubrió de resina y brea para que sirvieran de antorchas que iluminaran el Circo de su mismo nombre (hoy la plaza de san Pedro). En esta persecución, al parecer, murieron los apóstoles Pedro y Pablo. El primero fue crucificado cabeza abajo (según la tradición) hacia el año 64, y el segundo fue decapitado en el año 67 ó 68 d.C. Únicas formas de impedir que siguieran predicando a Cristo y su evangelio de salvación. Varios emperadores se sirvieron de cualquier catástrofe para echar la culpa a los cristianos, pues causas justas para perseguirlos no había. Resulta también una ironía de la historia constatar [que] quien cometió tan grande injusticia contra los cristianos fue el imperio romano, el inventor del derecho”. (6)

Los primeros pasos de la Iglesia se encuentran narrados en el libro de la Sagrada Escritura, llamado Hechos de los Apóstoles, primera historia de la Iglesia.

Durante este primer siglo, la joven Iglesia cristiana pronto vio atacada su pureza inicial por las siguientes herejías (7):

“Los judaizantes, judíos que, después de bautizados, exigían a los demás, la circuncisión y otras prácticas judías contenidas en la ley de Moisés, como necesarias para la salvación.

Estos convertidos cristianos de origen judío pensaban que debían exigir a quienes creían en Cristo y pedían el bautismo la práctica de los ritos de la ley de Moisés, como la circuncisión y el no comer carne de cerdo ni sangre (Hch. 15:1,5). Pero Pablo y Bernabé se opusieron diciendo que bastaban la fe y el bautismo. No obstante, esta temprana herejía de Los judaizantes, judíos que, después de bautizados, exigían a los demás la circuncisión y otras prácticas judías, como necesarias para la salvación, no quedó zanjada hasta que los apóstoles convocaron la asamblea de Jerusalén, una especie de primer concilio (Hch. 15:4-11,20,28;21:25. año c. 51 d.C.). La conclusión del mismo fue que a ningún cristiano se le impondrían las prescripciones judías. No debía haber más ley que la de Jesucristo. Así la fe cristiana se iba desligando del judaísmo y se abría a una visión universal, sin necesidad de sufrir un trasplante cultural para acceder al Evangelio.

“Ebionitas: otro tipo de judaizantes que afirmaban que la salvación depende de  guardar la ley mosaica. Consideraban a Jesús como un simple hombre, hijo por naturaleza de unos padres terrenos. Jesús, por su ejemplar santidad, había sido consagrado por Dios como mesías el día del bautismo y animado por una fuerza divina. La misión que recibió sería la de llevar el judaísmo a su culmen de perfección, por la plena observancia de la Ley mosaica, y ganar a los gentiles para Dios. Esa misión la habría cumplido Jesús con sus enseñanzas pero no con una muerte redentora, puesto que el mesías se habría retirado del hombre Jesús al llegar la pasión. La cruz era escándalo para estos judaizantes. Rechazaban el punto esencial del cristianismo: el valor redentor de la muerte de Cristo.

“Los gnósticos, influidos por cierto misticismo difundido en ambientes hebreos, por el dualismo de los zoroastras persas y por la filosofía platónica, buscaban resolver el problema del mal. Entre Dios que es bueno y la materia que es mala están los eones, especie de entidades divinas o ángeles emanados de Dios. Uno de estos toma la apariencia de Jesús, pero sólo la apariencia. La salvación consiste en liberar de la materia el elemento divino. Esto sólo lo podrán hacer los «espirituales», gracias al conocimiento secreto y superior que Jesús les ha comunicado.”

“El gnosticismo, doctrina sincretista en su fondo, advertía la oposición existente entre el mundo material-malo y el espiritual-bueno. La materia era obra de un demiurgo (dios inferior o de los ángeles), y esto les llevó a creer que el cuerpo de Jesucristo no podía ser material (pues no podía ser malo). La salvación para el gnóstico dependía del conoci­miento personal, era fruto de su ciencia. En el siglo II, ciertas ideas gnósticas —la trascen­dencia de las cuales queda implícita tras su simple enunciación— influyeron en varios sectores cristianos y tendieron a la racionalización de la fe. Apuntaba el peligro de las pri­meras herejías, del mismo modo que habían empezado las persecuciones.” (8)

3. El periodo romano antes de Constantino.

Terminada la etapa de la iglesia apostólica hacia el año 70, en que fue destruida Jerusalén, o hacia el año 100 d.C., en que murió Juan, el último apóstol, comienza el periodo romano anterior a Constantino o preconstantiniano, que se extiende hasta el 313 d.C, en el que el emperador Constantino, con el edicto de Milán, pone fin a las terribles persecuciones de los cristianos.

Para comprender a las sociedades antiguas debemos tener en cuenta que sus gobiernos y gobernantes eran autocráticos, o sea, que ejercían un poder omnímodo y absoluto, demandando al pueblo una lealtad político-religiosa inflexible. “La herejía o el alejamiento de la religión nacional, era considerado como traición. La conformidad religiosa era vista como algo esencial para la preservación del Estado. En el Imperio Romano con su religión estatal que se centraba en la adoración del Emperador, diferentes religiones pudieron continuar su existencia, a condición de que sus adherentes simplemente reconocieran al Emperador como su Señor. Durante los primeros tres siglos, los cristianos fueron enfrentados con esta prueba de lealtad; para ellos, una prueba religiosa. Les pusieron como requisito quemar un trozo de incienso en el santuario del Emperador (ante su insignia o imagen) y declarar “César es Señor”. Tal cosa era un medio para mantener la lealtad de los ciudadanos, pero esto no lo podían hacer los cristianos porque “Cristo es Señor”. Aunque ellos eran buenos ciudadanos, pagaban sus impuestos y eran leales al gobierno en todas las esferas, fueron perseguidos cruelmente y calificados paradójicamente como “ateos y traidores al Estado”. (9)

La fuerza imparable de la primera comunidad cristiana no había podido ser reprimida ni por la persecución inicial por parte del Sanedrín, ni por las diez persecuciones llevadas acabo por distintos emperadores del Imperio romano, que prosiguieron durante algo más de dos siglos. De estas diez crueles persecuciones que sufrieron los cristianos, ya citamos la de Nerón, y en este periodo sólo nos referiremos, por limitaciones de tiempo, a la décima ó última, con la que culminó este espantoso periodo de los mártires, fue la promovida por el emperador Diocleciano hacia los primeros años del siglo cuarto (año 303 d.C). Ésta fue la más cruel y terrible de todas, porque se calcula que bajo su reinado llegaron a morir por su fe unos cien mil cristianos, muchos de los cuales pertenecían a las comunidades de las provincias del imperio. Entonces, fue cuando se hizo famosa la frase de Tertuliano en el cristianismo primitivo: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. (10)

La Iglesia cristiana, en esos dos primeros siglos, no sólo estuvo expuesta al peligro externo que supusieron las persecuciones sino también a disensiones internas que surgieron motivadas por diferentes interpretaciones sobre la persona de Jesús, las enseñanzas de los evangelios y de los demás textos reconocidos como inspirados del Nuevo Testamento.

Por tanto, al morir el último de los apóstoles, y desde los primeros siglos, la Iglesia tuvo que enfrentarse, no solamente a las persecuciones, sino también a diversas y continuas herejías que trataban de pervertir la pureza doctrinal procedente de sus fundadores, y, más tarde, a los cismas.

Las herejías de los siglos II y III, fueron las siguientes:

“El gnosticismo fue la herejía más fuerte del siglo II, aunque ya vimos que comenzó en el siglo I, surgiendo en Siria y llegando a Alejandría en el siglo II. El primer argumento defendido por los gnósticos era que Jesús no podía ser realmente Dios, sino sólo una persona enviada por Dios, que tenía “apariencia” de un ser divino, como un “eón” divino que viene a la tierra para liberar los fragmentos “divinos” o “chispas” de luz, que están aprisionados en la materia”. (11)

“Esta herejía sostenía que existía un Dios supremo y, por debajo de él, una multitud de «eones», seres semidivinos que formaban con Dios el pleroma (significa plenitud), el mundo superior. Nuestro mundo material e imperfecto, donde reside el mal, no era obra del Dios supremo, sino del demiurgo, que ejercía el dominio sobre su obra. En este mundo creado se encontraba desterrado el hombre, la obra maestra del demiurgo, en quien late una centella de la suprema Divinidad. De ahí, el impulso que el hombre siente, en lo más íntimo de su ser, a unirse con el Dios sumo y verdadero. Tan sólo la «gnosis», es decir, el conocimiento perfecto de Dios y de sí mismo, permitiría al hombre liberarse de los malignos poderes mundanos y alcanzar el universo luminoso, el pleroma del Dios Padre y Primer Principio.

“El gnosticismo fue difundido en el siglo II, principalmente, por Marción (85-160), que trató de incluir a Cristo en ese sistema cosmogónico, como un «eón» en medio de los demás. Cristo desciende sobre Jesús en el momento del bautismo (dualismo personal).

"Marción, originario del Ponto, distingue entre el Dios del Antiguo Testamento, creador y malo, del Dios de amor que nos revela Jesús. Detrás de esta postura de Marción, se esconden dos dioses: el del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento. Además, niega a Jesús una verdadera naturaleza humana. Y finalmente dice que no habrá salvación más que para las almas, no para los cuerpos. (12)

" La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban «gnósticos»— podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista".

Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes, con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

“Contra Marción reaccionó san Ireneo, que nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía) entre los años 135 y 140 y murió en el 202-203, defendiendo la unidad de Dios en el Antiguo y Nuevo testamento, y la salvación completa del hombre, cuerpo y alma, realizada por Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. El mismo Ireneo exige que no se tengan en cuenta en absoluto las doctrinas o escritos transmitidos fuera de la sucesión apostólica, pues en ese tiempo aparecieron los llamados evangelios apócrifos. Fue Ireneo quien declaró que sólo hay cuatro Evangelios.

"Herejía docetista: estas personas afirmaban que Cristo no era hombre, sino que sólo tenía apariencia de hombre. Pensaban que ser hombre restaba mérito, dignidad a Cristo, el Hijo de Dios. Por querer defender la divinidad, no se aceptaba la humanidad. Nuestra fe es bien clara: Cristo es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es la verdad completa. La verdad incompleta constituye ya una herejía.

"La herejía de los montanistas también dio dolores de cabeza a la Iglesia. Apareció hacia el año 170 cuando Montano, después de recibir el bautismo, comenzó a anunciar que era el profeta del Espíritu Santo, y que este Espíritu iba a revelar por su conducto a todos los cristianos la plenitud de la verdad. El rasgo más notable de esta revelación era el mensaje escatológico: estaba a punto de producirse la segunda venida de Cristo, y con ella el comienzo de la Jerusalén celestial. Solamente una estricta vida moral prepararía a los creyentes para esta venida; por ello había que evitar huir del martirio, había que guardar ayuno riguroso y abstenerse, en lo posible, del matrimonio. A esta secta se adhirió Tertuliano.” (13)

"Dos grandes personalidades del África noroccidental, que formaron parte de esta herejía, fueron el presbítero Tertuliano (c. 160-245), originario de Cartago, y su discípulo el obispo San Cipriano (c. 160-258), de Cartago también, decapitado en la persecución de Valeriano. Tertuliano, iniciado de joven en el culto de Mitra, debió convertirse después al cristianismo y luego pasó (año 213) al montanismo, herejía predicada por el frigio Montano, enemigo de la Iglesia jerarquizada" (14).

"Los lapsi: eran llamados de esta manera los cristianos que ante persecuciones tan duras, claudicaron y desertaron para salvar la vida, adoraron las divinidades paganas y rindieron culto al emperador. Se les llamó traidores. Algunos, terminada la persecución, pidieron perdón y volvieron al seno de la Iglesia.

"Los novacianos: Novaciano sostenía que la apostasía era un pecado irremisible y que los lapsi nunca podían ser readmitidos a la comunión de la Iglesia, ni siquiera en la hora de la muerte. Sostenía, además, que la Iglesia debía formarse sólo por los enteramente puros; y negaba, como los montanistas, que la idolatría, el adulterio y el homicidio pudieran perdonarse.” (15)

"El sacramento de la penitencia o confesión a partir del siglo II (16)

Este sacramento no existió en la Iglesia cristiana primitiva del siglo I, mientras vivieron los apóstoles, sino que fue estableciéndose paulatinamente. Simplificando mucho, podemos decir que se han sucedido tres diversas formas de celebración: la penitencia pública en la antigüedad, la penitencia «tarifada» y la penitencia «privada».

Ya desde el siglo II existía la reconciliación de los pecadores, pero solamente para los pecados graves (apostasía, asesinato, adulterio, etc.) y una sola vez en la vida. La Iglesia exigía mucho de los cristianos al inicio, tanto que algunos por este motivo retrasaban la hora de bautizarse. Hay que esperar hasta el siglo V para ver cómo se inicia la confesión privada, gracias a los monjes británicos e irlandeses.

La penitencia pública consistía en que al pecador o penitente se le incluía en el grupo de penitentes mediante la celebración comunitaria de ciertos ritos, como la imposición de cenizas o la expulsión simbólica del templo, incluso con la imposición de ciertos hábitos y rapado de cabeza. A este grupo no les estaba permitido comulgar.  Estas prácticas litúrgicas eran duras y penosas. Pero la cosa no terminaba allí. El grupo debía «hacer penitencia», no solamente en la asamblea, sino también en la vida cotidiana. Los penitentes estaban sometidos a ayunos y actos de humildad. Debían renunciar a fiestas y diversiones y cargos honoríficos. Estaban obligados a la abstinencia sexual. Muchas de estas prescripciones durísimas no cesaban del todo ni siquiera con la reconciliación.

A la dureza de las penitencias se añadía un elemento terrible: sólo se podía recibir el sacramento una sola vez en la vida. No podía repetirse. Por eso, muchos demoraban la penitencia hasta el momento de la muerte, para no malgastar la última oportunidad y para evitar las severidades consecuentes.

Los aspectos negativos de esta forma de penitencia eran evidentes: el rigor excesivo de la misma desvirtuaba el carácter compasivo de Jesús hacia el pecador y lo convertía en un juez tirano en lugar de un misericordioso salvador. La excesiva, inadecuada e innecesaria satisfacción por los pecados cometidos por el creyente hacía parecer que el perdón de los pecados era una conquista personal y no un regalo gratuito de Dios. Además, esto hacía inútil la muerte expiatoria de Jesús por los pecados de todos los fieles. Se anulaba su acción redentora y se negaba la promesa principal del NT que afirma “que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43; 5:31; 13:38; 26:17,18; 2:38; Jn 1:29; Ef. 1:7; Col 1:14, etc.). Por otra parte, esta distinción en dos grupos entre grandes pecadores y pecadores normales, aparte de ser vergonzosa y discriminatoria para los primeros, podía crear en los fieles no sujetos a penitencia un sentimiento de fariseísmo en sus corazones, porque podrían decirse a sí mismos: “al fin y al cabo los pecadores serios son los otros, los que están allí, en ese grupo. «Nosotros, después de todo, tan malos no somos...».

La penitencia tarifada, es un nuevo modo de celebrar la penitencia que aparece hacia fines del siglo VI. Con ella, desaparece la publicidad de la penitencia, y ya no hay grupo especial de penitentes; no hay reconciliación en el marco de una celebración comunitaria; todo el proceso es ahora reservado y secreto. Además, se abroga el principio de una confesión en la vida. La penitencia es ahora repetible todas las veces que se demande. Y la satisfacción o expiación de los pecados no queda al arbitrio del sacerdote, sino que era determinada de acuerdo con libros específicos, los «libros penitenciales», que establecían una medida, una tasa, una tarifa por cada pecado. De aquí el nombre de penitencia «tarifada».

La penitencia privada. Dado que algunas penitencias tarifadas eran exorbitantes y no plausibles para todos, la Iglesia encontró una manera de redimir las «tasas» penitenciales. Y lo hace creando un sutil sistema de compensaciones penitenciales, declarando como obras penitenciales, además del ayuno, la limosna y la oración: tanta oración (recitación de los salmos, por ejemplo) equivale a tantos días de ayuno. O bien, tanta limosna equivale a una penitencia de tal duración.

Pero, ¿qué ocurre con quien no puede leer los salmos o, en razón de su debilidad, no puede ni ayunar ni velar, ni hacer genuflexiones, ni tener los brazos en cruz, ni postrarse en tierra? «Que elija a alguno que cumpla la penitencia en su lugar y que le pague por eso, pues está escrito: Llevad las cargas los unos por los otros» (Gálatas 6:2) (Cánones del rey Edgar, siglo X (reinó 959-975).

Como se puede uno imaginar, esto dio lugar a abusos. Esta solidaridad  nunca podía reemplazar la propia parte personal. Nada más personal e inalienable que la conversión y la penitencia. Los méritos de los demás vienen en apoyo, en ayuda; pero no son sustitutivos. Y sobre todo, no pueden comprarse. He aquí el abuso: había nacido una nueva profesión, la de los penitentes «a sueldo». Peor aún, la penitencia se había convertido, prácticamente, en una actividad para pobres. El rico encuentra quien lo sustituya. De esta manera la tarifa penitencial desemboca en un mercado de penitencias.
Menos mal que no faltaron las intervenciones sensatas de la jerarquía. Pero había que atacar la raíz de estos abusos. Y la raíz estaba en la tarifa penitencial, en los libros penitenciales. Estos abusos suscitaron una severa reacción eclesial: los obispos individualmente, y reunidos en concilios, prohibieron el uso de las tarifas penitenciales y ordenaron incluso la destrucción de los libros penitenciales.

Nace así, prácticamente desde el siglo XI, esa forma de celebración del sacramento de la penitencia que podríamos llamar «privada» y que es aquella en la que hemos sido educados la mayoría de nosotros, en la que queda suprimida cualquier tipo de tasa penitencial. Se aconseja que la satisfacción, expiación o penitencia consista en actos pertenecientes a la virtud que ha sido conculcada por el pecador, por ejemplo: actos de humildad a los soberbios, pureza y mortificación a los impuros, justicia a los deshonestos, actos de generosidad a los tacaños, etc.

Ya no hay etapas penitenciales, pues se concede la absolución en la misma ceremonia de la confesión, sin haber cumplido la satisfacción. Por eso el sacerdote que confiesa tiene que lograr todo ese clima de arrepentimiento en el penitente, para que la confesión no se convierta en algo formalista sin peso interior. El dolor de la confesión bien hecha, la vergüenza, eran en sí mismos ya satisfactorios.

La confesión se convierte en el elemento fundamental, ya no tanto la satisfacción. Por eso, se llamará el sacramento de la confesión".

4. El periodo constantiniano o Iglesia Imperial

Durante el periodo anterior, la sangre de los mártires fue efectivamente semilla para nuevos cristianos. El cristianismo había crecido de tal manera, que el emperador Constantino creyó conveniente, en el año 314, mandar que cesaran las persecuciones a los cristianos, mediante el llamado Edicto de Milán, de tolerancia religiosa, según el cual nadie ya podría ser perseguido por razones de fe o práctica religiosa y se daba a los cristianos plena libertad de culto. Sin embargo, el emperador Teodosio, en el año 380, con el nuevo Edicto de Tesalónica, no conformándose con esto, quiso favorecer todavía más a la Iglesia cristiana, al designar el cristianismo como la religión oficial del Imperio romano, reconociendo la autoridad del Papa Dámaso. Con esta unión entre el poder civil y político con el religioso empezó la hegemonía de la Iglesia sobre el Estado. (17)

Constantino visualizó el cristianismo como una religión que pudiera unir al Imperio Romano, el cual en ese tiempo comenzaba a fragmentarse y dividirse. Aunque esta unión Iglesia-Estado, parecía que beneficiaba a la primera, y favorecía la unidad imperial, la realidad resultó que perjudicó la espiritualidad y pureza doctrinal de la Iglesia. Al igual que Constantino se negó a adoptar de lleno la fe cristiana, sino que continuó con muchas de sus creencias y prácticas paganas; así también la iglesia cristiana que Constantino promovió era una mezcla del verdadero cristianismo con el paganismo romano.

La supremacía del obispo romano (el papado), fue creado con la ayuda de los emperadores romanos. Siendo la ciudad de Roma el centro de gobierno del imperio romano, y con los emperadores romanos viviendo en Roma, la ciudad de Roma se levantó como preeminencia en todas las facetas de la vida. Constantino, y sus sucesores, dieron su apoyo al obispo de Roma como el supremo gobernante de la iglesia. Desde luego, era mejor para la unidad del imperio romano, que el gobernante y la sede de la religión se encontraran centrados en el mismo lugar. Mientras que muchos otros obispos (y cristianos) se resistieron a la idea de que hubiera un obispo romano supremo, finalmente el obispo romano se elevó a la supremacía, a través del poder y la influencia de los emperadores romanos. Cuando el imperio romano se colapsó, los papas tomaron el título que previamente había pertenecido a los emperadores romanos – “Pontificus Maximus”.

El origen de la Iglesia Católica es el trágico compromiso del cristianismo con las religiones paganas que la rodeaban. En vez de proclamar el Evangelio y convertir a los paganos, la Iglesia Católica “cristianizó” las religiones paganas, y “paganizó” el cristianismo.(18)

Este periodo se caracteriza por la unión o simbiosis de la Iglesia con el Estado; y abarca, según unos, desde el año 313, edicto de Milán, con el reinado del emperador Constantino, continuando con sus sucesores, Valentiniano, Teodosio y Justiniano, hasta la muerte de este último en el año 565 d.C. Sin embargo, otros piensan que esta «era constantiniana», si nos atenemos a su citada característica fundamental, se prolongaría hasta que se produjo «la separación de la Iglesia y del Estado», lo que comenzó a principios del siglo XX.

Desde ese momento, la sociedad tiene dos cabezas: el papa y el emperador. La Iglesia es el reino de Dios ya aquí, cuyo rey temporal no es otro sino el emperador. Al convertirse, éste se ha constituido en el representante de Dios en la tierra. Reina sobre los cuerpos lo mismo que la Iglesia sobre las almas.

“Y entonces la persecución comenzó a tener como víctimas a los antiguos “paganos”, destruyéndose sus templos e incluso a veces condenándolos a penas durísimas que incluían la muerte o, al menos, la incapacidad para acceder a cargos públicos en el imperio. Las herejías religiosas contra la fe católica oficial se convirtieron así en delitos sociales y políticos. Esa actitud de apoyo exagerado a la Iglesia llegó a su punto culminante con el emperador Justiniano, en el siglo VI, quien llegó a hacer clausurar la escuela filosófica de Atenas y a prohibir todo resquicio “pagano”, imponiendo obligatoriamente la instrucción cristiana a todas las familias, así como el bautismo como requisito para poder gozar de plena ciudadanía política, amenazando con la pena capital a los paganos y a los apóstatas o herejes, quienes quedaban excluidos de toda docencia.

Con este viraje en la relación del Imperio romano con el cristianismo, la gente se hizo masivamente cristiana, sin que ello les representara grandes dificultades, e incluso teniendo con ello ventajas económicas y políticas. De esta manera, como lo expresaba el Padre y ermitaño, San Jerónimo, “después de la paz constantiniana, la Iglesia creció en riqueza y en poder, pero se empobreció en virtudes”. (19 )

El cristianismo del Nuevo Testamento estaba basado en la eficaz predicación del evangelio habilitada por el Espíritu, el poder regenerador del Espíritu Santo y la fuerza moral de la oración, la Escritura, y las vidas piadosas, para efectuar la conversión de los hombres y para mantener una influencia preservadora en la sociedad. La verdad tenía que ser aceptada voluntariamente por la convicción y la fe personal. El principio constantiniano trajo la coerción. Esto se nota gráficamente en la filosofía de san Agustín (354-430 D.C.). El fue un gran “padre” de la iglesia, un campeón de la gracia de Dios, pero también él fue un completo constantiniano. En sus debates en contra de los Donatistas él usaba la parábola de la gran cena y el siervo (Lc.14:23), para enseñar que los hombres deben ser forzados a recibir la verdad de la Iglesia Católica para su propio bien. El declaró que en el tiempo de los apóstoles, el cristianismo todavía no había recibido su poder completo y era incapaz de retener a algunos de sus seguidores (Jn.6:65-69), pero ahora que poseía el poder del Estado, podría “forzar” a los hombres a venir a su redil.

Puesto que la salvación se consideraba sólo posible “dentro de la iglesia” y no fuera o separada de ella, el forzar a los hombres a entrar en la iglesia era la “salvación” de ellos, su propio bien. Esta filosofía autocrática no era diferente a cualquier sistema totalitario moderno (como el Nazismo, el Comunismo, etc.). La costumbre de quemar a los herejes fue el producto de esta filosofía.

De esta forma el “cambio constantiniano” produjo una iglesia estatal híbrida. Un sistema eclesiástico cuya estructura se iguala a la del Estado. Este sistema tenía el poder de obligar a los hombres y bajo pena de muerte, traerlos a su dominio totalitario. En la historia subsiguiente mientras que el poder político de Roma se debilitaba, la Roma eclesiástica surgía para tomar su lugar, hasta que el poder papal en el siglo octavo pudo coronar o destronar a reyes. A través de la era medieval este principio constantiniano sería la base para la muerte de un número incalculable de creyentes neotestamentarios, quienes se atrevieron a permanecer fieles a Dios.

El poder de la iglesia ya no era espiritual sino más bien, político, civil y militar. Esta iglesia apóstata ahora poseía dos “espadas”, la “espada del Espíritu” (supuestamente) y la espada del magistrado civil. Este sistema había renunciado a las armas espirituales habiéndolas cambiado por carnales.

En efecto, la época constantiniana es la de las grandes herejías: mandeísmo, maniqueísmo, arrianismo, montanismo, macedonianismo, nestorianismo, monofisismo, pelagianismo, etc..

Por su importancia, extensión e influencia en esta época de la historia y aún en la actualidad, trataremos con algo más de detalle las herejías que han pretendido desvelar los misterios de Cristo Dios y Hombre verdadero, y del pecado original y la gracia. Al respecto, muy conocidas son las herejías de Arrio y Nestorio, y algo menos la del monje Pelagio. Este último, negaba la influencia del pecado original sobre la humanidad.

5. Principales herejías de este periodo

En esta sesión nos limitaremos a explicar la herejía de Arrio, dejando para la próxima sesión, las de Nestorio y Pelagio.

Herejía arriana

"A partir del siglo cuarto comenzaron a convocarse los llamados Concilios Ecuménicos. El primero de ellos fue provocado por la llamada crisis “arriana”, suscitada, en el siglo tercero, por el presbítero de Alejandría, Arrio. La tesis fundamental del “arrianismo” consiste en negar la divinidad eterna del Verbo de Dios, como segunda persona de la Trinidad y, por lo mismo, la divinidad de Jesús. Para él, el Verbo, encarnado en Jesús, no es eternamente engendrado por el Padre, sino una “creatura”, superior a las demás, como una especie de “demiurgo” por medio del cual Dios lo ha creado todo. A pesar de que su obispo de Alejandría, Alejandro, lo condenó, obligándolo a dejar la ciudad, su tesis fue consiguiendo adeptos importantes entre teólogos y obispos, así como entre los fieles.

"Arrio (+336), sacerdote de Alejandría, propugnaba la creencia de un Dios único, eterno e incomunicable y negaba la divinidad del Hijo o Verbo encarnado.

Esta doctrina destruía la Trinidad y anulaba la redención. Pero cuando Alejandro reunió, en el 323, un sínodo en Alejandría y exilió a su sacerdote Arrio, el obispo de Nicome­dia, Eusebio, discípulo de San Luciano, le acogió. Y se inició una viva polémica doctrinal con San Atanasio.

El emperador Constantino, deseoso de acabar con la polémica, encargó a Osio (c. 260—357), obispo de Córdoba, quien desde el 312 se hallaba en su corte y había intervenido en el sínodo de Alejandría, que procurara un arreglo. No fue posible, y se precisó la reunión, en el 325, del concilio de Nicea, presidido por Osio. En este concilio, que fue el primero ecumé­nico, el arrianismo fue condenado y Arrio, con los dos obispos que le apoyaron, partió para el destierro. La posición de los obispos católicos quedaba plasmada en el “Símbolo” o expresión de las creencias fundamentales de la fe, pronunciado en este concilio:

“Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo”.

"La condena de Nicea no significó el fin del arrianismo. Éste halló refugio en la propia familia imperial y se produjo una violenta reacción antinicena, apoyada por Constancio II (337—361). La jerarquía arriana, organizada en este período intermedio, se lanzó a una labor evangelizadora que dio sus frutos en el siglo V entre los pueblos germánicos, para extinguirse en el VII. El II Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla (381), proclamaba, mientras, el triunfo del símbolo de Nicea en los dominios del imperio, con algunas precisiones. El símbolo niceno-constantinopolitano, o Credo, incorporado al oficio divi­no, debía convertirse en expresión cabal de las creencias fundamentales de la Iglesia católica, hasta hoy". (20)

 

Continúa este ciclo conferencias sobre la “Historia del Cristianismo” en la cuarta parte titulada: “4. la Iglesia cristiana Medieval”.

 

 

 

Carlos Aracil Orts

www.amistadencristo.com

 

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 


Bibliografía consultada

En este primer apartado me limito a enumerar, a continuación, las principales obras y sus autores que he consultado a fin de asesorarme  para la redacción de este ciclo de conferencias sobre la Historia del cristianismo. Y en el siguiente apartado –“Referencias de la Bibliografía utilizada”– relaciono, mediante numeración entre paréntesis,  los diversos párrafos utilizados en cada conferencia,  con sus autores y obras correspondientes de las que han sido extraídos. En alguna ocasión, puedo haber omitido alguna referencia por  no  haber podido identificar la fuente original, debido a la multiplicidad de obras consultadas.

Alzate Montes, Fray Carlos Mario, O.P. Historia de la Iglesia Moderna
http://www.opcolombia.org/estudio/galicanismo.html

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http://ministeriomct.org/Materiales/SegundoSemestre/HistoriadelCristianismoI

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Zahner, R.C. El cristianismo y las grandes religiones de oriente.

Referencias de la Bibliografía utilizada

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

(1) Cid y Riu, Carlos y Manuel. Historia de las religiones (Pág. 368). Editorial Óptima, Barcelona, 2003.
(2) Rivero, Antonio, L.C. Profesor de oratoria y teología en el Seminario María Mater Ecclesiae de sao Paulo. “Breve historia de la Iglesia (Pág. 17)”. http://www.conoze.com/doc.php?doc=7860
(3) Ibid.
(4) Cid y Riu, Carlos y Manuel. Historia de las religiones (Pág. 368). Editorial Óptima, Barcelona, 2003.
(5) Samuel, Albert. Para comprender las religiones en nuestro tiempo. Editorial Verbo Divino, Avda. de Pamplona, 41, 31200 Estella (Navarra) – España 1989
(6) Rivero, Antonio, L.C. Profesor de oratoria y teología en el Seminario María Mater Ecclesiae de sao Paulo. “Breve historia de la Iglesia”. http://www.conoze.com/doc.php?doc=7860
(7) Ibid.
(8) Cid y Riu, Carlos y Manuel. Historia de las religiones (Pág. 372). Editorial Óptima, Barcelona, 2003.

(9) Downing, W. R. La Iglesia Neotestamentaria- Iglesia Bautista de la Gracia. Independiente y particular Calle Álamos, No.351, Colonia Ampliación Vicente Villada CD. Netzahualcóyotl, Estado de México CP 57710. Impreso en México 1995.
(10 )Bentué, Antonio,  Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 192).
(11) Ibid.
(12) Rivero, Antonio, L.C. Profesor de oratoria y teología en el Seminario María Mater Ecclesiae de sao Paulo. “Breve historia de la Iglesia”. http://www.conoze.com/doc.php?doc=7860
(13) Ibid.
(14) Cid y Riu, Carlos y Manuel. Historia de las religiones (Pág. 374). Editorial Óptima, Barcelona, 2003.
(15) Rivero, Antonio, L.C. Profesor de oratoria y teología en el Seminario María Mater Ecclesiae de sao Paulo. “Breve historia de la Iglesia”. http://www.conoze.com/doc.php?doc=7860
(16) Ibid
(17) Bentué, Antonio,  Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191 e.a.). (8) 263 Cf. Textos n. 10.B/ 5.
(18) ¿Cuál es el origen de la Iglesia Católica? http://www.gotquestions.org/espanol/origen-Iglesia-Catolica.html
(19) Bentué, Antonio,  Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Introducción a la Historia de las religiones (pág. 191 e.a.). (8) 263 Cf. Textos n. 10.B/ 5.
 (20) Cid y Riu, Carlos y Manuel. Historia de las religiones (Pág. 382-383). Editorial Óptima, Barcelona, 2003.

 

 

 

 

 

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